jueves, 25 de julio de 2013

Evgueni Ivánovich Zamiátin. Nosotros

Enlazando con la entrada anterior, en la que cargaba contra la espantosa adulteración a la que se está viendo sometido el término "distopía" (que al paso que vamos acabará por sustituir al mismísimo "ciencia ficción"), me es obligado rescatar la siguiente reseña. ESTO, señores, es una verdadera distopía.



En las conferencias recogidas en el libro En torno a la literatura, el autor chino Gao Xingjian defiende el concepto de “literatura fría”. Según proclama, el escritor no debe estar sujeto a obligaciones ideológicas de ningún tipo, ni propias ni provenientes del Estado. El escritor ha de verse libre de este tipo de presiones para poder realizar el acto de creación literaria de la forma más pura, ajeno a utilitarismos, con una total autonomía. Este concepto de la escritura cobra aquí relevancia tanto por sus implicaciones como por la singularidad de quien lo propone, el único autor chino premiado con el Nobel de Literatura, obligado a emigrar por motivos ideológicos. El régimen comunista, incómodo con las innovaciones formales que introducía en sus obras, puso bajo vigilancia “cultural” a Gao Xingjian, quien tuvo que andarse con cuidado tras la denominada “campaña contra la contaminación intelectual”. Su transgresión no era política, sino cultural, pero no le dejaron otra opción que el exilio.
La biografía de Evgueni Ivánovich Zamiátin coincide en muchos puntos con la peripecia del Nobel chino, sobre todo en lo relativo a la compartida visión del acto literario y a que por ella se viera obligado a abandonar su patria. Abocado al exilio a causa de las reacciones políticas y culturales que provocó su obra, el ruso estaba también convencido del predominio de la propia literatura sobre cualquier servidumbre ideológica. Su vínculo con los Hermanos Serapion, comunidad defensora del arte por el arte como hecho ajeno a compromisos políticos, es un ejemplo más de que el Zamiátin escritor no reconocía débitos literarios con el aparato ideológico de la Revolución. Lo principal para él era la literatura. La singularidad de ese principio, sumada a hechos vitales de su biografía tales como el historial de exilios previos y su ambición viajera, dio a Zamiátin la imagen de un intelectual atípico, sospechoso para el Estado y la sociedad rusos.
El gran pensador marxista León Trotski, autor de Literatura y revolución, daba gran importancia a la relación entre los nuevos autores y el compromiso revolucionario. En su ensayo habla precisamente de Zamiátin y su obra Los isleños describiéndolo como un sujeto poco convencional y un escritor obsesionado por los elementos formales.

A decir verdad, el tema lo cogió de los ingleses. Zamiatin los conocía y los pintó bastante bien en una serie de esbozos no malos, pero sí superficiales, como buen extranjero observador y de talento que no tiene pretensiones especiales. (…) Aunque Zamiatin es aquí más sutil, tampoco alcanza gran profundidad. Después de todo, él mismo es un “isleño”, habitante de una isla muy pequeña de la Rusia actual.
Escriba sobre los rusos de Londres o sobre los ingleses de Leningrado, Zamiatin sigue siendo un emigrado interior. Por su estilo, algo ampuloso y exponente de las buenas normas literarias que le son propias (y que rayan con el esnobismo), Zamiatin parece haber sido creado para enseñar a los círculos de jóvenes “isleños”, instruidos y estériles.

Así lo presenta Trotski: ajeno al sistema y responsable de una literatura, aunque sofisticada, no comprometida, estéril, carente de prestancia ideológica. Este último punto es fundamental, pues incide en esa obligatoriedad política situada en el extremo opuesto al que comparten Xingjian o Zamiátin, y que escritores como Jean-Paul Sartre (“La literatura es sólo una excusa para el compromiso político”) o George Orwell (quien cargando de contenido político los descubrimientos de Zamiatin crearía 1984, la distopía definitiva) consideraban fundamental. En su ensayo, Trotski sentencia como falsa la postura del autor no involucrado en la realidad sociopolítica del momento.

El rasgo más peligroso de los “Serapion” es su jactancia de carecer de principios. Eso es estupidez y tontería. Como si pudieran existir artistas “sin tendencia”, sin relaciones definidas con la vida social -aunque estén implícitas y no se formulen en términos políticos-.

El escritor, en respuesta a las críticas recibidas por Nosotros y a la persecución ideológica a la que fue sometido tras su publicación, acusó a sus detractores de no haber entendido la novela. Contra las premisas propias del formalismo ruso del que Zamiátin era simpatizante, Nosotros fue considerada como una herramienta al servicio de las ideas sociales y políticas del escritor. “Ideas” tremendamente subversivas, para algunos contrarias a la Revolución, pues aunque la novela cuenta con varias posibilidades de abordaje, es el carácter distópico lo que resalta sobre el resto. Así, el estado totalitario que presenta la novela resultó para muchos identificable. Zamiátin tuvo que pedirle a Stalin la merced del exilio para evitar algo peor. Murió en Francia, pocos años después, dejando para la posteridad, además de una obra ingente, la primera gran distopía de la literatura del siglo XX.
Al margen del debate intencional, el contenido político en Nosotros salta a la vista. Aunque la novela ofrece diversos niveles de lectura, el punto de interés se centra en su carácter distópico. El protagonista, D-503, es poco más que un número en una sociedad homogénea conformada por individuos que han renunciado de forma casi total a su individualidad. La privacidad no existe, excepto para la relación sexual, un corto periodo de tiempo al día en el que, como excepción, se pueden correr las cortinas del hogar y ocultar tu actividad a los demás. El fin principal de la sociedad es la producción, llevada a cabo bajo la doctrina taylorista, una teoría real basada en la organización científica del trabajo defendida por Frederick Winslow Taylor en su Principles of Scientific Management (1911). Los ciudadanos, considerados sin rubor simples números, rinden pleitesía a la figura del Gran Benefactor, el dictador de facto de un Estado en el que se glorifica la razón en la misma medida que se condena la imaginación como fuente de todo mal.
El enfrentamiento entre estos dos elementos aparece en la novela ya en su primer capítulo, titulado ANOTACIÓN NÚMERO 1. La Integral, uno de los motivos centrales de la historia, es el cohete que llevará el “bienhechor yugo de la razón” al cosmos, a los habitantes de otros mundos. El Periódico Estatal pide a todos los números la escritura de poemas y odas que loen la grandeza del Estado Único y la felicidad matemáticamente infalible que proporciona, que compongan versos sobre la mayor obra de ingeniería realizada. La matemática como símbolo de perfección, de imposibilidad de error, está muy presente en los capítulos del diario que escribe D-503. El lector la verá enfrentada al caos incontrolable de las emociones, formando parte de una dualidad que acabará por desestabilizar la cabeza y la vida del pobre y patético ingeniero.
Antes de entrar a analizar el escenario que presenta Nosotros, tanto en el aspecto político como en lo social, hay que tener en cuenta que la voz narrativa con la que Zamiátin acerca ese mundo distópico al lector, mediante un diario escrito, tiñe de subjetividad el contenido de la historia y pone en duda su veracidad. El lector no es testigo de la realidad del Estado Único, sino de la visión que de él tiene D-503. Y eso es sumamente importante, no sólo por la evidente carga de parcialidad que conlleva, sino porque el responsable técnico de la construcción de la Integral es, además, lo que podríamos catalogar como, seré explícito, un lechuguino. El protagonista, ingeniero como el propio Zamiátin, es presentado como un hombre inflexible, alienado, entregado al sistema. Su enfrentamiento al Estado, su vulneración de las normas, no partirá de una reflexión moral, ni de nuevas inquietudes políticas, sino del motivo más prosaico imaginable: el encaprichamiento amoroso.
Todas las convicciones previas del ingeniero, tan convincentemente descritas en los primeros capítulos de su diario, son dejadas de lado debido a la arrolladora fuerza de la pasión. El protagonista, tan estirado como intransigente, se sumerge en un proceso de acercamiento obsesivo a I-330, una mujer a la que conoce por casualidad. Ella le arrastrará, sin que él llegue a ser siquiera consciente de ello, hacia la insurrección. No hay en el protagonista una toma de conciencia, ni siquiera un atisbo de rebeldía contra el sistema. No es mas que una herramienta neutra utilizada por los auténticos revolucionarios de la novela. Incapaz de pensar por sí mismo, para él sólo tienen sentido los preceptos que le llegan por los medios de comunicación de masas del Gran Benefactor, el dogma estatal. Cuando finalmente lo transgrede, es para poder cobrar su recompensa carnal.
La relación entre ambos números es, de hecho, más física que romántica. El narrador alude a aquello que le fascina de forma velada, como quien estuviera reconociendo la caída en lo pecaminoso. Las alusiones a sus labios y al triángulo que conforma su frente, a su cuerpo cada vez que rememora sus instantes con ella, son frecuentes. La lucha interior de semejante individuo, estirado, contradictorio, débil, patético en suma, choca con la realidad distópica exterior con cierta sorna, dando una sensación de humor inteligente bajo la superficie sin cuya patencia la lectura de Nosotros pierde contexto y significación. Un humor con más de un matiz, que se torna sarcástico en los párrafos en los que el protagonista ataca la creencia católica y sus inconsistencias, ridiculizándola en contraposición a los logros del Estado Único. Fernando Ángel Moreno, autor de la extensa introducción a la obra, señala en ella, precisamente, la importancia que cobra el humor en esta novela, imprescindible para hacer una lectura apropiada en su conjunto. Es quizás esta parte la que los críticos rusos no entendieron, un clavo más en el ataud de amargura que debió sentir Zamiátin a su alrededor tras su aparente fracaso.
En cuanto a la característica por la cual Nosotros perdurará en la historia de la Literatura, esto es, su cualidad distópica, cabe resaltar su condición seminal dentro del subgénero. Esta novela no es sólo la primera gran distopía del siglo XX, es también, por influencia y presencia de algunos de sus elementos en obras posteriores, la madre de todo un subgénero. Y sin embargo, se puede afirmar que la construcción de la anti utopía en Nosotros es casi minimalista. Apenas se conocen detalles de ese Estado Único más allá de quien lo gobierna y del resultado principal de sus acciones, el sometimiento agradecido de sus habitantes a la muerte de la individualidad y a la lógica como motor de la producción. Las paredes de las casas son transparentes, y la ciudad está encerrada tras un muro que protege a sus habitantes del barbarismo creado por antiguas guerras. No hay nada más. Ese estado totalitario apenas está bosquejado. Y sin embargo, imprime su sello con fuerza en la mente del lector.
La descripción que se hace de esa sociedad en la novela es casi una generalización. Apenas se dan detalles de ella, sólo pequeñas particularidades que atañen al protagonista, evidencias de su admiración por la belleza de un Estado cuasi matemático, pero son pocos los hechos en los que se ve envuelto. El lector recibe la información sobre el Estado Único de una sola fuente, a través de los rendidos escritos en el diario, y es precisamente la alienación de quien los escribe el elemento que permite adquirir una lectura correcta de la magnitud distópica de esa sociedad. El ideario reflejado por D-503 en sus escritos, su percepción del Estado, más que elogiosa, ditirámbica, obliga a realizar una doble lectura. La ironía subyacente en el exagerado tono del ingeniero delata una realidad opuesta, la de un sistema totalitario del que no son necesarias más descripciones. El pensamiento de los rebeldes no llega a estar nunca al alcance del lector, ya que ni I-330 ni S-4711, por motivos evidentes, hacen partícipe de él al protagonista.
Tampoco hay mucha peripecia en la novela. No es este un libro extravertido, abierto a grandes acciones. Prepondera el contenido ideológico. Pocos acontecimientos de relevancia suceden en sus escasas 200 páginas: contadas visitas a una casa antigua, otra al exterior del muro y el corto viaje de prueba de la Integral. No hay nada más. Y sin embargo, el contenido de la novela resuena alto y claro en la cabeza del lector. Gracias a esa escasez de elementos, a la parquedad en los detalles que conforman ese Estado totalitario, la obra ha atravesado casi una centuria manteniendo su vigencia, a salvo de las inconsistencias y exageraciones que han acabado con otras distopías más explícitas. De hecho, como señalé antes, se la puede considerar como la madre de las grandes obras posteriores con las que el subgénero ha ido poniendo sobre aviso a la Humanidad.
La influencia de Nosotros en novelas como Un mundo feliz, Farenheit 451 y 1984 es bastante evidente, no sólo por el reconocimiento explícito de sus autores, sino porque en ellas se pueden encontrar materiales semejantes a aquellos con los que Zamiátin creó su obra. Aunque es cierto que hay obras anteriores que tratan la misma temática, en Nosotros se establecen las bases definitivas de la anti utopía, un Estado futuro que el sistema de gobierno asegura perfecto, pero que en realidad se asienta sobre la eliminación de los elementos de libertad o humanidad que definen al ser humano. En definitiva, la distopía se instaura por definición como el reverso de la utopía, como una utopía falsa. Esa circunstancia se revela meridianamente clara para cualquier lector que se aventure en la lectura de Nosotros. Así lo fue, desgraciadamente, para los críticos marxistas.
La guinda de este magnífico libro la pone su impecable edición. Nosotros es el tercer número de la nueva colección de Cátedra dedicada a las letras populares. La ilustración de cubierta corresponde a un sello de 1967, año del lanzamiento de la primera Soyuz, conmemorativo de la exploración espacial soviética. La traducción es nueva, directa del ruso, a cargo de Alfredo Hermosillo y Valeria Artemyeva. Y como es norma en la prestigiosa editorial, la novela viene complementada con un extenso artículo de 90 páginas escrito por el teórico de la literatura Fernando Ángel Moreno, uno de los mayores expertos españoles del género. Si bien es más que discutible la inclusión de algún nombre y subgénero en el estudio sobre las distopías, el análisis tanto de la vida como, especialmente, de la obra de Zamiátin (aborda el estudio de Nosotros desde diferentes niveles de lectura e interpretaciones: cristianismo, psicología, política...), lo convierte en un texto de acompañamiento imprescindible, el mejor ensayo español de ciencia ficción publicado en 2011.
Quizás no sea esta la mejor novela distópica del siglo XX (este honor le corresponde a 1984, por su confección extremadamente compleja y visionaria de un Estado anti utópico), pero se trata sin duda de una obra extraordinaria. En el cuarto punto de su ensayo “Por qué escribo”, George Orwell, precisamente autor de 1984, distopía deudora de Nosotros, asegura que lo hace en gran medida por propósitos políticos. Escritores como Evgueni Ivánovich Zamiátin y Gao Xingjian intentaron ejercer su oficio ajenos a esos propósitos, pero fueron juzgados precisamente por ellos. Desde nuestra actual perspectiva, pocos podrían negar que en el fondo de una novela como Nosotros y detrás del premio Nobel concedido al escritor chino refulge el hecho político. Una vez más se demuestra que la obra del escritor, al igual que hace un hijo, se libera de sus padres al llegar a cierta edad y se convierte en un ser independiente.



Esta reseña fue publicada originalmente en la web Prospectiva.

martes, 23 de julio de 2013

El nombre de la cosa

En un determinado momento de la película Parque Jurásico, el matemático Ian Malcolm, personaje interpretado por el actor Jeff Goldblum, asegura muy convencido: "la vida se abre camino". Es una frase que suelo utilizar como ocurrente comodín cuando me encuentro con un conflicto que, sospecho en ese momento, se acabará resolviendo por sí solo. Generalmente el tiempo me da la razón; en muchas ocasiones, para mi infortunio. Hace años, por ejemplo, que andamos buscando una nueva nomenclatura, algo que sustituya al malhadado término "ciencia-ficción" con la idea de acercar este tipo de literatura a los lectores y críticos externos. Durante décadas, el deseo de encontrar un sustituto a la palabreja, causante de evidentes gestos de disgusto en los rostros ajenos, ha suscitado enconadas discusiones en el fandom. A mí, la verdad, nunca me preocupó mucho esta historia, siempre pensé que la cuestión se acabaría solucionando por sí misma, que cuando los grandes autores comenzaran a utilizar las temáticas y escenarios propios del género, la vida se abriría camino.
Cuando a mediados de la pasada década la cf comenzó a ser tratada (por fin) con legítimo interés fuera de sus fronteras, Julián Díez propuso el término Prospectiva, y Fernando Ángel Moreno se sumó a esa propuesta aplicándole sus propios matices (les recomiendo que lean los dos artículos de Díez incluídos en los números 2 y 10 de la revista Hélice). Aquello tuvo continuidad en una web, Prospectiva, y un libro, Teoría de la literatura de ciencia ficción, y algunos de ustedes recordarán incluso la pequeña guerra que propició lo que en realidad no era mas que una nueva corriente de pensamiento, abierta como todas a discusión. En el fandom siempre se ha preferido la bronca al debate, eso es un hecho, así que la cosa no ha dado (aún) los frutos deseados. Personalmente, no me adscribí al movimiento porque siempre pensé que el término ciencia ficción, con su mala fama, sería dado de lado por las editoriales y críticos generalistas, pero que, tal como se iba demostrando con cada novedad que aparecía en las librerías, las etiquetas que emplearían no serían nuevas, sino que bajarían al nivel siguiente y utilizarían los subgéneros propios de la cf como definición y asiento particular de cada obra.
Así fue. De repente las librerías se llenaron de thrillers futuristas, parábolas post-apocalípticas, historias alternativas y todo tipo de imaginativas mezclas que jamás habíamos visto. Por supuesto, al lado de ellas nunca aparecía el término ciencia ficción, cosa, en mi opinión, irrelevante. Era una manera válida de reconocer a la bicha sin nombrarla. Jamás me he sentido talibán en esto de las denominaciones. Cuando los tebeos se convirtieron en cómics me pareció bien, y cuando estos lo hicieron en novelas gráficas me pareció aún mejor, puesto que empezaron a ser leídos por personas que antes no lo habrían hecho. Eso amplió el universo del arte secuencial, sobra decir que para mi propio beneficio. Pensé que con la ciencia ficción ocurriría lo mismo, pero claro, olvidé las palabras de Ian Malcolm que precedían a las anteriormente citadas:
"John, el tipo de control al que usted aspira no es de ningún modo posible. Si algo nos ha enseñado la historia de la evolución es que la vida no puede contenerse, la vida se libera, se extiende a través de nuevos territorios y rompe las barreras dolorosamente, incluso peligrosamente, pero así es."
Así es, sí. Vean si no.
Saben que hace escasamente un mes falleció Richard Matheson. Algunos de ustedes recordarán que le dediqué una entrada a tan funesto acontecimiento. Como ocurre siempre que muere alguien de cierta notoriedad, el diario El País lo mencionó en la sección de obituarios. Allí fue donde me di de bruces con el aborto que pueden ustedes encontrar en la foto que tienen abajo: fantasía distópica.
Soy leyenda.
Fantasía.
Distópica.
...
Lo reconozco, me quedé corto. Jamás supuse que llegarían tan lejos, no sólo a sortear el nombre del género, sino a intentar cambiar la definición de sus categorías temáticas, la propia historia de un género literario con miles de obras a sus espaldas, una taxonomía asentada tras más de cien años de recorrido. No me enfado por lo anecdótico, porque un ignorante tilde de fantasía y distopía a la vez lo que no es ni una cosa ni la otra, sino uno de los mejores post-apocalípticos que ha dado la ciencia ficción. No es eso. Jamás he dicho nada cuando la han catalogado como novela de vampiros, porque eso sí cuela. En realidad, me indigno porque esto es sólo un guijarro más en una playa de burradas. Busco en Google, y para "fantasía distópica" me salen más de 7.000 resultados, y cada día que miro, la cifra sube. El escritor Emilio Bueso gana el premio Celsius con su novela apocalíptica de futuro cercano Cenital y corre presto a calificarla como distopía. Toda obra literaria o cinematográfica que transcurre en el futuro es presentada ahora mismo como distópica. El horror, el horror...
Esta aberración proviene, se lo pueden imaginar, del éxito obtenido por Los juegos del hambre, la novela que inicia la trilogía precisamente distópica de Suzanne Collins. Sucede que, para abrirse camino, la industria elige siempre los senderos del dinero. El petardazo de esa serie provocó un estallido de novelas distópicas en el sector de lo que los norteamericanos llaman young-adult, literatura para jovenes en proceso de maduración mental. El término distopía empezó a ser identificado, por una suma de ignorancia, falta de respeto y sentido del negocio, con el futuro, fuera éste del signo que fuera. Vendía, daba dinero, y sonaba bien como sustituto del punto temporal en el que sucede la mayor parte de la ciencia ficción. Suena mejor que futurismo y demás sinónimos, pero lo cierto es que es una simplificación vergonzosa de lo que verdaderamente significa esa palabra.
En realidad, el término "distopía" fue acuñado por John Stuart Mill en la segunda mitad del siglo XIX, y es normal que naciera de la mente de quien fue parlamentario, economista y filósofo, pues en esencia reúne política, economía y pensamiento.
"It is, perhaps, too complimentary to call them Utopians, they ought rather to be called dys-topians, or caco-topians. What is commonly called Utopian is something too good to be practicable; but what they appear to favour is too bad to be practicable." 
Esas son las palabras de Mill que encontrarán en el Oxford English Dictionary si buscan el significado del término Dystopia. Recurramos a la etimología de la palabra para recalcar aún más su sentido no sólo negativo, sino antitético. Distopía viene a significar "mal lugar" (dis-topos), y nace, como pueden comprobar en el extracto anterior, por oposición a utopía, o sea, "no lugar" (ou-topos). Igual les cansa por sabido, pero quien concibe la utopía tal como hoy la entendemos es Tomás Moro en su libro Del estado ideal de una república en la nueva isla de Utopía. El estado soñado como ideal político de perfección. No existe la propiedad privada, todos son iguales, hay libertad religiosa, derecho al voto... Ignoro a quiénes se refiere Mill en la definición antes citada, pero es evidente que los acusa de practicar lo contrario a la utopía, y buscando una denominación para ese nuevo concepto opuesto, inventa la distopía. Osea, una política presumiblemente buena, pero en realidad perniciosa: el reverso de la utopía,
Como ocurre tantas veces, con el paso del tiempo el término va adquiriendo complejidad, pero sin perder nunca su esencia. La ciencia ficción se apropia del concepto y, mediante las historias recogidas en sus obras, le da su sentido final. Las principales distopías del siglo XX no dejan lugar a dudas sobre qué es una distopía. Nosotros, Un mundo feliz, 1984 y Farenheit 451, por citar las cuatro principales, se sustentan en los mismos pilares. Describen sociedades fácilmente identificables como antiutopías o falsas utopías. El Estado somete a sus ciudadanos, se presenta como ideal pero coarta la libertad del individuo. Cada una de esas novelas presenta sus particularidades, pero las cuatro son idénticas en ese aspecto.
La última de estas cuatro novelas se publicó hace ya más de 50 años, y desde entonces el género ha dado un gran número de distopías, y en todas ellas han estado presentes Estados opresores disfrazados de bienhechores, naciones instituidas como falsas utopías. Lean las definiciones de distopía que localicen en los numerosos tratados del género y en todos encontrarán lo mismo. En la "Ultimate Enciclopedia of Science Fiction" de David Pringle, que es la que más a mano tengo, se habla de distopía en estos términos: "a politically nasty place to live (opposite of Utopia, a good place)". La crítica política y social están siempre presentes en una distopía, siempre dimanadas de una lectura inversa de su apariencia. Por mucho que lo utilicen críticos ignorantes desde fuera del género o autores decididos a conseguir una mayor comercialización de su producto, un futuro cercano, un futuro apocalíptico, un futuro, en definitiva, sin esos elementos de falsa similaridad con la utopía, no son distopías. Lo serán algún día si, presos de la indulgencia, nos rendimos y damos pábulo a semejante error. Y luego también al siguiente, hasta que todo se borre y nada quede, y aceptemos comenzar desde cero.
Y entonces, cien años de historia se habrán ido, gracias a nosotros, por el retrete.



miércoles, 3 de julio de 2013

Nuevas publicaciones

Dos viejos amigos virtuales vuelven a ponerse en marcha, al menos de momento. Lo bueno que tienen las publicaciones en internet es, precisamente, que su cierre nunca parece definitivo. El medio permite una suerte de hibernación que, si las ganas acompañan, puede suspenderse en cualquier momento. La web Prospectiva, convertida ahora en Literatura Prospectiva, parece desperezarse y lavarse la cara. La revista Hélice, tras un importante lapso de tiempo, resurge con un interesantísimo nuevo número. Quien esto escribe se alegra por ello, y no sólo porque ambas reapariciones cuenten con textos de mi honorable imitador, Santiago L. Moreno. Aquí les dejo los enlaces por si tienen tiempo y les apetece echar un vistazo:

· Presentación del sello Fantascy, en Literatura Prospectiva

· Reseña de Fluyan mis lágrimas, dijo el policía, de Philip K. Dick, en el volumen II nº 2 de la Revista Hélice, reflexiones críticas sobre ficción especulativa
Reflexiones:
-Hard y Prospectiva: Dos poéticas de la ciencia ficción: Desarrollo del contrato ficcional en dos subgéneros de la ciencia ficción, por Fernando Ángel Moreno
-Drinking up green matter: Ray Bradbury: The Proto-environmentalist in Farenheit 451, por Hayley Keight
-Time paradoxes in science fiction, por Cornel Robu
Críticas:
-Fluyan mis lágrimas, dijo el policía. Philip K. Dick
-Steampunk: Antología retrofuturista. Félix J. Palma [ed.]
-La nave. José Pablo Barragán 
Doble Hélice:
-Cenital, Emilio Bueso
Textos Recuperados:
-Leimar Garcia-Siino