miércoles, 23 de enero de 2013

Jane Jensen. El despertar del milenio y La ecuación Dante

A lo largo de estos casi siete años de blog han pasado por aquí libros, poemas, películas, series de televisión, cómics e incluso ficción propia. Pero hay un territorio bastante afín al que, sin embargo, no le he dedicado una sola línea: el mundo de los videojuegos. No es porque no me diviertan, no; es que, sencillamente, mi experiencia con ellos es escasa. Se pueden contar con los dedos de ambas manos los videojuegos que he finalizado, que han sido (y eso da prueba de cuánto los disfruto) casi el cien por cien de los que he empezado.
Mis preferidos salieron al mercado a principios de los 90, la época en la que más me interesé por ellos. Aquellas aventuras gráficas de dibujos convencionales diseñadas en LucasArts me tuvieron absorto durante un año entero. Puzzles, point-and-click, tercera persona y una banda sonora que te sumergía en los fascinantes decorados. Aún recuerdo los títulos: Indiana Jones and the Fate of Atlantis, Full Throttle, los dos primeros Monkey Island y, por encima de todos ellos, el insuperable The Dig. Es mi predilección por la aventura gráfica la que ha limitado mis experiencias posteriores, que se reducen casi en exclusiva al disfrute de las dos magníficas entregas del Syberia y al modesto Machinarium. Mi única incursión fuera del subgénero me llevó a probar algunas ediciones del famosísimo Tomb Raider, en realidad una aventura gráfica algo más compleja.



Como ven, no se puede decir que yo sea un gran aficionado al tema, así que el historial de Jane Jensen como diseñadora de videojuegos no fue algo que me llamara mucho la atención. La creadora del popular Gabriel Knight, ahora enfrascada en la búsqueda de financiación por crowdfunding para su nuevo proyecto denominado Moebius, es autora también de dos novelas de ciencia ficción que pueden considerarse mestizas, pues mezclan temáticas del género de toda la vida con modos y maneras más propios del best-seller. Considero la primera novela mejor que la segunda, aunque de esta última guardo una anécdota muy interesante que ya conté en la entrada Una edición dantesca. En todas las ediciones y formatos de La ecuación Dante falta el epílogo, hecho al que es difícil encontrarle sentido.


Hay libros que salen al mercado con un obstáculo añadido. A los serios problemas de venta que presenta todo producto ideado para el noble -pero en desuso- ejercicio de la lectura, se pueden unir dificultades insospechadas. El despertar del milenio, por ejemplo, ha de combatir con una portada de aspecto paupérrimo, la consideración añadida de libro milenarista (con todo lo negativo que eso conlleva) y el total desconocimiento de sus virtudes -e incluso de su existencia- por parte del cliente al que sin duda más podría interesar: el lector de ciencia ficción.
La diseñadora y escritora del apasionante juego Gabriel Knight se estrena fuera de la franquicia con un thriller a medio camino entre la ciencia-ficción más ortodoxa y el best seller de intriga. Notablemente influenciada por la novela Apocalipsis, de Stephen King, Jensen crea una absorbente trama en la que hace interacturar ciencia y religión desde un escepticismo declarado y desenmascarador, aunando el fanatismo creyente y las nuevas tecnologías en un cóctel de apariencia cinematográfica. La formación ideológica de la autora se encuentra en todas y cada una de sus páginas. Jensen, hija de ministro fundamentalista, y sin embargo suscriptora del Skeptical Inquirer, denuncia la falsedad de la religión, pero dentro de un respeto nacido de años y años estudiando un tema que siempre ha encontrado fascinante.
En medio de una gran profusión de personajes, remedando a los famosos Woodward y Bernstein, los dos principales protagonistas -un sacerdote racionalista (!) y un periodista del New York Times- se ven envueltos en una oscura intriga entre alucinados visionarios, fanáticos milenaristas, conspiraciones de alto estado y logias ocultas durante lo que parece ser el fin del mundo según los cánones católicos; un proceso cuyas distintas fases logran calar hondo en el lector.
Si el primer mandamiento de un libro que fabule con la idea del apocalipsis es mostrarse en todo momento apocalíptico, éste consigue entrar en el cielo por la puerta grande. La frialdad del proceso destructivo y su majestad emparentan esta novela con ejemplos como La fragua de Dios, de Greg Bear, en cuanto a la magnitud del proceso, aunque en este caso el hard tenga muy poco que ver. El hambre, la enfermedad, la guerra y los fenómenos milagrosos adelantados por las profecías se van sucediendo a gran velocidad, mientras los investigadores descubren una verdad sorprendente, terrible y que, de paso, da toda la razón al maestro Clarke en cuanto a lo indistinguibles que pueden llegar a ser magia (en este caso, milagro) y tecnología. Jensen recurre con gran imaginación a la vieja cuita de la gallina y el huevo: ¿qué fue primero, la profecía o la catástrofe?
El único punto oscuro de esta magnífica novela se encuentra en su conclusión. Y es que la autora, a pesar de propinar el empujón definitivo -un empujón jungiano- que coloca a su obra claramente dentro del género de ciencia ficción, no puede evitar denotar sus preferencias en el terreno espiritual, y haciendo gala de una notable iconoclastia, toma partido por las religiones más cercanas a la tierra, carentes de demiurgos todopoderosos. Aun así, El despertar del milenio deja a su cierre un poso de satisfacción y entretenimiento de alta calidad. Se trata de una novela que no debería pasar desapercibida para los amantes del género, bajo ninguna circunstancia.

El texto original de esta reseña fue publicado en Bibliopolis, crítica en la Red.



Extraña suerte la que acompaña a las novelas de Jane Jensen en nuestro país. Su ópera prima, El despertar del milenio, fue publicada por Umbriel hace ya cuatro años como novela milenarista, casi new age. Ahora, su Dante’s Equation sale al mercado bajo una campaña de mercadotecnia que busca emparentarla con El código Da Vinci, el superhit del momento. Éxitos empresariales al margen (20.000 ejemplares colocados), estamos, como en aquel caso, ante un thriller de ciencia ficción que no guarda semejanza alguna con ese leviatán mediático.
Añadiendo un matiz religioso, La ecuación Dante se adentra en los mismos territorios del best-seller científico que han visitado últimamente autores del género como Greg Bear o Connie Willis. Sin embargo, y aunque pueda sonar sorprendente, Jensen posee un mayor dominio de las técnicas del suspense, sabe sembrar con maestría los progresivos misterios con los que cuenta la historia y medir excepcionalmente el ritmo de la narración. Así transcurre, de forma veloz, la primera mitad de una novela que a partir de su ecuador se convierte en otra cosa, en ciencia ficción canónica, con viajes interplanetarios incluidos. Un cambio de registro demasiado brusco y exigente con el lector, sobre todo después de haberse resuelto el meollo argumental. El interés decae. Las páginas posteriores al viaje sobran y adolecen de una inclinación al rosa bien evitado hasta entonces. El final es abrupto, y la irresolución de un cabo suelto es una inexplicable concesión a lo religioso.
La ecuación Dante es una ocurrente disquisición sobre el bien y el mal, que muestra originalidad en la ficticia correspondencia que propone entre las leyes de la física y las espirituales. Si Jensen es una autora a seguir es precisamente por esto. Siempre consagra sus historias a una difícil mixtura entre ciencia y misticismo, entre las leyes físicas que rigen el mundo y las religiosas que conducen al hombre. Estamos ante una novela fallida pero interesante, creada por una autora que conoce las técnicas narrativas más comerciales y que aún tiene que crecer en sus planteamientos. Olvídense del buen Da Vinci y quédense con lo que no mencionan los textos promocionales, esa mención especial conseguida en el premio Philip K. Dick por esta obra.

El texto original de esta reseña fue publicado en el número 27 de la revista Solaris.


miércoles, 16 de enero de 2013

Imágenes de cf. XVI

"Sólo desde muy lejos podría verse algo; pero en realidad todo pasa en el interior de la simetríada; matriz colosal y prolífera que nunca deja de crear, donde la criatura se transforma en seguida en creador, y "gemelos" perfectamente idénticos nacen en las antípodas, separados por torres que suben al cielo y kilómetros de distancia. La sinfonía se crea a sí misma y escribe su propio final, que nos parece terrible. Los observadores tienen la impresión de asistir a una tragedia, o a una masacre. Al cabo de dos o tres horas —nunca más— el océano vivo inicia el ataque. La superficie lisa del océano se pliega y se anima, la espuma desecada vuelve a fluir, comienza a burbujear. De todos los horizontes acuden, olas, en legiones concéntricas, mandíbulas entreabiertas mucho más grandes que los labios del mimoide embriónico, y todas juntas comprimen la base sumergida de la simetríada. El coloso se alza, como si fuera a escapar a la atracción del planeta; las capas superiores del océano se arriman todavía más, las olas suben, lamen los flancos de la simetríada, la envuelven, se endurecen, obstruyen los orificios. No obstante, el mayor espectáculo se presenta en el interior de la simetríada. En un principio, el proceso de creación —la arquitectura evolutiva— se paraliza un instante; en seguida sobreviene "el pánico". La flexible interpenetración de las formas móviles, el desplazamiento armonioso de planos y líneas se aceleran todavía más, y se tiene la impresión ineludible de que la simetríada ha advertido un peligro y se apresura a emprender alguna tarea. El horror causado por las metamorfosis y la dinámica de la simetríada crece viendo cómo las espléndidas bóvedas se derrumban, los arcos se desploman y cuelgan flojamente, y aparecen "notas falsas": formas incompletas, confusas, grotescas. Desde los abismos invisibles sube un poderoso rugido, un ronquido agónico reverbera en canales estrechos y truena en las cúpulas desmoronadas. De las gargantas monstruosas, erizadas de estalactitas de flema, de cuerdas vocales inertes, brotan unos profundos estertores. El espectador, pese a la creciente violencia destructiva de estas convulsiones, no atina a moverse. Sólo el huracán que sopla de los abismos y aúlla en millares de galerías sostiene aún la elevada estructura. Pronto el viento amaina, y la construcción empieza a hundirse. Se observan los últimos temblores: contorsiones, espasmos ciegos y desordenados. El gigante se hunde lentamente y en la superficie queda un torbellino de espuma."



lunes, 14 de enero de 2013

Breves: Bárcena, McCarthy, Rosenblum y Kuttner

Los que duermen, de Juan Gómez Bárcena


Una delgada antología de cuentos cortos que se lee con agrado y se olvida al cabo de pocos días. Bárcena escribe bien, no se puede negar, curiosamente mejor al final de este volumen que al principio, algo que ignoro si es pura casualidad o producto del tiempo, de la revisión o una impresión mía. El conjunto de relatos, sin embargo, adolece de desaciertos puntuales en la estructura y de una generalizada falta de suspense. El problema radica más en el contenido que en la escritura; los relatos presentan una notoria falta de peso, o por decirlo de otro modo, carecen de alma.
Da la sensación de que Bárcena no da con la tecla para hacer llegar al lector lo que tiene que decir, y aunque escribe correctamente, no transmite. Sus inquietudes temáticas y los escenarios que maneja lo colocan en la estela de escritores como Gorodischer o Dunsany, pero no logra hacer mella ni en la fascinación ni en el recuerdo del lector. Unas semanas después de su lectura sólo sobreviven en mi memoria un par de detalles y un relato, el titulado "El mercader de betunes", en el que se narra la deserción y el triunfo final de Aquiles. Junto a este cuento, lo más reseñable es, probablemente, la hermosísima cubierta.


La oscuridad exterior, de Cormac McCarthy


Cada vez que leo un libro de Cormac McCarthy se me vienen abajo todas las lecturas realizadas en los meses anteriores. A su lado, todo lo leído, género o mainstream, me parece feble, de segunda división, da igual la grandeza del nombre que firme el texto. La escritura casi bíblica, absolutamente lírica del norteamericano, podría sacar los colores a cualquier artesano de la escritura. En cada uno de sus libros demuestra que se puede hacer poesía en prosa, y que si la literatura es arte, entonces tiene la obligación de buscar la belleza en todos sus órdenes, conceptual y estético.
Los protagonistas de La oscuridad exterior, la segunda novela escrita por McCarthy, son dos hermanos, padres de un niño al que él deja abandonado entre unas rocas tras nacer y al que posteriormente se verá obligado a encontrar, atravesando en la busca los bosques y pueblos de una norteamérica oscura, atávica. La belleza del paisaje natural, la crueldad y animalidad de los pobladores humanos y la pugna de una civilización balbuceante por imponerse a un mundo salvaje, regido por comportamientos primarios, hacen mella en la imaginación del lector. El hipnótico estilo y el vasto vocabulario lo convierten en mudo testigo de un mundo tan arcaico como hermoso, un mundo de frontera, bello y terrible, en el que tres jinetes infernales -el mal siempre presente en la obra mccarthyana- asoman cada cierto número de páginas presagiando tragedia y horror, y produciendo una sensación de predestinación y escalofrío.
El final no es apto para estómagos sensibles, pero sí muy disfrutable para todos aquellos que se quejaron en su día de la, a su entender, debilidad mostrada por el viejo McCarthy en las últimas páginas de La carretera.



El enigma cuántico, de Bruce Rosenblum y Fred Kuttner


Un libro extremadamente interesante, muy aconsejable para todo aquel que quiera conocer de manera no muy complicada el fascinante mundo de la mecánica cuántica. Los autores, dos físicos norteamericanos, tratan el tema con tanto rigor como amenidad, introduciendo al lector en los misterios del mundo subatómico con la intención de trasladarle las sorprendentes implicaciones que para nuestra realidad tiene el concepto cuántico, un "secreto de familia" que la Interpretación de Copenhague, defensora del pragmatismo a ultranza, obliga a dar de lado en pro de la investigación y el utilitarismo.
La mecánica cuántica funciona, y eso es lo que cuenta. El problema es que parece demostrar cosas que creemos absurdas, como por ejemplo que el observador influye en la creación de un proceso (de alguna forma, lo crea al observarlo), lo cual podría conducir a la peligrosa conclusión de que es la conciencia la que da origen a la realidad. Rosenblum y Kuttner ponen todos los datos al alcance del lector y hacen desfilar en orden cronológico a todos los eminentes científicos que investigaron la teoría cuántica, aquellos que la fueron configurando hasta darle su actual apariencia: Planck, Einstein, Bohr, De Broglie, Schrödinger, Heisenberg, Bell...
Conceptos como el del entrelazamiento cuántico, que sugiere que dos partículas pueden estar conectadas independientemente de la distancia que haya entre ellas, o la superposición cuántica, que asegura que una partícula puede estar en dos estados a la vez hasta que se la observa (marcando el observador de ese modo la realidad del estado, antecedentes temporales incluidos), son acompañados con clarificadores ejemplos, de tal modo que -y quizás sea este el único pero del libro- cuando llegan los capítulos finales dedicados a la conciencia, en los cuales las implicaciones deberían estallar como una bomba retardada, la sorpresa lo es menos. El último capítulo, en el que se aplica todo lo tratado al entorno cósmico, contiene sentido de la maravilla a espuertas, en dosis altamente peligrosas por su pureza.

sábado, 12 de enero de 2013

Pellizcos

La gente que toma notas en cuadernos es una especie distinta. Gente solitaria y reticente que siempre está cambiando la disposición de las cosas, insatisfechos ansiosos, niños que al parecer sufrieron al nacer cierto presentimiento de pérdida.

-Joan Didion-

martes, 8 de enero de 2013

Juan Miguel Aguilera. Némesis

Hace un par de días, Juan Miguel Aguilera, escritor muy presente en este blog, realizó una sorprendente invitación en Facebook. Al parecer, prepara una antología de relatos situados en el mismo escenario que su novela Némesis -es decir, en los albores del universo literario presentado en la serie de Akasa-Puspa-, y anima a todo aquel que quiera participar a que lo haga. El proyecto no sólo es interesante por esto, sino también porque va a estar dotado de algunas innovaciones tecnológicas.
Según reconoce el propio Aguilera, le ha gustado la idea llevada a cabo por el escritor León Arsenal (autor entre otros libros de Besos de alacrán, en mi opinión la mejor antología de cuentos de la ciencia ficción española), quien en su última obra de género histórico, Última Roma, ha incluido códigos QR que conducen, vía internet, a  información contextual de la novela. Además, la cubierta va a contar con otra novedad, la Realidad Aumentada, para cuyo disfrute será necesario tener un dispositivo de visualización actualizado (generalmente, el propio teléfono móvil).
Tecnología a la última para el más hard de nuestros escritores. Si quieren participar, claro, tendrán que leer previamente Némesis, una novela que, a pesar de sus puntos oscuros, ofrece lo que suele ser habitual en la obra de Aguilera, ciencia ficción de corte clásico y mucha diversión.




Asunto peliagudo el de las reescrituras. Jamás oirán al lector pedirlas; suelen provenir de la voluntad y el afán perfeccionista del autor. Su idea es potenciar una obra primeriza que, en la propia opinión o en la del editor, necesita una puesta al día. Aunque la intención sea loable, la empresa raramente es coronada por el éxito. El principal escollo que la nueva versión ha de superar nace de la impresión compartida por gran parte de los lectores de que la obra primera, a pesar de sus imperfecciones, está dotada de un halo de autenticidad que le otorga siempre una ventaja adicional en la comparación. Al nuevo libro le va a costar mucho desprenderse de su condición de copia. Hay otro factor importante que el escritor raras veces tiene en cuenta. Me refiero al efecto que la duplicidad tiene sobre el lector, la duda que a partir de ese momento le embarga a la hora de escoger entre una obra y la 2.0.
Por ejemplo, puestos a leer Guerra y paz, empresa seria que exige ir más allá de las mil páginas, ¿qué versión escoger? ¿La que comenzó a publicarse en 1864 denominada “original”, más breve y directa, o la canónica de 1873, que cuenta con una mayor enjundia literaria, con un final distinto y 600 páginas más? Si elegimos dedicarle nuestro tiempo a la primera, ¿habremos leído realmente Guerra y paz o un borrador previo escrito por un Tolstoi algo más joven? Si nos inclinamos por leer la segunda, ¿estaremos renunciando al acto creativo inicial, a la frescura, a la idea original que dio fecundidad a la obra? ¿Es la versión más larga una adulteración? ¿Qué derecho tenía el Tolstoi posterior, más experto pero también más maleado, a cambiar la obra de un Tolstoi más vital? Si el autor ha cambiado, ¿no cambiará también la obra, como si hubiera sido escrita por individuos distintos? Son preguntas legítimas que el lector puede llegar a hacerse y que tal vez desincentiven la lectura de cualquiera de los dos libros.
La “vía Tolstoi”, en todo caso, no es la única que existe para reescribir una obra. A veces el retoque parte de una intención opuesta a la del escritor ruso, de un mero deseo de simplificación, como ha ocurrido recientemente en el caso de El nombre de la rosa, novela a la que su autor, Umberto Eco, ha decidido restar peso cultural mediante el uso de la tijera. Como efecto colateral de esta maniobra, las dos versiones existentes de El nombre de la rosa se transforman en un rasero con el que medir la inquietud literaria del lector, que podrá ser calificado de más o menos complejo según cuál de ellas elija. Curioso e interesante, ¿verdad? Y meramente introductorio, así que vayamos ya al grano. ¿Qué vía ha elegido Juan Miguel Aguilera para reelaborar El refugio? Se puede decir que la cuantía del “arreglo” realizado a la novela que escribiera hace más de 15 años junto con Javier Redal la coloca en un camino intermedio pero distinto al de los ejemplos citados. El escritor no ha extendido la obra ni la ha acortado, pero en realidad ha ido más allá, pues los cambios en la superficie son tan numerosos como diferenciadores.
De hecho, esos cambios superficiales efectuados para dar vida a la nueva versión de El refugio han sido tantos que la obra resultante, si me permiten la terminología cinematográfica, no ha resultado ser el director’s cut esperado, sino más bien un remake. Quizá el punto más reseñables en cuanto al origen de esta reelaboración se encuentre en la disparidad de opinión de sus autores. Si bien Aguilera consiguió el nihil obstat de Redal, éste no consideraba necesaria ninguna reconstrucción, y aunque finalmente haya querido contribuir en el proyecto, sólo lo ha hecho en labores de asesoramiento. Eso ha dejado como único responsable de la escritura a Aguilera, quien ha acometido la tarea con las mismas intenciones de modernización que ya aplicaran en Mundos en la eternidad, versión unificadora de los clásicos Mundos en el abismo e Hijos de la eternidad cuyo resultado final fue, en opinión de muchos, insatisfactorio (incluso corren rumores de una próxima publicación de los libros originales).
Bajo las distintas superficies, ambas novelas comparten el mismo argumento. La acción comienza con el envío de una onda de positrones mortal hacia la Tierra. Los responsables del ataque son unas entidades alienígenas ocultas en la Nube de Oort que albergan el propósito de acabar con la presencia humana en el Sistema Solar. La investigación del ataque por parte de los escasos supervivientes de la masacre es facilitada por una tecnología antigua descubierta en las pirámides de Marte. Tras diversas peripecias, todo acaba con el viaje de una expedición al océano gaseoso que consituye la atmósfera de Júpiter, lugar en el que se desvelan todos los misterios. La historia de fondo es la misma, visita a un cometa incluída, pero en Némesis las subtramas que la configuran y los personajes que la protagonizan presentan grandes cambios. Y cada uno de ellos afecta de una forma decisiva al desarrollo de la narración.
La reservada Susana, por ejemplo, protagonista en la novela original, juega aquí un papel importante, pero forma parte de un reparto mucho más coral en el que la presencia femenina no tiene tanto peso. El carácter multiétnico de los personajes, aspecto sobresaliente y algo adelantado ya presente en la novela original, tiene aún mayor significación. Si la importancia de las fuerzas religiosas ya era notable en El refugio, en esta nueva presentación es absolutamente determinante, sobre todo para la nueva subtrama política que tiene lugar en Marte. Aunque esta supone un acierto por la diversidad que añade a la narración, también parece a ratos algo forzada. Al haber extendido Aguilera la destrucción a toda la Tierra, cosa que no ocurría en El refugio, los restos de la Humanidad sobreviven por entero en las ciudades marcianas, pero hay un pequeño choque entre la impresión que el lector tiene de Marte al principio de la novela, un desierto con pequeñas ciudades refugio herméticamente cerradas, y la visión más poblada y extensa que se presenta al final.
La religión y la política aparecen en primer plano y juegan un papel destacado, desempeñando su función como poderes estabilizadores del nuevo orden. De hecho, hay una preocupación por el entramado social que no estaba tan presente en la anterior novela. Y también más acción. Aguilera ya había demostrado en sus últimas obras, Mundos y demonios y La red de Indra, un mayor dominio en su desarrollo. Aquí demuestra que cada vez se le da mejor la narración de escenas al límite, plenas de lucha y movimiento. Esa preponderancia de la acción y un mejor diseño estructural dotan a esta novela de una agilidad mayor de la que tenía El refugio. Y a pesar de que no hay un aumento significativo de páginas, el escritor logra ese efecto sin renunciar a las características de ciencia ficción dura que la hacían tan atractiva para los lectores del género. Todo el ideario hard del original está presente en esta novela, diluido en el caldo narrativo que configuran las nuevas subtramas.
Como ya saben sus seguidores, Aguilera está fascinado por ciertos conceptos, lo cual se refleja en la reiterada aparición de cada uno de ellos en sus novelas de ciencia ficción. Aquí el lector no va a encontrar ideas nuevas (esas que algunos echamos de menos), lo cual en este caso no deja de ser en parte normal, puesto que se trata de la modernización de una obra anterior con un argumento ya establecido. Aunque se hayan potenciado tanto el trasfondo como la interrelación entre los personajes, la temática de fondo es exactamente la misma, así que vuelven a estar presentes, de facto o por simple mención, algunos de esos temas tan familiares para el aficionado: especies que subsisten en la Nube de Oort, ascensores espaciales, esferas de Dyson, tecnologías biológicas, máquinas orgánicas a la Von Neumann, delfines super inteligentes… Un festín de ideas atractivas, no por conocidas menos válidas.
Aunque es innegable que la novela se ha agilizado, no todos los retoques han funcionado igual de bien. Hay un cierto descuido en la elaboración, y detalles que parecen menos acertados que otros, como el abuso de un determinado artificio en los diálogos por el cual Aguilera lleva tiempo apostando, quizás con la idea de ganar cercanía y verosimilitud. Sus personajes, al igual que ocurre en los momentos de tensión en nuestra realidad, se expresan de manera deslenguada. El aumento de tacos es tan notorio que a veces no sólo parece soez, sino fuera de lugar, como ocurre en el pasaje que incluye una pequeña arenga de un soldado a su superior. En este mismo orden de cosas, el escritor (y el editor con él, lo cual me parece incomprensible) comete también un gazapo cervantino motivado, tal vez, por la dificultad que ha tenido para implementar las partes nuevas. Una acción situada en el capítulo 4 en el océano Pacífico, frente a la costa chilena, pasa a tener lugar en el capítulo 6 en la dorsal atlántica, entre América y Europa, sin razones previas o referencia a preparativos de viaje y sin que medien entre ambos mas que unos minutos en helicóptero. Un error de concordancia interna ante el cual no queda otra que asunir como propio el verso de Horacio: “Hasta el buen Homero dormita de vez en cuando”.
En el recuento final, sumando lo positivo y lo negativo, la adaptación de El refugio reúne más razones para el elogio que para la crítica. Si me preguntan, volviendo al principio de esta reseña, cúal de las dos novelas recomiendo, les diré que la original se corresponde más con la ortodoxia de lo que se suele entender como ciencia ficción propia de colección de género. La idea es el nucleo, y todo lo demás está puesto a su servicio. En Némesis van a encontrar los mismos conceptos, pero con un aire más accesible para el profano, más vendible, si me entienden, ya que Aguilera aplica las mismas técnicas que acercaban La red de Indra al tecnothiller. O al best-seller si lo prefieren. Creo, en todo caso, que la recuperación de esta novela, inencontrable desde hace tiempo, era un hecho necesario.


La versión original de esta reseña apareció en la web de ciencia ficción Prospectiva.

miércoles, 2 de enero de 2013

Breves

Año nuevo, sección nueva. Hace unos días realicé una limpieza interna del blog. Bueno, en realidad, de la sección de borradores. Había acumulado un número importante de ellos, casi todos dedicados a reseñar los libros que he ido leyendo estos últimos años. En cada uno de esos borradores, antes de dejarlos debido a la falta de ganas o de tiempo, había escrito apenas un par de párrafos acompañados de una imagen del libro. La idea era retomarlos en cuanto hubiera ocasión ("si encartaba", que dirían por el sur). Hasta la semana pasada eran futuribles, ahora ya no existen. 
Sé de buena tinta que hay gente capaz de vivir en el caos más absoluto, pero ese no es mi caso. Me agobian cosas tan nimias como esta, un pequeño número de textos que, al igual que polluelos hambrientos en su nido, reclaman tu atención cada vez que echas un vistazo a la zona de futuras entradas. Así pues, me he armado de valor y he suprimido casi todas. Me ha dado pena tanta reseña abortada, así que he pensado en seguir una nueva estrategia. El problema estriba en la longitud de los textos, que cuando están dedicados a analizar libros que no me emocionan o que no dan mucho de sí, o en el otro extremo, a libros de los que hay demasiadas cosas que decir, acaban por convertirse más en una obligación que en algo que quiera hacer.


Para sortearme a mí mismo y al problema que todo esto me supone, he decidido crear Breves, un nuevo tipo de entrada en la que citaré varios libros desde la pereza crítica, dedicándoles un comentario tan sucinto como personal. Lo que viene a ser, más o menos, un diario de lecturas. Mejor esto que nada, creo.