jueves, 28 de diciembre de 2006

Bibliópolis ha vuelto

Bibliópolis
No se me ocurre una mejor manera de despedir el año que con esta excelente noticia, una nueva actualización de Bibliópolis, web cuyo sobrenombre, "crítica en la red", se corrresponde a la perfección con su naturaleza. Tras dos años de parón, reaparece la que fue una de las principales páginas virtuales de crítica literaria, enfocada en su mayor parte hacia el género fantástico. Críticos de valía y escritores de prestigio analizan obras y actitudes desde enfoques siempre interesantes. Quien quiera acceder y echar un vistazo, puede hacerlo desde el enlace situado arriba a su derecha.

lunes, 25 de diciembre de 2006

Charles Dickens. Canción de Navidad

Canción de Navidad
Me satisface sobremanera la siguiente entrada, y no sólo por el libro del que trata, sino también porque este blog haya logrado, echando mano de la fraseología popular, comerse el turrón. Por razones personales, tenía el convencimiento de que no duraría hasta más allá del verano. Pero henos aquí, compartiendo la Navidad, ese bonito periodo en el que repartimos toda la alegría y la simpatía que nos negamos el resto del año. La cruda realidad es que estas fechas se han ido convirtiendo, cada vez más, en el festejo mercantilista por antonomasia. Salgan a la calle si no. Los siete días que preceden a la Nochebuena han adquirido más importancia que la semana de Navidad en sí y han usurpado el espíritu solidario en pro de la autosatisfacción consumista.
En casos como éste, la pervivencia de los clásicos pasa de ser una sencilla condición natural a convertirse en un bien necesario, una voz del pasado que nos recuerda valores olvidados y que nos marca un camino antiguo que el signo de los tiempos ha acabado por borrar. Quizás no volvamos a retomarlo, pero su mero recuerdo nos muestra quiénes fuimos, y nos hace ver, por comparación, cómo y quiénes somos en este momento de la historia.

CANCIÓN DE NAVIDAD (1843) narra la inquietante noche que en la víspera de esta festividad pasa Ebenezer Scrooge, anciano miserable y tacaño, de resultas de la visita del espectro de su antiguo socio, Jacob Marley. Éste hace desfilar ante él la visión de los espíritus de las Navidades pasadas, presentes y futuras, imprimiendo así en su existencia una feliz transformación.


Canción de Navidad es, como todos los grandes clásicos, un libro reconocido mundialmente, una novela que ha viajado a través del tiempo cobrando cada vez más popularidad, Navidad tras Navidad. Sin duda, el responsable principal de la gran consideración con que cuenta es Ebenezer Scrooge, antítesis de la Navidad y uno de los mayores logros de Charles Dickens, que dio en el clavo de una forma tan acertada que el personaje se fue convirtiendo con el paso de los años en arquetipo universal. La fama tiene también su lado negativo, y en este caso ha sido tanta que ha acabado por diluir a la fuente original entre sus numerosas copias y derivados. Es imposible eludir un primer y adulterado contacto con Canción de Navidad en la infancia, ya sea en tebeo, película o dibujos animados. La tacañería de Scrooge ha terminado por absorber el resto de la obra, un efecto colateral del que, seguramente, el principal culpable sea la pericia de Dickens.
En la Inglaterra victoriana era costumbre reunirse en grupos para leer las publicaciones por entregas y así poder abaratar costes. En un tiempo en el que la televisión aún no existía, esa actividad se daba especialmente en el entorno familiar, criados incluídos. El conocimiento de que Ilustración de John Leechen la lectura colectiva de sus escritos abundaban los niños empujó a los distintos escritores a utilizar un tono que interesara a los adultos y no perjudicara a oídos inocentes. Dickens fue tan diligente y hábil en esta misión que como resultado la historia del viejo tacaño Scrooge se ha acreditado en muchos casos como cuento infantil. Una simple lectura del texto original sirve para desmentirlo.
Tras la cicatería del ruín Scrooge pervive una historia que cabalga a medias entre el terror gótico y el realismo, un relato navideño de fantasmas casi costumbrista. No resulta difícil imaginar a muchos de los pequeños oyentes recreando más tarde, en sus pesadillas, las espectrales apariciones de Marley y los tres espíritus en la vieja mansión, a cada cual más terrorífica; o tal vez la escena del cementerio, en la que el acongojado rostro del avaro arrepentido parece traspasar las páginas del libro. Más valioso aún es el paseo que Dickens nos ofrece por las casas y las calles del bajo Londres, o la descripción de las costumbres y la apariencia de las gentes que se reúnen en la celebración que tiene lugar en el almacén del viejo Fezziwig. Definitivamente, Canción de Navidad es una delicia por muchos más motivos que el de la magna construcción de su protagonista principal. Por supuesto, otro de ellos es la bella exaltación del espíritu navideño.
Como persona no creyente, jamás he encontrado una razón tan poderosa para vivir la Navidad como la que Fred, sobrino de Scrooge, le refiere a su descreído tío:

«Puede que haya muchas cosas buenas de las que no he sacado provecho», replicó el sobrino, «entre ellas la Navidad. Pero estoy seguro de que al llegar la Navidad ‑aparte de la veneración debida a su sagrado nombre y a su origen, si es que eso se puede apartar‑ siempre he pensado que son unas fechas deliciosas, un tiempo de perdón, de afecto, de caridad; el único momento que conozco en el largo calenda­rio del año, en que hombres y mujeres parecen haberse puesto de acuerdo para abrir libremente sus cerrados corazones y para considerar a la gente de abajo como compañeros de viaje ha­cia la tumba y no como seres de otra especie embarcados con otro destino. Y por tanto, tío, aunque nunca ha puesto en mis bolsillos un gramo de oro ni de plata, creo que sí me ha aprovechado y me seguirá aprovechando; por eso digo: ¡bendita sea!»

Feliz Navidad.


miércoles, 20 de diciembre de 2006

Kevin Brockmeier. Breve historia de los que ya no están

Breve historia de los que ya no están
He rellenado hace unos días un formulario sobre hábitos de lectura. No es el primero, así que una vez más me han hecho gracia esas típicas preguntas con las que se empeñan en descubrir el impulso secreto que mueve al comprador de libros. Será que soy raro, difícil de encasillar, pero lo cierto es que no podría decantarme por una razón como motor de la compra, sino por muchas.
¿Es por el autor? Sí, a veces. ¿Por el argumento? Sí claro, también. ¿Porque pertenece a un determinado género? En ocasiones sí, por supuesto. ¿Por la ilustración de cubierta? Bueno, no exclusivamente, pero también suma. Y no sólo eso, también centro mi atención en el olor característico al hojearlos (mi vicio nada secreto), en el precio, en la editorial, en el número de páginas..., menos en los blurbs, en todo. Pienso que si ni yo mismo sé muchas veces, una vez en casa, por qué he adquirido determinado libro, difícil será que los señores al otro lado del formulario logren deducirlo.
Si alguien me preguntara por qué compré, por ejemplo, Breve historia de los que ya no están, no sabría contestarle. Supongo que en aquel momento me pareció una buena idea. Una prueba más de que hay momentos para todo, incluso para equivocarse.
A Laura Bird se le está acabando el tiempo. Hace tres semanas que ella y dos de sus colegas se encuentran solos en uno de los lugares más fríos y remotos de la Tierra. Los dos hombres parten en busca de ayuda, y de repente Laura se da cuenta de que no van a volver. Así que recoge los pocos víveres que le quedan e inicia un viaje extraordinario. Entretanto, en otro lugar, más y más gente va llegando a una ciudad sin nombre. Cada persona tiene una historia distinta que contar, pero hay algo que todos tienen en común: era su último viaje. Están en la ciudad de los muertos, un lugar en el que permanecerán mientras en la Tierra quede alguien que los recuerde. El problema es que la ciudad ha comenzado a vaciarse.

Esta novela, curiosamente, se publicó antes en España que en EE.UU., país de origen del escritor. Brockmeier es un joven y sobresaliente cuentista que también ha incursionado en el terreno de la narrativa infantil. Como novelista, me temo, le queda aún bastante terreno por recorrer para adquirir el mismo dominio que demuestra en la distancia corta. Breve historia de los que ya no están es una novela de género fantástico desangelada, de esas que dejan la misma expresión en el rostro (y lo que es peor, en el corazón) del lector tanto al comienzo como en su conclusión.
El viaje extraordinario de Laura por los hielos antárticos se inspira, tal como reconoce el autor, en las páginas de El peor viaje del mundo, la obra maestra de Apsley Cherry-Garrard. Y lo hace con tal exceso que uno no puede evitar la comparación, tras la cual, naturalmente, la descripción de Brockmeier sale apaleada. Tanto el personaje de Laura como, especialmente, los del diverso grupo que pulula por esa extraña ciudad en involuntario desalojo están pobremente construídos. Los habitantes de la urbe parecen haber escapado del guión de alguna producción cinematográfica desechada por Frank Cappra. Si el lector pone interés en llegar a la conclusión de la historia, se encontrará con que ésta deriva indecisa entre el elongado escapismo que cerraba la novela Tránsito, de Connie Willis, y la lisergia que apabullaba al espectador en el tramo final de "2001, una odisea espacial".
Hay detalles graciosos, como la culpabilidad de la Coca Cola en el fin del mundo, e incluso algún diálogo con cierto ingenio tristón, pero no son mas que islas en un océano de inanidad. Esta aburrida novela de Kevin Brockmeier persigue, sin llegar a contactar con la literatura new age, la estela de algunos escritores del buen rollo como Mitch Albom. El resultado es un flojo ejercicio de intenciones metafóricas cuya presunta profundidad no logra salvar el escollo de una trama carente de fuerza vital.

sábado, 16 de diciembre de 2006

Revista Hélice nº 1

Hélice
La reciente aparición de esta nueva publicación digital constituye una grata noticia para nuestro género fantástico. Tras el arreón novelístico de los últimos años, en los que se llegó a superar (en algunos casos con creces) la decena de novedades al mes, se hacía necesaria una labor de estudio y crítica dentro del género para separar el grano de la paja. Hasta cuatro revistas (Asimov, Galaxia, Gigamesh y Solaris) llegaron a disputarse el bolsillo del lector, cada una de ellas encauzada hacia su propia y particular concepción de lo que debe ser y aportar la literatura fantástica. Pasados esos buenos tiempos, nos encontramos dos años después con que ya no existe en papel ninguna de ellas, y que los escasos comentarios sobre obras de ciencia ficción, terror o fantasía se han refugiado en un puñado de páginas web o en bitácoras como ésta, creadas la mayor parte de las veces por lectores que anteponen su afición, sin más análisis que el propio gusto, a los valores literarios.
La Asociación Cultural Xatafi se ha destacado desde su nacimiento por la preocupación que muestra hacia el aspecto lingüístico y conceptual de las obras de carácter fantástico, siempre en el convencimiento de que cualquier género narrativo es, antes que nada, literatura. Tras organizar la HispaCon de 2003, ofreció una importante muestra del compromiso que guarda con sus ideas al crear tres años más tarde, conjuntamente con una conocida tienda virtual, los Premios Xatafi-Cyberdark. Ahora se lanza al ruedo de la publicación en formato digital con una nueva revista, Hélice, en un intento de cubrir el vacío que la ausencia de las anteriormente mencionadas ha dejado. Su intención de abordar la crítica del género fantástico atendiendo a los criterios de calidad propios de la literatura general, tanto en la forma como en el contenido, es loable y abre un frente necesario si atendemos al momento actual de este tipo de narrativa, dignificada por la reciente visita de autores generalistas de renombre, los Roth, Ishiguro o McCarthy.
He aquí la dirección oficial de la página web desde la que se puede acceder al índice de este primer número y, por supuesto, descargarlo gratuitamente: He de decir, una vez leída, que no me sorprende la gran calidad del contenido, que ya presumía, sino su escasez en una publicación cuya materia prima no supone costo alguno. Sin duda, buscando facilitar la impresión en papel, la gente de Xatafi ha actuado de manera a mi entender excesivamente modesta y ofrece sólo 40 páginas de texto sin ilustraciones. Quizás sea una buena idea como prueba inicial, pero espero que conforme vaya avanzando la singladura de Hélite ese número se vea multiplicado para equiparar cantidad y calidad.

miércoles, 13 de diciembre de 2006

Edgar Rice Burroughs. Una princesa de Marte

Cuando escribí la entrada de El prestigio ya anuncié que se trataba de una reseña antigua. Dado que el blog es una especie de cajón de sastre en el que todo cabe, he pensado en recuperar algunos comentarios que escribió mi amigo Ben en el pasado y lavarles un poco la cara, lo justo para adaptarlos al nuevo formato. Ya que me ha resultado difícil reencontrarme con mi joven yo lector, quizás sea más fácil hacerlo con el Ben reseñador. Así pues, se abre aquí una nueva categoría que he decidido titular "Reseñas rescatadas". Dado que aún no he podido dotar a Literatura en los talones de etiquetas, y aunque la longitud les pondrá sobre aviso, iré indicando al principio de cada entrada si pertenecen a esta categoría o no.
Para comenzar, ¿qué mejor manera de hacerlo que con un clásico?



Una princesa de Marte
Antes del Marte de Robinson, Benford, Landis y demás escritores de ciencia ficción moderna, mucho antes de las versiones cinematográficas propiciadas por la reciente fiebre marciana, existió un Marte imaginario, menos real, y por tanto mucho más divertido. Hasta él hizo viajar Edgard Rice Burroughs, creador del famoso Tarzán de los monos, a su otro héroe más popular, el autosuficiente capitán John Carter.
Escrita en 1912, Una princesa de Marte es un claro exponente del pulp americano y de los arcaicos valores morales de la época, tales como el machismo o el promilitarismo. Sin otra intención que la de entretener, Burroughs narra las aventuras del mencionado capitán de Virginia en un planeta rojo moribundo de versión lowelliana, surcado por canales y lechos de antiguos mares ahora secos. Carter, dotado de una fuerza y agilidad superiores gracias a la baja gravedad marciana, vive mil y una aventuras entre increíbles y fascinantes criaturas hasta llegar a ganarse la lealtad de un megachucho llamado Woola, la amistad del tharkiano Tars Tarkas y el amor de la bellísima princesa Dejah Thoris, y quizás salvar al planeta entero en un final que recuerda bastante a la versión cinematográfica que el holandés Paul Verhoeven realizó de un cuento de Philip K. Dick.
Tanto el argumento, que arranca con un viaje mágico, como la fisonomía marciana son más propios de la fantasía que de la cf, género en el que el solo hecho de transcurrir en Marte ha integrado para los restos a esta novela. Una princesa de Marte es una obra de disfrute para jóvenes y nostálgicos, para aficionados al género que no hayan logrado o querido erradicar de sus mentes lectoras el síndrome de Peter Pan. A veces, encerrar bajo llave al crítico que todos llevamos dentro conduce al disfrute.

sábado, 9 de diciembre de 2006

Ray Bradbury. El vino del estío

Farewell Summer
Decidí releer El vino del estío por varias razones, la primera de ellas relacionada con el estado de ánimo en que me dejó la lectura de "Elegía". No sé a ustedes, pero a mí siempre me afecta emocionalmente la buena literatura. Dado que el libro de Philip Roth me había zurrado la badana, me pareció sensato buscar la recuperación en el extremo opuesto, trasladarme de aquel diario de una vejez enferma a alguna crónica de la infancia que rebosara alegría e ilusión por vivir. Mi amigo Ben recordaba la novela de Bradbury con gran cariño. Narrada con el entrañable y efectivo estilo habitual en las obras del de Illinois, se mantenía en su memoria como una novela optimista y repleta de vida, así que, confiando en la sabiduría de Ben, decidí seguir su consejo.
Otro motivo atendía a un asunto coyuntural: la publicación en octubre de este año, más de medio siglo después, de una suerte de continuación que en realidad ha resultado no ser tal. El texto original de El vino del estío, publicado en 1957, era demasiado largo para una época en la que el virus de la fat fiction aún no había enfermado a la literatura fantástica, así que el editor sugirió a Bradbury que lo acortara. Farewell Summer está construido sobre los cimientos de aquel material desechado, y por tanto más que ante una continuación estamos ante un complemento del Dandelion Wine original (*).
Por último, deseaba traer hasta aquí a Ray Bradbury, un escritor consagrado a ese tipo de fantástico mestizo tan frecuentado por escritores generalistas ajenos al género y que él lleva más de medio siglo trabajando desde dentro (o al menos así lo reivindican desde dentro). Dado que no quería recurrir a sus más rastrillados clásicos, la elección de El vino del estío como paradigma de su estilo me pareció perfecta.
En tres prodigiosos meses, Douglas Spaulding observa, escucha, saborea las sorpresas rituales de un verano: el descubrimiento de la vida y la muerte, el últimos tranvía, la limpieza de las alfombras, la aparición de las hamacas en los porches, la cosecha del vino del estío... pero también máquinas y magias extraordinarias: la Máquina de la Felicidad que casi destruye la felicidad de su inventor; la Máquina Verde, que pasea a dos viejas señoras por las calles del pueblo; la Máquina del Tiempo en el cuerpo de un viejo coronel; la Mujer Máquina, la terrible y fabulosa Madame Tarot...

Pocas experiencias le resultan al lector tan dolorosas como la de un reencuentro saldado con la decepción. No es por el libro en sí, ni por el autor, sino por uno mismo, porque si releemos es para traer hasta el presente a aquel chaval emocionado que olvidamos hace tiempo. El desencuentro posterior con un libro adorado en la juventud siempre revierte en la pérdida del pequeño pero íntimo recuerdo que se había atesorado durante años. Por eso me duele especialmente la mala impresión que me ha dejado el texto de Bradbury.
Su principal problema es de contraste. El desequilibrio entre las partes y el todo perjudica a la novela, que luce en los pequeños detalles pero falla como unidad. No hay que avanzar mucho en la lectura para darse cuenta de que es más identificable como colección de cuentos que como novela. Aunque más que cuentos, quizás sean pinceladas. En ellas Bradbury demuestra una vez más su capacidad para recuperar los aromas perdidos de la infancia, aquella forma pura e inocente, casi olvidada, de percibir el entorno, la naturaleza de las cosas y sus esencias en los estíos ya lejanos de la primera juventud, sensaciones presentes como decorado de fondo en cada una de estas pequeñas historias. Por ejemplo, la del vendedor de zapatos al que un niño devuelve la alegría por su oficio; la de la anciana que, según aseguran los niños, nunca fue joven; la del hombre que se convierte para los críos en una máquina del tiempo cuando les relata sus batallas pasadas..., un El vino del estíosinfín de pequeños pasajes que podrían haber compuesto un maravilloso fresco de haber contado con un elemento de unión mejor trabajado. No ocurre así, y al carecer inicialmente de un leitmotiv general, el tejido de la historia presenta un aspecto deshilachado, no uniforme, de modo que la inercia de la lectura, carente de empuje global, va perdiendo fuelle por el camino. Y es que El vino del estío no es un viaje, sino un paisaje.
No es ese el único aspecto negativo, hay más. Por ejemplo, el exagerado tono infantil repleto de onomatopeyas y entusiasmos exacerbados que Bradbury concede (y esto es lo importante) a la voz del narrador, no a la de los protagonistas. Los niños no dialogan como tales, sino que se muestran más adultos en su forma de expresarse que el mismo narrador, y eso disloca la credibilidad narrativa. A ésto se unen otras debilidades no achacables a déficit literario. Una menor concierne al hecho geográfico-cultural, que le resta capacidad de identificación al lector no estadounidense. Douglas Spaulding no es Daniel el Mochuelo: come compota de manzana, celebra el 4 de julio y está inmerso en los rituales propios de la idiosincrasia norteamericana, lo que provoca un "cierto" distanciamiento en el lector foráneo (sólo "cierto": todos hemos ido al cine). Una tara mayor se encuentra en la traducción del editor Francisco Porrúa, que bajo uno de sus heterónimos más utilizados (Francisco Abelenda), realiza uno de sus peores trabajos.
La relectura de El vino del estío me ha supuesto, en fin, un auténtico descalabro. Donde Ben recordaba una pequeña joya, Kaplan ha encontrado un libro irregular. Otra estrella más se ha apagado: a eso lo llamo entropía literaria.


(*) En versión patria, algo parecido a lo que ocurrió, sin tanta dilación, con Mundos en el abismo e Hijos de la eternidad, de Juan Miguel Aguilera y Javier Redal.

martes, 5 de diciembre de 2006

La maravilla en Murakami

El sentido de la maravilla concierne especialmente a la imaginación sumada a lo insospechado. Puede ser una idea, una imagen o un concepto originales, pero también un punto de vista diferente. No es coto privado de la ciencia ficción. El vértigo por lo maravilloso no lo provocan sólo los constructos fastuosos o los procesos estelares, también puede ser despertado por algo con lo que convivimos pero que jamás se nos ocurrió mirar del modo como lo propone el autor. Me ha ocurrido recientemente con un párrafo de Kafka en la orilla. El joven Kafka Tamura está sentado comiendo en una udon-ya mientras observa por la ventana a la gente de la estación ir de un lado a otro:

(...)Todos visten a su aire, acarrean su equipaje, van de aquí para allá con pasos precipitados; todos deben de encaminarse a alguna parte con un propósito determinado. Me los quedo mirando fijamente. Y de repente se me ocurre pensar cómo serán dentro de cien años.
Dentro de cien años es muy posible que todos los que estamos aquí (incluido yo) hayamos desaparecido de la faz de la Tierra y nos hayamos convertido en polvo o ceniza. Al pensarlo me asalta una extraña sensación. Y todo lo que se encuentra ante mis ojos acaba pareciéndome una ilusión. Como si de un momento a otro un soplo de viento fuera a barrerlo todo. Extiendo los dedos de ambas manos y clavo la mirada en ellos. ¿Para qué diablos lucho de esta manera? ¿Por qué tengo que vivir dejándome en ello la piel tal como estoy haciendo?

¿Hacia el futuro?Cuando imaginamos el destino de la humanidad tendemos a viajar muy lejos, a pensar en grandes cifras, en futuros lejanos. ¿Quién habitará el planeta dentro de miles de años? ¿Habrá personas en él entonces? Al ceñirse a un espacio de tiempo tan corto, apenas un siglo, Murakami logra conectar la muerte personal con la generacional, y así abrirnos la mente a una realidad no pensada. Todos los habitantes actuales del planeta, todos los seres humanos que lo habitamos, los seis mil millones que lo llevamos adelante en estos momentos, ya no estaremos aquí dentro de cien años. Ni los ancianos, ni los que cruzamos el ecuador de la vida, ni los jóvenes; ni siquiera los recién nacidos.
Dentro de cien años, otros seres distintos habitarán el planeta, se moverán por sus calles y autopistas, se preocuparán en definitiva por los problemas humanos. Y para entonces, el mundo estará en manos de extraños. Nosotros, amigos míos, habremos muerto. Todos.
En apenas un siglo, lo que estamos haciendo en estos momentos, nuestra lucha cotidiana, ya no estará, ya no será. Si nuestras vidas no tienen futuro, ¿merece la pena esa lucha? ¿Es la idea de continuidad que tenemos algo ficticio? ¿Es la idea de continuidad generacional un placebo, un sustitutivo comunal de Dios?


* Vale, de acuerdo, hay recién nacidos que traspasarán la barrera de los 100 años. Tómese esa cantidad como algo aproximativo. Sustitúyanlo por 120 años si quieren, y luego cuéntenle al doctor ese problemilla obsesivo que tienen con los detalles.

sábado, 2 de diciembre de 2006

Continuismo y mercadeo

Algunas cosas reseñables de mi última visita a la librería:
En el plano positivo, la constatación del gran trabajo que está realizando Debolsillo a favor del formato pequeño con la Cuentos completosUna noche de perrosrecuperación de clásicos y contemporáneos imprescindibles. A los Cuentos completos de Flannery O'Connor se unen los de Katherine Mansfield, heredera ficcional del gran Chéjov, con una relación calidad-precio inusitada para los tiempos que corren.
En lo negativo, por un lado una nueva edición de La ecuación Dante en tapa dura, de nuevo en versión incompleta; por otro, la desvergüenza con la que Planeta promociona Una noche de perros, el libro escrito por Hugh Laurie más de seis años antes de que el doctor House estuviera en las mentes de sus creadores. Ilustración y fajín empujan a creer al incauto comprador que el popular personaje televisivo tiene algo que ver con la novela, hecho totalmente falso.

sábado, 25 de noviembre de 2006

Falta de imaginación

Parientes pobres del diabloMujeres de ojos grandes



Encuentre las 10 semejanzas entre estas dos ilustraciones. Ambas pertenecen a libros publicados este mismo año.

lunes, 20 de noviembre de 2006

Philip Roth. Elegía

Elegía
Elegía puede ser considerada como una rara avis entre las narraciones de Philip Roth. No está protagonizada por ninguno de sus alter ego habituales, se cimienta más en la imaginación del autor que en su biografía y, por último, carece casi por completo (excepto en un carcajeante detalle aislado) de ese humor tan caracteristico con el que el escritor suele reducir la tensión latente en sus historias. Se trata, además, de una novela corta que apenas llega a las 150 páginas. Y quizás sea esa la única falta que pueda encontrársele al libro. Falta entre comillas, claro.
Roth siempre consigue el milagro de interesarme en la historia desde el principio y mantener mi atención pegada a ella durante horas, hasta que el cansancio ocular me obliga a tomar un respiro. La brevedad de Elegía me ha supuesto una decepción precisamente por eso, porque desde el punto de vista del lector, concluye apenas ha comenzado. Aunque seguramente es mejor así, pues la carga emocional contenida en la historia parece difícil de soportar durante mucho más tiempo. Roth ha escrito uno de sus libros más oscuros, de una dureza interior no apta para ánimas sensibles. La explicación hay que buscarla en su condición de heptagenario y en el luctuoso suceso que originó el libro: el fallecimiento de algunos de sus mejores amigos, incluido el gran Saul Bellow. Se puede considerar, por tanto, que Elegía es la respuesta literaria de un gigante de la literatura (tal vez el mayor de los escritores vivos) a la muerte de otro de sus colosos.


El destino del protagonista de la novela comienza con la primera y abrumadora confrontación con la muerte en las idílicas playas de sus veranos infantiles, pasando por los problemas familiares y los logros profesionales de su edad adulta, hasta llegar a su vejez, cuando se siente desgarrado al comprobar el deterioro de sus contemporáneos y acosado por sus propias dolencias físicas. Artista publicitario de éxito con una agencia de publicidad en Nueva York, el protagonista es padre de dos hijos de un primer matrimonio que lo desprecian, y de una hija de un segundo matrimonio que lo adora. Es el amado hermano de un buen hombre cuyo bienestar físico consigue despertar en él una amarga envidia, y además el solitario ex marido de tres mujeres diferentes con quien ha mantenido matrimonios desastrosos. Al final, es un hombre que acaba siendo lo que no quería llegar a ser.

Roth relata la vida de un hombre medio en retrospectiva, mostrándolo exclusivamente en sus momentos de enfermedad. La novela comienza con su entierro y hace un recorrido vital desde su primera operación (de hernia inguinal) hasta la intervención que le cuesta la vida. Tal planteamiento determina de principio a fin el tono de la narración, en la que el lector asiste a los peores momentos de un hombre que vive y recuerda sus días sumido en la degradación física y el arrepentimiento. La mayor parte de la historia se circunscribe a sus últimos años. Entre escasas alegrías, casi todo son tristezas. Las visitas al cirujano se convierten en una obligación rutinaria, ve morir uno tras otro a sus anteriores compañeros de trabajo y, con amargura, comprueba cómo los rencores familiares le han privado del contacto con parte de su familia. Diario de una guerra perdida, la que todos mantenemos contra el tiempo, no es por tanto una lectura para débiles, y menos para hipocondríacos.
En primera instancia, la novela elabora un discurso sobre la senectud que rebosa desesperanza. Es la elegía por un muerto glosada por él mismo, una composición que en este caso sustituye el lirismo por el lamento. Hay páginas terribles, tras cuya lectura se podría concluir que quizás la muerte no es lo más temible que le puede suceder al ser humano, que tal vez la decadencia física asociada a una vejez enferma, es decir, la humillación de quien lo fue todo y ya es menos que nada sea una situación más terrible que la propia desaparición. Un ejemplo máximo de su crudeza lo constituye la frase con la que Roth resume las impresiones internas del protagonista en un punto determinado del libro: "La vejez no es una batalla. La vejez es una masacre". Inmisericorde, Roth no hace concesiones.
Naturalmente, Elegía no incide sólo en los temas de la vejez y la muerte. En tan breve narración hay lugar para el desarrollo de impactantes diálogos y lúcidas reflexiones acerca de la pasión, los diferentes puntos de vista intergenéricos, la envidia, el perdón, la resignación y el sexo. Y para uno de los capítulos más terriblemente bellos y tristes que yo haya leído jamás. Acontece en el mismo cementerio donde a la postre yacerá el protagonista, y describe su breve encuentro con el enterrador, su Caronte particular. Roth logra algo que sólo está al alcance de los elegidos, emocionar mediante un diálogo que carece en sus líneas de emoción alguna. El aséptico informe técnico que el enterrador ofrece a quien pronto será su cliente y el interés del protagonista por un proceso que le incumbe pero del que ya no será testigo, contienen una fuerza descomunal. Su voraz deseo de continuidad, de seguir estando ahí aun cuando todo haya acabado, alude al fatalismo insoluble de ese terrible momento en el cual todos acabamos desapareciendo, el de nuestra muerte. Muerte sin paliativos, sin mentiras, sin placebos metafísicos, pues bajo el punto de vista ateo que comparten escritor y personaje, la muerte significa el fin de todo.
Elegía es otra obra maestra del más grande de los maestros. Philip Roth no se merece un premio Nobel, se merece una docena.



(1) Aunque me gusta el título con que se ha publicado el libro en España, me gusta aún más el original, Everyman. He aquí su procedencia, en las palabras del propio Philip Roth:

Everyman is the name of a line of English plays from the 15th century, allegorical plays, moral theatre. They were performed in cemeteries, and the theme is always salvation. The classic is called Everyman, it's from 1485, by an anonymous author. It was right in between the death of Chaucer and the birth of Shakespeare. The moral was always 'Work hard and get into heaven', 'Be a good Christian or go to hell'. Everyman is the main character and he gets a visit from Death. He thinks it's some sort of messenger, but Death says, 'I am Death' and Everyman's answer is the first great line in English drama: 'Oh, Death, thou comest when I had thee least in mind.' When I thought of you least. My new book is about death and about dying.
(2) La lápida que adorna la cubierta es también una exigencia del autor.

sábado, 18 de noviembre de 2006

Banana Yoshimoto. Sueño profundo

Sueño profundoPoco a poco, la literatura del país del Sol Naciente va aumentando su presencia en nuestras librerías, y como es natural, lo hace con fortuna dispar. Si obviamos la moda del adulterado "fenómeno geisha" -al que mal que nos pese hay que agradecerle gran parte de este repentino interés por la cultura oriental-, el balance de calidad se decanta hacia el lado positivo. Uno de los ejemplos de esta bienvenida fiebre amarilla es la reivindicación de Banana Yoshimoto, de quien Tusquets ya nos había anticipado algunas de sus principales obras. Se trata sin duda de una de las puntas de lanza de la nueva literatura japonesa encabezada por Haruki Murakami, escritor con quien se la llegó a comparar por el carácter pop de su primer gran éxito, Kitchen. En su siguiente libro, este Sueño profundo que ha tardado más de 15 años en llegar a España, Yoshimoto cambia el rumbo y demuestra que la variedad de registros también se cuenta entre sus posibilidades.


Tres jóvenes que atraviesan un periodo difícil de su vida son las protagonistas de este bellísimo volumen de la escritora japonesa Banana Yoshimoto. «Sueño profundo», «Los viajeros de la noche» y «Una experiencia», los tres relatos que componen el libro, exploran a través de esas jóvenes los mundos que se abren cuando todo parece desmoronarse y sólo queda el vacío, mundos poblados por sombras que de pronto se hacen presentes en la vida de cada día.
Si Terako, la protagonista de «Sueño profundo», enamorada de un hombre que no puede comprometerse, debe enfrentarse sin su amiga Shiori a una soledad desconocida que la sume en la inmovilidad, Shibami, la narradora de «Los viajeros de la noche», vive en propia piel el extraño dolor que la muerte de su hermano Yoshihiro produce en las dos mujeres que lo quisieron. Por último, en «Una experiencia», Fumi-chan acude cada noche a la somnolencia que le produce la bebida, para quedar aterrada al oír, antes de dormirse, una extraña melodía que, al final, será la que le ayude a salir adelante.

Si tuviera que resumir en una sola imagen la impresión que me ha causado la escritura de Banana Yoshimoto en los tres cuentos que componen el libro, ésta sería la de una nevada cuyos copos caen en silencio, blanda y plácidamente, sobre un campo de flores negras. Es raro encontrar un estilo con esa apariencia de sencillez e inocencia y, sin embargo, tan pleno de matices y ensoñaciones. Hay una tristeza consustancial a ese estado somnoliento que aqueja a los personajes de los tres relatos, un hálito tenue que atraviesa las páginas y se incrusta en el estado de ánimo del lector. La muerte, la carencia de sentido vital, la ausencia del ser querido y la depresión extienden sus dedos hacia los protagonistas y los sumen en un sopor que debe más al plano existencial que al material. Sin embargo, Yoshimoto los describe de una forma casi etérea, dotándolos de una mirada limpia que deriva entre la inocencia y la ignorancia. Toda la atención de la escritora se centra en ellos, no en su entorno. La descripción interior se impone sobre los escasos detalles del exterior, de las casas, de los paisajes.
Las tres historias se prestan a una interpretación continua de sus numerosos matices. Las protagonistas viven como algo natural su condición, que puede considerarse como sumisa, de persona complementaria más que singular. Son mujeres que se han dejado ir, mantenidas o que aspiran a ello, que ven su relación sentimental desde un punto de vista pasivo, tal vez por la cultura a la que pertenecen, tal vez por el mal que les acucia. Aunque a su conclusión todos los relatos pueden llegar a humedecer los ojos del lector sensible, quizás sea "La noche y los viajeros de la noche"el que mayor carga emocional posee. Tanto "Sueño profundo" como "La experiencia" cuentan con un elemento sobrenatural que oscurece el argumento y enriquece su atmósfera, y que las convierte, a la manera oriental, en extraordinarios cuentos de fantasmas.
Quien se acerque a Sueño profundo se encontrará con tres maravillosas piezas cortas repletas de sensibilidad y misterio, dos de las cuales se cuentan sin duda entre los mejores relatos de literatura fantástica publicados en todo el 2006. Es éste un libro que ningun aficionado a ese género debería perderse.

jueves, 16 de noviembre de 2006

Metropol. Walter Jon Williams

Metropol
El enunciado de la tercera ley de Clarke afirma lo siguiente: "Cualquier tecnología lo suficientemente avanzada sería indistinguible de la magia". La famosa ley, irrefutable si nos preguntamos qué pensaría un habitante de la Edad Media trasladado a nuestra época, puede ser aplicada por extensión a dos géneros literarios que, a pesar de su naturaleza opuesta, suelen ser incluidos en el mismo paquete. Me refiero a la ciencia ficción y a la fantasía. Sus puntos de partida provienen del uso de la tecnología (producto de la ciencia) por un lado, y de la magia por el otro. Si seguimos a partir de ahí una deducción lógica, la ley de Clarke permite asegurar que cualquier narración de cf lo suficientemente avanzada (inexplicada, extraña) sería indistinguible de la fantasía. Ese principio es el que ha permitido, entre otras cosas, la explosión del actual movimiento New Weird en las islas británicas, una forma de hacer literatura fantástica que aúna los subgéneros que la componen.
Los escritores de la New Weird han rescatado el espíritu poligenérico de la añeja revista Weird Tales y le han añadido materiales provenientes del acervo acumulado tras una centuria de cf. Se podría hablar largo y tendido sobre esta nueva corriente, sus logros, sus detractores o incluso su posible inexistencia (algo común a todas las revoluciones), pero no es éste el momento. El libro que nos ocupa no pertenece a ella, pues su publicación se remonta a varios años antes de su eclosión. Por esa razón, por cercanía temporal y estética, Metropol se postula, tal como anuncia el texto promocional, como uno de sus principales precedentes.

Una barrera ha caído entre la humanidad y el espacio. A lo largo de los siglos, el mundo se ha urbanizado hasta que el planeta entero es una sola metrópolis superpoblada. Capa sobre capa, la superposición de arquitecturas de una complejidad creciente genera relaciones geománticas que culminan en la acumulación de energía en los nexos apropiados: el plasma. Con plasma, cualquier cosa es posible. Su uso, controlado por la Compañía del Plasma, está celosamente reservado a los que pueden pagárselo. Y, por eso mismo, es la posesión más codiciada por los que desean subvertir el sistema, y también por aquéllos que simplemente buscan salir adelante. Cuando Aiah, funcionaria de la Compañía y miembro de una minoría oprimida, topa por casualidad con un depósito de plasma sin cartografiar, la cuestión no es si aprovechará la oportunidad para alcanzar poder y fortuna, sino a quién entregará su lealtad, y con ella un recurso de potencia prácticamente ilimitada.

La indefinición de la novela provocó una cierta controversia tras su publicación. Por un lado fue reivindicada como cf por sus elementos tecnológicos, pero por otro, el inexplicado plasma y su manejo por parte de los llamados "magos" dio motivo a muchos aficionados para querer integrarla en un tipo de fantasía que el mismo autor calificó como "urbana". Lo cierto es que esa Tierra totalmente urbanizada que propone Williams está más cerca de la Nueva Crobuzón de China Mieville que del Trantor asimoviano. Compuesta por ciudades estado, bajo la luz uniforme de la Barrera, ha crecido fagocitando las antiguas construcciones mediante el parcheo de edificios antiguos, creando una claustrofóbica urbe en la que los bajos estratos sociales habitan los andamiajes que cubren las fachadas mientras que parte de los edificios empresariales y antiguas fábricas callejeras permanecen vacíos. Varias clases sociales, distintas razas y grupos de mutantes intentan circunscribirse a sus propias zonas metropolitanas. El uso de los transportes públicos, el neuma y los viarios, es mayoritario. Estamos ante un mundo postmoderno, una civilización estancada desde hace cientos de años que debe su principal modo de subsistencia a un elemento, el plasma, que por inexplicado no puede recibir otro calificativo que el de mágico.
La historia que se desarrolla en tan atractivo escenario compagina dos líneas argumentales. Una de ellas refrenda el interés que suele mostrar Bibliópolis fantástica por publicar libros con un cierto trasfondo político. Aunque de menor intensidad que en La edad de oro, de John C. Wright, existe un claro discurso sobre la responsabilidad del poder, un alegato en favor del compromiso social por parte de quien cuenta con ese poder para cambiar la situación, en este caso, el revolucionario Constantine. Pero además del proselitismo revolucionario, la novela presenta también un argumento bastante repetido en el género, el de la ascensión del individuo anónimo gracias a una facultad propia que ignoraba poseer. Recuerda el modelo denunciado por Norman Spinrad en su ya canónico artículo titulado "El emperador de todas las cosas", pero lo supera merced a la posibilidad de elección de la protagonista y a su papel secundario en el reparto de gloria. Es más una tradicional historia de fantasía protagonizada por maestro y alumno que el modelo habitual de la young-novel americana. La historia, además, no llega a caer nunca en el romanticismo, detalle que hay que agradecer.
A pesar de algún momento brillante en la trama política ("Es un hecho lamentable de la vida política el que una vez que estás de acuerdo en que ciertas personas merecen morir, no es difícil encontrarlas", reflexiona Constantine) y de la intensa batalla final, me quedo con la personalidad del personaje principal, Aiah, con su valentía en la toma de decisiones y su lucha por sobrevivir y ascender en el plano personal, tanto laboral como sentimentalmente. Hasta cierto punto, ella es la auténtica revolucionaria.Hardwired
Metropol es la novela más popular de Walter Jon Williams. Fue finalista al premio Nebula, privilegio también obtenido por su continuación, City on Fire, que además estuvo presente entre los candidatos al premio Hugo y que espero ver publicada pronto. De Williams sólo nos había llegado una de sus novelas anteriores, Hardwired, cuyo escaso éxito entre los aficionados fue la causa de que hasta ahora nadie se haya atrevido a resucitarlo. Esta novela, entretenida e interesante, borra cualquier valoración negativa que se tuviera anteriormente.
Recomendable, por tanto. Aunque no quiero concluir sin antes dedicar unas líneas a mi habitual pejigatería de bibliómano. Me llaman la atención dos detalles de esta edición de Bibliópolis. El primero es la ausencia de página final de cortesía, un detalle que siempre afea el libro; el segundo se corresponde con la numeración. Mientras que la colección ha llegado ya al nº 50, Metropol cuenta con el nº37. Dado que el complejo proceso de edición de un libro se presta a multitud de imponderables que pueden retrasar su publicación, no comprendo la necesidad de numerarlo antes de su confección final, algo que provoca en algunos casos una ansiedad innecesaria en el lector y que se paga con una pérdida de prestigio, aunque ínfima, innecesaria.
No es un problema exclusivo de esta editorial, pues hay casos más sangrantes. Algún día les contaré lo de la colección Nova de Ediciones B y la Nueva Guía de Lectura de Ciencia Ficción de Miquel Barceló. Es tan absurdo que puede que incluso no se lo crean.

martes, 7 de noviembre de 2006

Edición dantesca


La ecuación DanteTrataba hace unos días el escabroso tema de los desparrames editoriales, y Ben no ha tardado en recordarme que el mayor cúmulo de descuidos y desidias se dan, seguramente, en los libros de ciencia ficción, al menos en este país. Me contaba que el asunto más inaceptable con el que se ha topado hasta ahora es el del libro que tenéis a vuestra derecha. La ecuación Dante, de la norteamericana Jane Jensen, contenía una mutilación espantosa, que al no ser subsanada en las numerosas ediciones y formatos posteriores, abandonaría el terreno de la siempre involuntaria torpeza para pasar a convertirse en una de las mayores faltas de respeto al lector/comprador de las que incluso un tipo tan bregado como yo haya tenido noticia.
La cosa tiene miga, porque además se trata del libro que en teoría lanzó a La Factoría de Ideas, editorial que lo publicó, a un nuevo estatus de bonanza. Más o menos, 16 ediciones (otro día hablamos de la pillería que eso conlleva), además del posterior paso a edición de bolsillo bajo el sello Puzzle. Pues bien, en todas sus encarnaciones está incompleto, le faltan dos páginas, precisamente las que componen el Epílogo, o sea, el final del libro. Se da la circunstancia de que, además, fui yo el encargado de escribir la reseña para la revista Solaris, editada precisamente por la propia editorial, y ante mi extrañeza sobre el abrupto final, me respondieron con un "no falta nada", No voy a hablar aquí de la calidad de la novela ni tampoco a analizarla, pero sí me gustaría decir que es uno de esos muchos casos en los que se ha querido vender un libro como lo que no era. A pesar de la imagen y la publicidad "davincescas", se trata de una novela de ciencia ficción ortodoxa. Y también de una novela incompleta.
Para todos aquellos que la leyeron en su día y se extrañaron por su conclusión un tanto abrupta, aquí va el citado epílogo (en inglés, sorry). Seguramente sea el libro que más han tardado en "acabar" en sus vidas.

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domingo, 5 de noviembre de 2006

Premios Ignotus 2006

Premio Ignotus
Los aficionados españoles a la ciencia ficción se reúnen una vez al año en la HispaCon. Aparte de celebrarse las actividades propias de cualquier convención, con sus correspondientes actos, charlas y mesas redondas, también se entregan los premios Ignotus que la Asociación Española de Fantasía, Ciencia Ficción y Terror (AEFCFT) otorga a las mejores producciones del año en distintos apartados. Anoche, en la sevillana localidad de Dos Hermanas, se entregaron las estatuillas a los vencedores del 2006. Extraída de stardust, aquí tenéis la lista de ganadores:
NOVELA: Danza de tinieblas, de Eduardo Vaquerizo (Minotauro)
NOVELA CORTA: La traición de Judas, de Joaquín Revuelta (Artifex, Bibliópolis)
CUENTO: Días de otoño, de Santiago Eximeno (Galaxia, Equipo Sirius)
ANTOLOGÍA: Ven y enloquece, de Fredric Brown (Gigamesh)
LIBRO DE ENSAYO: Idios Kosmos, de Pablo Capanna (Grupo AJEC)
ARTÍCULO: Crónicas Marcianas, de Alfonso Merelo (Vórtice en Línea 6, Ediciones Parnaso)
ILUSTRACIÓN: Gigamesh 41, de Alejandro Terán (Gigamesh)
PRODUCCIÓN AUDIOVISUAL: Cálico Electrónico (Web), de Nikodemo Animation
TEBEO: La legión del espacio, de Alfredo Álamo (Sitio de Ciencia Ficción)
OBRA POÉTICA: On / Off, de Gabriella Campbell (Vórtice en línea 7, Ediciones Parnaso)
REVISTA: Asimov CF (Robel)
NOVELA EXTRANJERA: Tormenta de Espadas, de George RR Martin (Gigamesh)
CUENTO EXTRANJERO: El sumidero de la memoria, de Mike Resnick (Gigamesh 42, Gigamesh)
WEB: Sitio de ciencia-ficción, de Fco. José Suñer Iglesias
Mi amigo Ben estaba nominado en la categoría de mejor artículo por "Luz, más Luz; el estado de la ciencia ficción y la tercera vía", publicado en la antología anual Jabberwock, pero desafortunadamente no ganó. Mientras mojaba su desazón con churros en el Neguri, me ha pedido que incluya aquí sus impresiones con respecto a los premios. Naturalmente, no me he podido negar.
La lista de galardonados me recuerda una edición más que, en general, los Ignotus premian la popularidad por encima de otros valores. Tampoco es para tirarse de los pelos, es su idiosincrasia, ni mejor ni peor que otras. A veces la obra más popular coincide con la mejor, y otras no. Puede parecer chocante el triunfo de unas sobre otras entre lasJabberwock finalistas, pero a mí siempre me han resultado más llamativas las ausencias de determinadas obras en la propia final (Rudy se refirió acertadamente a ello el año pasado).
Hay un dato que me parece relevante: la ausencia total de Bibliópolis en los premios cuando hace pocos años se lo llevaba todo. Como editorial, ha crecido mucho, ha publicado más que nunca, se ha diversificado, ha iniciado proyectos enriquecedores para la cf española, y sin embargo, nada. A mí la razón me parece obvia. La desaparición de Luis del fandom ha sido decisiva. No puedo hablar de los otros casos, pero particularmente tengo que decir que no me sorprende mi "derrota". Ya me pareció genial figurar entre los elegidos habiendo otros ensayos excelentes que ni siquiera fueron tomados en cuenta, pero eran muchos los imponderables a superar. Tres artículos finalistas estaban disponibles en internet y el mío no (esto no es un reproche; no tengo mas que agradecimientos hacia la gran labor de Luis y Arturo y la oportunidad que me prestaron). El quinto tampoco lo estaba, pero era nada menos que Disch. Por otro lado, la naturaleza de mi ensayo lo convertía en poco popular. Por un lado, era un artículo de tesis (o de opinión, llamadlo como queráis) con el que la mayoría, supongo, no estará de acuerdo. Por otro lado era, en definitiva, una declaración de amor hacia una novela que es, en mi opinión, la mayor obra de ciencia ficción que se ha publicado en años, pero que a casi nadie ha gustado por "difícil". Una obra poco popular, que es lo que en los Ignotus importa.
Por último, el asunto se decide con los votos entregados en la propia Hispacón, y es evidente que Alfonso este año jugaba en casa. Le doy mi más sincera enhorabuena y me alegro un montón por su doblete. Es un gran tipo (me lo ha demostrado repetidas veces) y se merece cualquier premio. Personalmente doy las gracias a todos los que decidieron apoyar mi artículo. El hecho de que un trabajo de semejante naturaleza, de tesis (algo bastante inaudito en estos premios), contracorriente, se haya colado en la final, satisface del todo el motivo por el que fue creado. Junto a la creación de los premios Xatafi-Cyberdark es la prueba de que hay una cantidad importante de aficionados que ven el futuro del género en España de otra manera. Me congratulo de tal hecho.

Santiago L. Moreno

No pasa nada, amigo. Desde aquí seguiré apoyando en tu nombre ese matrimonio innegociable entre ciencia ficción y buena literatura. Eso sí, el próximo desayuno lo pagas tú.

sábado, 14 de octubre de 2006

La difícil elección del título

Echen un vistazo al original...
Specimen Days
Editorial Norma Editorial El Aleph
...y decidan con cuál de los dos se quedan.
...
El título es parte del homenaje que Michael Cunningham hace al poeta Walt Whitman, y más concretamente al libro homónimo en el que, a modo de diario, reflejó sus peripecias en la Guerra Civil norteamericana.
...

Sin ánimo de influirles...


Días cruciales en América. Editorial Valdemar

martes, 10 de octubre de 2006

Christopher Priest. El prestigio

La dejadez en el mundo editorial alcanza en muchas ocasiones lo incomprensible. Y confieso que no sé si se trata de la famosa chapuza nacional o de un problema del ramo. Como último ejemplo, el que paso a explicarles a continuación:
Se ha estrenado recientemente en los cines de Estados Unidos la versión cinematográfica que Christopher Nolan ha realizado de El prestigio, la novela que el paso del tiempo va designando como la mejor de entre las escritas por el británico Christopher Priest. La editorial Minotauro, que desde su adquisición por el grupo Planeta no es ni la sombra de lo que fue en manos de Francisco Porrúa (al menos desde el punto de vista del lector-consumidor), editó la novela en España hace algunos años. La película está teniendo una gran acogida por parte de la crítica, y algunos expertos del género fantástico (siempre tan animados con lo suyo) comienzan a clamar incluso por el Oscar. No tardará en llegar a nuestro país, así que es previsible un resurgimiento del interés por la maravillosa novela de Priest. He aquí, por tanto, una ocasión excelente para la reedición.
No sé ustedes, pero si yo perteneciera a Minotauro tendría un cuidado exquisito con lo que promete ser una buena fuente de ventas. Pues bien, esto es lo que muestra la página web que la editorial dedica al libro en la fecha en que escribo estas líneas. Echen un vistazo y ahora seguimos hablando...
¿Ya? Pues sí, lo han visto bien: título incorrectamente escrito y sinopsis trocada (pertenece a El glamour, otra de las novelas de Priest). Que me corrijan si me equivoco, pero es que además lleva así años. Y lo más grave de todo es que la equivocación se reproduce como un meme demoniaco por las páginas web de un gran número de librerías y distribuidores. Copian y pegan sin molestarse en realizar ni una simple comprobación. Todo ello nos lleva a la penosa conclusión de que los libros tienen una pobre importancia para gran parte de los que viven de ellos, esa parte creciente que los considera más industria que cultura.
En fin, como lo que importa es la maravillosa novela de Christopher Priest, aquí rescato una breve reseña de hace unos años.

Finales del siglo XIX. Dos ilusionistas, Rupert Angier y Alfred Borden, se enfrentan entre sí arrastrados por rencillas personales en una escalada de actos trágicos que acabará de la forma más siniestra imaginable.

El prestigio
El prestigio recibió en 1996 el World Fantasy Award a la mejor novela de fantasía publicada el año anterior, y puede decirse que con toda justicia. La trama se presenta en primera persona, por medio de los diarios de ambos magos. La genialidad y el riesgo de Priest se hacen patentes en el hecho de que ambos diarios no muestran periodos consecutivos de tiempo, sino simultáneos. Así, se asiste a la misma historia contada dos veces desde diferentes puntos de vista. Y sin embargo, más allá de aburrir, la repetición logra un efecto fascinante que convierte al lector en un vulgar voyeur, un observador enganchado sin remisión a las vidas privadas de los dos magos y de sus diferentes motivaciones y pensamientos, testigo de la crueldad de unos hechos casuales que enfrentan a quienes en circunstancias distintas habrían sido amigos y colaboradores.
El elemento fantástico, cruzado el ecuador de la novela, lo aporta una de las extrañas creaciones del inventor Nikola Tesla (cuyo publicitado duelo con Edison podría haber alimentado el enfrentamiento de esta historia). La introducción de ese elemento tecnológico en plena época victoriana introduce al libro en el terreno de la ciencia-ficción -en el llamado steampunk, concretamente- y cambia el sentido de la narración, que de un llamativo duelo entre ilusionistas pasa a convertirse en una locura de implicaciones cuasi metafísicas. Como guinda, Priest ofrece un final de tintes góticos, un final que si se piensa con detenimiento, se aprecia inesperado y especialmente macabro.
El prestigio no es quizás la obra en la que Priest haya llevado a mejor puerto su personalísima literatura de espejos, pero es, a mi parecer, en la que mayor empuje narrativo ha logrado imprimir. A pesar de algún defecto en el ritmo, es sin duda su mejor novela.

domingo, 8 de octubre de 2006

Memoria

A su derecha, un arbusto escuálido anuncia el fin del otoño. Decrépito, demacrado, apenas lo adornan unas pocas hojas. El suelo a sus pies cruje como barquillos de galleta aplastados por un niño goloso. De repente, a su izquierda, un copo de nieve cae sobre un gnomo de porcelana, cubriendo el pequeño gorro de estrellitas blancas, microscópicas. La nieve cae sobre sus zapatos cuando vuelve a mirar hacia abajo. Las estaciones se suceden en los cuatro puntos cardinales, a su alrededor, dejándole anclado en el centro. Sólo tiene que volver el rostro para sentir el verano calentando su cabello. Su nuca, al otro lado, está húmeda, mojada por una lluviosa primavera. El torbellino estacional le embriaga.
Se da cuenta de su propia naturaleza, tridimensional. Pero no quiere mirar hacia arriba: tiene miedo. Echa a andar. Debajo oye el quejido de las hojas secas, oye el roce sobre la blanda nieve, la musicalidad del agua en los pequeños charcos; siente la aridez del suelo. Duda.
Qué tonto, piensa. Sabe perfectamente lo que hay arriba.
Alza la mirada y sal húmeda se escapa de sus ojos. Nubes grises combaten con el sol mientras la nieve se desprende de ellas, mezclándose en la caída con miles de hojas pálidas, armoniosamente.
Se siente niño de nuevo. Y llora, llora. Llora desconsoladamente.
Llora al recordar lo que había perdido.

miércoles, 4 de octubre de 2006

Richard Morgan. Leyes de mercado

Qué leer
En el número de septiembre de la revista Qué leer, el excelente biógrafo Miguel Dalmau escribe un artículo de opinión en el que carga contra lo que él considera una carencia significativa en la literatura española reciente: "Uno de los rasgos más lamentables de la literatura actual es el descrédito del argumento. Es decir, el desinterés o incapacidad de los autores para plantear una historia que sea mínimamente original. En mis tiempos, los lectores caíamos deslumbrados ante los cuentos de Borges o Cortázar, no solo por la calidad de la prosa, sino por lo insólito de la trama... Y otro tanto ocurría con Orwell, Kafka, Calvino, Grass, Bradbury, Dick, etcétera. ¿Qué ha ocurrido pues para que la invención literaria haya caído en desuso? ¿Por qué ya no hay grandes argumentos?"
A continuación, el escritor apuesta por una serie de motivos más que evidentes y propone como posible comienzo de solución, entre otras cosas, dirigir la mirada hacia la actual literatura anglosajona. En parte estoy de acuerdo con él, aunque creo que Dalmau comete el error de buscar en la dirección equivocada, olvidándose de la literatura de género. Entre lo más sobresaliente de La sombra del viento figuran argumento y trama, afirmación también válida para La piel fría. En el mismo orden de cosas, a los ejemplos a seguir que menciona, tales como Martin Amis, Kazuo Ishiguro, Julian Barnes y demás miembros del British Dream Team, se le olvida añadir los de la plétora de escritores de ciencia ficción que en estos momentos están desarrollando en las islas británicas una narrativa extraordinariamente imaginativa tanto en lo conceptual como en lo estilístico.
Sorprende semejante olvido, ya que el 90% de los autores que cita como grandes constructores de tramas que le subyugaron pertenecen a la literatura de género fantástico, y sin embargo, aún supuestamente consciente de ello, Dalmau prefiere no internarse hoy en ese territorio. Es cierto que Amis e Ishiguro han pasado de visita por el género, pero la casi totalidad de autores que propone tenía su residencia fija en él, y sería por tanto más coherente acudir a los que ocupan ese mismo espacio en la actualidad. En realidad, esa actitud no es más que un suma y sigue en la larga historia de infravaloración de un género que, a pesar de estar de moda, sigue siendo ninguneado hasta por quien, como en este caso, disfrutara de sus valores antaño.
Si Dalmau y los escritores españoles a los que critica estuvieran dispuestos a abandonar por un momento el elegante y aristocrático centro de la polis literaria y echaran un vistazo a los menospreciados suburbios -por ejemplo, a la ciencia ficción británica-, se sorprenderían tanto de la imaginación como del oficio de sus autores. Para encontrar originalidad e inventiva argumentales, sólo hay que abrir cualquiera de los frutos que han madurado al amparo del movimiento New Weird en los últimos años. O en la vertiente más tradicional, acudir a los grandes maestros procedentes del pasado, como J. G. Ballard, Christopher Priest o M. John Harrison.
Ciñéndonos al tema que más preocupa a Dalmau, ya que los valores en busca pertenecen al dominio de la ingeniería narrativa, del diseño y fabricación de tramas perfectas e historias perdurables, me voy a tomar la libertad de recomendarle un escritor en particular, un artesano que responde al nombre de Richard Morgan. Un autor inglés que ya dio un recital de elaboración y engarce argumentales en Carbono alterado, el híbrido perfecto entre ciencia ficción y novela negra. Leyes de mercado, obra publicada recientemente por la editorial Gigamesh, no ha hecho mas que confirmar el poderío creativo de Morgan.

Zektivs: las nuevas estrellas mediáticas cuyas proezas en la carretera se siguen sin aliento en todos los rincones del mundo. Son los modernos gladiadores de las multinacionales, hombres y mujeres dispuestos a jugarse la vida para defender un contrato en duelos sobre el asfalto. En un futuro no muy lejano, sólo los que son capaces de llegar al trabajo con sangre en las ruedas tienen opciones de formar parte de la nueva clase dirigente, y para los nuevos ejecutivos no hay límites: los vencedores redefinen las reglas a su paso. Chris Faulkner es un joven y prometedor ejecutivo que se ha labrado la reputación trabajando en Mercados Emergentes y ha llamado la atención de los cazatalentos de Shorn Associates, que lo contratan en su división estrella: Inversión en Conflictos.


Leyes de mercadoPocos argumentos se pueden encontrar en la literatura actual más originales que éste. Ejecutivos que buscan la promoción empresarial y arrebatan los grandes contratos a la competencia en la carretera, emulando a los guerreros del asfalto de la cinematográfica Mad Max. De fondo, la transgresora idea de una sociedad próxima en el tiempo articulada en torno a esa actividad. Una vez más, la ciencia ficción recurre a la exageración de la realidad en un intento de poner en evidencia los defectos del mundo actual, o más bien del sistema económico por el que se rige. Defectos representados por el sometimiento de la moral y los derechos del individuo al bienestar material, oscuros borrones en nuestra civilización inseminada por el neoliberalismo capitalista, origen y destino de la globalización. Un fenómeno de sonrojantes realidades: países más ricos merced a la explotación de los más pobres, individuos entregados a un consumismo voraz y deshumanizador, oscuras compañías (el libro se limita a cambiar gubernamentales por corporativas) que rigen a escondidas los destinos del Tercer Mundo y, en suma, la esclavización del Estado de derecho ante las grandes multinacionales.
En cierto modo, lo radical de la propuesta recuerda a otra novela bastante popular publicada también por Gigamesh: Snowcrash. Pero donde Neal Stephenson dibujaba viñetas, Morgan confiere seriedad; donde el norteamericano elaboraba un cómic algo gamberro y simplemente divertido, Morgan crea literatura desde la sobriedad, huyendo de la caricaturización. Leyes de mercado comparte andamiaje narrativo con el subgénero ciberpunk, pero se distancia de él en algunos de sus elementos. La importancia del monopolio corporativo en la trama, así como una cierta intriga detectivesca en su desarrollo, no son presentados con la fisonomía propia de ese subgénero. Por momentos el escenario se torna descaradamente retro, conformado por autopistas limpias y vacías recorridas por coches de gran tamaño con estética cincuentona, o, en el otro extremo, por clubes de música nocturnos que recuerdan viejos antros de jazz. Quien quiera buscar una novela de características parecidas a esta no la encontrará en la colorista Snowcrash, sino tal como señala Nacho Illarregui en su interesante blog, en el finalista del premio Nadal el pasado año, Cazadores de luz, de Nicolás Casariego, una trama deConfesiones de un gangster económico especulación corporativa tan cercana a la de Morgan como complementaria. Aunque quizás el paralelismo más espeluznante (por realista) se pueda establecer con el libro autobiográfico de John Perkins titulado Confesiones de un ganster económico, a cuyas páginas se me fue el santo en repetidas ocasiones. Que una ficción tan radical se encuentre de forma tan cercana con la realidad da el punto correcto de hasta dónde hemos llegado (o más bien, caído).
Volviendo a la literatura, Morgan no ha perdido en esta novela ni un ápice de la capacidad adictiva que mostró en su debut con Carbono alterado. Confirma su habilidad para despertar el interés en la historia basándose en una impecable estructura y creando diálogos y situaciones bien medidas, además de sutilmente encadenadas. Lo cierto es que desde el lejano Alfred Bester de los prodigios, hace más de medio siglo, pocos escritores han sido capaces de emular aquella capacidad suya para embeber al lector en sus escritos. Me atrevería a decir, tras leer lo que nos ha llegado de su obra, que Richard Morgan es uno de esos escasos privilegiados. Es tal el enganche del lector a su escritura que uno lamenta que el libro se aproxime a su conclusión y desea que no acabe nunca, dispuesto a acompañar a Chris Faulkner, su protagonista, hasta el fin de sus días más allá de ese final que, de puramente convulso, obliga a apretar los dientes.
Además de hacer crítica social y tratar temas de importancia como la política, la ética y la incomprensión en la pareja, Morgan también se aplica en el detalle. Hay un habitante de la Zona, el guetto al que han sido barridos los pobres, que sabe quién fue William Faulkner, conocimiento que los ricos zektivs no comparten. Hay referencias directas tanto a El club de la lucha como a Carbono alterado, que el protagonista descalifica por cabalística. Hay también escenas de notoria familiaridad cinematográfica.
En cuanto a la historia en sí, ese ascenso a la cumbre del protagonista, cuyo trabajo recuerda tanto el de John Perkins, Gigamesh la publicita como "la forja de un líder", y algo de cierto hay en esa frase. Sin embargo, el periplo del protagonista dista de ser un viaje de iniciación o Carbono alteradoalumbramiento (como sí lo era por ejemplo Muerte de la luz, la novela de George R. R. Martin publicada también por Gigamesh); el ascenso final de Faulkner no procede de su evolución en la multinacional, sino de un pasado que lo esencia. En realidad, lo que le hace superar todas las dificultades es su origen. Sus motivaciones para dirigirse con la violencia que regla el sistema no están en consonancia con lo esperado, no son puras. Su motivación no es el ascenso social, sino la venganza; su fuerza no proviene de la ambición, sino de su origen humilde. Es un quintacolumnista que esconde motivos más viscerales que los impuestos por la norma social, un bárbaro de las zonas infiltrado en las entrañas del corrupto mundo civilizado. Es Conan tomando por la fuerza el trono de Aquilonia. Viejos y nuevos mitos.
En mi opinión, son muchas las razones que hacen de Leyes de mercado una gran novela, pero lo que la convierte en sobresaliente es la magnífica administración de sus elementos, el magistral dominio del ritmo, el bien engrasado mecanismo de su trama y -volviendo al principio- su inolvidable argumento.

domingo, 1 de octubre de 2006

La aceptación de los géneros literarios. I

Homínidos
Hablando con Ben sobre la calidad y el reconocimiento general del que gozan algunos géneros literarios en contraposición a la mala prensa que reciben otros, ha surgido (cómo no) el tema de la ciencia ficción. Conozco el asunto. Llevo muchos años asistiendo a las quejas de los aficionados, y si bien es cierto que muchas obras de frontera de ese género poseen una calidad literaria innegable, opino que mucha de la culpa proviene de la propia naturaleza de la cf.
Mientras que otras categorías como la novela romántica, la del oeste o la de aventuras sólo han de luchar contra el gusto individual o las fobias propias de cada persona por la temática que tratan, la cf ha de sumar también una dificultad semántica y descriptiva que muchas veces hace incomprensible la lectura. Algo que llega incluso a impedir la comprensión de lo que se trata de narrar.
Por ejemplo, así comienza Homínidos, de Robert J. Sawyer:

PRIMER DÍA
VIERNES, 2 DE AGOSTO
148/103/24

La negrura era absoluta.
Contemplándola se hallaba Louise Benoit, de veintiocho años, una escultural posdoctorada de Montreal con una cabellera de hirsuto pelo castaño recogida, como se exigía allí, en una redecilla. Hacía su guardia en una abarrotada sala de control, enterrada dos kilómetros («una milla y cuagto», como explicaba a veces a los visitantes americanos con aquel acento francés que les encantaba) bajo la superficie de la Tierra.
La sala de control estaba junto a la cubierta situada sobre la enorme caverna oscura que albergaba el Observatorio de Neutrinos de Sudbury. Suspendida en el centro de la caverna se hallaba la esfera acrílica más grande del mundo, de doce metros («casi cuagenta pies») de diámetro. La esfera contenía mil cien toneladas de agua pesada cedida por la Atomic Energy of Canada Limited.
Envolviendo aquel globo transparente había una disposición geodésica de vigas de acero inoxidable, que sostenían 9.600 tubos multiplicadores, cada uno alojado en una parábola reflectante y apuntando hacia la esfera. Todo esto (el agua pesada, el globo acrílico que la contenía y la concha geodésica envolvente) estaba alojado en una caverna en forma de cañón de diez pisos de altura, excavada a partir de la roca norita adyacente. Y esa gargantuesca cueva estaba llena casi hasta arriba con agua regular ultrapura.
Louise sabía que los dos kilómetros de roca canadiense que había encima protegían el agua pesada de los rayos cósmicos. Y la concha de agua regular absorbía la radiación de fondo natural de las pequeñas cantidades de uranio y torio de las rocas cercanas, impidiendo que alcanzara también el agua pesada. De hecho, nada podía penetrar en el agua pesada excepto los neutrinos, aquellas infinitésimas partículas subatómicas que eran el tema de la investigación de Louise.
Billones de neutrinos atravesaban la Tierra cada segundo; de hecho, un neutrino podía atravesar un bloque de plomo de un año luz de grosor con sólo un cincuenta por ciento de probabilidades de golpear algo. Con todo, del Sol surgían neutrinos con una profusión tan enorme que ocasionalmente se producían colisiones... y el agua pesada era un blanco ideal para esas colisiones. Los nucleos de hidrógeno del agua pesada contenían un protón (el componente normal de un núcleo de hidrógeno) además de un neutrón. Y cuando un neutrino chocaba contra un neutrón, el neutrón se descomponía, liberando un nuevo protón, un electrón y un destello de luz que podía ser detectado por los tubos fotomultiplicadores. Al principio...


Difícil, ¿verdad? A más de uno le vendrán a la memoria los tiempos de instituto, ya que parece el enunciado de un problema de física. Y no es ningún ejemplo rebuscado. Se trata de la novela ganadora del premio Hugo (el más popular de la ciencia ficción mundial) en el año 2003. Por mucha afición que tenga a los asuntos de índole científica, el lector que intente abordar su lectura en busca de los tradicionales valores novelísticos se va a encontrar con un obstaculo argumental en su comienzo difícilmente superable, con lo que las ganas de profundizar en el resto de componentes narrativos se van a ver enormemente mermadas.
La principal tara con que carga la literatura de género reside en la posibilidad de exceder la frontera de sensibilidad del lector, su límite de tolerancia hacia la característica que convierte a esa categoría temática en lo que es. La sobredosis de color rosa en la novela romántica, de acción en el western o de irrealidad en la fantasía pueden empujar al lector a exclamar, según cada caso, "¡demasiado ñoña! ¡demasiados tiros! ¡demasiado fantástico!". Una correcta dosificación de esos ingredientes puede evitar la huída del lector y darle la posibilidad de valorar las cualidades literarias de la novela. La ciencia ficción, en su vertiente más científica, impone mayores dificultades a su propuesta especulativa, exige al lector general que no sólo renuncie a sus prejuicios, sino también al entendimiento. En mi opinión, esa es la principal causa de la fama negativa que arrastra ese maravilloso género.

lunes, 18 de septiembre de 2006

Constantin Cavafis. Esperando a los bárbaros

Pues como ya iba siendo hora de que apareciera cierto género literario por aquí, y además me viene al pelo, extraído de Ciudad Seva os presento el famoso poema de Constantin Cavafis que daba título al libro de Coetzee:

Esperando a los bárbaros

-¿Qué esperamos congregados en el foro?
Es a los bárbaros que hoy llegan.

-¿Por qué esta inacción en el Senado?
¿Por qué están ahí sentados sin legislar los Senadores?

Porque hoy llegarán los bárbaros.
¿Qué leyes van a hacer los senadores?
Ya legislarán, cuando lleguen, los bárbaros.

-¿Por qué nuestro emperador madrugó tanto
y en su trono, a la puerta mayor de la ciudad,
está sentado, solemne y ciñiendo su corona?

Porque hoy llegarán los bárbaros.
Y el emperador espera para dar
a su jefe la acogida. Incluso preparó,
para entregárselo, un pergamino. En él
muchos títulos y dignidades hay escritos.

-¿Por qué nuestros dos cónsules y pretores salieron
hoy con rojas togas bordadas;
por qué llevan brazaletes con tantas amatistas
y anillos engastados y esmeraldas rutilantes;
por qué empuñan hoy preciosos báculos
en plata y oro magníficamente cincelados?

Porque hoy llegarán los bárbaros;
y espectáculos así deslumbran a los bárbaros.

-¿Por qué no a acuden, como siempre, los ilustres oradores
a echar sus discursos y decir sus cosas?

Porque hoy llegarán los bárbaros y
les fastidian la elocuencia y los discursos.

-¿Por qué empieza de pronto este desconcierto
y confusión? (¡Qué graves se han vuelto los rostros!)
¿Por qué calles y plazas aprisa se vacían
y todos vuelven a casa compungidos?

Porque se hizo de noche y los bárbaros no llegaron.
Algunos han venido de las fronteras
y contado que los bárbaros no existen.

¿Y qué va a ser de nosotros ahora sin bárbaros?
Esta gente, al fin y al cabo, era una solución.

miércoles, 13 de septiembre de 2006

J. M. Coetzee. Esperando a los bárbaros y Desgracia

J. M. Coetzee
La noticia del deceso de Naguib Mahfuz me ha hecho caer en la cuenta de que aún no nos había visitado ningún premio Nobel. Así que aquí me tenéis, dispuesto a solucionarlo sin haber necesitado mucho tiempo (nada en realidad) para decidir quién iba a ser la víctima. Permitidme echar mano a una de esas odiosas muletillas de la locución televisiva y decir que, "como no podía ser de otra forma", la elección ha recaído en J. M. Coetzee.
La concesión del premio Nobel, especialmente en la categoría de Literatura, suele constituirse todos los años en matrona de la disensión y el debate. Yo diría que con razón. Baste echar un vistazo a los premiados en pasadas décadas y sopesar nombres: la proporción de autores a los que el paso del tiempo ha otorgado universalidad es similar a la de los olvidados. Bien dicen que nunca llueve a gusto de todos, y sin embargo en el año 2003 hubo consenso sobre la pertinencia del premio. Tal salvedad de la norma, la acatación tanto popular como elitista de lo dictado por la Academia Sueca, da una idea de la entidad literaria de John Maxwell Coetzee.
El mayor aval del escritor sudafricano siempre ha sido su estilo literario, que se caracteriza por una prosa pulcra y nítida. En sus novelas utiliza la primera persona y el tiempo narrativo en presente para dotar a la historia de una inmediatez filosa. La concreción, el enfoque directo y sin adornos de su lenguaje, penetra en las entrañas del lector como el cincel en el bloque de piedra. No es ninguna exageración afirmar que la prosa de Coetzee duele. De algún modo, sus novelas trasladan a registros humanos el axioma de Alfred Korzybski, aquel que establecía que el mapa no es el territorio, que el campo semántico no es el concepto. Coetzee va más allá y demuestra que las palabras que decimos no son lo que expresan, son sólo una herramienta imperfecta para hacer entender nuestro pensamiento, una herramienta que se queda corta para expresar e interpretar lo que sentimos. Es imposible conocer el interior de la otra persona y Coetzee sabe exponer esa certeza, sacarla a la superficie. Como dice Javier Marías, sus obras "revelan que la verdad es siempre extranjera" y ajena por tanto a nuestra percepción.
La inmersión en el universo de Coetzee es adictiva. Una vez leídas, cualquiera de sus novelas parecen imprescindibles, aunque yo colocaría a dos de ellas por encima del resto: Esperando a los bárbaros y Desgracia.

Esperando a los bárbaros.

Un día el Imperio decidió que los bárbaros eran una amenaza a su integridad. Primero llegaron al pueblo fronterizo policías, que detuvieron sobre todo a quienes no eran bárbaros pero sí diferentes. Torturaron y asesinaron. Después llegaron los militares. Muchos. Preparados para realizar heroicas campañas militares. El viejo magistrado del lugar trató de hacerles ver con sensatez que los bárbaros habían estado desde siempre allí y nunca habían sido un peligro, que eran nómadas y no se les podría vencer en batallas campales, que las opiniones que tenían sobre ellos eran absurdas... Vano intento. El magistrado solo logró la prisión y el pueblo, que había aclamado a los militares cuando llegaron, su ruina.

Una novela que contagia una tristeza poco común, diría que atroz. Presenta similitudes en su escenario con El desierto de los tártaros, del italiano Dino Buzzati. Como en aquélla, la acción transcurre en una fortaleza fronteriza, al borde de un desierto donde la vida discurre bajo la amenaza constante del ataque de los bárbaros. Esperando a los bárbarosMientras que en la novela de Buzzati la espera de un ataque que nunca llega se convierte en un modo de vida, en esta la búsqueda del enemigo invisible deviene tragedia.
Como manda el cánon, el primer párrafo, somera presentación de un coronel que gasta anteojos de metafórica opacidad, anuncia y contiene toda la novela. El libro es, ante todo, una denuncia contra la barbarie civilizada, que en este caso hay que identificar con el apartheid aún vigente en 1980, año de su escritura. Su protagonista, un magistrado próximo a la senectud, decide en un acto de rebeldía oponerse a la expedición civilizadora enviada por los suyos. Los motivos de tal rebelión no tienen un origen claro ni aun para él mismo, aunque sin duda tiene una gran importancia el sentimiento que despierta en él una joven bárbara hecha prisionera y a la que las torturas perpetradas por sus compatriotas han privado de la vista. Lo más probable es que ambos episodios, humano y amoroso, estén intrínsecamente relacionados y surjan uno del otro. Pero, como en toda obra de Coetzee, esto no se puede afirmar con rotundidad.
Las dos grandes líneas de creación de la novela participan de esa indefinición sugerida por el escritor. El viejo magistrado se convierte a sí mismo en penitente de las acciones de los soldados, a traves del intento de resarcimiento, primero, y del martirio propio después. Contra la sinrazón de la violencia desplegada contra los nómadas, contrapone un trato reverencial hacia la prisionera, anteponiendo la sensualidad a la pasión. Le lava los pies y trata de restañar sus heridas, quizás para obtener su perdón. Tal vez sea así. O quizás todo sea producto de una transformación más biológica que ética, y sea la edad misma del protagonista el motor de sus acciones. O, seguramente, todo provenga de la suma de ambas cosas.
El magistrado es y se siente viejo, y eso le afecta en igual medida que las atrocidades cometidas por los suyos. Llega a decir "Cuanto mayor es el hombre, más grotescos se consideran sus emparejamientos, como los espasmos de un animal moribundo". Terrible y miserable visión del crepúsculo. Lo cierto es que se da un paralelismo claro entre la vejez del personaje y la del caduco régimen. Al final, como en el poema de Cavafis que lo inspira, los bárbaros no constituyen más que el medio para que el régimen se perpetúe. El verano acaba, y otras estaciones llegan para cerrar el ciclo y volver a comenzarlo todo, para superponer más cadáveres a los que yacen bajo la arena, apiñados en las antiguas ruinas, pasado y futuro de la fortaleza. La bellísima y terrible imagen final, un frente nuboso que trae de vuelta el invierno, cierra con su carga metafórica el libro arrojándolo de forma definitiva en los dominios de la desesperanza.

Desgracia.

A los cincuenta y dos años, David Lurie tiene poco de lo que enorgullecerse. Con dos divorcios a sus espaldas, apaciguar el deseo es su única aspiración; sus clases en la universidad son un mero trámite para él y para los estudiantes. Cuando se destapa su relación con una alumna, David, en un acto de soberbia, preferirá renunciar a su puesto antes que disculparse en público. Rechazado por todos, abandona Ciudad del Cabo y va a visitar la granja de su hija Lucy. Allí, en una sociedad donde los códigos de comportamiento, sean de blancos o de negros, han cambiado; donde el idioma es una herramienta viciada que no sirve a este mundo naciente, David verá hacerse añicos todas sus creencias en una tarde de violencia implacable.

Todo escritor es esclavo de su enfrentamiento directo con el mundo, de modo que su creación literaria se ve condicionada en todo momento por su peripecia vital. La labor del escritor no es enturbiar la realidad, sino iluminar y clarificar allí donde las sombras suelen encontrar acomodo. Ser honesto, sincero. Por tales motivos, el vislumbre Desgraciade la senectud produce siempre frutos de amargo e intenso sabor. Hay un conjunto de opuestos que se reitera, un último aspecto de rebeldía o rendición que siempre marca frontera: la sexualidad. Si el magistrado de Esperando a los bárbaros era un hombre vencido por la proximidad del crepúsculo, Henry, protagonista de Desgracia, comienza siendo un ejemplo antitético.
"La gran tragedia del hombre es que, aunque el cuerpo envejece, el deseo no muere", asevera la voz de Michel Houellebecq en La posibilidad de una isla, su última novela. Henry, protagonista de Desgracia, podría estar muy de acuerdo con tal afirmación. El docente comienza la narración inmerso en una irrefrenable búsqueda de la satisfacción del deseo y al final de la historia acaba completamente derrotado, resignado a la nueva posición existencial y social que ocupa. Seduce a una joven aprovechando su posición, basándose en una loa sin matices del deseo sexual. Es descubierto, y tras su renuncia a reconocer su acto como denostable, se exilia al campo, a la granja de su hija, donde una tarde es víctima del ataque violento de tres personas, en el que él es golpeado y casi incinerado y ella es violada.
No hay reflexiones, no hay discurso directo que así lo indique, pero a través de la fútil batalla de Henry por ajusticiar la agresión se asiste al desmoronamiento de sus valores y seguridad anteriores. Sin que se mencione, el deseo saciado de los criminales se entromete en su concepto anterior del mismo; su discurso ya no casa bien con los nuevos hechos, pues ahora la víctima es su hija. Su intento por hacer justicia choca contra las leyes no escritas del nuevo medio rural post apartheid, que son muy distintas a las suyas. Su incapacidad para entender lo que siente su hija como mujer o para hacerse entender por ella y por el capataz negro, habitante de un mundo distinto, le arrebatan su fe en las palabras.
La metáfora acude de nuevo con fuerza, y en muchos de los episodios la verdad parece emerger a la luz, estar al alcance de los ficticios dedos del lector, sólo para sucumbir inmediatamente a la oscuridad. Coetzee jamás lo pone fácil. La clínica veterinaria, en la que asiste a las sedaciones mortales de los perros, seres sin valía para el mundo, viejos y abandonados, donde Henry tiene episodios fugaces de sexo insatisfactorio; la ópera que estaba componiendo, en la que finalmente renuncia a las palabras y se refugia en el simbolismo; su postramiento ante la madre y la hermana de su joven conquista inicial, todas ellas secuencias de enorme simbolismo, pero de equívoca certeza.
En Desgracia se aprecia una notable evolución. Coetzee ha refinado tanto su estilo narrativo ahorrativo y directo que las descripciones de lugar pasan casi desapercibidas. Como es habitual, en presente, en primera persona, el impacto de la historia es demoledor. La duda, la carencia de asideros de valor universal, recuerdan al lector que fuera de su medio es vulnerable, que la apariencia de civilizacion es sólo eso, una capa de barniz que se puede romper facilmente. Y que en ese caso la única opción válida para sobrevivir, tanto a la edad como al mundo, no es otra que la resignación.
Las novelas de Coetzee son como su escritura. Concretas, compactas, sin adornos, no van mucho más lejos de las 200 páginas, pero su esencia nunca está al descubierto. No son moralizantes, pero la verdad del ser humano habita entre sus lineas, siempre sugerida, nunca concreta. Siempre elusiva.