"El cielo sobre el puerto tenía el color de una pantalla de televisor sintonizado en un canal muerto."


Es cierto que el escritor argentino se nutre de múltiples influencias (imposible no pensar en, por ejemplo, Roth o Bellow cuando se narra en la primera parte la historia de estos dos primos judíos, y más cuando se relata la historia de la muerte del padre de Isaac), pero (...)
De todas maneras, un novelista tan experimentado como Roth sabe que las historias que nos disponemos a escribir a veces comienzan a escribirse solas, después de lo cual su verdad o falsedad quedan fuera de nuestras manos y las declaraciones de intenciones de los autores no tienen ninguna relevancia. Más aún, una vez que un libro se lanza al mundo se convierte en propiedad de sus lectores, quienes, a la mínima oportunidad, alterarán su significado de acuerdo a sus propios preconceptos y deseos.
La obsesión por el metraje ha creado una corriente de seguidores a lo largo de toda la Red, y Casey es contratada por un magnate empresarial para encontrar a los creadores de lo que él considera la campaña de marketing de mayor éxito del nuevo siglo. A través de esa búsqueda, Gibson sitúa al lector en el mundo futurista actual. Lo hace mediante su estilo trabajado, detallista, hábil en la construcción atípica de las frases, inmediato gracias al uso que hace del tiempo narrativo en presente, que junto a la referencia continua a la cultura de marcas entronca con el mejor Brett Easton Ellis, aunque carente de su escabrosidad. Esa referencialidad comercial confiere una pátina de autenticidad necesaria a la trama sin la cual Mundo espejo perdería gran parte de su enfoque realista. En ese mismo afán, se incluyen referencias al 11 de septiembre, que carecen de gratuidad y aportan una sensación de tremendismo sin que, de ese modo, haga falta echar mano de la ficción.

Poema incluido en la antología Eklipsas.

Alejandría, siglo IV de nuestra era. La ciudad se ve sacudida por los vientos de la historia. La tradición helenística de sabiduría y razón se encuentra amenazada por el nuevo poder de la Iglesia.
Hipatia, filósofa y matemática, amada por todos en la ciudad, es la responsable de la Biblioteca, último baluarte de la ciencia. Cuando un nuevo discípulo que dice venir de tierras lejanas se presenta ante ella, la inteligente Hipatia advierte enseguida que oculta un secreto. En efecto, se trata de alguien que ha recorrido los abismos del tiempo para encontrarla... y tal vez salvarla.
Ahora mi paisaje es por siempre el verano infinito de Alejandría, el gañir de las gaviotas al anochecer mientras la luz muere en el olor del aceite de los candiles, y la brisa marina sopla fresca, arrastrando las miasmas del calor diurno. En ese paisaje vive ella, sumergida en ese aceite de tiempo, vieja piedra y sensaciones atemporales.
Fusiona ambos hechos e informa de ello en una nota final en la que menciona a Carl Sagan, inspirador también, no por casualidad, del realizador de Ágora.
Acaba de ser publicada en nuestro país Anatema, la última novela escrita por ese adalid de la incontinencia narrativa llamado Neal Stephenson, un éxito de ventas en EE. UU. del cual hice un breve apunte hace unos meses. En los primeros párrafos de la consabida presentación del libro, Miquel Barceló dedica uno de sus inocentes comentarios a la que es, para su gusto, la peor novela de Stephenson hasta la fecha, la por otra parte enormemente popular Snow Crash. La califica de "juvenil", y no seré yo quien le lleve la contraria esta vez. Es más, esa fue precisamente la valoración que hice de ella hace años, cuando escribí el texto que viene a continuación. Después de lo leído en Prospectiva la semana pasada (qué humor tiene usted, señor Marín), su apertura se me antoja rara, incluso chocante. Que ustedes lo disfruten, aunque sólo sea por la contemplación de esos arcos coincidentes en las cubiertas de ambos libros.
desembarcar por la fuerza en unos EE. UU. disueltos en mil franquicias distintas. Y, curiosamente, paralelo a ese fragmentado, desquiciado y próximo mundo que Stephenson tan bien describe, se encuentra el Metaverso, la otra cara de la moneda.
"Como recuerda Enric González en su magnífico Historias de Nueva York, en los cómics de Marvel se redefinía urbanísticamente NYC de la siguiente manera: la* Metrópolis, el hábitat de Superman, ahí nunca es de noche; Gotham, el sur de Manhattan, reino de la oscuridad y de Batman; Harlem, sólo es eso, Harlem".
En un futuro no muy lejano, una estudiante llamada Anaximandro se presenta al riguroso examen de ingreso en la Academia, el órgano de gobierno de la utópica sociedad en la que se ha criado. A lo largo de varias sesiones extenuantes, las preguntas del tribunal, que suscitan importantes cuestiones éticas y filosóficas, la llevarán a descubrir una verdad que hará tambalear los cimientos sobre los que se asienta su mundo.
publicadas en España. Una de ellas es Sauce ciego, mujer dormida, una suculenta colección de relatos que se cuenta entre los finalistas del premio Xatafi-Cyberdark; la otra, After Dark, una deliciosa novela corta en la que abundan esos peculiares planteamientos narrativos, marca de la casa, que tan atractivos les resultan a los lectores del escritor nipón. Como habrá una ocasión más pertinente para reseñar la antología (quizás cuando gane, si gana, el citado premio en la categoría de novela (?)), me limitaré en esta ocasión a escribir una sucinta crítica de After Dark, una breve y rara perla que deja, durante su lectura, un notable regusto cinematográfico.Cerca ya de medianoche, Mari, sentada sola a la mesa de un restaurante, se toma un café, fuma y lee. Un joven la interrumpe: es Takahashi, un músico al que ha visto una única vez, en una cita de su hermana Eri, modelo profesional. Ésta, mientras tanto, duerme en su habitación, sumida en un sueño profundo, «demasiado perfecto, demasiado puro». Mari ha perdido el último tren de vuelta a casa y piensa pasarse la noche leyendo en el restaurante; Takahashi se va a ensayar con su grupo, pero promete regresar antes del alba. Mari sufre una segunda interrupción: Kaoru, la encargada de un «hotel por horas», solicita su ayuda. Mari habla chino y una prostituta de esa nacionalidad ha sido brutalmente agredida por un cliente. Dan las doce. En la habitación donde Eri sigue sumida en una dulce inconsciencia, el televisor cobra vida y poco a poco empieza a distinguirse en la pantalla una imagen turbadora: una amplia sala amueblada con una única silla en la que está sentado un hombre vestido de negro.
Lo más inquietante es que el televisor no está enchufado...
tras obra, su particular espacio narrativo, atacándolo desde distintos frentes. Si nos ceñimos a nuestro género, la ciencia ficción, habría que citar a ilustres escritores como William Gibson, Philip K. Dick o James Ballard. Y sin duda, a Christopher Priest, autor originario -cómo no- de la New Wave, quien repitiendo esquemas desde diferentes enfoques ha ido creciendo literariamente hasta llegar a El último día de la guerra, si no su novela más redonda, sí en la que mejor ha sabido plasmar su idiosincrasia narrativa.
Tuve recientemente la suerte de compartir mesa con el escritor Eduardo Vaquerizo. Entre chuletones y buen vino, nos contaba lo difícil que había sido encontrar un título adecuado para su siguiente novela, la esperada continuación de Danza de tinieblas, una reconocida y multipremiada ucronía que pudimos disfrutar hace ya más de tres años. Si bien nos dijo que ya tenía el título decidido, me fue imposible callarme la tonta gracieta que acababa de inventar. No recuerdo cuál fue mi proposición de título exacta, pero para que se hagan una idea del chiste, debió de ser una cosa parecida a "El cabo de alguaciles que jugaba con antorchas delante del inquisidor". O algo así.F.H.: En los tres casos se ha sustituido el título original, claro y contundente, por otro confuso y enrevesado -o sencillamente absurdo, en el caso del tercer libro-. Y los tres, en cambio, son una torpe traducción literal de las versiones francesas.
J. O.: (...) la traducción de estas novelas por parte de Juan José Ortega Román y Martin Lexell se ha realizado directamente del sueco, y sólo para los títulos la editorial ha preferido basarse en el francés, presumiblemente siguiendo criterios comerciales.
Basada en la obra maestra escrita por J. M. Coetzee, cuenta también con un título trastocado, aunque en este caso, parece ser, no por motivos comerciales. Quien lo denuncia en su crítica cinematográfica es, de nuevo, Javier Ocaña. Y una vez más con razón. Si atendemos al diccionario Collins:
entrado en cuestiones tipo Creative Commons y complejidades similares, me basta con que reconozcan la fuente. Y en este caso la reconocen, ahí está mi nombre. Aunque preferiría que no lo estuviera, porque los "ingenieros" tras este asunto han decidido que no basta con poner, ilegalmente, material a disposición de quien quiera bajárselo. Han creído oportuno también montar una pequeña campaña de marketing para incitar al hurto. Y han decidido promocionar el material con un texto. Con mi texto. Acompañado de mi nombre. De hecho, soy la única persona identificable que sale en todas esas páginas dedicadas al choriceo, porque las otras reseñas no van firmadas.
toda la disquisición gira en torno a la posible existencia de un Dios-ciencia, un diseñador universal que se sirvió de medios científicos para configurar esta realidad. Es decir, mientras que el debate propuesto en la narración es deísta, las armas de promoción del libro prometen un enfoque teísta.
apareciendo en la novela, que hay momentos en que el lector no sabe si acaba de descubrir otro elemento (diseños atigrados aquí, escaleras lapislázuli allá) o si se sufre de un cierto complejo asociativo producto de la sobredosis.