lunes, 12 de febrero de 2024

Amal El-Mohtar y Max Gladstone. Así se pierde la guerra del tiempo


He de confesar que si he podido acabar esta novela, sumamente aplaudida en el concierto internacional, ha sido gracias a su brevedad. Estuve a punto de abandonar allá por la página ochenta y pico. Afortunadamente, y de nuevo contra el sentir mayoritario, creo que el libro sube de nivel en el último tercio, lo suficiente como para que la lectura merezca la pena.  

Roja y Azul, dos agentes de facciones rivales en una guerra que se extiende más allá de los confines del espacio y el tiempo, inician una correspondencia prohibida. A medida que se mueven por los hilos del tiempo dando forma al pasado para adecuarlo a los intereses de su facción, lo que empezó como un desafío, un intercambio de pullas en el campo de batalla, se va transformando en un peligroso juego que tanto Roja como Azul están decididas a ganar.
  
Su desarrollo remite a obras bastante conocidas en el género de la ciencia ficción. Así, a vuelapluma, en su relato se desarrolla una guerra entre los agentes de dos facciones a lo largo y ancho del tiempo, como en las Crónicas del Gran Tiempo de Fritz Leiber; ambas organizaciones permanecen a salvo fuera de la corriente temporal, como en El fin de la Eternidad de Isaac Asimov; en origen se enfrentan dos entidades con poderes cuasi divinos, como en Los Cantos de Hyperion de Dan Simmons, pero sobre todo, las dos representan al transhumanismo en sus vertientes biológica y mecánica, como en la antología Cristal Express de Bruce Sterling, o como en Cismatrix, historia perteneciente al mismo universo formador-mecanicista y que adolece del mismo problema que la novela corta que nos ocupa: el farragoso estilo narrativo.
El principal punto a favor de este premio Hugo, Nebula, Locus y British reside en su original estructura. Es una obra de carácter epistolar en la que la peripecia da paso al mensaje que da paso a la peripecia que da paso al mensaje, alternando a las dos protagonistas y extendiendo la fórmula como si de una entrega de relevos se tratara. Esto es ciencia ficción, así que en vez de las cartas manuscritas que se intercambiaban los protagonistas de las novelas epistolares convencionales como 84 Charing Cross Road o Paradero desconocido, la información que las dos agentes se pasan aquí es más ocurrente, de una naturaleza muy distinta. Desgraciadamente, si el armazón que contiene la historia se beneficia de esa originalidad, con la prosa tenemos otro cantar. Como ocurría con la escritura de Sterling, la de El-Mohtar y Gladstone se hace complicada, e incluso diría que a ratos incomprensible. He tenido que releer párrafos y párrafos, y no solo por la manera de adornarse (que también hay deseo de epatar), sino por la construcción de las propias frases, desordenadas y elípticas, y por la aparición de elementos nuevos en la trama sin explicaciones previas, cuyo conocimiento se da por sentado.
Cuando se habla de la capacidad de inmersión del lenguaje utilizado en este género literario siempre se pone de ejemplo aquella acción extraída de una obra de Heinlein: "la puerta se dilató". Pues bien, desde los años 50 ha llovido mucho, y decir que se ha ido bastante más allá es quedarse corto. De Brian Aldiss a Russell Hoban a David Mitchell a Edmundo Paz Soldán a decenas de autores diversos, todos ellos han propuesto, de forma más o menos radical, la inmersión en mundos y tiempos exóticos utilizando como herramientas la prosa y el estilo narrativo empleados desde una perspectiva inusual, todo buscando el extrañamiento en el lector. Este no es un caso de los más agudos, pero sí suficiente para que a mí, que me llevo bastante mal con ese artificio, me haya hecho muy trabajosas las primeras cien páginas. Eso y el hecho de que en ellas no haya suspense alguno más allá de la relación epistolar, que va creciendo y derivando en un amor cinco jotas entre ambas protagonistas. A diferencia de lo que hace Poul Anderson en La patrulla del tiempo, cada viaje no es una subtrama, no enriquece la narración con pequeñas historias, es demasiado corto, no aporta nada más allá que la búsqueda del artificio comunicativo. Donde tantas novelas engordadas se pasan, esta no llega. Todo lo que se ve durante cien páginas es un intercambio de mensajes y un puñado de escenarios de diferentes eras que pasan a toda velocidad, como el paisaje tras las ventanas del tren, en una escalada de amor en la que dos personajes se cruzan referencias que a veces es complicado pillar.  
Por suerte, el desenlace, que ocupa las últimas 50 páginas, sí raya a buena altura. El estilo gana en fluidez y concreción y se adapta más al momento crítico de la historia. Por fin pasa algo y podemos ser testigos de una inmersión real y no figurada en un escenario alienígena muy imaginativo, narrada con una complejidad que, salvando las distancias, me ha traído recuerdos del Gregory Benford más arrebatado. El manejo del elemento temporal también ha de apuntarse en el haber, pues cierra de forma lógica el ciclo, con un bucle que da a la historia una coherencia que suele escasear en la mayoría de relatos con viajes temporales. En todo caso, poca cosa para un libro con tantos premios, cuya edición española, en Insólita Editorial, cuenta con más erratas de las deseables y una traducción (frases mal ordenadas y anfibologías que no sé si son de los autores o del volcado al castellano) que pongo en cuarentena y que, por lo tanto, me impide señalar con el dedo al causante de mi desazón con este libro. 
 





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