domingo, 15 de octubre de 2017

Dan Simmons. El ascenso de Endymion e Ilión

Hace años que dejé de indagar sobre los próximos estrenos literarios. No es que no eche un ojo de vez en cuando a uno u otro autor, pero ya no hago búsquedas como antes. ¿A qué se debe? Dada la progresiva falta de interés general que me acucia, supongo que hay un importante componente personal, de años que van cayendo y acumulando kippel en mi conciencia. A veces percibo mi interior como el de una catedral milenaria a los pies de cuyas columnas y pináculos se fuera acumulando por toneladas el polvo de centurias y de cuyos arbotantes y contrafuertes se descolgaran enormes cataratas de arena. El espacio libre cada vez es más exiguo, el nivel de la morralla acumulada sube, así que vas renunciando a cosas. 
Pero no sólo se trata de eso, claro; mi desidia es también efecto de los tiempos que vivimos. Demasiadas novedades, en un número que apabulla a cualquier lector; más si, como yo, ha pasado a dedicarle más de una semana a la lectura de cada libro. Por otra parte, está también el aumento exponencial de información que ha traído internet. Actualmente, ni siquiera hace falta entrar a webs especializadas para indagar en un campo determinado, ya que la propia participación diaria en las redes sociales te mantiene al día de lo que se cuece o de lo que está por venir. Te lo pone fácil. Yo antes buscaba, curioseaba, entraba en las páginas de referencia para ver qué se había publicado en el mundo anglosajón (era difícil encontrar productos de algún otro) y qué libros de mi interés iban a traducirse al castellano. Hace tiempo que ya no, que el exceso de información me cansa. Y el problema es que si lo confías todo a lo que te llega y no a lo que buscas, acabas perdiéndote cosas que te pueden resultar atractivas e ingiriendo muchas más que te importan un comino. 
Recuerdo haber mencionado, hace varios años, mi interés por el libro de Dan Simmons que tienen en la parte superior derecha, The abominable. El autor de Los Cantos de Hyperion y de El Terror brilla especialmente en la descripción de ambientes gélidos, se le da de miedo la creación de monstruos y en este libro trata una de mis temáticas favoritas, la escalada; y con Mallory, nada menos, como personaje importante. Pues bien, se me había olvidado del todo, a pesar de que me suena haber leído que alguien lo estaba traduciendo. Nadie lo ha vuelto a mencionar, y eso ha hecho que desapareciera de mi cabeza. Hasta que un comentario casual en Goodreads me lo ha vuelto a traer. Dicen que el cerebro humano está cambiando debido a la informática, que la navegación diaria ha hecho que cedamos nuestra memoria al buscador de Google. Puede que sea esto lo que me hace olvidar tantas cosas últimamente, el delegar mis recuerdos en una máquina, algo muy de ciencia ficción, aunque podría ser el kipple, concepto que también lo es. Afortunadamente, muchas de las cosas de mi pasado están escritas, la única manera de hacer indeleble un recuerdo. Como el de estas dos reseñas que tienen a continuación, pertenecientes a dos libros de Dan Simmons. Ahí se las dejo.



Lo que pudo ser y no fue


El ascenso de Endymion es la cuarta y última entrega de la serie que Dan Simmons iniciara en 1989 con Hyperion, ganadora del premio Hugo. Que Simmons es uno de los mejores escritores actuales del género no lo duda nadie. En mi opinión, el conjunto formado por Hyperion y La caída de Hyperion, en realidad una sola novela conocida como Los Cantos de Hyperion, constituye la obra cumbre del género de la ciencia ficción canónica, por eso era interesante para mí comprobar cómo intentaría el autor seguir maravillándonos con una continuación que provenía de una historia maravillosamente cerrada.
La primera parte del binomio continuador, Endymion, resultó ser una grata narración de aventuras, convertida por el ameno estilo del escritor en un maravilloso retablo descriptivo del universo que ya conocíamos. Algunas de las imágenes incluídas en la novela permanecerán en mi memoria largo tiempo, tal es la habilidad descriptiva de Simmons (de la cual, por cierto, deberían aprender escritores poco claros como Gregory Benford). También se lanzaban al aire varias incógnitas para su futura solución y se dejaba entrever por dónde iban a ir los tiros en el episodio final, aunque en general no se aportaran muchas novedades. Ese último capítulo en el que debían desarrollarse nuevas ideas y solucionar los temas pendientes es El ascenso de Endymion, que extiende la serie total de dos a cuatro volúmenes.
La novela comienza cuatro años después de donde acabó la anterior. Durante las primeras cien páginas asistimos a la puesta al día de los protagonistas, de nuevo en acción, y a la nueva configuración del espacio humano dominado por Pax, del que ya conocíamos algunas cosas. Los capítulos se suceden entre las notablemente gráficas descripciones de los mundos que visita Raul Endymion y las intrigas que se suceden en la dirección del imperio humano de Pax. A los capítulos que contienen las hazañas individuales de Endymion le suceden capítulos corales que recuerdan claramente el espíritu de La caída de Hyperion.
El ritmo se va acelerando de una manera trepidante hasta llegar al capítulo decimotercero, un capítulo de los más grandes que un servidor haya leído en esto de la ciencia ficción, comparable a los tres que cierran magistralmente la inolvidable Trilogía de las Fundaciones de Isaac Asimov. La maestría en el manejo del diálogo y lo que en este episodio se expone (la explicación del Tecnonucleo sobre lo que pasa) llevan al lector al asombro más absoluto. Con gran coherencia se da una vuelta completa a todo lo que se tenía aceptado como bueno, y uno se da cuenta de que esto podría no ser una continuación, sino parte de un libro escrito en cuatro volúmenes. Hasta el sentido completo de Endymion cambia con las verdades del Tecnonucleo. Así continúa la lectura hasta que nos topamos con la página que abre la segunda parte del libro. A estas alturas, sin haber llegado aún a la mitad de la novela, uno está convencido de estar ante una obra maestra, y de repente...
El comienzo de la segunda parte nos sumerge en otro libro distinto. Hay un cambio de ritmo tal entre la aceleración con la que se llega a este punto y lo que se encuentra a partir de él, que el lector ve su atención mermada. Da la sensación de que Simmons hubiera tenido que dejar de escribir para dedicarse a otras ocupaciones durante un tiempo, porque durante casi doscientas páginas cae en la más reciente moda norteamericana y nos introduce en una cultura orientalista situada en un mundo constituido por altos picachos. La falta de acción más absoluta, envuelta en la reiterativa descripción de este mundo (incluyendo capítulos que no tienen nada que ver con la trama principal y que sobran completamente), provocan lo impensable: Simmons se hace pesado. Y eso no es lo peor. La historia ha saltado repentinamente cinco años, y cuando uno busca el porqué, sólo se le ocurre un motivo: que Aenea, la niña mesías, tenga más de veintiún años; es decir, que sea sobradamente mayor de edad según las normas estadounidenses para que algo inevitable, hacer el amor con el protagonista de treinta y dos años de edad, no levante llagas morales.
Pero eso no es todo. La verdadera idea motora de este volumen aparece aquí: es lo que Aenea llama el Vacío Que Vincula. La explicación de qué es se ofrece en esa desafortunada segunda parte del libro, y está a su escasa altura. El concepto de una dimensión de emociones alternante con el espacio tiempo y a la que se llega principalmente por amor hace que vengan a la cabeza de uno las notas de aquella canción de los Beatles, "All You Need Is Love", y es que la mística y la ciencia ficción, para mi gusto, nunca han casado muy bien. Uno recuerda con espanto, a mitad de esa parte de la novela, las palabras de Simmons: "Con este libro he querido demostrar que el amor es una fuerza universal". Y uno se echa a temblar; el término "hippie" resuena en la mente. Ruega al dios de la ciencia ficción que la respuesta verdadera sea la dada por el Tecnonucleo, y no la de la joven mesías. El rezo recibe la misma respuesta que todos los rezos de la historia.
Inmensamente fastidiado, uno sigue leyendo, y lo que antes hubiera pasado de largo ya no lo perdona. Simmons por fin decide continuar con la acción, y en un combate realmente intenso, como sólo él sabe describir, el que ha sido hasta ahora mero comparsa y un pobre tonto se basta él solito para acabar a puñetazo limpio con una criatura que le reventó las tripas al legendario Alcaudón (el verdadero motor oculto de toda la serie) en el anterior libro.
Llegamos a la tercera y última parte y la acción se torna de nuevo desenfrenada. Simmons decide echar mano de los pesos pesados, y hace aparecer por arte de magia a los protagonistas de los dos primeros libros. Estos le dan más emotividad a la narración, pero el lector, con la mosca tras la oreja, se empieza a preguntar qué hacen aquí, y la verdad es que algunos no hacen nada; ni Rachel, ni Kassad, ni el Cónsul (meramente testimonial su aparición en dos páginas) tienen justificación.
Creo que he dicho ya que Simmons es un escritor como la copa de un pino. Gracias a eso consigue hacernos entrar de nuevo en el libro, aunque ya esté tocado de muerte. De nuevo, la descripción de las batallas espaciales es majestuosa. Aciertos como la Biosfera -una esfera de vida alrededor de una estrella- y sobre todo la Pasión de la mesías Aenea, semejante en casi todo a la del Nuevo Testamento, hacen que el final sea realmente apoteósico, lágrimas incluidas. El universo resultante acaba retrotrayéndonos a las novelas de hace varias décadas, en las que se podía viajar por el espacio con sólo la fuerza del pensamiento. El desenlace y la solución final son ampliamente satisfactorios, o al menos eso parece al cerrar El ascenso de Endymion.
En conclusión, una novela que se sostiene sólo gracias a la maestría estilística de su autor y que iba para obra maestra y lamentablemente se queda en simple divertimento. A diferencia de sus antecesoras, cuando se piensa un poco, se encuentran bastantes incongruencias, y sobre todo, se hace patente que esta novela no estaba pensada, que ha ido haciéndose sobre la marcha en la cabeza del autor. Conceptos como las parcas, de las que no volvemos a saber nada; o la libreyección, que podía haber ayudado a escapar a la mesías sin necesidad de Endymion; el hecho de que Nemes venciera fácilmente al Alcaudón en el anterior libro, y no utilice el arma con la que venció en éste; el uso de los míticos personajes de las primeras novelas sin venir a cuento; la ubicación del Tecnonucleo, que Simmons vende como sorpresa, olvidándose que ya lo comentó en el tercer libro, etc., todo empuja a repudiar la novela. Sin embargo, El ascenso de Endymion gusta y deleita porque Dan Simmons nos engaña mediante su embelesadora escritura y esa inagotable imaginación que sabe desplegar como nadie. Podía haber sido una novela importante, haber aportado de forma inesperada más complejidad a la mejor bilogía que haya visto el género de ciencia fición, y sin embargo se queda en mera impostura. Grandes momentos, pero, debido a sus contradicciones con lo mostrado en Los cantos de Hyperión, también una traición a su glorioso origen.


* La versión original de este texto fue publicada en el portal Bibliópolis, crítica en la red.



Un yanqui en la corte del rey Príamo


No voy a citar Hyperion. Considero injusta la carga de la comparación a perpetuidad que ha de soportar el resto de la obra de un autor cuando éste ha dado a luz, en algún momento anterior de su carrera, una novela definitiva. Más injusto si cabe en Dan Simmons, un escritor de su tiempo que sabe moverse entre distintos géneros, que desborda oficio en los diversos campos literarios en los que publica, sea ciencia ficción, terror o suspense. Se apunta además en algunas críticas hacia el sospechoso parecido de la nueva novela con aquella obra maestra. No me lo parece. Más allá de algunas coincidencias puntuales –la personalidad de Hockenberry, el tele transporte, el concepto de noosfera-, Ilión presenta una trama y una estructura absolutamente independientes, propias. La última novela de Simmons ha de explicarse por sí misma, no en competición con insuperables hitos del pasado.
Articulada en la alternancia de tres líneas argumentales confluyentes, se puede catalogar como space opera con anhelos literarios. Más aún que en la reciente La edad de oro, de John C. Wright, el aspecto externo de la narración es procazmente zelazniano, profuso en tecnologías con apariencia mágica que confieren a sus portadores el poder de dioses. En el corazón de la obra resuena el afán del autor por homenajear a algunos clásicos de la literatura universal, principalmente la Iliada, de Homero, y La tempestad, de William Shakespeare. También hay referencias a En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, y a alguna otra obra del bardo inglés, aunque estas últimas no forman parte del basamento de la historia como las anteriores, sino que amenizan el discurso narrativo y alimentan el diálogo entre dos peculiares personajes.
Simmons conduce al lector por un Sistema Solar repartido entre unos seres mecánicos llamados moravecs, que habitan el sistema jupiterino y los asteroides, y una raza de posthumanos encarnados en los dioses griegos legendarios, pobladores del Monte Olimpo marciano. Aparentemente al margen, los escasos últimos humanos viven en la Tierra una suerte de utopía basada en la automatización y la ignorancia. En el núcleo de la novela, la guerra de Troya es revisitada y alterada por el escólico Hockenberry, un humano del siglo XXI al que los dioses han resucitado para que estudie in situ la contienda. El autor comienza la novela en el mismo punto que la Iliada, retocando el texto original. Imita el lenguaje homérico en varios aspectos, como la reiteración de los atributos de sus personajes al nombrarlos, y logra hacer interesante la revisión del texto de Homero merced al punto de vista moderno y al dominio de la acción, uno de sus mayores activos. Los enfrentamientos entre héroes y dioses son, sencillamente, espectaculares.
Mientras que la primera línea argumental glosa la epopeya troyana, la segunda describe las andanzas de un grupo de humanos a través de zonas olvidadas e inaccesibles de la Tierra. Su objetivo es encontrar la forma de subir a los anillos orbitales, donde les aguarda un tenebroso secreto. Sobresale en estos capítulos la imaginación de Simmons, su facilidad para componer imágenes poderosas, lugares inolvidables y exóticos por los que transitan los personajes hacia su destino. En la parte final comparten escenario con los principales protagonistas de La tempestad, Calibán y Próspero, así como Ariel y el misterioso Setebos, que sugieren la existencia de otras entidades ajenas a robots y superhombres en el sistema. El conflicto troyano y la singladura humana a través de una Tierra cambiada ofrecen grandes momentos y sobrada amenidad. Sin embargo, la novela cojea. El motivo se encuentra en la diferencia de velocidades que se da entre ambas narraciones y una tercera protagonizada por dos moravecs pedantes, que avanza pesadamente entre debates literarios y descripciones de naturaleza hard, sin interés alguno. Puede el lector saltarse capítulos enteros, como el de los maniobras en la nave destruida en órbita o el del arribo a Marte, sin que por ello quede afectada su comprensión del conjunto.
A este problema cada vez más extendido, el inflado innecesario de páginas conocido en el mercado angloparlante como Fat Fiction, se une otra epidemia de la literatura fantástica actual, la de las series. Es difícil escribir una crítica coherente de una novela que no acaba, que lo deja todo en el aire en espera de futura conclusión, quizás, si hay suerte, en el siguiente volumen de la enelogía. Ilión o la citada La edad de oro no son mas que dos ejemplos, pero hay infinidad. Para colmo, la edición española es una nueva agresión al lector. Ediciones B ha decidido resucitar el chollo de las novelas por entregas, pero por el antiguo método del pan y los peces. Paga una y cobra dos, o tres, como en el caso de los libros de Neal Stephenson, así una bilogía se convierte en una tetralogía; y una trilogía en una... a saber. Lo más llamativo es que el propio director de la colección, Miquel Barceló, también se queja de ello, por lo que, aparentemente, está al margen de la maniobra. La especulación parece ser el signo de estos tiempos, al menos en España.
En última instancia, lo importante es la literatura, y en este caso habrá que esperar a que aparezca el prometido Olympos para emitir juicio definitivo sobre la calidad y habilidad demostrados por Dan Simmons en esta nueva incursión en el género de la cf. De momento, clembuterol aparte, Simmons va bien.


* La versión original de este texto fue publicada en el número 41 de la revista Gigamesh.