jueves, 24 de agosto de 2006

John Connolly. El camino blanco

El camino blanco
La canícula siempre me abre el apetito de cierto tipo de libros. Hace un par de meses que le tenía echado el ojo a El camino blanco, principalmente por las buenas referencias que tenía de John Connolly, según la crítica, un escritor de novela negra especialmente dotado para la elaboración de ambientes exóticos y oscuros. Al final me hice con un ejemplar por el texto de la contraportada, que despedía un cierto aroma a gótico sureño, uno de esos antojos cíclicos a los que me refería al principio. Un gótico sureño escrito además por un irlandés: como para resistirse...
En Carolina del Sur, un joven negro se enfrenta a la pena de muerte acusado de haber violado y asesinado a Marianne Larousse, hija de uno de los hombres más ricos del estado. El caso, que nadie quiere investigar, hunde sus raíces en un mal que se remonta a un pasado remoto, el tipo de misterio que se ha convertido en la especialidad del detective Charlie Parker. Éste ignora que está a punto de sumergirse en una auténtica pesadilla y de introducirse en un escenario teñido de sangre en el que se mezclan el espectro asesino de una mujer encapuchada, un coche negro que espera a un pasajero que nunca llega, y la complicidad tanto de amigos como de enemigos en los sucesos que rodean la muerte de Marianne Larousse. Paralelamente, en la celda de una prisión, el fanático predicador Faulkner trama una venganza contra Charlie Parker, y para ello utilizará a los mismos hombres a los que el detective está siguiendo, y a una extraña y contrahecha criatura que guarda sus secretos enterrados en la orilla de un río: Cyrus Nairn.Todas estas figuras deberán enfrentarse a su cruento destino final en los pantanos del sur y los bosques del norte, escenarios muy alejados entre sí pero unidos por un frágil hilo: el lugar donde convergen los caminos de los muertos y de los vivos.

Tengo que confesar que su lectura me ha dejado perplejo. Sin duda, El camino blanco es la prueba de que no hace falta dominar todas las técnicas de la escritura novelística para vender una obra con éxito y buena crítica. Según parece, se puede ser mediocre en varios aspectos de la creación literaria si se muestra un especial talento en otros.
Quizás la (metafórica) losa que tanto le cuesta levantar a Connelly provenga del carácter serial de la novela. Gran parte de sus males tiene origen en el afán de traerse consigo todo el universo creado en las tres novelas anteriores. El argumento se alimenta de dos líneas principales, siendo la concerniente a la venganza del predicador Faulkner (homenaje nada recatado) una continuación inconsútil de lo acontecido en Perfil asesino. Aunque el tiempo invertido en puesta al día del lector no es abusivo, uno no logra quitarse de encima la sensación de que ha llegado tarde a la fiesta y que no logra aprehender la totalidad del asunto. Además, la imbricación en la nueva historia produce un efecto de dispersión excesivo.
El libro comienza alternando tres o cuatro ramas argumentales. Charlie Parker no entra de lleno en la principal, el asunto del joven negro preso por asesinato, hasta pasado un tercio del libro. Ni siquiera ejerce el rol protagonista, oculto como aparece tras unas cuantas subtramas que desenfocan la atención del lector. La variedad de tiempos verbales utilizada en el titubeante principio hace que la lectura chirríe como una bisagra mal engrasada. El sentido del ritmo cae presa de tanto vaivén, y la novela no se centra en líneas generales hasta que no lo hace a su vez en el protagonista, superado el tercio de libro.
Para colmo de males, el protagonista principal es un personaje carente de magnetismo. Si el reclamo más poderoso de la novela negra actual es el carisma de su detective-inspector, llama la atención la pobre caracterización de Charlie Parker. En úna hipotética versión fílmica, el actor que tuviera que darle cuerpo tendría verdaderas dificultades para encontrar puntos de anclaje en la personalidad de Parker, de quien supe, sólo pasada la mitad del libro, que a pesar del nombre no era negro. Sólo un detalle concede un rasgo propio reseñable al personaje, su capacidad para vislumbrar oscuros seres sobrenaturales habitantes de otra realidad, don que lo sitúa en la misma liga que a John Constantine, el cínico protagonista del comic (y recientemente película) Hellblazer. Para acabar el rosario, la traducción también se suma al mediocre comienzo.Linchamiento Descuidos como "jugar a baloncesto" o "Partido Democrático" no son la norma, pero tampoco la excepción.
Muchas son las razones que incitan al abandono, aunque bien es sabido que los libros suelen recompensar la perseverancia. En oposición a la estructura caótica y a la falta de dirección del planteamiento inicial, la escritura de Connelly contrapone una serie de virtudes. Goza de una extraordinaria capacidad para la creación de imágenes poderosas, de las que se quedan a residir en la memoria. Truculencia gótica, atmósferas densas y una oscuridad casi romántica devienen una palpable presencia del mal. No falta ningún elemento del subgénero sureño: linchamientos por causas racistas, pasado esclavista, turbias consanguineidades, persecuciones por tórridos pantanos, familias blancas adineradas y, como no, el consabido predicador. Una vez presentados todos los personajes y las diferentes tramas, todo avanza con buen ritmo hacia una amalgama ingeniosamente aleada y correctamente finiquitada, por lo que el resultado final, tras remontar el vuelo, acaba siendo satisfactorio.
Reconozco que me ha dejado descolocado. Está claro que John Connolly no es Tennessee Williams, Flannery O'Connor ni William Faulkner, pero no me veo en condiciones de afirmar que no vaya a comprar su próximo libro.

viernes, 11 de agosto de 2006

David Mitchell. El atlas de las nubes

FotomosaicoA la izquierda de este texto podéis ver un bonito "mosaico fotográfico". Se trata de una imagen formada por la suma de otras más pequeñas. No se me ocurre un ejemplo mejor para explicar qué impresión dejan los libros de David Mitchell, o al menos los dos que ha publicado la editorial Tropismos en España. Poseedor de un gran talento literario, Mitchell ha sido finalista en dos ocasiones* del prestigioso Man Booker Prize y es considerado uno de los mejores escritores británicos de la actualidad. Su sello de identidad es el riesgo, la elusión del aburrimiento por medio de la búsqueda de nuevas estructuras novelísticas. Y digo bien, novelísticas, porque sus libros, a pesar de estar compuestos por una colección de relatos presuntamente independientes, son en realidad novelas construidas desde una coralidad aglutinante.
En Escritos fantasma, su anterior libro, nueve pequeñas historias componen un collage actual de nuestro mundo globalizado. Tras su lectura se puede concluir que si bien la globalización ha intentado encauzar la diversidad hacia un sendero monocromo, no ha logrado sin embargo anularla. Las diferentes vivencias de los personajes, en itinerante recorrido desde Japón hasta EEUU, ofrecen una visión del planeta Tierra vívida y actual. Los relatos, escritos en primera persona y bajo registros diferentes, se enlazan de forma sutil por medio de detalles sueltos, puntos de encuentro semánticos, palabras repetidas y personajes tangenciales que se van pasando el testigo de relato en relato. El resultado final es muy parecido al fotomosaico que tenéis arriba.
El enlace que une las historias de El atlas de las nubes es, sin embargo, más directo. En el fondo, la función es la misma (formar una imagen general del ser humano mediante imágenes particulares), pero la mecánica articuladora no es lineal, sino que sigue una estructura correlativa de mise en abyme. El proceso de lectura se convierte en una actividad semejante a la apertura de cajas chinas, pero con una vuelta de tuerca añadida. Mitchell abre cada relato tras abandonar en el nudo el que lo precede, dejándo para más adelante la exposición de todos los desenlaces. Tal como si se abriera cada una de las cajas para, habiendo llegado a la última, recorrer el camino inverso y volver a cerrarlas. Como reza la sinopsis de contracubierta:

El relato se abre en 1850 con el regreso del notario estadounidense Adam Ewing desde las islas Chatham a su California natal. Durante el viaje, Ewing traba amistad con un médico, el doctor Goose, que comienza a tratarle de una extraña enfermedad causada por un parásito cerebral... Repentinamente, la acción se traslada a 1931 en Bélgica, donde Robert Frobisher, un compositor bisexual que ha sido desheredado, se introduce en el hogar de un artista enfermizo, su seductora esposa y su núbil hija... De ahí saltamos a la Costa Oeste en la década de los setenta, cuando Luisa Rey destapa una red de avaricia y crimen que pone en peligro su vida... Y, del mismo modo, con idéntica maestría, viajamos a la ignominiosa Inglaterra de nuestros días, a un superestado coreano del futuro próximo regido por un capitalismo desbocado y, finalmente, a Hawai, a una Edad de Hierro post-apocalíptica que corresponde a los últimos días de la historia.

El atlas de las nubes
Este sexto cuento de tintes post-apocalípticos, titulado "El paso de Sloosha y toda la vaina", marca tanto el fin de la progresión como el punto de retorno. En él, Mitchell utiliza una particular voz narrativa que exige mucho al lector, sabedor de que a esas alturas se encuentra atrapado en espera de los cinco desenlaces anteriores. La segunda mitad del libro es similar a un descenso acelerado que debiera sumar impulso en cinco escalas obligadas, o sea, en cada una de las conclusiones restantes. Sin embargo, decepciona en parte. Por un lado, el propio Mitchell adelanta antes de tiempo, por boca del protagonista de uno de los cuentos, el final de la historia que posteriormente cerrará el libro, con lo que resta fuerza al conjunto; por otro, la calidad de las distintas tramas no es equilibrada. Le falta la regularidad que sí tenía el conjunto de relatos que formaban Escritos fantasma, y la forma en que el último acto lograba conciliar todos los componentes.
Aún así, la variedad de estilos (pasando por la epístola y el diario personal) y el relevo de géneros literarios siguen siendo, junto al juego estructural, excepcionales. La aventura marítima, el humor satírico, el thriller empresarial y la ciencia ficción, entre otros, son manejados con notable dominio por el escritor británico. Una lástima que junto a maravillas como "El tremendo calvario de Timothy Cavendish", que reproduce maravillosamente el ácido humor británico (más a la irreverente manera de Sharpe que a la educada de Woodhouse), o la sobrecogedora distopía titulada "La antífona de Sonmi-451", se encuentren ejemplos peor acabados como "El diario del Pacífico de Adam Ewing "o "Cartas desde Zedelghem", que presentan más puntos de interés en su comienzo que en su finalización.
Además del mecanismo estructural, existe en el argumento un artificio que une los relatos, y aún va más allá. Los protagonistas de todos ellos tienen en la piel un antojo en forma de cometa, y fugaces recuerdos de una vida anterior compartida, lo que preceptúa, más que sugiere, que estamos ante las diferentes reencarnaciones de una misma persona. Y si tenemos en cuenta que un cometa, en otra de sus acepciones, afectaba de una manera u otra a todos los cuentos de Escritos fantasma y al desenlace de aquella historia directamente, se evidencia que Mitchell ha querido unir no sólo sus cuentos, sino también sus libros mediante un guiño nada discreto.
Sin alcanzar la excelencia de su primer libro, la originalidad de la propuesta y la gran calidad de algunos de los relatos hacen de El atlas de las nubes un libro absolutamente recomendable.

* En realidad puede que tres, pues acaba de ser incluído en la lista previa de este año. Su última novela Black Swan Green se cuenta entre las 19 que acceden a la siguiente fase, hasta llegar a las 6 finalistas definitivas. Las novelas con las que llegó a la final son number9dream, en 2001, y, precisamente, El atlas de las nubes, en 2004.

miércoles, 2 de agosto de 2006

Antón Chéjov. Teatro

Estudio 1, el espacio que Televisión Española ha venido dedicando desde hace años y con espaciada intermitencia al género teatral, volvió a los televisores el pasado mes de Julio. Esta nueva etapa comenzó con la emisión de "La Anton Chéjovmalquerida", el intenso drama rural creado por Jacinto Benavente (casi un precedente del culebrón televisivo), y ha concluido tras apenas cuatro semanas con una pésima modernización de "Los ladrones somos gente honrada", una de las mejores comedias de Enrique Jardiel Poncela malograda a causa de la telefílmica puesta en escena y de la mediocre interpretación de los actores. Lo más destacable del nuevo ciclo ha sido, sin duda, la acertada versión de "El jardín de los cerezos", el último de los clásicos teatrales escritos por Chéjov.
Antón Chéjov (1860-1904) es sin duda uno de los grandes escritores de la literatura universal. Cuentista y dramaturgo excepcional, su influencia se ha dejado sentir en ambos géneros literarios, de tal modo que autores tan dispares como Nabokov, Hemingway, Carver, Shaw o Miller llegaron a reconocer en algún momento su deuda con el escritor ruso. Aunque sus dos grandes facetas son complementarias, he preferido separarlas en dos entregas y otorgar el primer lugar a comentar su labor como dramaturgo, no porque crea que es más importante una que la otra, sino porque la casualidad televisiva así lo ha propiciado.
Si se quiere disfrutar al Chéjov dramaturgo en plenitud, lo recomendable es acudir directamente a sus últimas obras; comenzar con "La gaviota", en la que su innovador estilo al fin toma forma, y terminar con "El jardín de los cerezos", en la que logra sublimarlo. Entre las numerosas posibilidades de lectura, recomiendo la edición de Isabel Vicente para Cátedra, que incluye las cuatro últimas obras del autor ruso —"La gaviota", "El tío Vania", "Las tres hermanas" y "El jardín de los cerezos"—, más una extensa reseña histórico-biográfica necesaria para conocer el contexto en el que se crearon. Chéjov provenía de familia humilde, y fueron precisamente sus escritos los que le condujeron hasta una posición social más elevada. Sus primeros cuentos pronto le otorgaron el reconocimiento popular, y aunque el experimentalismo de su obra teatral no fue inicialmente bien recibido por el público no tardó en conseguir ser aclamado también en ese género, tanto por sus obras en cuatro actos, como por el denominado teatro corto*.
Comencemos con una sinóptica descripción:

"La gaviota"; Treplev es un joven aspirante a dramaturgo que está tan obsesionado por la pureza de la creación artística como por su vecina y actriz Nina Mijáilovna. Siente animadversión hacia Trigorin, escritor de éxito y objetivo amoroso de Nina, que acaba huyendo con él. Pasados dos años, todos se reunen de nuevo en la propiedad de Sorin, tío de Treplev, lo que provoca finalmente una tragedia. La obra fue un rotundo fracaso en su estreno, pero dos años más tarde reapareció con un clamoroso éxito.

"El tío Vania"; Historia de amores cruzados y lamentos vivenciales. Serebriakov vuelve a la hacienda de su viuda con la intención de venderla. Su nueva esposa, mucho más joven que él, deslumbra tanto a Voinitski (Vania) como al doctor Astrov. Ambos son rechazados y condenados a la rutina de la que les es imposible escapar. La amargura de los personajes se resume en esta sentencia que Vania realiza en el segundo acto: "Cuando falla la vida hay que vivir de espejismos". Basándose en esta obra, Louis Malle dirigió una excelente película metaficcional titulada Tío Vania en la calle 42, film muy recomendable.

"Las tres hermanas"; En casa de los Projorov, en una aburrida capital de provincias, viven las tres hermanas del enamorado Andrei, visitadas a diario por los miembros de un destacamento militar. Con el tiempo, Andrei se casa, los militares han de partir y la hacienda pasa a otras manos. La despedida del cuarto acto termina con una presentida tragedia fuera de escena.

"El jardín de los cerezos"; Lubov Andréievna vuelve a su hogar tras cinco años en París. Las penurias económicas la obligan a vender la hacienda junto con las tierras de sus antepasados. Lopajin, de origen humilde, ahora es un adinerado comerciante, lo que le permite hacerse con la propiedad. La última obra teatral de Chéjov y en la que más implicación social se trasluce. La vieja aristocracia rural sucumbe ante el vigor de una pujante burguesía. Más allá, en la mirada del estudiante Trofímov, se vislumbra una revolución. Hay que decir que la obra se titula en realidad "El huerto de los guindos", pero ya se ha quedado con este nombre, suma y sigue en el enigmático mundo de las traducciones libres.

Estos cuatro clasicos dan una idea ajustada del talento para la elaboración de Chéjov, cuya obra se inscribe en el naturalismo continuista del realismo ruso decimonónico. Sus obras de teatro rehuyen la espectacularidad y el recurso estridente, y proponen la ausencia de florituras y el arte de la concisión como valores esenciales. Los personajes chejovianos responden a dos tipos bien definidos. Por una parte, personas anónimas de profesiones humildes (maestros, médicos, escritores), de talante soñador y aferrados a grandes ideales, los cuales se ven incapaces de aprehender o siquiera perseguir; por otra, acomodados terratenientes que ven venir, con displicencia y fatalidad, un futuro incierto que amenaza sus intereses, y que a pesar de ello no realizan intento alguno por detenerlo.
La principal virtud en las creaciones de Chéjov es la sutilidad con la que están construidos los acontecimientos y la interrelación de sus personajes (con gran presencia del amor) más allá de la superficie. No hay una línea temática principal ni acontecimientos trascendentes: los sucesos críticos parecen suceder fuera de escena. Lo remarcable es que esa impresión es falsa. Los duelos, las fugas, los suicidios, todo acontecimiento brusco, ocurren más allá del escenario, pero en realidad el germen, aquello que los provocó, ha ocurrido a la vista del lector/espectador, escondido en los aparentemente inatentos diálogos, en las frases inconclusas, en las reacciones airadas de un determinado personaje a una cuestión trivial.

El jardín de los cerezos

Chéjov eludió la exageración dramática buscando el paralelismo entre ficción y vida, con la intención de que sus obras fueran el espejo de los comportamientos humanos de la época. Quería despertar a sus contemporáneos, mostrarles adónde conduce la inacción y el conformismo. Invitarles a hacer algo por sus vidas, luchar por sus sueños. Por eso su obra es universal, porque sus preocupaciones siguen siendo las nuestras. Conformismo y desgana se ubican comodamente en la patología social de este siglo. Una voz centenaria nos alerta contra ellos.



*Aquí podéis disfrutar de una de esas obras en un acto: Sobre el daño que hace el tabaco . Se trata de una comedia, pero es una buena piedra de toque para conocer la aparente sencillez con la que Chéjov caracteriza a los personajes por medio de sus disquisiciones (aunque en este ejemplo sean bastante... numerosas).