miércoles, 17 de abril de 2024

Breves: North, Le Guin, Harrison

Las primeras quince vidas de Harry August, de Claire North

Englobada en ese pequeño grupo de novelas que juegan a trastocar el curso temporal ordinario en la vida de sus personajes, lo que debido a la abundancia comienza a ser casi un subgénero dentro de un subgénero, la de Claire North no destaca en demasía. Desde luego, no ayuda que el nivel de las obras con las que comparte nicho sea tan alto (de Las confesiones de Max Tivoli a La mujer del viajero en el tiempo, partiendo del propio Benjamin Button de Fitzgerald), aunque siendo justos, lo cierto es que su debilidad solo es achacable a sus propios defectos. 
El comienzo viene marcado por una presentación de personajes nada clara. El capítulo dos ha de ser leído varias veces para entender el cuadro familiar completo. De ahí en adelante, la novela engancha, principalmente por su maravillosa idea central, una suerte de día de la marmota extendido a vidas enteras que se repiten una y otra vez, conservando sus protagonistas, al igual que en la película Atrapado en el tiempo, la memoria. Hay un buen desarrollo hasta los dos tercios de novela. Sin embargo, a partir de la búsqueda del desaparecido Club Cronos se da una sensación de tedio y alargamiento innecesario. El final, que prometía implicaciones más grandes, acaba siendo un ajuste de cuentas personal, algo mucho más pequeño. La sensación definitiva que deja el libro es la de una buena idea no muy bien aprovechada. Pienso que una trama de más de quinientas páginas no debería estar al servicio de un macguffin



El nombre del mundo es bosque, de Ursula K. Le Guin

Las relecturas suelen decepcionar casi siempre, pero este no es el caso. La novela de Le Guin me ha parecido más compleja que hace unos (muchos) años. Quizás el tema ecológico, hacia el que la realidad ha dirigido su atención con insistencia desde entonces, parezca en la novela menos llamativo que en el siglo pasado, pero el poso ideológico que la autora le imprime siempre a sus obras sigue vigente. Más para este lector, pues donde entonces me pareció que la obra tomaba partido por la especie indígena, en una suerte de Primera Directiva startrekiana algo naíf, ahora encuentro tonos grises, claroscuros en las actitudes de ambas especies.
Si es sorprendente la sumisión inicial de los indígenas, su sometimiento a la esclavitud, también lo es la permisividad con la que los humanos aceptan una masacre que, comparativamente, parece más grave que su también reprobable percutor. Al final de todo queda el mensaje de que el mal y el bien se encuentran en los individuos. Más que a la falta de entendimiento, la crítica se dirige hacia la vituperable actitud de generalizar. La importancia que tienen la biología y la cultura en esta historia es grande, pero son los individuos los que marcan la diferencia. La prosa, aunque no haga falta decirlo, sigue pareciéndome excelente. En definitiva, en falta ya de su presencia, la obra de Le Guin sigue superando cualquier examen. Sencillamente, la mejor.



Preparativos de viaje, de M. John Harrison

Preparativos de viaje es una antología identificablemente harrisoniana. Salvo en el caso del ciberpunk "La Costa del Suicido", no estamos ante relatos fáciles de etiquetar. La vena fantástica puede corresponder en realidad a una alucinación o a un punto de vista de los personajes, así que su catalogación genérica dependerá de la interpretación que en cada cuento haga el receptor. A pesar de lo chocante que pueda resultarle a un español la muy argentina traducción de Marcelo Cohen, la magnífica escritura de Harrison llega al lector con la potencia de siempre. Sus temas recurrentes vuelven a estar representados con insistencia. Harrison alude a un orden oculto de las cosas, a una dimensión ajena entreverada con la nuestra que solo puede ser aprehendida desde un determinado estado vital. Aunque no es de esas realidades ocultas de lo que se nutren sus historias, sino de la simple percepción de las mismas, de cómo se llega a inmiscuir esa visión de lo oculto en la vida de los personajes, atisbos que pueden ser de realidades tanto externas como interiores, de paisajes desolados y de estados del alma o el corazón.
La de Harrison es un tipo de literatura que lanza preguntas sin llegar a dar respuestas, que exige la participación del lector, que busca más en el estilo y la forma que en la ortodoxia del desenlace argumental. Es siempre una escritura de profundidad, que busca provocar sensaciones, estados de ánimo, tanto por lo intrigante de los desarrollos como por las peculiares descripciones. Las localizaciones de estos cuentos persiguen lo marginal, las estaciones de metro abandonadas, los callejones oscuros, las naves industriales vacías, los suburbios de pequeñas ciudades, siempre bajo la lluvia, produciendo el mismo efecto que los fríos y anodinos anocheceres dominicales de invierno. La narrativa de Harrison es un estado mental y estos cuentos lo reflejan.

miércoles, 3 de abril de 2024

Criminal Blurbs





"El trabajo creativo es... un regalo para el mundo y todos quienes vivimos en él. No nos prives de tu contribución. Danos lo que tienes.” 

-Steven Pressfield

martes, 2 de abril de 2024

En los bosques de Siberia




Cuando aludimos a la muerte de la originalidad lo hacemos sin ser conscientes de todo lo que ese hecho abarca, de que los efectos de su ausencia van más allá del propio término y se extienden a conceptos complementarios que derivan de él. El más importante es, sin duda, el que concierne a la consecuente disminución de la belleza, pero hay otro en el que la falta de originalidad repercute por pura lógica: la singularidad. Hoy en día, todo lo que parece fresco y tiene éxito es replicado automáticamente hasta la saciedad, hasta que por puro hastío se logra anular la emoción del descubrimiento implícita en la obra, o por decirlo de otro modo, su unicidad. El capitalismo voraz, la globalización uniformadora, una pérdida generalizada de imaginación..., busquen las causas donde ustedes quieran, pero lo cierto es que vivimos en un mundo en el que se copia hasta la saciedad lo diferente en cuanto ha triunfado. El campo del arte popular ofrece multitud de ejemplos: zombies, relaciones sadomasoquistas, fantasías dragoneras o fines del mundo, catorce mil modas diseñadas al socaire de un éxito pionero cuya idea original termina siendo asfixiada por el elevado número de réplicas. Un ejemplo perfecto de este tipo de devaluaciones se encuentra reflejado en el libro que traigo a esta entrada, enésima invitación al regreso a la naturaleza al que salva una extraña peculiaridad. Lo inusitado en Dans les forêts de Sibérie (2011) no es su propuesta, a estas alturas bastante vista, sino el hecho de que su traición a la autenticidad se vea subsanada en las posteriores adaptaciones a otros medios, pues la película y el cómic superan al libro. 
El argumento de La vida simple, que es como la editorial Alfaguara decidió titular en español esta novela/ensayo/autobiografía del francés Sylvain Tesson, aventurero y escritor de éxito de libros de viajes, es bastante sencillo: el autor decide, en pleno invierno, irse a vivir seis meses a una cabaña perdida en las orillas del lago Baikal. Lo hace por tomar aire, porque está harto de la ciudad, de la sociedad, de la civilización y de todo, o como él mismo dice, para saber si tiene vida interior. Lo hace porque sí, vamos. El disfrute para el lector se encuentra en ser testigo de la inmersión de un individuo moderno en la soledad de la naturaleza extrema. Un invierno a 30 grados bajo cero con pocos medios, tirando de vodka, puros, libros, pesca y provisiones traídas de la civilización, dándose paseos y viajes a pie de varios días para visitar a vecinos lejanos y celebrarlo entre brindis. En teoría, una historia de soledad, introspección y crecimiento. Presumiblemente, de exposición a problemas ajenos al urbanita actual, tal vez de supervivencia. La naturaleza poniendo a prueba al hombre occidental y devolviéndolo a sus orígenes.
Se trata, como ven, de un libro que explota el rollo Thoreau y que a finales del siglo pasado habría sido mucho más disfrutable. Porque, desde hace años, el mercado está trufado ya de cosas de este tipo, anteriores y posteriores a su escritura. Busquen en el catálogo de la editorial errata naturae y encontrarán varios libros escritos bajo premisas similares. En el cine, películas como "Hacia rutas salvajes", "Alma salvaje" y "En un lugar salvaje", con su adjetivo/reclamo londoniano bien a la vista, hablan de eso mismo. Incluso en YouTube podrán disfrutar de decenas de pequeños vídeos con cientos de miles de seguidores y millones de visualizaciones basados de forma recurrente en esta idea. Desde las bellísimas rutas de las dos grandes figuras del trekking en solitario, Kraig Adams y Harmen Hoek, hasta la construcción de cabañas sin medios en medio de la nada; gente que pasa la noche en los montes nevados equipada con un cuchillo y hermosas jovenes improvisando su propio techo con lo que encuentran o bañándose en agujeros practicados en el hielo. Hay incluso personas que se montan una tienda de campaña en mitad de la naturaleza, al lado de un arroyo y de su 4x4, haciendo ostentación de los complementos más caros que se pueden comprar en internet o en franquicias especializadas en esos equipamientos. 
La emoción y la belleza de las antaño escasas obras dedicadas al hombre aislado en la naturaleza han sido minimizadas por la abundancia y la banalización. La sobreexplotación comercial, la conversión en moda del retiro thoreauniano y del survival in the wilderness han acabado por provocarnos un empacho a los que gustamos de estas historias, hasta el punto de afectar al propio disfrute. Herido de muerte el concepto de autenticidad, la aventura ha perdido gran parte de su capacidad seductora. La mayoría de todos esos vídeos que se presentan como soledad en la naturaleza no son mas que puro postureo, un ejercicio de presunción que la tecnología de nuestros días ha potenciado al concedernos a todos una ventana de bolsillo a través de la cual mostrar nuestros logros al mundo, indiscriminadamente altos o mezquinos. Pervirtiendo aquella frase que el filme dirigido por Sean Penn hizo popular podemos decir que "el postureo sólo es real cuando es compartido", y los medios actuales para validar esa máxima, tanto audiovisuales como escritos, son incontables. Al principio y al final de todo está el hecho de que, además, rinden beneficio económico y que el último eslabón de la cadena es el comprador. A pesar de todo lo dicho y de su certeza, a pesar de lo perdido, los frikis de este tipo de historias, sus consumidores, nunca nos cansamos de ellas y engrosamos el target mercantil dándole sentido. Yo, lo confieso, sigo buscándolas. Conozco todos esos vídeos porque paso muchas noches perdido en ellos. Porque en el recuerdo sigue viva aquella fascinación lejana, el impacto producido en la juventud por libros y películas, por soledades que nos parecieron genuinas y que siguen habitando nuestros sueños. Enganchados a la memoria, buscamos encontrar de nuevo aquellas sensaciones. 
En su libro, Tesson traiciona esa expectativa. Si el lector espera encontrar el relato de una soledad voluntaria sufrida y pura saldrá de la lectura bastante decepcionado. Javier Avilés lo explica perfectamente en su blog, El lamento de Portnoy. El aventurero francés se lleva consigo alimentos comprados previamente en la ciudad, aparatos electrónicos que le facilitan la permanencia en soledad e incluso el contacto, y libros en los que preponderan autores y títulos refinados que acentúan el postureo, entre los cuales se encuentra, por supuesto, Walden. El problema aquí es que todo apunta a pose, que si bien el pensamiento del autor expresa una cosa, hay un runrún interno en la cabeza del lector que sugiere la opuesta. Hay contemplación, sí, pero en segundo plano detrás del discurso interior. No hay sufrimiento, no hay aventura y, principalmente, las reflexiones y el mundo de Tesson se imponen a las descripciones del mundo exterior, en el que realmente no hay mucha cosa relevante más allá de los encuentros con otros seres humanos. Incluso en este aspecto se adivina un extraño contraste, porque tras su visión de la civilización hay algo de misantropía, y sin embargo busca la relación con sus vecinos y recibe las visitas de los miembros del equipo que rueda el documental de su pequeña epopeya. Porque, lo han leído bien, el plan no incluye sólo escribir un diario, sino también filmar ese periodo de seis meses en soledad a orillas del lago. 
El polifacetismo de Tesson le ha llevado siempre a reproducir sus agitadas vivencias en distintas disciplinas artísticas. Impenitente viajero, aventurero, explorador y rooftopper (una caída lo tuvo en coma una semana), es también fotógrafo, novelista y ensayista, y ha participado en diversos documentales. Quizás el más bello sea El leopardo de las nieves, una maravilla dirigida por Marie Amiguet con el fotógrafo Vincent Munier que desde aquí recomiendo. Su origen se encuentra en otro de los libros de Tesson, La Panthère des neigescuya sinopsis trae a la memoria la escena más recordada de la película La vida secreta de Walter Mitty. Con el documental 6 mois de cabane au Baïkal, producido el mismo año que el libro, Tesson intenta trasladar al medio audiovisual el concepto que sustentan las páginas de La vida simple, cuya naturaleza desvirtúa ya del todo. Cualquier viso de autenticidad que el libro pretendiera mantener perece con esta nueva ambición, pues es obvio que detrás de las cámaras siempre va a haber alguien. La soledad voluntaria no lo es tanto cuando a ratos se comparte.
Lejos de parar ahí, el aprovechamiento de la obra continuó, extendiéndose a otros medios y produciendo, sorprendentemente, un efecto positivo. El contrasentido por incumplimiento del mensaje que la suma de libro y documental evidencian sería subsanado más tarde en lo que a priori debería haber acentuado, por abuso, el problema. Y es que una obra cuyo mensaje radica en la crítica al consumismo, a la sociedad a la que el capitalismo nos ha conducido, ha acabado siendo explotada comercialmente de todas las formas posibles. Pero el arte siempre viene a salvarnos, y las adaptaciones posteriores de Dans les forêts de Sibérie al cine y al cómic resultan ser mejores que el propio libro, pues recuperan, inesperadamente, aquello en lo que la obra original fracasaba. Porque si el incatalogable libro de Tesson (tanto ensayo como documental como ficción introspectiva) se instituye como la encarnación de todo lo que ha ido quemando este, llamémoslo, subgénero, sus derivados lo son de cómo dotar a la obra de nuevas lecturas e insuflarle un espíritu distinto para alcanzar una naturaleza superior, todo gracias a la fidelidad al concepto original  y al buen trabajo de adaptación al lenguaje de otros medios.
En 2016 el director francés Safy Nebbou realizó la versión cinematográfica, que en español por fin se tituló En los bosques de Siberia. Asesorado por el propio escritor, conscientes ambos de que la narración de la estancia de seis meses en una cabaña entre lecturas, vodka y reflexiones personales con visitas de contemplación no daba para mucha acción en la gran pantalla, decidió incorporar a la película una subtrama de tanto peso como la principal del libro, a fin de cuentas el aislamiento de un burgués en mitad de la naturaleza. En la nueva versión, Teddy, el protagonista, está a punto de morir al poco tiempo de llegar a la cabaña al perderse en una tormenta de nieve. Es salvado por Aleksei, un fugitivo que lleva doce años viviendo en los montes, escondido por un crimen que sí cometió de una justicia que dejó de buscarle hace años. La caza, la comida y el vodka compartidos, las conversaciones, los silencios, los paseos y las confesiones entre ambos hombres devienen en una creciente amistad alimentada por la belleza y la dureza del escenario. Lo que ocurre importa, destila autenticidad y culmina en uno de esos finales que te meten el frío de la historia y el paisaje dentro. Cuando Aleksei sentencia finalmente "esto no es lugar para un hombre", no se sabe a ciencia cierta si se está refiriendo a los helados montes de Siberia o a la materialización de la soledad. Teddy vuelve a la vida en sociedad transformado y con las respuestas que no tenía.
Tres años después de la adaptación cinematográfica, la histórica editorial Casterman publicó la novela gráfica En los bosques de Siberia, del francés Virgile Dureuil. El camino elegido para anular el efecto rutinario del libro es el opuesto al que propusó la película; medios diferentes, soluciones distintas. Dureuil decide quitar en vez de añadir. Con sus bellas imágenes y su narrativa sincrética, el cómic logra anular el efecto rutinario de la novela y remarcar el dominio del paisaje equilibrando su impacto en el ser humano. En el libro de Tesson, recordemos, el diálogo del narrador consigo mismo se impone a lo que ocurre fuera de él, que, salvando las peculiaridades del entorno, es casi convencional. Debido al continuo acorde reflexivo, la lectura adquiere una monotonía casi cotidiana que, con el paso de las páginas, acaba acumulando peso en los hombros del lector. Para aliviar esa carga, Dureuil hace suyo el principio de que menos es más. En el cómic, las frases son cortas, el monólogo interior tiene menor presencia que el paisaje, la meteorología o las propias acciones del protagonista. Aunque no haya un conflicto central que conduzca el relato no es necesario inventar nuevas tramas, el propio lenguaje del medio logra que la austeridad del texto no pese. El aspecto gráfico y la buena elección de las frases llevan en volandas la lectura. Inconfundiblemente BD, no se trata de un dibujo preciosista, pero sí bello, que brilla en la alternancia y elección de los planos. La nieve, el hielo, el bosque, el monte lejano, la lluvia primaveral, los pájaros, el interior de la cabaña, los encuentros entre personajes, todo es atractivo y está narrado con un excelente gusto.
Al economizar el texto, los hallazgos de Tesson, que en La vida simple acaban devaluándose por sobreabundancia, brillan aquí más, fundiéndose con el arte que los acompaña. Máximas y sentencias que pasan de largo en el océano de aforismos que es el libro, adquieren en su dimensión gráfica un significado pleno. Las frases se agarran al dibujo como si fueran parte de él.

El bosque no juzga, pero impone sus normas.

Si la naturaleza piensa, los paisajes son la expresión de sus ideas.

He sufrido en la nieve y olvidado el esfuerzo en la cima.

Quiero echar raíces, ser tierra despues de haber sido viento.

No hay nada como la soledad. Para ser feliz del todo, sólo me falta alguien a quien explicárselo.

Esta última sentencia irónica expresa, de manera ingeniosa, la misma conclusión propuesta en la adaptación cinematográfica, latente en el libro. En su significado profundo, la obra de Sylvain Tesson es una apuesta por la necesidad del otro. En el superficial, pues el autor no deja de sugerirlo, es una denuncia contra el tipo de civilización que estamos construyendo, a lomos de una tecnología descontrolada y un sistema capitalista que coloca el concepto de humanidad por debajo del de beneficio, el respeto a la naturaleza siempre por debajo de la comodidad. Creo que desde esa perspectiva, esta obra de Sylvain Tesson es un pequeño fracaso. Un libro que busca la experiencia genuina adulterándola, que denuncia en gran parte el consumismo y lo mercantil y acaba generando un documental, una película y un cómic, cuatro productos puestos a la venta en busca de beneficios. Porque el arte es cultura, pero también industria. La mayor cota de interés de esta propuesta se encuentra en una cuestión artística ajena a la idea central, en el hecho de que las adaptaciones triunfen donde el libro no lo logra del todo. Y que lo hagan, precisamente, utilizando la estrategia de recortar al autor, de reducir su presencia en la obra para lograr algo que ésta no logra en origen: autenticidad.
Sylvain Tesson es una especie de fenómeno cultural en Francia y un ejemplo de productividad. Cuando publico este texto se estrena en los cines españoles Mi camino interior, una nueva adaptación de una de sus obras que cuenta con el usual carácter autobiográfico. En ella se narra cómo el escritor aventurero tiene un accidente que lo deja en coma y le empuja, en busca de la recuperación, a recorrer caminos solitarios y senderos olvidados. El producto vuelve a ser él, una vez más, la estrella en el centro de la historia. Si no se conoce el historial de Tesson, sus relatos son indudablemente atractivos, pero si ya han leído sus entrevistas o visto algunas de las obras creadas en torno a su persona, es difícil no verse atacado por un cierto cansancio y una continua sensación de impostura. Como primer acercamiento, y si les interesa más el arte que los hechos reales en los que se basa, yo les recomiendo que acudan a las adaptaciones del libro que centra este artículo. No van a contribuir mucho a la máquina consumista, ya que pueden encontrar el título original en una biblioteca, ver la película de Safy Nebbou subtitulada gratis en youtube y comprar el cómic actualmente en oferta, a un precio ridículo para la calidad que atesora, en cualquiera de las grandes tiendas de internet. 





lunes, 26 de febrero de 2024

Breves: Indiana, Tchaikovsky, Ravn

La mucama de Omicunlé, de Rita Indiana 

Novela construida sobre dos pilares básicos, un argumento de género fantástico y una trama en la que la diversidad cultural y sexual está muy presente. En cuanto a lo primero, el libro pertenece claramente a la fantasía. Aunque la ciencia ficción está presente en ambientación y tecnologías, la historia de fondo carece de sentido si se lee en clave realista, condición intrínseca de la cf. No hay racionalidad en la sucesión de los hechos, y sólo desde la intervención e ignotos designios de los dioses caribeños se pueden interpretar los sucesos más importantes. En el segundo orden, lo queer funciona por presencia más que por esencia dentro de la historia, con personajes que cambian de sexo o que descubren su bisexualidad. Es más decisiva la alusión a la cultura caribeña afrodescendiente, que no solo provoca los hechos sino que además interviene directamente en ellos. Dentro de esta inusual mezcla, hibridación entre mito y futuro tecnológico, hay detalles que me han recordado la última hornada gibsoniana y que convierten la narración, a grandes rasgos, en un ciberpunk con aderezo dominicano.
Lamentablemente, en cuanto a la construcción literaria hay deficiencias importantes. La introducción de personajes repite machaconamente una fórmula de aparición y biografía que resta fluidez a la narración y pesa notablemente en el ritmo. Pero el principal problema se encuentra en la lógica interna de la trama, que echa mano del deus ex machina en asuntos fundamentales de la historia. Lo casual y el ad hoc le roban sentido a la premisa principal, que no se apoya en construcciones lógicas previas, sino en elementos traídos de ninguna parte a beneficio de la tramas, un artificio más propio del medio audiovisual de las últimas décadas. Así pues, en mi opinión, una novela interesante por sus peculiaridades pero que tiene notables insuficiencias.


Herederos del tiempo, de Adrian Tchaikovsky

Buena novela de ciencia ficción de aires clásicos que divide la narración entre las desventuras de los tripulantes de una nave generacional y el ascenso de una civilización de arañas en un planeta terraformado, dos subtramas contadas en alternancia que se unen en un final más optimista de lo que es usual en este género. La historia amalgama la space opera, el hard en su rama biológica, la inteligencia artificial y la decadencia asociada a los viajes realizados a través de grandes distancias espaciotemporales.

La narración del progreso de la sociedad arácnida, desde su punto primordial hasta el uso de la tecnología espacial, es una maravilla. Todo está hilado con gran destreza y hay lugar incluso para algún momento emotivo y para el disfrute de pequeñas dosis de sentido de la maravilla. De hecho, funciona tan bien que la otra trama principal se ve perjudicada al transcurrir con un tempo distinto. Las cuitas de los humanos parecen ralentizadas al lado de la acelerada progresión de la civilización arácnida. La premisa inicial, que por cierto me ha traído a la mente un olvidado cuento de H. B. Fyfe recogido en la antología Imperios Galácticos, ha dado para continuar este Hijos del tiempo con una trilogía que la propia Alamut terminará de publicar este año en España.
 

Los empleados, de Olga Ravn

Novela de ciencia ficción interesante que lo es menos según avanza. Lo inusual de su estructura formal contrasta con la ortodoxia de la historia que cuenta. Mediante casi doscientos testimonios, que van desde página y media a una sola frase, se desarrolla la historia de una rebelión de androides semejantes a los humanos, con quienes comparten una nave espacial en la órbita de un planeta en exploración del que han extraído varios objetos desconocidos. El motín parece tener su origen en los efectos que causa la interrelación con ellos.
Durante la lectura de la primera mitad de la novela he oído cómo Stanislaw Lem me susurraba al oído. Es, sin duda, la parte más notable del libro. Entre los extraños síntomas que los objetos provocan en la tripulación se suceden, en breves pinceladas, asuntos emocionales y existenciales, sentimientos de mortalidad, maternidad, belleza, violencia y divinidad, contados en ocasiones con un lirismo que pretende hacer llegar la influencia alienígena al propio lector. La historia pierde esa dimensión casi poética cuando cae en un cierre decepcionantemente convencional. Dada la brevedad de la lectura, lo que queda son los breves destellos de algunos de los testimonios. 


lunes, 12 de febrero de 2024

Amal El-Mohtar y Max Gladstone. Así se pierde la guerra del tiempo


He de confesar que si he podido acabar esta novela, sumamente aplaudida en el concierto internacional, ha sido gracias a su brevedad. Estuve a punto de abandonar allá por la página ochenta y pico. Afortunadamente, y de nuevo contra el sentir mayoritario, creo que el libro sube de nivel en el último tercio, lo suficiente como para que la lectura merezca la pena.  

Roja y Azul, dos agentes de facciones rivales en una guerra que se extiende más allá de los confines del espacio y el tiempo, inician una correspondencia prohibida. A medida que se mueven por los hilos del tiempo dando forma al pasado para adecuarlo a los intereses de su facción, lo que empezó como un desafío, un intercambio de pullas en el campo de batalla, se va transformando en un peligroso juego que tanto Roja como Azul están decididas a ganar.
  
Su desarrollo remite a obras bastante conocidas en el género de la ciencia ficción. Así, a vuelapluma, en su relato se desarrolla una guerra entre los agentes de dos facciones a lo largo y ancho del tiempo, como en las Crónicas del Gran Tiempo de Fritz Leiber; ambas organizaciones permanecen a salvo fuera de la corriente temporal, como en El fin de la Eternidad de Isaac Asimov; en origen se enfrentan dos entidades con poderes cuasi divinos, como en Los Cantos de Hyperion de Dan Simmons, pero sobre todo, las dos representan al transhumanismo en sus vertientes biológica y mecánica, como en la antología Cristal Express de Bruce Sterling, o como en Cismatrix, historia perteneciente al mismo universo formador-mecanicista y que adolece del mismo problema que la novela corta que nos ocupa: el farragoso estilo narrativo.
El principal punto a favor de este premio Hugo, Nebula, Locus y British reside en su original estructura. Es una obra de carácter epistolar en la que la peripecia da paso al mensaje que da paso a la peripecia que da paso al mensaje, alternando a las dos protagonistas y extendiendo la fórmula como si de una entrega de relevos se tratara. Esto es ciencia ficción, así que en vez de las cartas manuscritas que se intercambiaban los protagonistas de las novelas epistolares convencionales como 84 Charing Cross Road o Paradero desconocido, la información que las dos agentes se pasan aquí es más ocurrente, de una naturaleza muy distinta. Desgraciadamente, si el armazón que contiene la historia se beneficia de esa originalidad, con la prosa tenemos otro cantar. Como ocurría con la escritura de Sterling, la de El-Mohtar y Gladstone se hace complicada, e incluso diría que a ratos incomprensible. He tenido que releer párrafos y párrafos, y no solo por la manera de adornarse (que también hay deseo de epatar), sino por la construcción de las propias frases, desordenadas y elípticas, y por la aparición de elementos nuevos en la trama sin explicaciones previas, cuyo conocimiento se da por sentado.
Cuando se habla de la capacidad de inmersión del lenguaje utilizado en este género literario siempre se pone de ejemplo aquella acción extraída de una obra de Heinlein: "la puerta se dilató". Pues bien, desde los años 50 ha llovido mucho, y decir que se ha ido bastante más allá es quedarse corto. De Brian Aldiss a Russell Hoban a David Mitchell a Edmundo Paz Soldán a decenas de autores diversos, todos ellos han propuesto, de forma más o menos radical, la inmersión en mundos y tiempos exóticos utilizando como herramientas la prosa y el estilo narrativo empleados desde una perspectiva inusual, todo buscando el extrañamiento en el lector. Este no es un caso de los más agudos, pero sí suficiente para que a mí, que me llevo bastante mal con ese artificio, me haya hecho muy trabajosas las primeras cien páginas. Eso y el hecho de que en ellas no haya suspense alguno más allá de la relación epistolar, que va creciendo y derivando en un amor cinco jotas entre ambas protagonistas. A diferencia de lo que hace Poul Anderson en La patrulla del tiempo, cada viaje no es una subtrama, no enriquece la narración con pequeñas historias, es demasiado corto, no aporta nada más allá que la búsqueda del artificio comunicativo. Donde tantas novelas engordadas se pasan, esta no llega. Todo lo que se ve durante cien páginas es un intercambio de mensajes y un puñado de escenarios de diferentes eras que pasan a toda velocidad, como el paisaje tras las ventanas del tren, en una escalada de amor en la que dos personajes se cruzan referencias que a veces es complicado pillar.  
Por suerte, el desenlace, que ocupa las últimas 50 páginas, sí raya a buena altura. El estilo gana en fluidez y concreción y se adapta más al momento crítico de la historia. Por fin pasa algo y podemos ser testigos de una inmersión real y no figurada en un escenario alienígena muy imaginativo, narrada con una complejidad que, salvando las distancias, me ha traído recuerdos del Gregory Benford más arrebatado. El manejo del elemento temporal también ha de apuntarse en el haber, pues cierra de forma lógica el ciclo, con un bucle que da a la historia una coherencia que suele escasear en la mayoría de relatos con viajes temporales. En todo caso, poca cosa para un libro con tantos premios, cuya edición española, en Insólita Editorial, cuenta con más erratas de las deseables y una traducción (frases mal ordenadas y anfibologías que no sé si son de los autores o del volcado al castellano) que pongo en cuarentena y que, por lo tanto, me impide señalar con el dedo al causante de mi desazón con este libro. 
 





jueves, 8 de febrero de 2024

Pellizcos

Con intolerable osadía, las bibliotecas públicas cobijan en su silencio la algarabía de innumerables voces. Proponen un pacto que protege todas las disidencias: tenemos derecho a elegir lo que leemos, pero no a imponer qué libros eligen libremente los demás.

-Irene Vallejo-