lunes, 26 de febrero de 2024

Breves: Indiana, Tchaikovsky, Ravn

La mucama de Omicunlé, de Rita Indiana 

Novela construida sobre dos pilares básicos, un argumento de género fantástico y una trama en la que la diversidad cultural y sexual está muy presente. En cuanto a lo primero, el libro pertenece claramente a la fantasía. Aunque la ciencia ficción está presente en ambientación y tecnologías, la historia de fondo carece de sentido si se lee en clave realista, condición intrínseca de la cf. No hay racionalidad en la sucesión de los hechos, y sólo desde la intervención e ignotos designios de los dioses caribeños se pueden interpretar los sucesos más importantes. En el segundo orden, lo queer funciona por presencia más que por esencia dentro de la historia, con personajes que cambian de sexo o que descubren su bisexualidad. Es más decisiva la alusión a la cultura caribeña afrodescendiente, que no solo provoca los hechos sino que además interviene directamente en ellos. Dentro de esta inusual mezcla, hibridación entre mito y futuro tecnológico, hay detalles que me han recordado la última hornada gibsoniana y que convierten la narración, a grandes rasgos, en un ciberpunk con aderezo dominicano.
Lamentablemente, en cuanto a la construcción literaria hay deficiencias importantes. La introducción de personajes repite machaconamente una fórmula de aparición y biografía que resta fluidez a la narración y pesa notablemente en el ritmo. Pero el principal problema se encuentra en la lógica interna de la trama, que echa mano del deus ex machina en asuntos fundamentales de la historia. Lo casual y el ad hoc le roban sentido a la premisa principal, que no se apoya en construcciones lógicas previas, sino en elementos traídos de ninguna parte a beneficio de la tramas, un artificio más propio del medio audiovisual de las últimas décadas. Así pues, en mi opinión, una novela interesante por sus peculiaridades pero que tiene notables insuficiencias.


Herederos del tiempo, de Adrian Tchaikovsky

Buena novela de ciencia ficción de aires clásicos que divide la narración entre las desventuras de los tripulantes de una nave generacional y el ascenso de una civilización de arañas en un planeta terraformado, dos subtramas contadas en alternancia que se unen en un final más optimista de lo que es usual en este género. La historia amalgama la space opera, el hard en su rama biológica, la inteligencia artificial y la decadencia asociada a los viajes realizados a través de grandes distancias espaciotemporales.

La narración del progreso de la sociedad arácnida, desde su punto primordial hasta el uso de la tecnología espacial, es una maravilla. Todo está hilado con gran destreza y hay lugar incluso para algún momento emotivo y para el disfrute de pequeñas dosis de sentido de la maravilla. De hecho, funciona tan bien que la otra trama principal se ve perjudicada al transcurrir con un tempo distinto. Las cuitas de los humanos parecen ralentizadas al lado de la acelerada progresión de la civilización arácnida. La premisa inicial, que por cierto me ha traído a la mente un olvidado cuento de H. B. Fyfe recogido en la antología Imperios Galácticos, ha dado para continuar este Hijos del tiempo con una trilogía que la propia Alamut terminará de publicar este año en España.
 

Los empleados, de Olga Ravn

Novela de ciencia ficción interesante que lo es menos según avanza. Lo inusual de su estructura formal contrasta con la ortodoxia de la historia que cuenta. Mediante casi doscientos testimonios, que van desde página y media a una sola frase, se desarrolla la historia de una rebelión de androides semejantes a los humanos, con quienes comparten una nave espacial en la órbita de un planeta en exploración del que han extraído varios objetos desconocidos. El motín parece tener su origen en los efectos que causa la interrelación con ellos.
Durante la lectura de la primera mitad de la novela he oído cómo Stanislaw Lem me susurraba al oído. Es, sin duda, la parte más notable del libro. Entre los extraños síntomas que los objetos provocan en la tripulación se suceden, en breves pinceladas, asuntos emocionales y existenciales, sentimientos de mortalidad, maternidad, belleza, violencia y divinidad, contados en ocasiones con un lirismo que pretende hacer llegar la influencia alienígena al propio lector. La historia pierde esa dimensión casi poética cuando cae en un cierre decepcionantemente convencional. Dada la brevedad de la lectura, lo que queda son los breves destellos de algunos de los testimonios. 


lunes, 12 de febrero de 2024

Amal El-Mohtar y Max Gladstone. Así se pierde la guerra del tiempo


He de confesar que si he podido acabar esta novela, sumamente aplaudida en el concierto internacional, ha sido gracias a su brevedad. Estuve a punto de abandonar allá por la página ochenta y pico. Afortunadamente, y de nuevo contra el sentir mayoritario, creo que el libro sube de nivel en el último tercio, lo suficiente como para que la lectura merezca la pena.  

Roja y Azul, dos agentes de facciones rivales en una guerra que se extiende más allá de los confines del espacio y el tiempo, inician una correspondencia prohibida. A medida que se mueven por los hilos del tiempo dando forma al pasado para adecuarlo a los intereses de su facción, lo que empezó como un desafío, un intercambio de pullas en el campo de batalla, se va transformando en un peligroso juego que tanto Roja como Azul están decididas a ganar.
  
Su desarrollo remite a obras bastante conocidas en el género de la ciencia ficción. Así, a vuelapluma, en su relato se desarrolla una guerra entre los agentes de dos facciones a lo largo y ancho del tiempo, como en las Crónicas del Gran Tiempo de Fritz Leiber; ambas organizaciones permanecen a salvo fuera de la corriente temporal, como en El fin de la Eternidad de Isaac Asimov; en origen se enfrentan dos entidades con poderes cuasi divinos, como en Los Cantos de Hyperion de Dan Simmons, pero sobre todo, las dos representan al transhumanismo en sus vertientes biológica y mecánica, como en la antología Cristal Express de Bruce Sterling, o como en Cismatrix, historia perteneciente al mismo universo formador-mecanicista y que adolece del mismo problema que la novela corta que nos ocupa: el farragoso estilo narrativo.
El principal punto a favor de este premio Hugo, Nebula, Locus y British reside en su original estructura. Es una obra de carácter epistolar en la que la peripecia da paso al mensaje que da paso a la peripecia que da paso al mensaje, alternando a las dos protagonistas y extendiendo la fórmula como si de una entrega de relevos se tratara. Esto es ciencia ficción, así que en vez de las cartas manuscritas que se intercambiaban los protagonistas de las novelas epistolares convencionales como 84 Charing Cross Road o Paradero desconocido, la información que las dos agentes se pasan aquí es más ocurrente, de una naturaleza muy distinta. Desgraciadamente, si el armazón que contiene la historia se beneficia de esa originalidad, con la prosa tenemos otro cantar. Como ocurría con la escritura de Sterling, la de El-Mohtar y Gladstone se hace complicada, e incluso diría que a ratos incomprensible. He tenido que releer párrafos y párrafos, y no solo por la manera de adornarse (que también hay deseo de epatar), sino por la construcción de las propias frases, desordenadas y elípticas, y por la aparición de elementos nuevos en la trama sin explicaciones previas, cuyo conocimiento se da por sentado.
Cuando se habla de la capacidad de inmersión del lenguaje utilizado en este género literario siempre se pone de ejemplo aquella acción extraída de una obra de Heinlein: "la puerta se dilató". Pues bien, desde los años 50 ha llovido mucho, y decir que se ha ido bastante más allá es quedarse corto. De Brian Aldiss a Russell Hoban a David Mitchell a Edmundo Paz Soldán a decenas de autores diversos, todos ellos han propuesto, de forma más o menos radical, la inmersión en mundos y tiempos exóticos utilizando como herramientas la prosa y el estilo narrativo empleados desde una perspectiva inusual, todo buscando el extrañamiento en el lector. Este no es un caso de los más agudos, pero sí suficiente para que a mí, que me llevo bastante mal con ese artificio, me haya hecho muy trabajosas las primeras cien páginas. Eso y el hecho de que en ellas no haya suspense alguno más allá de la relación epistolar, que va creciendo y derivando en un amor cinco jotas entre ambas protagonistas. A diferencia de lo que hace Poul Anderson en La patrulla del tiempo, cada viaje no es una subtrama, no enriquece la narración con pequeñas historias, es demasiado corto, no aporta nada más allá que la búsqueda del artificio comunicativo. Donde tantas novelas engordadas se pasan, esta no llega. Todo lo que se ve durante cien páginas es un intercambio de mensajes y un puñado de escenarios de diferentes eras que pasan a toda velocidad, como el paisaje tras las ventanas del tren, en una escalada de amor en la que dos personajes se cruzan referencias que a veces es complicado pillar.  
Por suerte, el desenlace, que ocupa las últimas 50 páginas, sí raya a buena altura. El estilo gana en fluidez y concreción y se adapta más al momento crítico de la historia. Por fin pasa algo y podemos ser testigos de una inmersión real y no figurada en un escenario alienígena muy imaginativo, narrada con una complejidad que, salvando las distancias, me ha traído recuerdos del Gregory Benford más arrebatado. El manejo del elemento temporal también ha de apuntarse en el haber, pues cierra de forma lógica el ciclo, con un bucle que da a la historia una coherencia que suele escasear en la mayoría de relatos con viajes temporales. En todo caso, poca cosa para un libro con tantos premios, cuya edición española, en Insólita Editorial, cuenta con más erratas de las deseables y una traducción (frases mal ordenadas y anfibologías que no sé si son de los autores o del volcado al castellano) que pongo en cuarentena y que, por lo tanto, me impide señalar con el dedo al causante de mi desazón con este libro. 
 





jueves, 8 de febrero de 2024

Pellizcos

Con intolerable osadía, las bibliotecas públicas cobijan en su silencio la algarabía de innumerables voces. Proponen un pacto que protege todas las disidencias: tenemos derecho a elegir lo que leemos, pero no a imponer qué libros eligen libremente los demás.

-Irene Vallejo-

martes, 26 de diciembre de 2023

Breves: Llamazares, Camacho, Lem

Primavera extremeña, de Julio Llamazares 

Si no fuera porque se basa en la realidad, esta novela corta podría parecer un sueño evasivo, una ilusión creada por la mente del autor para escapar de los tres largos meses de confinamiento a los que el coronavirus sometió a los habitantes de los núcleos urbanos. Julio Llamazares tuvo la suerte de poder dejar Madrid un par de días antes de que se decretara el Estado de Alarma y viajar a un lagar rehabilitado en las afueras de un pueblo de Extremadura. Para su sorpresa, acabó siendo la mejor primavera desde su infancia.
Mientras el virus propagaba enfermedad y muerte por todo el planeta, el autor pasaba los días en una suerte de arcadia rural, paseando, leyendo, escribiendo y, en definitiva, gozando de una primavera sin presencia humana, y por ello pletórica. Las dehesas, los caminos, la hierba, los frutales, las flores, las aves, las tormentas, los paseos por un mar de color y bajo noches estrelladas. En definitiva, todo lo que conforma la estación perfecta y el disfrute thoreauniano de la naturaleza arropa al escritor y sus acompañantes durante tres meses idílicos en los que el mundo, en la lejanía, se hundía en el abismo.
Es curioso cómo las primeras páginas, relato realista de los días previos al confinamiento, arrojan un efecto de ciencia ficción. Lo que en la realidad de estos meses solo ha sido una sensación, se convierte en un hecho al ser traspasado a la literatura. Es obvio que la pandemia ha dado un giro de ficción a la realidad. Por eso, esta primavera idílica al margen parece más un ensueño que lo que realmente es, el diario veraz de unos días de felicidad en las fronteras del apocalipsis.
  
 
 
Quemadura, de Jorge Camacho 

Es complicado mantener la objetividad cuando has tratado con el autor, en horas voladas de comidas y cafés, muchos de los temas que se revuelven en el fondo de estos poemas. Por un lado, maldigo la pérdida del descubrimiento, ese sentido de maravilla circunscrito al contenido de unos versos que al lector virgen le va a sorprender; por otro, me fascina la capacidad para sintetizar esos conceptos para mí familiares, pero sumamente complejos, en apenas unas líneas y una sintaxis tan impactante.

La mirada de Jorge Camacho busca siempre la faceta oculta del mundo, ese otro significado que los hechos y los paisajes ocultan bajo su apariencia más evidente. Le busca las vueltas a la cotidianeidad para extraer imágenes y significados que siempre resultan sorprendentes. Sus poemas hacen las veces de filtro delator del mundo, de esa otra realidad que, tímida, se esconde en la umbría de los significantes. Como el caminante de Taniguchi, Camacho holla las calles del planeta con los ojos bien abiertos, gozoso en el paseo, observando lo que la apariencia disfraza. Hombre viajado, versifica sus impresiones en diversos lugares del mundo; en Edimburgo, en pequeñas ciudades de Finlandia o Portugal o del este de Europa, en Taiwan y Japón, en los pueblos de Extremadura y en el propio Madrid, para acabar volviendo siempre al barrio de la infancia, al territorio del recuerdo.
Tanto las reflexiones vitales como sus aficiones se van sucediendo y enlazando en un camino que parece buscar sus atractores por sí mismo. La ciencia, la astronomía, la ciencia ficción, los dioses, la literatura, la política; el temprano fallecimiento de sus padres, la eutanasia, la soledad, el sexo. Hay mucho espacio en estas páginas para la muerte y el deseo y muy poco para la creencia y el amor. La poesía de Jorge Camacho es pragmática, una búsqueda del sentido de las cosas desde una resignación plácida, sin sufrimiento, desde la aceptación de un mundo falto de sentido pero repleto de significados. "Quemadura" desnuda la realidad para mostrarnos la paradoja del mundo.



El invencible, de Stanislav Lem

Ciencia ficción clásica con un alto grado de elaboración literaria. Si no fuera por esto último, la historia podría configurar uno de esos guiones de suspense espacial en los que los astronautas se enfrentan a una pavorosa y extraña fuerza alienígena. De hecho, las similitudes en naturaleza y constitución entre la amenaza de este libro y la que pone en peligro a la Tierra en "Moonfall", la película de Roland Emmerich, son más que sorprendentes (por no decir otra cosa). Afortunadamente, Lem dota a esta historia de una trama inteligente y una narrativa sin fisuras que emplea gran parte de su recorrido en describir tanto el entorno como, sobre todo, el elemento científico de la trama. Y lo hace desde el principio, describiendo el aterrizaje de la nave espacial durante bastantes páginas con un detallismo y una preocupación por la verosimilitud (la de los años 60 en los que se publicó el libro) que avisa de cuál va a ser el tono general de la obra. Esa preocupación por el rigor científico lo impregna todo, desde la exploración del desconocido planeta al origen y características del enemigo alienígena, situando a la obra en las fronteras de la hard sf.
Es curioso el contraste con Solaris, la obra maestra de Lem publicada sólo tres años antes, una novela que fiaba todo su potencial a la indefinición y la absoluta falta de certeza científica, aunque a decir verdad, el final de El invencible vuelve a compartir el mensaje principal de aquella obra, la imposibilidad de aprehender, de siquiera comprender los misterios del universo. "No todo, ni en todas partes, es para nosotros", sentencia en su cabeza el oficial Rohan tras vivir un momento de iluminación ante lo incognoscible. Ese capítulo final es maravilloso, una andada en solitario por tierras desconocidas que recupera toda la potencia de la vieja ciencia ficción, aquella que convocaba a la maravilla sin necesidad de retruécanos, sumergiendo al lector con sencillez en paisajes desconocidos.
Sí hay, a mi entender, un punto débil en la narración, y es la manera en la que se da explicación al gran misterio, una deducción excesivamente casual, sin base alguna. Choca en un libro que pone tanto énfasis en el elemento racional y cartesiano. En cuanto a la edición de Impedimenta, cabe decir que a diferencia de la de Minotauro, que estaba volcada del inglés, cuenta con una traducción directa del polaco. Bastante fluida, aunque el texto presenta alguna que otra frase desordenada o no bien resuelta.

martes, 31 de octubre de 2023

48º 52’ 36’’ S, 123º 23’ 36’’ W

No puedo llamarlo tradición, pues hubo años en los que dejé pasar la fecha en blanco, pero los lectores de Literatura en los talones saben que cuando llega este día, o más correctamente, esta noche, me apetece publicar una entrada ad hoc en el blog. Del deseo a la práctica media un abismo, pero en esta ocasión he sacado fuerzas para no faltar a la cita y he escrito un texto que disfraza al terror con los ropajes de mi género favorito. Dadas noticias recientes, me lo pedía la cabeza, sobre la que amenaza caer toda esa chatarra que vamos acumulando en órbita y de cuyo peligro sólo nos avisan, tengo esa impresión, por rellenar telediarios. 








Cementerios en el espacio


La ciencia ficción es un subgénero de la literatura fantástica que a su vez contiene otros subgéneros que a su vez contienen subtemáticas que se repiten a lo largo del tiempo. En muchas ocasiones, especialmente en las últimas décadas, en las que los lectores y los autores (y los felices editores) se han entregado a la hibridación, tanto los subgéneros como las subtemáticas pueden mezclarse en coloridos popurrís que hacen las delicias del lector en la misma medida que atormentan al crítico empeñado en realizar un correcto etiquetaje (culpable, señoría). Hay conceptos, sin embargo, que no permiten el abordaje desde otros campos, escenarios concretos que llevan implícita su pertenencia a un determinado género madre. 
Uno de ellos es el del cementerio cósmico, una adaptación directa del clásico de la narrativa de aventuras marítimas. La sustitución de barcos por naves espaciales traslada ese concepto a los dominios de la space opera. La temática del mar de los sargazos cósmico suele presentar a una expedición terrícola atrapada en una zona desconocida repleta de viejos navíos estelares alienígenas, varados todos ellos en torno a lo que suele ser un terrorífico e ignoto atractor, el consabido monstruo en el centro de la telaraña. Son, por ello, historias de ámbito espacial que tienen lugar en bajeles estelares abandonados, cuyo misterio y antiguedad casan estupendamente con un elemento heredado de su fuente original: el terror. Y es que el sentido de la maravilla, cuando se une al horror, produce siempre obras que ejercen un intenso efecto hipnótico. Si quieren comprobarlo, les propongo que me acompañen en un viaje hacia el pasado en el que revisitaremos cuatro grandes ejemplos de cementerios espaciales.  
El más reciente de ellos se da en un episodio de la primera temporada de la serie televisiva Love, Death & Robots. "Más allá de Aquila" está basado en el cuento Beyond The Akila Rift, del escritor británico Alastair Reynolds. Se puede encontrar en la antología con la que comparte título, y es una lástima que no haya sido publicada en España, pues algunos de sus relatos están situados en los universos de Espacio revelación y Casa de soles, series que sí fueron presentadas aquí por la editorial La Factoría de Ideas. Se trata, a mi gusto, del mejor episodio de la primera temporada de la serie, junto con "Zima Blue", también basado en una historia de Reynolds y también en esa misma antología. La brecha de Aquila es el lejano lugar al que va a parar una nave terrestre cuyo salto falla. El capitán se despierta en una estación espacial en la que se reencuentra con una antigua pareja que le informa de lo acontecido. Retoman su relación, pero él empieza a dudar de la realidad. La ficción se desvanece para descubrir que la nave ha ido a parar a una especie de enorme telaraña cósmica de la que prenden numerosas naves desconocidas. La compañera es, en realidad, un alienígena que asiste a navegantes perdidos sumergiéndolos en una ficción recurrente.
Hay cambios importantes en una trama que se abre, entre otras lecturas, a una interpretación religiosa. En el relato de Reynolds, los alienígenas son parecidos a las hormigas y la bonhomía en su proceder no ofrece dudas. En la serie televisiva, el aspecto arácnido del ser y del escenario alientan una respuesta contraria a la que el significado de la narración debería provocar. En realidad, el monstruo no es tal cosa, sino todo lo contrario, es más ángel que demonio, pero su aspecto no casa con sus intenciones. Recuerda bastante a lo que Arthur C. Clarke propuso en su novela El fin de la infancia. En este caso, mientras que el fondo del relato sugiere bondad, la imagen, fiel a la estética narrativa del cementerio cósmico, despierta terror y fascinación a partes iguales. 
Recuperando nuestro particular viaje hacia atrás en el tiempo, la búsqueda de cementerios espaciales nos lleva hasta el libro "Besos de alacrán", una colección de cuentos de género fantástico escritos en los años 90 por León Arsenal, un magnífico autor que, para mi pesar, se trasladaría después al género histórico. Es, junto con "El círculo de Jericó", de César Mallorquí, una de las dos mejores antologías españolas de género fantástico escritas por autores procedentes del fandom. Con un carácter ecléctico en cuanto a los subgéneros que toca, cuenta con tres relatos de space opera mayúsculos: En las fraguas marcianas, El agente exterior y El centro muerto. En este último, los protagonistas intentan escapar en vano de la atracción que retiene a su nave, anclada a un punto perdido del cosmos en el que se apiñan los restos de muchas otras. Curiosamente, el origen de ese conglomerado de naves espaciales es el mismo que en el cuento escrito posteriormente por el británico Alastair Reynolds, saltos estelares que, en principio, no se sabe por qué motivo, no llegan a su destino.
La escritura de León Arsenal seduce por su estilo, sus exóticos nombres y la fluidez casi musical de su prosa. El pasado del escritor como marino mercante se trasluce en sus textos. Así describe, con precisión y sentido de la maravilla, el concepto de cementerio espacial: 

Incorporándose con pereza, echó una ojeada a la falsa portilla y, poco a poco, fue volviéndose hacia esa pantalla circular, irremediablemente atraído por las imágenes del Centro Muerto. La visión del abismo estelar, de grandes soles ardiendo en el vacío, de astronaves muertas flotando en la oscuridad. Absorto, se acercó a la pantalla sin poder despegar los ojos del cementerio estelar, deslumbrado por el extraño espectáculo de los pecios atrapados en el pantano gravitatorio, suspendidos en la nada.

En El centro muerto, que cierra la antología de forma brillante y es, en palabras de Juan Manuel Santiago, "el más complejo y agobiante de todo el volumen", Arsenal incorpora una novedad al acervo ya conocido de esta subtemática. Al agrupamiento de naves muertas y la amenaza del monstruo alienígena añade la presencia de fantasmas digitales, lo cual aporta, desde una estética moderna, un elemento afín a su herencia de relato marítimo, en la tradición de grandes nombres como William H. Hodgson. La angustia y la maravilla están perfectamente representadas en este cuento. Se disfruta tanto que, aunque está perfectamente medido, a uno se le acaba haciendo corto. 
Si retrocedemos dos décadas, llegaremos a la novela corta con la que Curtis Garland acometía este escenario dentro de la colección La conquista del espacio. Los bolsilibros, popularmente conocidos como "novelas de a duro" debido a su precio, contenían historias de ciencia ficción cuya inocencia, y en muchos casos simpleza, jugaba a favor de una pureza que se ha perdido con los años. Entre los muchos autores de la colección, mi preferido fue siempre Curtis Garland, en realidad el seudónimo más conocido entre los muchos empleados por Juan Gallardo Muñoz, quien componía historias de ciencia ficción siempre con un tono algo oscuro o, directamente, de terror. En esta novela de título clarificador sigue la fórmula más habitual en sus historias, con una introducción en la que se alude a una amenaza vivida, una catástrofe de la que el protagonista escapó de chiripa y al borde de la locura para, a continuación, aprovechar toda la tensión creada retornando al mismo escenario. En esta práctica, Garland siempre me pareció un poco lovecraftiano, aunque en esta ocasión se apegue más a Henry Rider Haggard que al escritor de Providence. 
De nuevo tenemos a una nave que ve interrumpido su salto ultralumínico por causas externas y va a dar a un lugar perdido del espacio en el que confluyen cientos de naves vacías, una de ellas con forma de sarcófago y localizada en el centro del escenario. En este caso, la amenaza no se sitúa tanto en el campo del terror (aunque en la primera exploración aparezcan seres bastante horribles) como en el del pulp, con reyes egipcios de por medio. Cementerio cósmico da lo que se pide durante más de media novela, precisamente hasta que se aclara el misterio y cambia de registro. Para su disfrute hay que perdonarle, además, esas cosillas propias de la literatura de bolsilibro, que aquí son más escandalosas de lo habitual. Bajones tremendos de temperatura entrando del espacio exterior a una nave, olores nauseabundos a traves de filtros de aire en un entorno que no lo tiene, un personaje genuinamente sorprendido por las coincidencias de los indescifrables símbolos alienígenas con la escritura sumeria y que al final resulta ser uno de ellos, o cosas que se apuntan al principio y que luego no aparecen; todo ello sumado a continuas faltas ortotipográficas. Y aun así, la fascinación que de por sí ejerce el concepto de cementerio cósmico y la simplicidad sin complicaciones tiran del interés del lector. 
Viajamos de nuevo y damos un último salto hasta 1975 para finalizar el recorrido en la que para mí fue la presentación de esta fascinante y terrorífica subtemática, el octavo capítulo de la mítica serie de televisión Espacio 1999. O, como la conocimos en España con acento latino, "Cosmos mil novesientos noventa y nueve". Por si no la conocen, la historia partía de algo tan peregrino como la fuga de la Luna de la órbita terrestre debido a una serie de tremendas explosiones nucleares. Los habitantes de la Base Lunar Alpha corrían mil y una aventuras atravesando en su viaje sistemas solares y accidentes cósmicos en lo que, al igual que sucedía con los bolsilibros, no era mas que pura ciencia ficción de tintes oscuros. En uno de los capítulos, una luz venida del espacio poseía a uno de los terrestres convirtiéndolo en una esponja de energía que amenazaba con apagar toda la base; en otro, la Luna entraba en una especie de agujero espacial que los enviaba a una dimensión en la que se encontraban a sí mismos muchos años después, viejos y de vuelta en una desolada Tierra; en un emocionante episodio doble, sólo el capitán veía el verdadero aspecto monstruoso de quienes decían proceder de nuestro planeta apoyados en una sorprendente tecnología. Historias de ciencia ficción sin más contenido que la propia aventura. Entre todas ellas, mi preferida siempre fue El dominio del dragón, ese capítulo en el que vi por primera vez un cementerio espacial.
La idea hay que otorgársela a Christopher Penfold,  guionista de un buen número de capítulos y, años más tarde, de la segunda temporada de la versión televisiva de Los trípodes, serie basada en los libros de John Christopher. La dirección corrió a cargo de Charles Chrichton, cuyo mayor éxito fue su última película, la magnífica comedia "Un pez llamado Wanda". Una cosa sobresaliente en Dragon's Domain, al margen de la que nos ocupa, es que tenía alguna otra lectura. El título y el último diálogo del capítulo equiparan al protagonista con San Jorge, y algún crítico encontró tintes homéricos, pero lo cierto es que Tony Cellini se identifica más con el melvilleano capitán Ahab. Obsesionado con la experiencia que tuvo en una expedición a Ultra, décimo planeta del Sistema Solar, Cellini vuelve a sentir la presencia del monstruo que habitaba en el cementerio de naves que encontraron orbitándolo y que acabó con el resto de la tripulación. Encerrado por prescripción médica, escapará cuando el cementerio espacial aparezca al lado de la Luna e intentará acabar definitivamente con su Moby Dick particular.
Todo en este capítulo funciona. La estructura, el ritmo, la música (ese estado de ánimo que provoca la escucha del Adagio de Albinoni en el viaje), la administración del misterio, la acción, el escenario de naves abandonadas e incluso el monstruo, un conglomerado de trapos y plástico que simulan tentáculos y que tiene un foco hipnótico como único ojo. Incluso lo aviejado de esos efectos es irrelevante. La atmósfera, con la espiral que anuncia su llegada, su rugido y ese ruido ventoso que lo acompaña, siguen siendo convincentes, reafirmada la suspensión de incredulidad por el absorbente relato. Los oficiales de la Base Lunar, tras la estela de Cellini, son testigos de cómo, al igual que el capitán del Pequod, éste fracasa en su objetivo y es devorado por la bestia. Será el comandante Koenig quien, hacha en mano, consiga su retirada.





Con este capítulo, visto cuando era un niño, comenzó mi fascinación por los cementerios cósmicos, y con él acaba este breve viaje al pasado. Es curioso que incluso en esto, como en tantas otras cosas, la realidad trate de imitar a la ficción. Porque lo cierto es que tenemos un cementerio de naves espaciales aquí mismo, en la Tierra. O al menos algo que podría identificarse como tal. El polo de inaccesibilidad del Pacífico es un punto geográfico que se define como el lugar más alejado de tierra firme en todo el planeta. Si quieren acercarse a curiosear, tienen las coordenadas en el título de esta entrada, aunque no van a poder ver gran cosa sin un buen batiscafo. Dado su alejamiento máximo de todo asentamiento humano, es el lugar al que se conducen las naves espaciales al final de su vida útil. Debido a ello, el fondo marino en el Punto Nemo, que es como también se conoce a esa localización, está plagado de restos de tecnología espacial. Allí, a casi 4000 metros de profundidad, se localizan los pecios de más de trescientas naves de distintas décadas, entre las que se cuentan nombres ilustres como la estación Mir, las Salyut o la mismísima Skylab. Es, también, el panteón que les espera a la Estación Espacial Internacional y al telescopio Hubble. 
Los habitantes de este cementerio tecnológico no reposan en silencio. Allí se detectó a finales del siglo pasado el bloop, un sonido de ultra baja frecuencia, indistinguible entre arrastre y fractura, cuyo origen parece encontrarse en el lejano hielo antártico. Aunque lo cierto es que hay quien sigue defendiendo la teoría de que está producido por ballenas inmensas de alguna especie desconocida, o incluso por algún animal de dimensiones colosales. Y es que, como apunté al principio de este texto, un cementerio galáctico no es tal cosa sin su elemento terrorífico, agrandado aquí por una feliz casualidad. La localización del Punto Nemo colinda con la del lugar en el que Howard Phillips Lovecraft situó R'lyeh, "la ciudad cadavérica y de pesadilla" en la que el gran Cthulhu y sus hordas esperan "ocultos bajo cúpulas de fango verdoso".





Pensando en todo esto, no puedo evitar traer a mi memoria la conclusión de la novela El espectro del Titanic, de Arthur C. Clarke. En un epílogo que cuenta con el sugerente título de "Los abismos del tiempo", Clarke relata, con su capacidad habitual para provocar el sentido de la maravilla, cómo, miles de años después de lo sucedido en el cuerpo de la novela, un viajero espacial de otro mundo encuentra los restos del Titanic en una Tierra vacía que luce un aspecto muy distinto:

...megaaños de vientos y lluvias habían arrasado todas las ciudades construidas por el hombre, y el lento movimiento de las placas tectónicas había cambiado por completo la forma de las tierras y los mares. Los continentes eran ahora océanos; el fondo del mar se había convertido en llanuras que después se habían plegado en montañas...

Pienso en esos viajeros espaciales del futuro, localizando el desecado Punto Nemo en los sensores de su nave y bajando a tierra para adentrarse en él. Los imagino recorriendo los restos de ese cementerio espacial olvidado hace siglos, explorando ruinas que llevarán centurias en silencio, observando las viejas naves de una raza extinta. Allí, muy lejos de su hogar, en la superficie de una Tierra abandonada, se harán preguntas sobre esta extraña especie y su destino final. Investigarán, estudiarán cada uno de los nuevos hallazgos, sobrepasados por su extrañeza, por su misterio y su antiguedad. Y luego serán sorprendidos por el desconcierto y el horror. Me pregunto cómo podrán defenderse, como reaccionarán cuando capten el retumbar de los tambores, el murmullo creciente, los sonidos reptantes de la cercana R'lyeh. Cuando algunos de ellos comiencen a desaparecer y cuando, finalmente, alcen horrorizados sus receptores hacia las alturas para descubrir que no está muerto lo que yace eternamente.




miércoles, 25 de octubre de 2023

Imágenes de cf. XXV

 




"Me aparté de la ventana, aunque no sin antes percatarme de que el viento en el exterior era más intenso que nunca y no solo los árboles seguían agitándose, sino que había montones de pequeños cilindros y pirámides –cada uno de ellos parecía dibujado a lápiz– volando a toda velocidad por el cielo. Pero el Sol se había abierto paso entre las oscuras nubes y de pronto –como si todos los presentes en la habitación hubiésemos recibido un mensaje– nos volvimos a mirar a Josie. 
El Sol la iluminaba, a ella y toda la cama, con una potente medialuna anaranjada, y la Madre, que era la que estaba más cerca de la cama, tuvo que alzar las manos para protegerse los ojos. Rick parecía sospechar qué estaba ocurriendo, pero yo estaba sobre todo interesada en comprobar si la Madre y Melania Sirvienta entendían qué pasaba. Durante unos instantes todos permanecimos inmóviles, mientras el Sol lanzaba una luz todavía más intensa sobre Josie. Observamos y esperamos, e incluso cuando llegó un punto en que parecía que la medialuna anaranjada podía empezar a arder, nadie hizo nada. Josie se movió bajo las sábanas y, con los ojos entrecerrados, alzó una mano. 
–Eh, ¿qué es esta luz? –dijo." 
 
  
 

miércoles, 18 de octubre de 2023

Breves: Simmons, Roth, Nutting

Agua salada, de Charles Simmons

¿Qué es lo que marca el paso a la edad adulta, la capacidad para el amor romántico o las servidumbres del deseo? ¿Lo sentimental o lo físico? Charles Simmons escribe con gran talento esta versión moderna (y anglosajona) del Primer amor de Turgueniev y corona una de esas novelas que se leen sin trabajo, como si una leve brisa te llevara en volandas. Lo que en superficie parece un romance de verano en un entorno costero oculta una mayor complejidad. Agua salada es una novela de iniciación en la que el amor se bate con el despecho. 
Simmons emplea un estilo limpio, al que no le sobra ni un adorno, y describe con una narrativa concisa un paisaje atractivo y unos personajes complejos, sugiriendo al paso una lectura oculta del drama y de la relación entre sus protagonistas. El magistral último párrafo de la novela refrenda una realidad que se viene advirtiendo durante toda su lectura. El narrador miente y se oculta cosas a sí mismo sin siquiera darse cuenta, incluso años después del suceso con el que se inicia el libro: "En el verano de 1963 yo me enamoré y mi padre se ahogó". El lector deberá decidir qué motivó realmente el rencor del protagonista. 



El pecho, de Philip Roth

La primera novela protagonizada por David Kepesh, uno de los trasuntos del autor, es un Roth menor, tanto por el número de sus páginas (novela corta) como por su escasa enjundia, mucho menor que la que nutre las tramas de las otras dos novelas protagonizadas por Kepesh, El profesor de deseo y El animal moribundo, ambas extraordinarias.
El pecho juega a ser La metamorfosis rothiana. La tiranía de la realidad siempre está presente, incluso cuando esta se vuelve surrealista, y también lo están el humor y las obsesiones de Roth. A pesar de centralizar la trama, el sexo es, como en toda su obra, un catalizador del mensaje. El protagonista, convertido en un pecho femenino, no puede evitar ser presa de las pulsiones sexuales, pero desde su propia naturaleza masculina. Aunque hay momentos para la carcajada, el libro no deja un poso cómico. Al contrario, uno acaba con la sensación de que la gracia que le da vida no es mas que el maquillaje que oculta al payaso triste.



Las lecciones peligrosas, de Alissa Nutting

La novela de Nutting comparte con el clásico Lolita el asunto temático (adulto que persigue sexualmente a un menor) y la muerte accidental de un personaje similar (el progenitor del acosado), pero errará quien, atrapado en su propuesta inversa, la considere una contrapartida de la obra de Nabokov, pues tramas y protagonistas difieren en muchos puntos. Concurren, eso sí, en la presencia de un humor soterrado inherente a lo que se cuenta. 
Este libro es un pasapáginas cuyo motor, el morbo puro y duro, no descansa ni allí donde parece que ya no puede ofrecer más. Su lenguaje es tan explícito como el de la novela erótica, aunque lo más potente es, sin duda, la voz en primera persona de la narradora, Celeste Price, quien describe su condición y su particular manera de pensar sin cortapisas ni arrepentimientos. El lector es invitado a entrar en la mente de una depredadora sexual que solo encuentra satisfacción en la seducción de varones de catorce años. Sus pensamientos derivan entre la excitación que encuentra en ellos y la aversión que le causa su vida social, maestra y esposa de un policía, una pantalla necesaria.
A pesar de la valentía que ha tenido la escritora al plantear esta historia (que, visto el escándalo tras su publicación, demuestra cuán tabú sigue siendo el tema), hay detalles como la juventud de la protagonista o la inversión de géneros que actúan como minimizadores de riesgo, un hecho que en sí mismo debería decirnos cosas sobre cómo está configurada, en cuanto a esos asuntos, la conciencia social. La novela incide en ellos, en la diferencia y minoría de edad sexuales y su consideración moral, en el último tramo, cuando todo se desencadena y llega la hora de sacar conclusiones. La reflexión la brinda el propio desenlace y un evidente cambio de tono en la narración, que suprime el humor y lo sustituye por un dramatismo que acaba siendo existencial. 
Novela interesante y rápida de leer, que debería suscitar conclusiones serias sobre las diferencias de tratamiento de género y sexualidad cuando cambiamos la perspectiva hacia el lado contrario. Desgraciadamente, este es un asunto que, todavía, nadie quiere ni es capaz de abordar con valentía y objetividad.






miércoles, 27 de septiembre de 2023

Narrativa fantástica española

Invasiones, de Ismael Martínez Biurrun

Como muchos, eché de menos la presencia de Ismael Martínez Biurrun en "Mañana todavía", aquella antología de cuentos dedicada a plasmar distintas versiones y momentos del apocalipsis. De ahí mi alegría al ver publicada tres años después esta colección de novelas cortas que, por la publicidad y los comentarios, olía a género apocalíptico. Y sí, de las tres narraciones, dos pertenecen a ese subgénero; la tercera es una historia de alienígenas contada desde el particular e imaginativo punto de vista del autor. En realidad, en las tres se narran invasiones, tal como anuncia el título, de una sola persona o del planeta entero. En cuanto a la calidad, en mi opinión con pulso desigual.
Confieso que padezco un desajuste con la narrativa de Ismael Martínez Biurrun. Eso que los demás consideran postitivamente su punto diferencial, la presencia del narrador por encima de los personajes, a mí me parece negativo. No porque lo haga mal, sino porque creo que abusa de ese estilo. La diferencia de calidad entre estas tres historias se debe, sobre otros detalles, a la diferente medida con la que el autor se entromete en la mente de los personajes. 
En el primer relato, "Coronación", que por espacio y argumento podría ser representado sin problemas en cualquier teatro, el narrador se hace omnipresente por el continuo uso de tropos y dobles lecturas. Su presencia en las impresiones que le produce cualquier encuentro o descubrimiento a cada uno de los personajes es de tal calibre que llega a la intromisión, restándoles autonomía. No son sus diferentes actos los que los caracterizan, sino la voz de alguien externo diciéndonos lo absurdo, contradictorio o anormal que resulta todo a sus percepciones. El relato, además, no conduce a nada que no sea una serie de pasajes de terror en los que sin duda brilla, y mucho, la pericia del escritor. El final es un lucimiento personal, que torna en terrorífico lo que debería ser el instante más bello de la naturaleza. El problema es que no veo cómo encaja ese momento en el largo drama situacional anterior. Mi problema con este cuento es que no veo una dirección.
"El color de la Tierra" me parece que cuenta con un argumento más potente y, sobre todo, mejor hilado. A diferencia de lo que ocurre en la historia anterior, en esta sí se enlazan perfectamente los dos órdenes que le dan vida, el drama interior del protagonista y el apocalipsis, una invasión exterior que en realidad viene del fondo de la Tierra. Recurriendo al medio cinematográfico, si la invasión del anterior relato olía a Shyamalan, esta despide un fuerte aroma a Cronenberg. La locura global es inquietante, interesante y finaliza en clave de novela negra. Pero lo que me conquista es, precisamente, que se trata de la historia en la que menos aparece el narrador. Los personajes, aun resultando antipáticos (una constante curiosa en la obra del autor), se explican y se declaran en sus actos, no hay una voz que nos meta en su cabeza continuamente, y las figuras retóricas me parecen bien medidas, con presencia sólo en los momentos pertinentes. 
"Nebulosa" es la historia con la que finaliza el libro, y la sitúo a medio camino entre las dos precedentes. El argumento me parece el más original de los tres, una milenaria pero insignificante guerra cósmica que culmina en el enfrentamiento de dos seres igualmente insignificantes, pero el devenir de la historia no me atrapa. Es el relato de un asesino en serie que se transforma en otra cosa. A muchos les despistará su conclusión, pero a mi parecer, ese enfrentamiento al borde de la gamberrada hace que la valoración final sea más positiva. Como, sopesando pros y contras, lo es la de Invasiones en conjunto, una colección disfrutable a pesar de su irregularidad. 



El abismo verde, de Manuel Moyano

Conrad, Kipling, Verne, London...todos en el punto de mira. Pero si hay que hablar de una referencia clara, el apellido que primero acude a mi mente es Piñol. Esta novela bien podría haber sido la segunda parte de La piel fría, tal como quería plantearla en un principio el autor catalán. Con importantes concomitancias en cuanto a argumento y atmósfera, y cambiando las criaturas marinas por subterráneas, Moyano escribe una obra que empieza mejor de lo que acaba. 
De hecho, el gran comienzo de este relato me ha hecho desear a ratos que la fallida Pandora en el Congo se hubiera dejado de comicidades para tirar más por este palo, aunque ese anhelo al final haya acabado dándose la vuelta. A su conclusión, donde la historia pedía una profundización en el elemento aventurero fantástico, o sea, una huída a la Lovecraft dentro de la ciudad perdida, Moyano decide cortar por las bravas y ofrecer un final rápido y sin sorpresas, que aun así, podía haberse acercado más de lo que ya lo hace al Den: Muvovum de Richard Corben, pues el tono de la narración lo venía poniendo en bandeja.
Una lástima, porque sólo el final apresurado le resta puntos a lo que es una buena novela de aventuras, de las de misterio pulp de ciencia ficción. La trama, algo previsible pero interesante, con personajes correctos, buen desarrollo y un protagonista cuyos defectos vemos en primera persona (a ratos me ha recordado "El misterio de los orígenes", el cuento más polémico de León Arsenal). Me ha gustado, pero, por una vez, hubiera preferido un mayor número de páginas.



Mañana cruzaremos el Ganges, de Ekaitz Ortega

Near future orwelliano bien construido que divide su foco entre el entorno familiar de la protagonista y el distópico de la sociedad en la que vive y trabaja. Me ha parecido más logrado el primer orden, por una mayor profundidad y por lo que me parece una carencia de fondo en el segundo, que transcurre en un escenario cuya descripción adolece de cierta parquedad.
Periodismo bajo censura, policía militarizada, terrorismo, pena de muerte y rebelión, subtemáticas habituales del subgénero que el autor utiliza para construir el trasfondo político de una novela que, hay que decirlo, tarda en enganchar, no por un tempo lento, sino debido a la escasez de acontecimientos iniciales. Reseñable la irrupción de un elemento fantástico alternativo en el último tercio de novela, que por inesperado aporta frescura y empuje en la conclusión. En definitiva, este es un libro que se busca a sí mismo en la prospectiva pero que acaba encontrando su punto fuerte en los personajes.



Los príncipes de madera, de Daniel Pérez Navarro

Ignoro si cuento largo o novela corta, pero, sin duda, he aquí un gran relato de ciencia ficción. Personalmente, a pesar de cuánto me ha gustado, me resulta sorprendente su ortodoxia siendo su autor quien es. La ficción de Daniel Pérez Navarro suele hollar senderos menos transitados, pero aquí demuestra, como si de un pintor abstracto se tratara, que para explorar nuevos territorios hay que tener recorridos los más convencionales. 
Soy consciente, sin embargo, de que a quien no haya leído aún al autor, esta historia espacial sobre unos peculiares adolescentes le descolocará un tanto, pues la normalidad en el fondo del relato no se percibe hasta el final. El epílogo elimina la duda entre las posibles versiones de los acontecimientos en una narración que previamente la había propuesto con maestría. Los príncipes de madera es un relato excelente que, en todo caso, merecía una edición mejor. El reducido tamaño del formato constriñe el texto, partiendo sílabas y salpicándolo de líneas huérfanas.



Formas que adoptan los sueños, de Julián Díez

Quien a edades tempranas emprende la lectura de un libro de ciencia ficción por primera vez y lo cierra emocionado, sufre instantáneamente dos necesidades: la de seguir leyendo ese tipo de relatos y la de escribirlos. No conozco otro género literario en el que ocurra esto con tanta recurrencia. Se puede decir, sin temor a la equivocación, que en la casi totalidad de lectores de ciencia ficción hay un escritor en potencia, o al menos en deseo. Si además de lector eres editor, antologista, ensayista, traductor, jurado y lo que se tercie, tendrás que ser un dios para resistirte. Julián Díez peca de todo lo mencionado, así que la existencia de los cuentos que configuran esta colección personal ha de tomarse como algo inevitable.

Dada su posición, en la cúspide del fantástico literario durante casi 20 años, un número tan escaso de cuentos puede tomarse como un signo de humildad. Quien pudo colocar lo que escribiera, se limitó a esparcir por distintos fanzines unos pocos cuentos durante contados años. Sobre esto, Juanma Santiago escribe en el magnífico prólogo: "da la impresión de que Julián escribía por el mero placer de contar historias y conjurar fantasmas". Y algo de eso debe de haber, porque se trata de uno de esos casos en los que la sintonía entre la persona y el autor me parece indiscutible. Las temáticas, el enfoque, los personajes, la carga ideológica, las inquietudes, se corresponden con Julián Díez. Si bien el estilo no denota una personalidad narrativa fuerte, los contenidos concilian con lo que uno esperaría.
Hay ciencia ficción, terror, ensayística ficción, comedia contenida y una intención prospectiva muy reconocible en algunos de los cuentos, pero son principalmente la amistad, el amor, la decepción, la tristeza, la heroicidad y, en suma, el elemento humano el principal sustrato de los diferentes cuentos. Díez, como gran conocedor de este género literario, sabe que el escenario, el elemento fantástico y la mirada diferente que la cf pone a disposición del lector no son mas que herramientas que nos permiten vernos a nosotros mismos desde una perspectiva novedosa, distinta.
En esta antología no hay obras maestras, pero tampoco malos cuentos. La diversidad de contenidos le confiere amenidad. Hay sitio, además, para el abordaje clásico, con su giro final sorpresivo, y para un tratamiento más literario. Y hay referentes reconocibles (yo me he topado con Dick, Vonnegut, Dish, Silverberg e incluso Kafka, y sin embargo sigo buscando a Ballard). Quizás, por clasicismo, los dos relatos que más se amolden a lo que un lector tipo espera sean "Tren", con su carga social, y "Queda un espacio vacío", con su emotividad, y puede que sorprenda "Los abominables sucesos de la casa Figueroa", que con más de 20 años, debido a su satírico juego con los géneros, tiene una lectura actualísima. Pero yo me quedo con la esplendorosa metanarración "Busco belleza entre las ruinas" y con la maravillosa melancolía implícita en "La naturaleza del héroe", cuentos de una belleza final impactante.
La conclusión sobre esta pequeña pero completa antología es que Julián Díez se podía haber dedicado a la ficción con tanto tino como lo hizo a la no ficción, aunque se decidiera por lo segundo. Me apena pensar en lo perdido, aunque en la misma medida en que agradezco lo ganado.





lunes, 11 de septiembre de 2023

Pellizcos

La cultura no es la acumulación de conocimientos; es lo que te queda cuando has olvidado lo que aprendiste.

-Julio Llamazares-

domingo, 3 de septiembre de 2023

Breves: Portis, James, Weir

Mattie, de Charles Portis

Qué regalo es la buena literatura para quienes tenemos la suerte de tropezárnosla. He leído esta maravilla que es True Grit en su primera edición en España, la de la colección La Corona de Bruguera en tapa dura, titulada entonces Mattie y conocida posterior y mayoritariamente por una traducción más fiel al original: Valor de ley. El olor del papel viejo me ha traído ecos de aquellas sesiones de sábado por la tarde en TVE. Guardo recuerdo de aquel John Wayne con parche y de aquella película, la original, pero tan lejano que en mi cabeza su irrepetible personaje femenino tenía el rostro de Katharine Hepburn y no el de Kim Darby, un error de bulto.
Ahora que leo la fuente literaria entiendo el porqué de la confusión. La adolescente que protagoniza la historia junto al rudo comisario Rooster y el tejano LaBoeuf encaja perfectamente con el carisma y el carácter de la Hepburn. No me extraña que titularan la primera edición española con su nombre, porque su voz narrativa en primera persona resplandece sobre el resto de la novela, que también es notable. Siendo un libro de personajes, la figura de Mattie Ross es el centro de atención y el filtro por el que pasa toda la narración, incluso tras agigantarse la figura del comisario en el tramo final.
Mattie/Valor de ley es una novela de personajes, pero también un western canónico. El respeto que muestra por su naturaleza genérica es colosal. Pistoleros, cuatreros, un tren asaltado, cuentas pendientes y persecuciones a caballo por un escenario natural que está tan bien descrito como las propias acciones, aun bajo el predominio de los diálogos. Un disfrute continuo al que no le sobra ni le falta nada, tan perfectamente medido como está todo. La estructura y el ritmo son ejemplares y te atan a la narración hasta un final emotivo que agranda la historia hasta convertirla en crónica del fin de una era. 
Un libro magnífico. 


Historias de fantasmas de un anticuario, de M. R. James

Abordé esta antología con expectativas equivocadas. Mis cuentos de terror favoritos pertenecen al subgénero gótico, plenos de descripciones y de una innegociable cualidad atmosférica. Los espectros creados por M. R. James tienen muy poco o nada que ver con ellos, pero tampoco con la imagen tradicional que uno imagina cuando se menciona a un fantasma victoriano. De hecho, el de Canterville correría aterrorizado ante las pesadillas que aparecen, o más bien se sugieren en estos relatos.
Las extrañas apariciones de M. R. James suelen estar ligadas a un objeto o un documento con el que el siempre flemático y culto protagonista se cruza. Suelen tener aspectos indefinidos, o al menos sugeridos con un par de pinceladas ("una cara como de trapo arrugado"), y se manifiestan de las formas más inesperadas. Los edificios son descritos con detalle, como si fueran el centro de la narración, pero los entornos son presentados con una cierta parquedad. Y es curioso que aun así hayan logrado tener tanta presencia en la imaginación de este lector.
Hay un detalle que se repite en las diferentes tramas y que es una de las causas de que la atmósfera no sea lo mollar en estas narraciones. El protagonista jamás se encuentra solo ante lo sobrenatural. Su relato siempre es creído. La mayoría de las veces incluso son varios los testigos de las apariciones. Y cuando estas acaban con su víctima lo hacen siempre fuera de foco o de forma entrevista. Si sumamos que todas las narraciones están contadas por un tercero, el anticuario del título, y que el humor tiene una notable presencia, se puede entender perfectamente esa falta de atmósfera.
Y sin embargo, cómo enganchan estos cuentos, cómo entran. Una antología que para mí ha comenzado de forma modesta, poniendo a prueba mis expectativas, ha acabado ganándome del todo. Ocho cuentos de entre quince y veinte páginas que he acabado consumiendo como si fueran pipas. Mis preferidos son "El fresno", "La habitación número 13" (una joya en su sencillez) y "Silba y acudiré". Aunque la edición de Valdemar Gótica en la que los he leído incluye las cuatro colecciones de cuentos de M. R. James, he preferido parar aquí, justo en la distancia que cubre la edición de bolsillo mostrada arriba. Creo que leerlos todos de golpe podría empachar, y, por otra parte, prefiero dosificarlos para recompensarme a mí mismo más adelante. Su propia división interna lo facilita.


Proyecto Hail Mary, de Andy Weir

Un libro realmente entretenido, debido en gran parte a su estructura. Con una narración planteada in media res, la estrategia de alternar la acción presente con los hechos del pasado que el amnésico protagonista va recordando hace que el suspense no decaiga y que no haya espacio para el aburrimiento. Y se podría caer en él debido al a veces cargante Ryland Grace, que, como el protagonista del anterior éxito de Wair, El marciano, es una suerte de McGyver de la ciencia que igual te soluciona un roto que un descosido. De hecho, quizá sea ese el punto flaco de esta novela desde una perspectiva global, la similitud de su proactivo protagonista con el de aquel otro libro. Esta podría haber sido perfectamente la continuación, pues Mark Watney es completamente intercambiable con Ryland Grace (veremos cuánto se parecen Matt Damon y Ryan Gosling en la anunciada película). Aun así, esa voz en primera persona, siempre optimista y desenfadada, vuelve a convertir la lectura en una travesía agradable. 
La novela es muy imaginativa, tanto en el diseño de la amenaza y la solución como en el desarrollo del primer contacto. La esforzada trama propone un claro mensaje: la salvación llega desde la colaboración, no importa lo diferentes que seamos. Las propuestas menos felices parten siempre de la trama situada en el pasado, de Stratt, el personaje secundario más interesante. Su alegato contra las cuotas de género y su clarividencia para situar la falta de comida en el centro de todo apocalipsis humano son muy interesantes. Aunque en esas páginas que desarrollan los capítulos de la Tierra echo un poco en falta algo de narrativa del desastre.
Proyecto Hail Mary es ciencia ficción espacial pensada para la gran pantalla, muy entretenida y con un cierto olor clásico.