jueves, 30 de agosto de 2007

miércoles, 29 de agosto de 2007

Novedades jugosas

A una semana escasa de que termine agosto, considerado por tradición el mes oficial de vacaciones, todas esas actividades humanas que sufren el parón veraniego vuelven lentamente a dar señales de vida. El nuevo curso ya está ahí, y con él llegarán clásicos como el síndrome post vacacional, la liga de fútbol, la nueva temporada televisiva, la oleada de colecciones absurdas de quiosco, y, en definitiva, el ritmo frenético de consumo, principal rasgo definitorio del hombre actual.
En lo que a este blog afecta, es interesante echarle un vistazo a la lista de novedades que ayer adelantaba el diario El País en un escueto artículo. Me temo que, como siempre, los amantes de la ciencia ficción tendrán que recurrir a alguno de los canales propios (literfan, por ejemplo) para conocer las próximas publicaciones dentro del género en España. Si al igual que me ocurre a mí, son bastante curiosones, pueden ir más allá y echar un vistazo también a lo que se cuece al otro lado del Atlántico. Comprobarán de ese modo que la climatología no ha sido lo único positivo en este verano inusual. Entre las novelas interesantes de reciente aparición, destaco, por gusto propio, dos.
The Merchant and the Alchemist's Gate es la primera de ellas. Una vez atestiguada la enorme calidad de Ted Chiang como escritor de relatos cortos, sólo quedaba comprobar cómo se batiría el norteamericano en distancias mayores. El problema es que hasta el momento toda su producción, contenida en la extraordinaria antología La historia de tu vida, era de longitud breve. Pues bien, la nueva narración de Chiang es una novela corta, lo que la sitúa a medio camino y la postula como excelente piedra de toque para hacer una valoración aproximativa.
La otra novela es para mí un must read. Puedo contar con los dedos de una mano el número de escritores de ciencia ficción cuyas novedades leo sin dilación alguna, y William Gibson es sin duda el primero de ellos. Uno de los escasos autores dentro del género con voz propia, inalcanzable objetivo de docenas de imitadores, y uno de los más interesantes desde el punto de vista estilístico. Por fin ha aparecido Spook Country, segunda parte de la nueva trilogía temática con la que Gibson se ha empeñado en evidenciar la apariencia de futuro que presenta el zeitgeist del nuevo siglo. He aquí una interesante entrevista en la que el creador del ciberespacio presenta su nueva obra. Si esta novela es la mitad de buena que Mundo espejo, estaremos ante uno de los mejores volúmenes del año.
Estos dos libros, junto a otras novelas publicadas a lo largo del verano, como Thirteen, de Richard K. Morgan, o Crooked Little Vein, del extraordinario guionista de cómics Warren Ellis, aseguran el goteo continuo e indispensable de obras interesantes que los aficionados requieren. Lo único que falta es que las tengamos aquí pronto.

lunes, 27 de agosto de 2007

Haruki Murakami. Kafka en la orilla

La inclusión del nombre del genial escritor checo en el título de esta novela de Haruki Murakami dista de ser casual. Su presencia responde a motivos que no sólo se encuentran en el argumento (el joven Tamura, uno de los principales protagonistas del libro, trata de huir, al igual que lo hiciera Franz Kafka durante toda su vida, del nefasto influjo paterno), sino también en la atmósfera de tono surrealista que envuelve a la narración. Sin embargo, esa sensación de irrealidad que sirviera a Kafka para enfatizar el término opuesto, es decir, la opresiva y burocrática vigencia de ciertas realidades, en Murakami cambia de signo y se convierte en un artefacto literario que ayuda al lector en su inmersión hacia un mundo onírico situado escasamente a dos palmos de la realidad. Donde Kafka creaba pesadilla, Murakami ensalza sueños. El escritor japonés ha dirigido esta novela, fascinante y atípica, hacia el subconsciente del lector, y ha logrado con ello que el misterio de su indescifrable trama perdure en la mente tal como lo hacen los sueños laberínticos, aquellos cuyo elusivo significado acaba por obsesionarnos.
La compleja arquitectura narrativa con la que Murakami intenta emparejar realidad y sueño se sustenta en dos historias individuales repletas de extraños sucesos, dos viajes personales que terminan coincidiendo al final del libro. El joven Kafka Tamura huye de la maldición edípica que su padre profetizó, mientras que Nakata, un anciano interlocutor de gatos, se ve impelido por una fuerza oculta a viajar hasta la biblioteca de Takamatsu, lugar donde ambos culminarán su singladura. El aspecto de irrealidad en la novela viene dado tanto por la extraña lógica que sigue su argumento bifronte como por la continua inclusión en la trama de pequeños episodios autónomos, raras perlas formadas por sucesos de índole fantástica, pensamientos de fuerte carga metafísica e incluso citas literarias ad hoc. Esos breves episodios constan de significado propio, pero a la vez aportan sentido al conjunto. La trama avanza con buen ritmo y se alivia apoyándose puntualmente en ellos, ofreciéndole al lector pequeñas zonas de descanso que al final tendrán una importancia capital, pues muchas de las pistas necesarias para quien intente hacer una lectura lógica de la novela están ocultas en esas breves líneas.
Los dos protagonistas principales de la historia se encuentran en lados opuestos de la vida. Es otra de las muchas alusiones al ying y el yang dentro de una historia en la que el sintoísmo à la Murakami está presente de diversas formas, por ejemplo en la ocurrente conversión de algún icono del fast-food norteamericano en kami local. Ambas tramas, la del viejo y la del joven, ejercen funciones narrativas distintas pero complementarias. El relato del adolescente Kafka Tamura cuenta con una carga moral de mayor empaque, y a su vez, el misterio y la intriga que aderezan la particular epopeya del anciano Nakata aportan más grados de interés a la historia. Murakami va aproximando ambas líneas argumentales con gran sutileza, hasta que su unión hila un entramado mágico en el que realidad y sueño se entreveran sin fisuras. Lo irreal va ganando puntos con el paso de las páginas hasta que finalmente se impone y convierte al lector en un recluso voluntario de sus dominios: ni vislumbra una intencionalidad final ni ve hacia dónde progresa el conjunto, pero no puede evitar seguir leyendo. El escritor japonés demuestra una pericia y una delicadeza tales en ese proceso de imposición de otros niveles de realidad que hace parecer procaces a otros artesanos del surrealismo literario contemporáneo.
Otra de las grandes cualidades de Murakami es la de crear personajes atractivos, diferentes, y dotarlos de una voz acorde con su extraña personalidad. Todos los que transitan por las páginas de Kafka en la orilla son, esencialmente, outsiders, personas que por diferentes motivos se han situado al margen de la sociedad. La rebeldía del joven Tamura, su incomprensión del mundo adulto, recogen en algunos tramos la influencia de J. D. Salinger, un referente reconocido por el autor, quien en tiempos tradujo al japonés al misterioso escritor norteamericano. La creación del anciano Nakata, sin embargo, parte de una originalidad absoluta y se postula como eje central de la historia, único nexo de unión entre los misterios del pasado (marcado por el desvanecimiento de un grupo de colegiales en un bosque) y los del presente. Habla con los gatos, ha perdido parte de su sombra y persigue un objetivo con el que no tiene, sin embargo, relación consciente. La crónica de su búsqueda mística junto al fiel escudero Hoshino, un joven camionero que toma el papel de la voz de la razón, ofrece una tornada version de El Quijote en clave fantástica que incluye grandes dosis de humor. Lo que en Quijano eran visiones procedentes de su locura, en Nakata son realidades.
No sólo Kafka y Nakata cobran importancia en la trama. Los personajes situados en segundo plano pugnan por arrebatarles el protagonismo. La presencia etérea de la misteriosa señora Saeki, enquistada en sus recuerdos, permite a Murakami demostrar su gran capacidad para la creación de escenas donde el amor y el sexo cobran una extraña intensidad poética, casi sobrenatural. En el polo opuesto, Ôshima representa el conocimiento y la razón. Su doble naturaleza (una vez más) y su enfermedad hemofílica se ofrecen a la interpretación metafórica. Si existe una explicación de la historia narrada en Kafka en la orilla, sin duda está escondida entre las muchas citas literarias y los pensamientos de contenido metafísico que expresa siempre en voz alta.
Finalmente, para no incurrir en un exceso laudatorio hay que señalar también que Murakami no es, traductor mediante, un virtuoso esteta. No epata como otros grandes escritores por su poderío linguístico, sino por su habilidad en el manejo de otros elementos narrativos ya mencionados, tales como la construcción de argumentos laberínticos y de estructuras arriesgadas pero sólidas, la elaboración de personajes y entornos sumamente modernos y un gran pulso para el humor. Y por su sello de identidad, aquel que se suele citar en las notas biográficas, esa mezcla entre elementos de tendencia pop, especialmente la música, y otros de porte más clásico. La aplicación de todos esos logros literarios consigue que las casi 600 páginas de Kafka en la orilla se lean como si de una novela corta se tratase. El arte que Haruki Murakami despliega en la creación de esta historia fascina de tal modo que la búsqueda de sentido deja de ser prioritaria. Como en los sueños más agradables.
Y así es en realidad, porque al concluir el libro, el lector tendra la extraña sensación de haberlo soñado.

Reseña publicada anteriormente en el nº2 de la revista de literatura fantástica Hélice.

viernes, 24 de agosto de 2007

Arno Schmidt. Leviatán Espejos negros

El saldo de libros es un fenómeno al que el aficionado al género fantástico está bastante habituado. Rara es la editorial dedicada a la fantasía o la ciencia ficción que no ha puesto en el mercado alguna vez lotes de libros antiguos a precios muy rebajados, ya sea por aligerar almacenes, ya sea por sacar al menos un pequeño beneficio de todo ese material que no lograron vender. Los saldos suelen incluir tanto obras importantes, víctimas casi siempre de un error estimativo en la tirada inicial, como auténticos bodrios imposibles de vender. Pero también hay un tercer grupo de libros que son los que a la postre acercan al connaisseur a la rebaja, libros que pasaron desapercibidos, exigentes literariamente hablando, y que por ello pueden resultarle a cierto tipo de lector bastante más suculentos que otros más afamados. El último saldo de la editorial Minotauro, por ejemplo, incluía varios volúmenes de ese jaez, entre los cuales, en mi opinión, sobresalen dos: El curso del corazón, de M. John Harrison, y Leviatán/Espejos negros, de Arno Schmidt.



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Arno Schmidt (1914-1979) es una de las figuras más peculiares que ha dado la literatura germana en el concluso siglo XX. Dentro de su variada bibliografía se mezclan novelas, estudios, biografías e incluso programas de radio. Su estilo, marcado por el signo de la experimentación lingüística, le convirtió en un autor difícil de clasificar. Y sin embargo, se podrían encontrar claros paralelismos con la obra de Jorge Luis Borges en cuanto al carácter metaliterario de sus obras y a la ambición erudita que las impregna.
"Leviatán", primera obra de Schmidt, escrita en 1949, es un cuento de tendencia realista cuya acción transcurre durante los últimos estertores de la II Guerra Mundial, días en los que el ejército alemán era forzado a realizar una apresurada y trágica retirada hacia casa. Huyendo del desastre, los protagonistas ponen en marcha un tren abandonado que los lleva, finalmente, a un viejo puente semiderruido, a la vez callejón sin salida y fin del viaje. Ésa es toda la historia, pero durante el proceso encontramos en las palabras del protagonista el desarrollo de una cosmogonía propia, nueva explicación del mundo que desempeña a su vez una función alegórica con varios niveles de interpretación posible, pues el Leviatán no es sólo el Universo, sino también la misma Alemania causante de la guerra, o incluso la Humanidad al completo. Llama la atención que en una época en la que la literatura germana decidía huir discretamente de la profundización en el recién terminado conflicto bélico (con contadas y honrosas excepciones, como la del difamado* Günter Grass), Schmidt decidiera ir más allá y abordar el significante de la tragedia desde un trasfondo metafísico.
“Espejos negros” es una novela corta escrita dos años después, de marcada pertenencia al género de ciencia-ficción. Debido a su longitud y al carácter fantástico de la premisa, logra un menor impacto emocional. El viaje del protagonista, en principio único superviviente de la III Guerra Mundial, a través de paisajes abandonados (que recuerda visualmente al realizado por Wladyslaw Szpilman en el filme "El pianista"), malviviendo hasta el encuentro con la que será su compañera, logra dejar huella gracias sobre todo a la fuerza de algunas de las continuas reflexiones del protagonista, aunque a la larga, debido al esfuerzo que exige tan original estilo literario, impactante en distancias cortas pero agotador en largos recorridos, acaba por propiciar un cierto cansancio.
Profundizando en ambas obras se detectan algunas constantes del autor, como la influencia del pesimismo de Schopenhauer, el gusto por las especulaciones matemáticas, un radical ateismo y, en correspondencia, una evidente fascinación por lo metafísico. Y por supuesto, la mencionada experimentación formal. Exclamaciones continuas, puntuación forzada o la alternancia de tipos de letra diversos son algunas de las manipulaciones a las que Schmidt somete al lenguaje. Estos artificios, sumados a la mezcla desordenada que el autor hace de los pensamientos del protagonista y de los hechos que le acontecen evitan cualquier tipo de relajamiento en el lector, quien ha de permanecer atento, a la vez que logran transmitir con mayor fuerza la más que palpable carga irónica del contenido.
Este libro, en definitiva, gustará menos al lector medio de cf que a la intelligentsia del género. No sólo por la escasa ciencia-ficción contenida en el primer cuento o por la dificultad para asimilar el estilo de ambos, sino principalmente por tratarse de una obra más enmarcable en el mainstream que en el género fantástico.


Reseña publicada anteriormente en Bibliópolis, crítica en la red.



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* Cosas como ésta le hacen a uno darse cuenta de cómo el paso del tiempo puede afectar a un texto. Cuando escribí la reseña, hace años, me costaba imaginar cualquier tipo de relación entre el escritor de El tambor de hojalata y Años de perro y el nazismo. De haber conocido entonces el contenido de las recientes memorias de Grass, sin duda me lo habría pensado dos veces antes de usar tal término.

martes, 21 de agosto de 2007

La normalización del género fantástico

Lo primero que uno se encuentra al entrar en la nueva tienda de la Casa del Libro, sita en la remozada calle de Fuencarral, es una mesa dedicada a las últimas novedades en el género de fantasía y sus aledaños. La funcional mesa, que aún huele a madera y está a rebosar, contiene pequeños lotes de no menos de 50 libros diferentes. Pasando al interior, y por tanto en segundo plano, otras superficies bajas y numerosos anaqueles exponen a la vista novelas de otros géneros y de literatura general (la cual, por cierto, se muestra cada vez menos realista). Al fondo, como fue habitual durante años, está situada la sección dedicada en exclusiva a los distintos subgéneros de lo fantástico, pero con una importante salvedad. Lo que antes llenaba un famélico estante, ahora desborda cuatro.
Si uno sube a la planta superior, se dará de bruces con una monumental estantería compuesta por esa pujante rama de la literatura fantástica que basa sus argumentos en lo esotérico, lo religioso o lo espiritual y que, de forma desvergonzada, disfraza su innegable pertenencia al género escudándose tras una pátina de pretendida veracidad: Dan Brown y sus acólitos. Siguiendo adelante, quien profundice en la sala llegará a una bien nutrida zona de la sección de libros de bolsillo dedicada también a la literatura fantástica y sus satélites. Tras la visita, y una vez realizada la compra, el cliente será testigo de cómo le endosan sin disimulo algo que parece un regalo pero que en realidad no es más que publicidad procaz, la traslación al papel de los anuncios televisivos. En ese catálogo publicitario, pues de eso se trata, encontrará sin embargo la realidad actual del mundo del libro sin tapujos, sin medias tintas. Una realidad que el aficionado con recorrido, el aficionado viejo, va a identificar en algunos casos con cierto tipo de pesadilla, la que procede del popular dicho "cuidado con lo que deseas".
El catálogo está elaborado con las pertinaces faltas de criterio y sensatez que son sello de marca en las grandes cadenas. Me resulta imposible imaginar los mecanismos mentales que mueven a quien coloca, por ejemplo, Cien años de soledad al lado de Cuentos y leyendas de lugares misteriosos, de Christophe Lambert; Kafka en la orilla debajo de Camposanto, de Iker Jiménez; Vampiros, de Javier Arries, a continuación de La princesa prometida, y, ya puestos, Geografía y viajes imaginarios, de Francesca Pellegrino, precediendo a Juego de tronos. A todo esto ya está uno acostumbrado. No es este tipo de inconsistencias lo que más llama la atención, sino el contenido fantástico. O más bien, la enorme, casi desmadrada cantidad de libros de ese género aquí representados. Como si de un virus se tratase, la fantasía ha infectado al resto de la literatura y ha acabado por desbordar las librerías.
Sorprende sobremanera la miríada de mutaciones a las que se ha visto sometido un género que compartió durante muchos años la sequía de títulos con la ciencia ficción, al menos en nuestro país. En estos momentos, sus tentáculos se alargan hasta sectores de venta que parecían imposibles de alcanzar. Un vistazo al ejemplar promocional con el que la Casa del Libro, una de las librerías más importantes en cuanto a cantidad de ventas, intenta atraer a los lectores supone, como mencionaba, toda una revelación. Déjenme reproducir aquí el índice:

· Lugares mágicos
· Hadas, elfos y personajes oníricos
· Mundos mágicos
· Magos y brujas
· Caballeros y princesas. Dragones y otras bestias fantásticas
· Magia práctica y adivinación
· La máquina del tiempo


Es lo que vende, lo que en gran parte sostiene en estos momentos al mercado editorial. Nada menos que un 95 por ciento de las 44 páginas que tiene el catálogo está ocupado por libros pertenecientes al campo de lo irreal. Tal cantidad de novedades tiene cosas positivas, por supuesto, como la avalancha de nombres españoles, émulos de fenómenos de ventas como Laura Gallego o Javier Sierra, entre los que, cabe esperar, el tiempo hará la pertinente criba cualitativa. Además, el boom actual también ha hecho posible dar a conocer al gran público a una generación de excelentes autores que antes sólo era conocida en el llamado fandom, escritores cuyo talento merecía una audiencia más amplia. En el extremo opuesto, el terrible overbooking (perdonen la gracieta) comienza a producir una notable sensación de hartazgo. Lo fantástico está en todo, y uno comienza a sucumbir desde la perplejidad a algo que nunca creyó posible, algo con lo que nunca contó en los anhelantes sueños de un pasado lleno de privaciones: el cansancio por empacho. Tanto comienza a ser demasiado.
Pero volvamos al índice anterior. Si se han fijado (claro que lo han hecho), sólo el último capítulo nos recuerda que también hay algo llamado ciencia ficción, que el género fantástico no sólo está configurado por los herederos de Tolkien y Howard, los duendes y hadas infantiles, los enigmas históricos, los espiritualistas enrollados y los charlatanes de lo sobrenatural. En este aspecto el catálogo se muestra una vez más revelador. Donde la fantasía postula las Crónicas de Bridei, la Trilogía de Brennan o los diarios de brujas y hadas de Clara Tahoces, la mínima sección de cf presenta novelas como 1984, Farenheit 451 o Bajo la piel. Desde luego, no es para quejarse. Si bien la fantasía ha realizado una invasión exitosa de las librerías, inundándolas de obras en su mayoría mediocres, la ciencia ficción ha sido más modesta pero más certera, y ha asentado sus reales en los anaqueles de prestigio. Además de en la ya histórica estantería del fondo, hoy hay que buscar sus libros en la R de Roth, en la I de Ishiguro, en la M de McCarthy o en la H de Houellebecq, allí donde reposan, a la espera de sus lectores, las obras de los autores más importantes de la literatura contemporánea.
El único asunto a lamentar es el que compete a nuestra ciencia ficción, esa que deberían estar escribiendo los autores españoles. Escasea bastante. Siguiendo el patrón foráneo, son los escritores en teoría ajenos al género los que están produciendo las obras más reseñables, algunas extraordinarias, como La piel fría o Cazadores de luz, otras peores aunque más comerciales, como Zig Zag. En respuesta a los Piñol, Casariego o Somoza, apenas hay reacción desde las entrañas del género. Se ha producido un vacío. Los que ahora podrían, no quieren, y los pocos escritores que aún no han cambiado capaces de elaborar buena ciencia ficción se ven abocados a emigrar a otros campos o, como antaño, a publicar en colecciones especializadas, sin posibilidad alguna de llegar al lector de fuera.
En todo caso, problemas internos aparte, sólo hay que hacer una visita a cualquier librería importante para afirmar con rotundidad que la situación de la literatura fantástica en el ámbito general al fin se ha normalizado. La particular idiosincrasia de sus dos principales componentes, opuestos pero de similar naturaleza, los ha conducido hacia el éxito por caminos distintos hasta dejarlos donde pocos esperaban: a la ciencia ficción, sin tanta alharaca, en las manos de los eternos candidatos al Nobel; a la fantasía, universalmente popular, en las de escritores noveles, algunos de ellos adolescentes.

domingo, 12 de agosto de 2007

Michel Houellebecq. H. P. Lovecraft Contra el mundo, contra la vida

H. P. Lovecraft. Contra el mundo, contra la vida
El 15 de marzo pasado se cumplieron 70 años de la marcha de Howard Phillips Lovecraft de este mundo, seguramente en dirección hacia algún perdido y arcano plano cósmico. Si aún permaneciera entre nosotros, habría podido ver cómo el paso del tiempo le ha ido otorgando un prestigio cuya cima aún no se divisa. Basta comprobar que en muchas encuestas entre los amantes del género de terror son legión quienes le colocan, de modo sorprendente, por encima del maestro Edgar Allan Poe, un mito de la literatura.
El díscolo escritor francés Michel Houellebecq engrosa la creciente marea de lectores incondicionales de la obra lovecraftiana, e incluso comparte con todos ellos ese curioso afán proselitista tan común en los admiradores del de Providence. En 1991 publicó un ensayo dedicado a glosar brevemente la vida y obra del norteamericano, texto que la editorial Siruela lanzó en nuestro país el pasado año. He aquí el párrafo promocional del libro:
Autor de La llamada de Cthulhu, Dagón y En las montañas de la locura, H. P. Lovecraft, maestro indiscutible del horror y de lo fantástico, sigue siendo objeto de una fascinación muy especial por parte de nuestros contemporáneos. Fue un hombre extraño, al igual que sus escritos. A pesar de haber nacido en una ciudad portuaria, sintió siempre auténtica fobia al mar. Profundamente apático, hostil a todos los valores del mundo moderno y, a fin de cuentas, de un racismo visceral, sufrió durante toda su vida pesadillas recurrentes. Su intento de llevar una vida normal se saldó con un fracaso. Michel Houellebecq recorre un itinerario fuera de lo común, saludando en Lovecraft al autor de un mito fundador, y extrae de sus escritos un alegato en favor de una literatura vertiginosa, «yuxtaposición de lo minucioso y lo ilimitado, de lo puntual y lo infinito».
Lejos del carácter exhaustivo con que cuenta la biografía escrita por Sprague de Camp, el libro de Houellebecq se presenta, más bien, como un largo y documentalmente dosificado artículo de opinión. En apenas 100 páginas realiza un somero recorrido por los periplos vital y creativo de Lovecraft. Apenas se refiere a su infancia y adolescencia en Providence; el francés prefiere hacer hincapié en la boda del escritor con Sonia Haft Greene y el punto de inflexión que para él supuso el traslado de ambos a Nueva York, donde la imposibilidad de encontrar trabajo e integrarse en la vida social agravaría la naturaleza extraña de Lovecraft y acabaría conduciéndole al divorcio y al retorno a su ciudad natal, lugar en el que finalmente moriría de cáncer intestinal. En opinión del francés, la obra magna de Lovecraft, los denominados Grandes Textos (los que contienen los conocidos Mitos de Cthulhu), se esencia en un odio racista que se recrudece en el escritor tras su residencia en la ciudad neoyorquina.
Houellebecq no desliga al hombre de su obra. Centra su interés tanto en la persona del autor como en su narrativa, cuyo estudio, sin duda el elemento más valioso de esta breve obra, sitúa a mitad del ensayo, rodeado por las consabidas pinceladas biográficas. El autor disecciona la obra de Lovecraft para mostrar, elemento a elemento, los distintos artificios y herramientas con los que consigue provocar el horror en sus lectores: olores, sonidos, atmósferas... Resulta de gran interés la evidente preocupación de Lovecraft por integrar las distintas disciplinas científicas (biología, matemáticas, geología) en la construcción de sus tramas, pues a su entender, ésta era la mejor forma de lograr un terror objetivo y materialista. Tal como sugiere Houellebecq, este afán cientificista otorga a la obra lovecraftiana carta de pertenencia al género de ciencia ficción.
Es también reseñable que el francés mencione como algo positivo la aversión de Lovecraft a mostrar sexo en su obra y aplauda esta omisión como estrategia funcional para huir del aburrido realismo. Mucho ha debido de cambiar su forma de ver las cosas si echamos un vistazo a la obra posterior del autor de Las partículas elementales, Plataforma o La posibilidad de una isla, novelas en muchos aspectos casi pornográficas. Personalismos aparte, Lovecraft prefería hacer hincapié en los elementos diferenciadores del ser humano, aquellos que le han convertido en un ser civilizado. Es hasta cierto punto normal, dice Houellebecq, que eludiera aquello que lo acerca más al animal: el sexo.
Particularmente, coincido con el autor de este ensayo en la apreciación de que hay algo más en la literatura de Lovecraft de lo que arroja el estudio técnico, algo que elude a todo analisis estílistico o conceptual de su obra. La fascinación que ejercen sus historias, sobre todo en la post adolescencia, proviene de algún punto arraigado en nuestro interior, de profundidades a las que sólo él ha sabido llegar. A pesar de la fuerza y la convicción de las razones expuestas por el francés, cuya tesis final denuncia una cierta misantropía con acento racista en el de Providence, me sigue pareciendo que en la narrativa de Lovecraft hay un elemento indefinible que yo siempre he relacionado con los territorios de la infancia y la adolescencia, con el miedo, puro y sin matices, a lo desconocido.
Monstruos sin forma, provenientes del pasado, acechantes desde el armario o bajo la cama; construcciones ciclópeas, vistas desde la perspectiva de un niño; olores nuevos, ajenos, desagradables; gentes extrañas, frías e inhumanas, como lo son todas fuera de la propia familia. Y en sus últimas obras, la constatación de que el enemigo está dentro de uno mismo, de que inevitablemente la transformación en adulto acabará atrapándote. Incluso la ausencia mencionada por Houellebecq de elementos como el dinero y el sexo, o el hecho de que Lovecraft siempre lamentó haber perdido la infancia ("La edad adulta es el infierno", llegó a decir), avalan también esta teoría propia.
Acceder al recuerdo que el universo lovecraftiano dejó en el lector, pasados los años, resucita imágenes olvidadas de pequeños y polvorientos rincones en librerías escondidas, de rojos crepúsculos de fin de verano, de fiebre y lecturas de cama. Ajeno a cualquier análisis, es más un sentimiento que algo definible, un aroma rescatado de una época en la que el mundo era mucho menos complejo y sólo los monstruos de la oscuridad constituían una amenaza, cuando aún se ignoraba que el verdadero mal no procede de lo desconocido, sino de lo familiar.
Esta hipótesis que propongo, que focaliza la atracción de lo lovecraftiano en la añoranza por un tiempo anterior a la madurez personal, puede dar, por otra parte, origen a una cierta polémica, a una cuestión un tanto incómoda para los que nos consideramos seguidores del autor de los Mitos. Si, como digo, ese componente nostálgico, de olvidada adolescencia, es tan importante en el gusto por Lovecraft, cabe preguntarse si, al igual que ocurre con cierta ciencia ficción, no estaremos ante la obra de un autor de literatura juvenil. Aunque la percepción que tengamos sea la de un escritor demasiado importante para ser considerado de tal modo.

jueves, 9 de agosto de 2007

Kressmann Taylor. Paradero desconocido


La noticia sobre la gran afición de Adolf Hitler por la música rusa y judía publicada recientemente en Der Spiegel impresiona porque se abre a dos posibilidades, a cuál más terrorífica. La primera es, quizás, la que menos podría sorprendernos, pues da una imagen del genocida que ya ha sido explotada literariamente, la de un personaje desequilibrado que trata de reprimir y esconder sin éxito la a su juicio insana atracción que ejerce sobre él aquello a lo que considera deleznable. Es decir, algo similar a lo que le ocurría al Amon Goeth de "La lista de Schindler" con su sirviente judía. La segunda posibilidad es, sin duda, aún más espeluznante, porque sugiere a un Hitler lúcido, decidido a exterminar fríamente a un pueblo cuyas creaciones admira, el judío, por puro interés, por mero provecho económico y político.
Hitler no estaba solo, claro. Particularmente, lo que más me llama la atención de la tragedia nazi es el asunto civil. Siempre me he preguntado cómo pudo la ciudadanía alemana ya no sólo sumarse a la causa, sino simplemente permitir tales tropelías. Desde luego hay libros que tratan el tema, y la nación germana sigue avergonzándose, a veces hasta la exageración, de su pasado más oscuro. Bastante ilustrativo en cuanto a ésta y otras cuestiones adyacentes, Paradero desconocido, de la autora norteamericana Kressmann Taylor, sigue hoy, casi 70 años después de su publicación, representando con maestría la esencia de aquel drama en sus escasas 60 páginas.


Este libro publicado por primera vez en 1938 cuenta la historia de dos amigos y socios que viven en California, Martin Schulse, alemán, y Max Eisentein, un judío estadounidense. En 1932, Martin decide volver a Alemania, empieza a partir de ese momento un intercambio de cartas en las que enseguida se descubre el cambio de valores que sufre Martin por su acercamiento a la situación política de Alemania.

El género epistolar ha ofrecido una gran rentabilidad a la literatura moderna. Raramente visitado por los escritores, cuenta con un gran número de novelas notables en su currículum, de Las amistades peligrosas a 84, Charing Cross Road, pasando por el mismísimo Drácula. La novela que nos ocupa, Paradero desconocido, es otra gran muestra de cómo el uso del intercambio de cartas como método narrativo hace llegar al lector los distintos puntos de vista de un modo absolutamente directo e impactante. El breve cruce de misivas entre Martin y Max nos acerca a un proceso personal de enemistad entre dos hombres, y, en un aspecto más global, al germen del fanatismo nazi previo a la II Guerra Mundial.
Lo más impresionante en esta historia es su capacidad para hacer comprender al lector un drama humano de grandes dimensiones mediante el relato particular, y sumamente breve, de una amistad convertida en odio. Sin duda, en su planificación reside su mayor logro. La enorme información contenida en los pequeños detalles, la casi imposible pero perfecta construcción de personajes en tan pocas líneas y el carácter universal de su argumento, una relación interpersonal degradada a causa de una ideología nacionalista venenosa, conforman un drama perfectamente cerrado que acaba cumpliendo su promesa de fatalidad de manera sorprendente.
Entre la primera carta, fechada el 12 de noviembre de 1932, y la última, el 3 de marzo de 1934, apenas transcurre año y medio, exactamente el período en el que se inicia el proceso de perversión moral de todo un país que posteriormente lo conduciría hacia la monstruosidad y la guerra. Martin, con su viciada visión sobre la nueva Alemania, es el espejo de toda una nación que sucumbe al hambre, la vergüenza y el deseo de recuperación del orgullo perdido para elegir la podredumbre. Max, al perpetrar su venganza, también cae bajo el influjo de una barbarie que abocó al mundo a su mayor locura. El método utilizado por Max para obtener su triunfo evidencia, por otra parte, que no hay Estado más débil que aquél que no confía en sus ciudadanos.
Paradero desconocido pertenece a ese tipo de obras que tuvieron un gran éxito en su época y que, posteriormente, el tiempo decidió enterrar, obras que de tarde en tarde vuelven a ser reivindicadas como se merecen. Ya entonces, Europa, inmersa en plena guerra, no logró ver publicada la obra hasta años más tarde. Llama la atención el hecho de que la autora, cuyo auténtico nombre era Katherine Kressmann, fuera invitada a utilizar un seudónimo masculino con la excusa de que la historia era "demasiado dura para aparecer firmada por una mujer". En 1938 sólo Katherine Kressmann parecía saber lo que se les venía encima.

martes, 7 de agosto de 2007

Una cuestión de peso


Es una verdad demostrable que en la literatura la calidad no guarda relación alguna con la longitud de la obra. Vamos, que como en casi todo, cantidad y calidad no son valores dependientes. Hace algunos años, casi siglos, mantuve una amigable discusión en una de las listas de correo que frecuentaba (y aún frecuento) acerca del a mi parecer injusto hecho de que sea el primero de esos términos y no el segundo el que determine el precio de los libros. Aunque a primera vista pueda no parecerlo, se trata de un debate más complejo de lo que la mera lógica señala. Efectivamente, el auténtico motivo es con toda certeza el más prosaico. La materia prima determina unos costes mayores para el editor según aumenta el número de páginas. Por otra parte, cuanto más gordo, más ha de costar, ¿no es cierto?
Pues no.
Aceptemos por un momento que la literatura es industria, mero objeto de consumo, y echemos la vista a otro tipo de artículos que también lo son. El cine, su pariente más cercano, no comulga con esa ley del tonelaje. Las entradas de las películas no varían su precio según la duración que tengan éstas. El taquillero le cobrará al espectador los mismos seis euros y pico tanto si entra a ver los 87 minutos de "Los Simpson: la película", como si decide pasar a la sala donde reponen "Lawrence de Arabia" en su gloriosa versión de 222 minutos. Y aún más extraño: le cobrará exactamente lo mismo aunque una de las películas le haya costado al exhibidor bastante más dinero que la otra. ¿Se imaginan ustedes que una botella de Don Simón de 2 litros de capacidad fuera mucho más cara que una de Vega Sicilia de 75 cl sólo por contener más vino? ¿Es que sería lógico que cinco kilos de jamón de recebo costaran más que cuatro de jamón de bellota?
Si la valoración del precio de un libro "al peso" no es lógica ni siquiera desde el punto de vista industrial, imagínense desde una perspectiva cultural. Si la literatura es arte, ¿no sería más razonable cobrar los libros según su calidad, según su capacidad para sublimar los sentimientos del lector? Me temo que ahí está el quid de la cuestión. Porque si es cierto que hay quórum en la definición de calidad de un buen jamón o un exquisito caldo, y lo que dictan los expertos en esos campos es aceptado sin reserva, no hay sin embargo consenso en la definición de calidad literaria. Y así pasa lo que pasa, que volúmenes pertenecientes a series de género y best sellers cuyo contenido se olvida en una semana se publican con un precio próximo a los 30 euros, y maravillas de la literatura como el libro que me ha llevado a escribir todo esto, y cuyo impacto no abandonará jamás mi memoria, supera escasamente los 10.
Sí, cierto, el de 30 euros tiene 800 páginas, ofrece más tiempo de diversión pura y dura. No enaltece, pero te lo pasas guay durante un mes. El de 10 conmueve, hace pensar, y se erige en testimonio histórico, pero apenas cuenta con 60 páginas y se lee en un viaje de metro. Muy bien, no seré yo quien me ponga a discutir sobre gustos y valores intrínsecos, pero al menos el que prefiere el Don Simón sobre el vino bueno tiene una excusa aceptable para hacerlo: es más barato.