En el número de septiembre de la revista Qué leer, el excelente biógrafo Miguel Dalmau escribe un artículo de opinión en el que carga contra lo que él considera una carencia significativa en la literatura española reciente: "Uno de los rasgos más lamentables de la literatura actual es el descrédito del argumento. Es decir, el desinterés o incapacidad de los autores para plantear una historia que sea mínimamente original. En mis tiempos, los lectores caíamos deslumbrados ante los cuentos de Borges o Cortázar, no solo por la calidad de la prosa, sino por lo insólito de la trama... Y otro tanto ocurría con Orwell, Kafka, Calvino, Grass, Bradbury, Dick, etcétera. ¿Qué ha ocurrido pues para que la invención literaria haya caído en desuso? ¿Por qué ya no hay grandes argumentos?"
A continuación, el escritor apuesta por una serie de motivos más que evidentes y propone como posible comienzo de solución, entre otras cosas, dirigir la mirada hacia la actual literatura anglosajona. En parte estoy de acuerdo con él, aunque creo que Dalmau comete el error de buscar en la dirección equivocada, olvidándose de la literatura de género. Entre lo más sobresaliente de La sombra del viento figuran argumento y trama, afirmación también válida para La piel fría. En el mismo orden de cosas, a los ejemplos a seguir que menciona, tales como Martin Amis, Kazuo Ishiguro, Julian Barnes y demás miembros del British Dream Team, se le olvida añadir los de la plétora de escritores de ciencia ficción que en estos momentos están desarrollando en las islas británicas una narrativa extraordinariamente imaginativa tanto en lo conceptual como en lo estilístico.
Sorprende semejante olvido, ya que el 90% de los autores que cita como grandes constructores de tramas que le subyugaron pertenecen a la literatura de género fantástico, y sin embargo, aún supuestamente consciente de ello, Dalmau prefiere no internarse hoy en ese territorio. Es cierto que Amis e Ishiguro han pasado de visita por el género, pero la casi totalidad de autores que propone tenía su residencia fija en él, y sería por tanto más coherente acudir a los que ocupan ese mismo espacio en la actualidad. En realidad, esa actitud no es más que un suma y sigue en la larga historia de infravaloración de un género que, a pesar de estar de moda, sigue siendo ninguneado hasta por quien, como en este caso, disfrutara de sus valores antaño.
Si Dalmau y los escritores españoles a los que critica estuvieran dispuestos a abandonar por un momento el elegante y aristocrático centro de la polis literaria y echaran un vistazo a los menospreciados suburbios -por ejemplo, a la ciencia ficción británica-, se sorprenderían tanto de la imaginación como del oficio de sus autores. Para encontrar originalidad e inventiva argumentales, sólo hay que abrir cualquiera de los frutos que han madurado al amparo del movimiento New Weird en los últimos años. O en la vertiente más tradicional, acudir a los grandes maestros procedentes del pasado, como J. G. Ballard, Christopher Priest o M. John Harrison.
Ciñéndonos al tema que más preocupa a Dalmau, ya que los valores en busca pertenecen al dominio de la ingeniería narrativa, del diseño y fabricación de tramas perfectas e historias perdurables, me voy a tomar la libertad de recomendarle un escritor en particular, un artesano que responde al nombre de Richard Morgan. Un autor inglés que ya dio un recital de elaboración y engarce argumentales en Carbono alterado, el híbrido perfecto entre ciencia ficción y novela negra. Leyes de mercado, obra publicada recientemente por la editorial Gigamesh, no ha hecho mas que confirmar el poderío creativo de Morgan.
Pocos argumentos se pueden encontrar en la literatura actual más originales que éste. Ejecutivos que buscan la promoción empresarial y arrebatan los grandes contratos a la competencia en la carretera, emulando a los guerreros del asfalto de la cinematográfica Mad Max. De fondo, la transgresora idea de una sociedad próxima en el tiempo articulada en torno a esa actividad. Una vez más, la ciencia ficción recurre a la exageración de la realidad en un intento de poner en evidencia los defectos del mundo actual, o más bien del sistema económico por el que se rige. Defectos representados por el sometimiento de la moral y los derechos del individuo al bienestar material, oscuros borrones en nuestra civilización inseminada por el neoliberalismo capitalista, origen y destino de la globalización. Un fenómeno de sonrojantes realidades: países más ricos merced a la explotación de los más pobres, individuos entregados a un consumismo voraz y deshumanizador, oscuras compañías (el libro se limita a cambiar gubernamentales por corporativas) que rigen a escondidas los destinos del Tercer Mundo y, en suma, la esclavización del Estado de derecho ante las grandes multinacionales.
Zektivs: las nuevas estrellas mediáticas cuyas proezas en la carretera se siguen sin aliento en todos los rincones del mundo. Son los modernos gladiadores de las multinacionales, hombres y mujeres dispuestos a jugarse la vida para defender un contrato en duelos sobre el asfalto. En un futuro no muy lejano, sólo los que son capaces de llegar al trabajo con sangre en las ruedas tienen opciones de formar parte de la nueva clase dirigente, y para los nuevos ejecutivos no hay límites: los vencedores redefinen las reglas a su paso. Chris Faulkner es un joven y prometedor ejecutivo que se ha labrado la reputación trabajando en Mercados Emergentes y ha llamado la atención de los cazatalentos de Shorn Associates, que lo contratan en su división estrella: Inversión en Conflictos.
Pocos argumentos se pueden encontrar en la literatura actual más originales que éste. Ejecutivos que buscan la promoción empresarial y arrebatan los grandes contratos a la competencia en la carretera, emulando a los guerreros del asfalto de la cinematográfica Mad Max. De fondo, la transgresora idea de una sociedad próxima en el tiempo articulada en torno a esa actividad. Una vez más, la ciencia ficción recurre a la exageración de la realidad en un intento de poner en evidencia los defectos del mundo actual, o más bien del sistema económico por el que se rige. Defectos representados por el sometimiento de la moral y los derechos del individuo al bienestar material, oscuros borrones en nuestra civilización inseminada por el neoliberalismo capitalista, origen y destino de la globalización. Un fenómeno de sonrojantes realidades: países más ricos merced a la explotación de los más pobres, individuos entregados a un consumismo voraz y deshumanizador, oscuras compañías (el libro se limita a cambiar gubernamentales por corporativas) que rigen a escondidas los destinos del Tercer Mundo y, en suma, la esclavización del Estado de derecho ante las grandes multinacionales.
En cierto modo, lo radical de la propuesta recuerda a otra novela bastante popular publicada también por Gigamesh: Snowcrash. Pero donde Neal Stephenson dibujaba viñetas, Morgan confiere seriedad; donde el norteamericano elaboraba un cómic algo gamberro y simplemente divertido, Morgan crea literatura desde la sobriedad, huyendo de la caricaturización. Leyes de mercado comparte andamiaje narrativo con el subgénero ciberpunk, pero se distancia de él en algunos de sus elementos. La importancia del monopolio corporativo en la trama, así como una cierta intriga detectivesca en su desarrollo, no son presentados con la fisonomía propia de ese subgénero. Por momentos el escenario se torna descaradamente retro, conformado por autopistas limpias y vacías recorridas por coches de gran tamaño con estética cincuentona, o, en el otro extremo, por clubes de música nocturnos que recuerdan viejos antros de jazz. Quien quiera buscar una novela de características parecidas a esta no la encontrará en la colorista Snowcrash, sino tal como señala Nacho Illarregui en su interesante blog, en el finalista del premio Nadal el pasado año, Cazadores de luz, de Nicolás Casariego, una trama de especulación corporativa tan cercana a la de Morgan como complementaria. Aunque quizás el paralelismo más espeluznante (por realista) se pueda establecer con el libro autobiográfico de John Perkins titulado Confesiones de un ganster económico, a cuyas páginas se me fue el santo en repetidas ocasiones. Que una ficción tan radical se encuentre de forma tan cercana con la realidad da el punto correcto de hasta dónde hemos llegado (o más bien, caído).
Volviendo a la literatura, Morgan no ha perdido en esta novela ni un ápice de la capacidad adictiva que mostró en su debut con Carbono alterado. Confirma su habilidad para despertar el interés en la historia basándose en una impecable estructura y creando diálogos y situaciones bien medidas, además de sutilmente encadenadas. Lo cierto es que desde el lejano Alfred Bester de los prodigios, hace más de medio siglo, pocos escritores han sido capaces de emular aquella capacidad suya para embeber al lector en sus escritos. Me atrevería a decir, tras leer lo que nos ha llegado de su obra, que Richard Morgan es uno de esos escasos privilegiados. Es tal el enganche del lector a su escritura que uno lamenta que el libro se aproxime a su conclusión y desea que no acabe nunca, dispuesto a acompañar a Chris Faulkner, su protagonista, hasta el fin de sus días más allá de ese final que, de puramente convulso, obliga a apretar los dientes.
Además de hacer crítica social y tratar temas de importancia como la política, la ética y la incomprensión en la pareja, Morgan también se aplica en el detalle. Hay un habitante de la Zona, el guetto al que han sido barridos los pobres, que sabe quién fue William Faulkner, conocimiento que los ricos zektivs no comparten. Hay referencias directas tanto a El club de la lucha como a Carbono alterado, que el protagonista descalifica por cabalística. Hay también escenas de notoria familiaridad cinematográfica.
En cuanto a la historia en sí, ese ascenso a la cumbre del protagonista, cuyo trabajo recuerda tanto el de John Perkins, Gigamesh la publicita como "la forja de un líder", y algo de cierto hay en esa frase. Sin embargo, el periplo del protagonista dista de ser un viaje de iniciación o alumbramiento (como sí lo era por ejemplo Muerte de la luz, la novela de George R. R. Martin publicada también por Gigamesh); el ascenso final de Faulkner no procede de su evolución en la multinacional, sino de un pasado que lo esencia. En realidad, lo que le hace superar todas las dificultades es su origen. Sus motivaciones para dirigirse con la violencia que regla el sistema no están en consonancia con lo esperado, no son puras. Su motivación no es el ascenso social, sino la venganza; su fuerza no proviene de la ambición, sino de su origen humilde. Es un quintacolumnista que esconde motivos más viscerales que los impuestos por la norma social, un bárbaro de las zonas infiltrado en las entrañas del corrupto mundo civilizado. Es Conan tomando por la fuerza el trono de Aquilonia. Viejos y nuevos mitos.
En mi opinión, son muchas las razones que hacen de Leyes de mercado una gran novela, pero lo que la convierte en sobresaliente es la magnífica administración de sus elementos, el magistral dominio del ritmo, el bien engrasado mecanismo de su trama y -volviendo al principio- su inolvidable argumento.
Kaplan, me gustaría recuperar este comentario para "C". Tal y como está o con las correcciones que estimes oportunas.
ResponderEliminarSi te parece bien, escríbeme un correo a nacho(arroba)cyberdark.net para hablarlo.