martes, 25 de septiembre de 2007

Albert Sánchez Piñol. La piel fría


La diferencia cuantitativa entre ficción y no ficción dentro del género en España siempre ha sido notable. Llegados estos tiempos de avalancha, en los que la ficción fantástica se ha multiplicado por 20 en nuestras librerías, el desequilibrio se ha multiplicado hasta adquirir dimensiones escandalosas. Por ello, el segundo volumen de Jabberwock, anuario de ensayo fantástico no puede ser considerado mas que como una rara flor en el desierto.
En estos momentos de sobreabundancia ficcional no hay, sin embargo, revistas, ensayos o proyectos editoriales (en papel) que aporten un estudio serio sobre el fenómeno actual, sobre la nueva realidad de una literatura que ni en los sueños más febriles de sus aficionados prometía alcanzar cotas de presencia semejantes. Es éste, por tanto, un libro que, como aficionado a todo lo que rodea a la creación literaria, se me antoja imprescindible. Consta de seis ensayos, una entrevista y dieciseis críticas de libros. Críticas, para que se hagan una idea, de extensión semejante a la que pueden leer a continuación, perteneciente al anterior y primer volumen de Jabberwock:




La piel fría



Mario Vargas Llosa, quien ha publicado recientemente un ensayo sobre Los miserables titulado "La tentación de lo imposible", afirma que la principal virtud de la obra maestra de Víctor Hugo se encuentra en la enorme calidad que contienen ambas vertientes de su doble naturaleza, que la afamada novela “igual sirve al lector adolescente que se entretiene con la anécdota que al lector estricto que busca un trasfondo más filosófico”. Es el primer mandamiento de la buena literatura. La cantidad de niveles de lectura debe ir unida a una calidad que haga posible el disfrute de la obra desde todas las perspectivas de abordaje. Esa riqueza común a cada uno de los elementos de su carácter poliédrico es, precisamente, lo que acredita en primera instancia a La piel fría como una obra importante, que tiene todas las posibilidades de sobrevivir al tiempo y no caer en el olvido. La primera novela del barcelonés Albert Sánchez Piñol (1965) seduce por la calidad que atesora tanto en el haz como en el envés de la metáfora, un estudio de la psique humana en su encuentro con lo diferente travestido de aventura extraordinaria, adornado con ropajes decimonónicos y tintes terroríficos.
Como si se tratara de una clásica novela de aventuras, La piel fría secuestra la imaginación del lector y la lleva en volandas hacia lejanas latitudes, donde el entorno marino se confabula con los sentimientos de extrañeza y soledad generados tanto por la ausencia de civilización como por el encuentro con la descarnada naturaleza. Piñol retrocede literariamente en el tiempo hasta situarse en senderos que hoyaron Robert L. Stevenson, Daniel Defoe o Joseph Conrad, y completa el recorrido atajando por caminos más oscuros, propios de H. P. Lovecraft y William H. Hodgson. El resultado que arroja ese ejercicio retrospectivo coloca al lector en un escenario minimalista, una pequeña isla situada en los mares del atlántico sur, a escasa distancia de la invisible línea de los hielos. Hasta allí llega el innominado protagonista, un antiguo activista del IRA, tránsfuga social debido a un pasado insatisfactorio, para desempeñar el puesto de oficial atmosférico. El primer día descubre que su única compañía en la isla la constituyen un extravagante personaje de improbable nombre que habita el faro, Batís Caffó, y una horda de amenazantes criaturas marinas de aspecto humanoide, especie a la que posteriormente bautizará como citauca. Obligados a asociarse, los dos humanos acabarán uniendo fuerzas para repeler noche tras noche el asedio al faro e idear la forma de aniquilar a los atacantes. El protagonista descubrirá que su enajenado compañero de armas guarda un tesoro oculto, una hembra de aquella extraña especie, con la que mantiene una particular relación.
Con escasos elementos en juego, el autor elabora un divertimento sobresaliente, de claustrofóbico disfrute. Todos los puntos geográficos de la isla, internos y externos, son visitados por ambos humanos a la busca de los recursos para la supervivencia en un arpegio ascendente que culmina con una aterradora conclusión. Un remate cabalmente pesimista, que da sentido al carácter circular de la narración y que debido al mensaje implícito en su desarrollo no podría haber tenido otro signo. Como dice el autor, si el final fuera feliz, “en vez de una novela sería un sermón”. Del protagonista conocemos su pasado; de su antagonista, inicialmente sólo su presente, esos aspectos físico y mental desaliñados que recuerdan al furibundo Ben Gunn de La isla del tesoro. Es el desconocido pasado de su embrutecido compañero el que se repetirá en la peripecia vital del protagonista durante el año que pasa en la isla, un periodo de tiempo marcado por la mutua defensa contra lo desconocido, el enemigo común. Es precisamente ese bifrontismo de personajes el que hace posible que el desarrollo lineal de la historia se convierta en una metáfora cíclica que analiza los mecanismos internos del miedo y el proceso de regresión a los orígenes, a los deseos y temores atávicos que desembocan en la actitud irracional, en la demonización de lo diferente. En este caso, las mudas y ajenas criaturas humanoides, emparentadas por su aspecto físico con aquellos blasfemos seres que abandonaron los fondos marinos para recorrer las calles del Innsmouth lovecraftiano.
Los géneros de aventuras, misterio y terror conforman el aspecto externo de esta fascinante novela, pero no son sus más importantes bazas. La reflexión moral que proponen sus páginas, fundamentada en la riqueza interior de los personajes y su enfrentamiento contra todo, constituye el principal principio activo del libro. Enfrentamiento con el entorno, el adversario humano, la amenaza inhumana y, principalmente, consigo mismos. De los débitos contraídos por Piñol en la creación de La piel fría, el principal es, sin duda, con Joseph Conrad y su obra más trascendente, El corazón de las tinieblas, que se ha convertido en un referente imprescindible para la narración moderna. Tanto el cine (marcado por "Apocalypse Now", el magistral filme de Francis Ford Coppola) como la literatura, se han acercado repetidas veces a ella. En el género de la ciencia ficción -al que esta novela pertenece en la misma medida que los horrores cósmicos de Lovecraft- se han producido acercamientos de renombre, notables en muchos aspectos.
En Regreso a Belzagor, Robert Silverberg radicalizaba el viaje de Marlow hacia el interior del continente africano, convirtiendo la búsqueda de Kurtz (quien en la obra de Silverberg luce el mismo nombre) en una experiencia iniciática culminada por la transformación espiritual y física del protagonista. El británico James G. Ballard invertía el proceso en El mundo sumergido, atrayendo al trasunto de Kurtz hacia el protagonista, quien finalmente huía por voluntad propia hacia las tinieblas del pasado, en busca de la perdida esencia de lo primigenio. La importancia de la jungla como metáfora de la oscuridad humana es fielmente reproducida en ambas novelas. Piñol, sin embargo, decide prescindir de ella y crear un decorado desnudo, haciendo hincapié en la árida soledad del entorno y en la indefensión del hombre aislado. En La piel fría, la jungla está representada por los citauca, el desconocido enemigo que en su condición de extraño profundizará en el alma de ambos hombres hasta la misma esencia de sus terrores, deseos y emociones. Hasta ese pasado violento que el hombre occidental cree, en la seguridad de su hogar, haber enterrado y eliminado para siempre.
En la obra de Piñol, Marlow no vuelve a la civilización. Se queda con Kurtz, y por tanto, acaba convirtiéndose en él. Para el escritor catalán, nuestra raíz es la misma, tenemos el mismo origen, y en situaciones de aislamiento y peligro echamos mano de recursos idénticos, siempre movidos por el miedo, que es superior a nuestra capacidad moral. En el interior, el hombre continúa siendo un ser primitivo, racial. El miedo siempre conduce a la violencia y busca anular las señas de identidad que puedan emparentar a la amenaza con nosotros mismos. Es la “animalización” del enemigo a la que alude incansablemente el autor. En la novela, el protagonista cree contar con un mayor sentido moral que Batís, pero al final de la narración, la suma de detalles revela una realidad diferente. Cuando todo concluye, actúa igual que lo hizo su predecesor, evidenciando el relativismo de todo comportamiento humano. Y ese es otro de los puntos más satisfactorios que pueden encontrarse en esta novela, el respeto a la inteligencia del lector, pues más allá de los pensamientos del antiguo activista, toda una serie de detalles esparcidos por la novela adquieren al final un sentido demoledor, que ha de sumar quien lee y que varía la concepción que se pudiera tener anteriormente sobre el primer inquilino de la isla. El secreto del odio de Batís queda al descubierto, de forma maestra, en el espectacular giro contratextual de su catártica declaración final: “El amor, el amor…”.
Hacia ese mismo punto viaja el protagonista. En un principio, empujado por el miedo, mata, viola y destruye. Sólo cuando encuentra la evidente familiaridad en el enemigo es capaz de retomar su conciencia. Cuando pone nombre a la mascota le concede una identidad, y esto la transforma en Aneris a sus ojos. Eso le permite acceder al milagro de la alteridad, el miedo desaparece y su capacidad moral retorna. El encuentro submarino con los niños citauca y surelación especial con uno de ellos opera el milagro, remarcado por el escritor con la primera nevada en la isla, que altera el paisaje tornándolo blanco. “Como si fuera un lastre penoso, me sentía libre del horror. Ni yo mismo tenía conciencia del peso que había supuesto el miedo persistente y sistemático”. Y sin embargo, su conversión en Batís es inevitable. Cuando llega la verdad, siempre es tarde, y hay otros intereses que dificultan el diálogo. Sólo queda, pues, la cuestión de la honestidad consigo mismo, de la que careció Batís. El autor prefiere ser fiel a la historia que narra, y la cierra dignamente, sin importarle el pesimismo que destila así su creación.
La piel fría es, pues, una historia de autoconocimiento y desencanto. Su protagonista huye de la civilización desengañado por la hipocresía y la violencia que conforman la sociedad del hombre, por la imposibilidad para crear un estado de convivencia estable. Decepcionado, en suma con la naturaleza humana. Se refugia en la soledad de la lejanía y sobrevive a un año de penurias en el que descubre que todo aquello de lo que huía habita en su interior, pues son características inmanentes al ser humano. La irreflexión, la violencia, el deseo de lo ajeno y los bajos instintos son discípulos del miedo. Y todos ellos habitan en nosotros. No se puede huir de uno mismo. La única salida posible, como descubre el protagonista, pasa por la superación de lo que nos atemoriza. Desgraciadamente para él, cuando llega a esa conclusión, todo está perdido.
¿Cómo logra Piñol aunar con éxito amenidad y reflexión moral? Por medio de un estilo ágil, sencillo a la lectura, en el que predominan las frases cortas, que exportan correlativamente acción y carga de profundidad. Un estilo rico en metáforas significadas sobre proposiciones antípodas que brillan por el contraste de su construcción. “Nunca estamos infinitamente lejos de aquellos a quienes odiamos. Por la misma razón, pues, podríamos creer que nunca estaremos absolutamente cerca de aquellos a quienes amamos” es la paradigmática declaración de principios que abre la novela. Piñol se permite, anecdóticamente, hacer incluso un pequeño juego nominal con sus personajes, los citauca, Aneris o el mismo Batís Caffó, quizás queriendo señalar una cierta separación entre ellos y el protagonista principal, cuyo nombre nunca es mencionado, artificio que por otra parte facilita la identificación del lector.
Esta novela refrenda el buen momento de la literatura de corte fantástico en todo el mundo, ya que está siendo un éxito tanto de crítica como de ventas. A pesar de que a Piñol le disgusta la etiqueta de best seller que le han otorgado a su novela, las cifras son impresionantes, inauditas para el género en nuestro país. En diciembre llevaba 22 ediciones en catalán (70.000 ejemplares) del original La pell freda, y 7 de la correspondiente en español. También había vendido los derechos de publicación en diversos idiomas a 25 editoriales repartidas por todo el mundo. Ha obtenido una de las ayudas económicas que concede el Institut Ramón Llull para la traducción de obras en catalán a otros idiomas, y le han otorgado el premio Ojo Crítico de Narrativa que concede RNE. Su enorme calidad sigue impulsando a esta novela hacia cotas cada vez mayores. Es llamativo que se trate de la opera prima del autor, quien antes de su publicación sólo tenía editados un libro de cuentos, Les edats d’or, y un ensayo sobre ocho dictadores africanos titulado Pallassos i monstres. Lo que sí es cierto es que no ha hecho más que empezar. Pronto aparecerá su nueva novela. Continuación de ésta, puede considerarse incluida dentro de una trilogía temática. Situada en el Congo, también cuenta con monstruos, pero esta vez son blancos y salen de la tierra. Piñol es, sin duda, la gran esperanza blanca de nuestro género fantástico.




Crítica publicada originalmente en Jabberwock 1, anuario de ensayo fantástico.

4 comentarios:

  1. "La piel fría" es un refrito, por no decir un plagio descarado, al menos de Lovecraft, del Chapek de "La guerra de las salamandras" y del Buzzati de "El desierto de los tártaros". La verdad, no entiendo cómo puede haberle gustado a alguien. Claro que después del exitazo de la indigerible "La sombra del viento" (es decir, el pedo) y del libro de sonetos del impresentable de Sabina...

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  2. Cada día haces mejor de troll. :) Que aparezcan criaturas de porte lovecraftiano no indica plagio, sino influencia. Las salamandras de Chapek se parecen intencionalmente a los citauca en lo mismo que tú a un cura. Con El desierto de los tártaros no es que no haya parecido, es que son contrapuestos. La novela de Buzzati se basa en una promesa de amenaza que nunca llega a hacerse real; la de Pinyol en una amenaza real, que se muestra agresiva desde la tercera página. El único parecido entre esas dos novelas es que se trata de puestos fronterizos, e incluso ese detalle está tratado desde propuestas contrarias: una fortaleza habitada por un regimiento frente a un faro habitado por dos seres humanos. Lo importante en el primero es la vida a la espera; lo importante en el segundo es la confrontación directa. Opuestos, contrarios, blanco y negro.
    Es el problema de leer poco, Jorge. Mira que te lo he dicho veces: lee, lee.
    En cuanto a las comparaciones gratuitas que te marcas al final, mi cabeza no me da para localizar una mínima relación entre ellas, así que mejor lo dejo.

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  3. Felicidades por la reseña de lo más completa. Yo al leer la novela también encontré entre sus influencias, que no plagios, ecos de Melville a la hora de tratar esa fina línea que separa la lucidez de la locura, la dignidad de la degradación moral en la que se encuentran presos los personajes, aparte de los más evidentes a Lovecraft o Conrad.
    Una novela interesantísima y una rara avis dentro de nuestras letras. Esperemos que Pinyol siga por esta línea en próximas entregas.

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  4. Cierto lo de Melville. Desgraciadamente, la segunda parte, publicada hace ya más de un año y titulada "Pandora en el Congo" es tan mala como buena ésta. Sólo en un cuarto de libro da Pinyol lo que se espera de él, con un descenso a las profundidades de la Tierra narrado de una forma fascinante. Lo malo es que todo el resto parece un plagio del primero, y para colmo, exhibe un uso del humor nada atinado.
    Se ha vendido tan mal que ahora mismo está saldado a 5 euros.

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