domingo, 4 de agosto de 2013

Imágenes de cf. XIX

"Poco después de medianoche hubo un visible incremento de la deflagración, cuando por todas partes empecé a ver edificios que lanzaban llamaradas hacia el cielo, entre grandes hurras de entusiasmo, cinco, diez, veinte y cuarenta, todos a la vez; hasta donde alcanzaba mi vista, saltaban, se detenían un momento, caían, mientras mi espíritu experimentaba misterios de la sensación cada vez más profundos, estremecimientos más dulces. Disfrutaba de mi placer despacio, a sorbitos. Cuando algún ángel de llamas más alto que los otros se alzaba para mantenerse con los brazos extendidos, y desparramarse después, me levantaba un poco y le aplaudía, como si fuese un actor, o me ponía a dar voces, llamándoles con nombres de mujer, "más alto, Polly, loca", "salta, Cissy, que eres una pulga", o "estalla, Bertha": porque ahora era como si viese el pandemonio a través de unas gafas rojas, el aire espantosamente caliente, mis ojos como los de quien mira detenidamente el corazón de calderas ardientes, y un picor que corría por la piel. Hubo un momento en que me puse a tocar en el arpa la Cabalgata de las Walkirias, de Wagner.





Hacia las tres de la mañana alcancé la cima de mis perversas delicias, los párpados borrachos se me cerraron de placer, y mis labios se abrieron en una sonrisa babeante; una sensación de ansiada paz, de poder sin límites, me consolaba: porque todo lo que alcanzaba a ver, entre lágrimas, juntando sus cien mil truenos, y rugiendo al sur con la voz de su tormento más allá de las nubes, se tambaleaba hasta el horizonte como un océano de fuego sin humo, en el que jugaban y se bañaban todos los que habitan en el Infierno, entre gritos, carreras y algazara; y yo —el primero de mi especie— había enviado una señal a los planetas más próximos."