lunes, 17 de septiembre de 2007

Bruce Sterling. Mirrorshades, una antología ciberpunk

Si el nacimiento del ciberpunk como corriente literaria fue responsabilidad del escritor William Gibson, la fuerza impulsora del movimiento como fenómeno activo provino de Bruce Sterling, el gran visionario que propaló y asentó las bases de aquella pequeña revolución. El fue quien lo ayudó a autodefinirse, el motor que imprimió potencia al ciberpunk con sus reivindicaciones, sus artículos, sus libros y, sobre todo, su visión de largo alcance. De entre sus obras proselitistas, la que conseguió una mayor repercusión fue una antología de cuentos ideada como golpe de efecto en la que, de forma arbitraria, Sterling reunía una serie de relatos de diversa autoría, piezas breves cuyos nexos de unión con lo que se comenzaba a admitir popularmente como ciberpunk no eran sólo dudosos, sino también, en algunos casos, completamente inexistentes. Mirrorshades, the Ciberpunk Anthology fue, antes que nada, un deliberado intento de eludir corsés y extender el alcance de la entonces recién nacida criatura, un plan que casaba muy bien con su esencia postmoderna.
Publicada originalmente en 1986, no vería su aparición en nuestro país hasta 12 años más tarde. Sorprendentemente, la editorial Siruela decidía realizar un significativo cambio en el título al trocar, sin razón aparente, el artículo determinado en indeterminado y presentar la obra como Mirrorshades, una antología ciberpunk. Curiosidades al margen, su publicación cubrió uno de esos inexcusables huecos que de vez en cuando salen a la luz en nuestro mundo editorial. El libro reúne una docena de cuentos de distinta procedencia entre los que se incluyen un par de colaboraciones del mismo Sterling con otros autores, así como un prólogo en el que se apresta a sentar cátedra y enunciar las afinidades y algunos de los temas en los que se asienta el ciberpunk. Aunque el resultado material ha sido a la postre el deseado, pues a partir de su publicación tanto el número de prosélitos como de disensiones ha convertido al fenómeno ciberpunk en una realidad indiscutible, el cualitativo fue más bien dudoso, ya que la desigualdad de los cuentos ha acabado negando a Mirrorshades una posición de mayor afecto dentro del género.
Los relatos que componen la antología habían ido apareciendo entre los años 1981 y 1986 en distintas publicaciones del medio, especialmente en la revista Omni, donde vieron la luz cinco de las piezas allí contenidas. Dirigida por Ellen Datlow, Omni fue uno de los puntales del género, pues por sus páginas se fueron sucediendo las creaciones de todos y cada uno de los que luego serían los grandes nombres del ciberpunk. La antología se abre, de forma magistral, con el primer cuento que publicara William Gibson, en 1981, titulado “El continuo de Gernsback”. Más que un cuento, la joya de Gibson era una declaración de intenciones ideal para abrir la antología, un grito de guerra encubierto que proponía abandonar las viejas formas del género para buscar otras nuevas, más imperfectas, no tan limpias, pero seguramente por ello más acordes con la realidad.
El protagonista del cuento se ve encerrado en un “fantasma semiótico” a gran escala. Por momentos, se sumerge en un continuo en el que se ha hecho realidad la ciencia ficción pulp que inundaba las revistas en los tiempos de Hugo Gernsback, con sus ciudades blancas y sus personajes de insultante pureza moral. El final determina que es preferible el caos actual, este presente repleto de pequeños horrores y vicios, que la perfección y la pureza aria. Un cuento marcadamente punk pero carente del elemento cibernético, tal como ocurre con gran parte de las piezas de esta antología, un hecho deliberado con el que el antologista contribuiría a colocar las semillas de la indefinición en el naciente subgénero.
Sterling intenta dar sentido definitorio al ciberpunk agrandando su concepto. Contra todos aquellos que lo proponen como un simple escenario donde diversificar tramas y repetir esquemas, o más específicamente, una “estética” conformada por un conjunto de ítems reconocibles, él sugiere lo contrario: todo aquello que utilice cualquiera de los elementos que Gibson popularizó en Neuromante (drogas, informática, caos social, monopolios globalizadores, underground urbano, implantes cibernéticos, hard boiled futurista…), aunque sea uno solo de ellos, puede ser considerado ciberpunk. Todos los relatos aquí contenidos cuentan con al menos uno de esos elementos, y todos esos elementos están a su vez representados. Excepto uno. Curiosamente, la más decisiva creación de Gibson, lo que el lector popular ha considerado desde 1985 condición sine qua non del buen ciberpunk: el ciberespacio. Aquí no aparecen mundos virtuales ni enganches neuronales a la Red. Es todo lo demás lo que se ve representado en sus distintas formas.
“Los chicos de la calle 400”, de Marc Laidlaw, es una apocalíptica historia de bandas urbanas unidas por la supervivencia; “Solsticio”, de James Patrick Kelly, apuesta por los alucinógenos y la genética por medio de un elaborado lirismo; “Petra”, de Greg Bear, fantasía postapocalíptica de carácter medieval, es una alegoría acorde con estos tiempos de descreimiento; “Hasta que nos despierten voces humanas”, de Lewis Shiner, incide en las posibilidades de la nueva tecnología genética para el ser humano, tecnología, por supuesto, en manos de grandes multinacionales; “Estrella roja, órbita invernal”, de Gibson y Sterling, falto de sobriedad, alude al fantasma tecnológico y político de la vieja Unión Soviética; “Mozart con gafas de espejo”, de Sterling y Shiner, traspone la expoliación de recursos de los tiempos modernos al siglo XVI con un marcado tono ucrónico.
Al lado de estas muestras de ciberpunk tangencial se encuentran relatos más cercanos a la corriente canónica, aunque de calidad dispar. En el extremo menos interesante, “Ojos de serpiente”, de Tom Maddox, se sumerge en la carnalidad contenida en la simbiosis entre elementos cibernéticos y orgánicos, mientras que en “Rock On”, Pat Cadigan se pregunta qué será del Rock & Roll en un futuro tecnológico rendido al mercantilismo. En la zona contraria, dos de los mejores cuentos responden al patrón ciberpunk más popular. “Zona libre”, de John Shirley, transcurre en el mundo de su trilogía Eclipse, y en él se puede encontrar casi toda la parafernalia del subgénero, Rock & Roll, drogas y violencia urbana en un escenario producto de una crisis económica mundial provocada por un acto de terrorismo informático. “Stone vive”, de Paul di Filippo, comienza como un viaje por la marginalidad urbana, por el submundo de las ciudades, y termina con su protagonista en la cresta de la ola, al mando de una multinacional poderosa (1). Por último, desmarcándose incluso de esa afinidad cogida por los pelos, “Cuentos de Houdini”, de Rudy Rucker, uno de los más fervientes defensores del movimiento, es con mucho el cuento más alejado de las tesis ciberpunk, una humorada sobre la capacidad de escape de Houdini en una extraña ucronía.
La intención de Sterling de dotar de una cierta vastedad temática a su antología le condujo (con alguna excepción) a no escoger los relatos más relevantes de los autores con que contaba, sino más bien a aquellos que mejor se amoldaron a su forma de entender el nuevo género. No están, por ejemplo, los otros grandes cuentos de Gibson ("Quemando Cromo" o "Johnny Mnemonic"), o incluso los suyos propios pertenecientes a la serie Formador/Mecanicista. Su presencia podría haber sumado calidad, aunque seguramente también habría restado variedad al mensaje. El hecho es que, aunque cualitativamente resultan más valiosas antologías como Quemando Cromo, de William Gibson, o la arriba sugerida Crystal Express, del mismo Sterling, Mirrorshades ha acabado siendo mucho más importante debido a su instrumentalización y a su fuerte carga ideológica.
En conjunto, la colección proyecta una visión global de los muchos aspectos que el ciberpunk trata y se caracteriza especialmente por mostrar una notable pluralidad de ideas. Más de dos décadas después, se puede afirmar que Mirrorshades ha cumplido su propósito como obra tanto exponencial como seminal en cuanto a lo que supuso como materia de diversificación para futuros escritores ciberpunks. Se ha convertido, sin duda, en una de las obras más importantes que haya dado la ciencia ficción para sí misma, uno de esos libros que agudizan (2) un cambio de rumbo en el género. En ese orden de cosas, es ineludible la comparación con una compilación que representó otro gran evento en la cf contemporánea, su predecesora en cuanto a ambición y tendenciosidad: Visiones peligrosas. La antología encargada por Harlan Ellison también sirvió en su día como catalizador y propulsor de un revolucionario movimiento interno en la cf, la New Wave. Si bien es cierto que ambas obras corren parejas en cuanto a la irregular calidad de los elementos que las componen, quizás sea tiempo ya de evaluar cuál de las dos ha propiciado una mayor influencia posterior. Aunque pudiera parecer bastante obvio, yo no me apresuraría en despreciar el efecto producido por la corriente ciberpunk, no sólo como núcleo del near future actual, sino incluso en la literatura de corte general



(1) Resumen que, 20 años después, podría también valer como sinopsis de Leyes de mercado, la estupenda novela de Richard Morgan.
(2) Mirrorshades encauza algo ya iniciado, no lo crea. El origen de ese cambio se lo debemos, esencialmente, a la novela Neuromante, de William Gibson.




Reseña publicada anteriormente en el nº3 de la revista de literatura fantástica Hélice.

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