domingo, 18 de junio de 2023

En la muerte de Cormac McCarthy

Revisando el blog para escribir esta entrada confirmo algo que ya presumía: el nombre de Cormac McCarthy es, con diferencia, el más citado en Literatura en los talones. Asunto nada extraño, pues es mi escritor favorito y su novela Meridiano de sangre la mejor que he leído, quizás junto con Cien años de soledad. Pero más allá de lo personal, le he nombrado en repetidas ocasiones sobre todo por necesidad, por rigor, porque su influencia en la literatura y su presencia en la crítica desde que La carretera ganó el premio Pulitzer han sido abrumadoras. Lo he citado con afán comparativo, detectando puntos de encuentro en las narraciones de autores como David Vann, Jesús Carrasco o Rafael Pinedo. Y por lo contrario, para desmentir maniobras editoriales de venta o, directamente, atacar la ignorancia de reseñadores incapaces de llevar sus reflexiones más allá del fajín promocional, mencionando al autor importante de moda incluso cuando no toca, como hice en el caso de Fin, de David Monteagudo. Recurrí a McCarthy también para denunciar el falso etiquetaje en las distopías y fue el centro de un gracioso caso que incluí en la sección de recomendaciones llamativas que titulo Criminal Blurbs. La carretera estuvo en el origen de una larga entrada sobre la labor del escritor de reseñas o críticas literarias.
Más allá de lo anecdótico, dediqué textos de mayor enjundia a aspectos de su obra que me inspiraron y empujaron a escribir sobre otras cuestiones literarias. Déjenme presentarles una pequeña lista.

Sobre el virtuosismo de su vocabulario y la dificultad de volcarlo al castellano merced a un término encontrado en La carretera:
 

Sobre la utilización de los recursos narrativos, comparando un pasaje de Hijo de Dios con otro de Elegía, de Philip Roth:


Sobre la insospechada relación inspiracional de La carretera con la Era Hyboria de Robert E. Howard:


Algo más ligero, sobre la diferencia entre ficción y realidad:


McCarthy y su obra también han tenido protagonismo en reseñas y artículos que he publicado fuera de este blog. Quizás el mayor ejemplo sea el que dediqué en C, mi otra casa, a las dos obras que iniciaron la explosión del género postapocalíptico en este siglo, una de ellas La carretera:


En C también publiqué dos listas de recomendaciones en las que incluí esa misma novela debido a su enorme trascendencia:


La carretera merecía una crítica larga, pero no llegué a escribirla. ¿Por qué? De su lectura saqué nada menos que doce hojas de anotaciones y se me hizo evidente que no podría escribir el texto que la novela pedía hasta, al menos, volver a ella. Supongo que algún día llegará. En el blog me limité a dejar constancia de su lectura:


Sobre sus novelas más cortas escribí unas pocas líneas en la sección breves, donde coloco pequeños textos que me sirven como diario de lecturas:


Iban a ser más, pero el fallecimiento del escritor se ha adelantado a la publicación de dos de ellas. Creo que la ocasión es lo suficientemente importante como para que, en vez de incluirlas en esa sección, las cuelgue aquí por primera vez:


Todos los hermosos caballos


Primera de la Trilogía de la Frontera, la novela más accesible de McCarthy, quizás la más popular o incluso, siendo exagerados, comercial, no cosecha tales calificativos porque muestre un relajamiento del estilo, sino por la ortodoxia de su trama. El lenguaje exhaustivo, arcaico, exigente, es el mismo de otras obras monumentales anteriores, pero la historia e incluso la estructura, diría yo, sintonizan con temáticas y tempos de más fácil digestión. Es una obra dura, pero dentro de un romanticismo y una dimensión genérica más hollados.
A diferencia de lo que ocurre en Meridiano de sangre, la Gran Novela Americana, Méjico no es el infierno, sino una tierra fértil y poblada por buenas gentes. De hecho, el origen del mal en esta novela parte de los propios protagonistas. Puede decirse que son ellos, o más concretamente el crío, quienes lo originan y lo llevan hasta aquellas tierras. Grady es un alma pura arrastrada por unos acontecimientos ajenos, provocados por su acompañante.
La impiedad y oscuridad sin concesiones con las que McCarthy nutre sus relatos es aquí más canónica, más identificable para un lector convencional. Y sin embargo, sus claves habituales están presentes. Conceptos como el misterio ancestral de la naturaleza, la presencia de lo pretérito, el camino de aprendizaje y la condición masculina, exigida por el entorno y por sus propios condicionantes, constituyen el trasfondo de una historia que en superficie, sin embargo, puede ser explicada con una engañosa normalidad.
Al lector habitual de McCarthy le llamará aún más la atención la presencia de personajes femeninos determinantes en la novela, algo poco presente en la obra del autor. Cabe decir que el presuntamente más importante, Alejandra, apenas está desarrollado, mientras que el de su tía, en principio secundario, cuenta con una descripción y un papel final más determinantes. Quizás porque, precisamente, se trata de un personaje mucho más fuerte, y la dureza, sabemos, es un valor crucial en la narrativa del autor.
Hay rarezas en la estructura del último tramo, con un monólogo excesivamente largo y cierta farragosidad en la descripción de las acciones de Grady en la incursión final al rancho, pero no merman la impresión global. La novela deja poso emocional y está escrita como lo harían los propios dioses, dos logros inalcanzables para la mayoría del resto de los escritores, pero una constante en la obra del norteamericano.


El pasajero / Stella Maris

El escritor de corte más clásico se marca un artefacto colosal en el que demuestra que también puede hacer literatura diferente, que puede jugar en el campo de Delillo, Pynchon o Foster Wallace sin abandonar la mejor prosa de los últimos 50 años. Estamos ante una novela en la que el devenir existencial y las dudas de los dos protagonistas son más importantes que el argumento, en la que las subtramas cuentan más que el todo y que funciona principalmente como testamento personal del autor, de sus pensamientos y dudas, pues parecen ser sus inquietudes las que nutren el subtexto temático de todas las conversaciones.
Estas dos novelas componen un díptico en torno a una misma historia, ofreciendo dos perspectivas alternativas alrededor de los personajes principales, ambas abiertas a diferentes interpretaciones. Son varias las posibilidades de lectura, la más realista y lineal de ellas, paradójicamente, dentro del género de la ciencia ficción. En la primera novela, Bobby Western visita bares y amigos, tiene conversaciones con distintos personajes mientras intenta escapar de una amenaza más intuida que evidente. En la segunda, situada años antes, su hermana mantiene sesiones con el médico que la trata en el centro psiquiátrico al que acudió voluntariamente. En ellas se desgranan interioridades de la física, las matemáticas, la música, la filosofía y otras disciplinas. 
Estamos ante una novela vanguardista pero de aroma ancestral y un marcado nihilismo, en la que la fatalidad se impone a la realidad. Es también una herramienta de la que el autor se sirve para desgranar, en un ataque de erudición continuo, sus dudas sobre la existencia y el mundo tocando diferentes temas, de la transexualidad al asesinato de Kennedy. El vehículo que utiliza McCarthy para mantener estas conversaciones consigo mismo es una historia de amor incestuoso, imposibilitado por un trasfondo de ciencia ficción. Y es que las alucinaciones que padece Alicia Western bien podrían, como se sugiere en varios puntos de la lectura, no ser tal cosa.


Si antes escribí que una crítica en condiciones de La carretera exigiría relecturas y tiempo, la de Meridiano de sangre debería incluso ir más allá. Como señalé al principio, se trata de la mejor novela que he leído. Fue tal la impresión que me causó su lectura que, tras cerrar las páginas del libro, sentí el impulso inmediato de escribir el texto que enlazo a continuación:


Obviamente, este textito mío no se puede considerar ni siquiera un acercamiento a la magnitud de todo lo contenido en esta maravilla de la literatura. Su estudio exige, más que una reseña, por muy larga que fuera, un ensayo de decenas de páginas. Quise acercar a los lectores del blog la sensación que me embargó durante gran parte de la lectura y extraje uno de los muchos pasajes cuyo virtuosismo me había dejado con la boca abierta. McCarthy en la versión de Luis Murillo Fort, su traductor usual, se ve así: 


Me es imposible reproducir aquí las páginas que Harold Bloom le dedica a Meridiano de sangre en su libro "Novelas y novelistas. El canon de la novela". Baste decir que, para este famoso crítico, la de McCarthy se cuenta entre las cuatro mayores novelas que haya dado la narrativa norteamericana. A falta de ensayo, les invito a asistir, como un alumno más, a la clase que la profesora Hungerford dio sobre esta novela dentro del curso La novela americana desde 1945 de la Universidad de Yale. Si se defienden en la lengua de Shakespeare, claro. Pueden verlo en Música en los talones o a continuación. Aquí les dejo las dos partes, así que activen los subtítulos y disfruten:    
   





Y acabo. Creo que casi todo lo que quería decir ya está contemplado en alguno de los enlaces que he desperdigado a lo largo de esta entrada. Cormac McCarthy, mi escritor favorito de todos los tiempos, ha muerto. Desde mi primer encuentro con su obra, libro tras libro, una convicción fue afianzándose en mí. De otros escritores, por muy grandes que fueran, siempre pensé con optimismo que, con desempeño y décadas de oficio, uno podría acercarse a su manera de escribir o, al menos, a imitarles sin quedar en ridículo. Con McCarthy, me di cuenta desde el principio de que eso no era así. Fui consciente, desde aquel primer libro, de que su talento era irrepetible, inabordable, que uno podría igualar o incluso superar su dedicación, ese trabajo que configura el 90% de la escritura, pero que jamás llegaría a poder imitar ese toque único, la prosa mccarthyana. En sus novelas fue un Faulkner sin adornos, el maestro de las subordinadas camufladas de coordinadas, de las largas secuencias. La escritura, la forma como entidad autosuficiente, sostenedora, si hubiera sido preciso aunque nunca fue el caso, de la obra por sí sola. No sé cómo lo hacía, pero el resultado era fascinante. 
Se va Cormac McCarthy, pero, como decimos siempre que muere un gran literato, quedan sus libros, para ser leídos y releídos mientras el concepto de libro tenga aún sentido.