jueves, 28 de diciembre de 2006

Bibliópolis ha vuelto

Bibliópolis
No se me ocurre una mejor manera de despedir el año que con esta excelente noticia, una nueva actualización de Bibliópolis, web cuyo sobrenombre, "crítica en la red", se corrresponde a la perfección con su naturaleza. Tras dos años de parón, reaparece la que fue una de las principales páginas virtuales de crítica literaria, enfocada en su mayor parte hacia el género fantástico. Críticos de valía y escritores de prestigio analizan obras y actitudes desde enfoques siempre interesantes. Quien quiera acceder y echar un vistazo, puede hacerlo desde el enlace situado arriba a su derecha.

lunes, 25 de diciembre de 2006

Charles Dickens. Canción de Navidad

Canción de Navidad
Me satisface sobremanera la siguiente entrada, y no sólo por el libro del que trata, sino también porque este blog haya logrado, echando mano de la fraseología popular, comerse el turrón. Por razones personales, tenía el convencimiento de que no duraría hasta más allá del verano. Pero henos aquí, compartiendo la Navidad, ese bonito periodo en el que repartimos toda la alegría y la simpatía que nos negamos el resto del año. La cruda realidad es que estas fechas se han ido convirtiendo, cada vez más, en el festejo mercantilista por antonomasia. Salgan a la calle si no. Los siete días que preceden a la Nochebuena han adquirido más importancia que la semana de Navidad en sí y han usurpado el espíritu solidario en pro de la autosatisfacción consumista.
En casos como éste, la pervivencia de los clásicos pasa de ser una sencilla condición natural a convertirse en un bien necesario, una voz del pasado que nos recuerda valores olvidados y que nos marca un camino antiguo que el signo de los tiempos ha acabado por borrar. Quizás no volvamos a retomarlo, pero su mero recuerdo nos muestra quiénes fuimos, y nos hace ver, por comparación, cómo y quiénes somos en este momento de la historia.

CANCIÓN DE NAVIDAD (1843) narra la inquietante noche que en la víspera de esta festividad pasa Ebenezer Scrooge, anciano miserable y tacaño, de resultas de la visita del espectro de su antiguo socio, Jacob Marley. Éste hace desfilar ante él la visión de los espíritus de las Navidades pasadas, presentes y futuras, imprimiendo así en su existencia una feliz transformación.


Canción de Navidad es, como todos los grandes clásicos, un libro reconocido mundialmente, una novela que ha viajado a través del tiempo cobrando cada vez más popularidad, Navidad tras Navidad. Sin duda, el responsable principal de la gran consideración con que cuenta es Ebenezer Scrooge, antítesis de la Navidad y uno de los mayores logros de Charles Dickens, que dio en el clavo de una forma tan acertada que el personaje se fue convirtiendo con el paso de los años en arquetipo universal. La fama tiene también su lado negativo, y en este caso ha sido tanta que ha acabado por diluir a la fuente original entre sus numerosas copias y derivados. Es imposible eludir un primer y adulterado contacto con Canción de Navidad en la infancia, ya sea en tebeo, película o dibujos animados. La tacañería de Scrooge ha terminado por absorber el resto de la obra, un efecto colateral del que, seguramente, el principal culpable sea la pericia de Dickens.
En la Inglaterra victoriana era costumbre reunirse en grupos para leer las publicaciones por entregas y así poder abaratar costes. En un tiempo en el que la televisión aún no existía, esa actividad se daba especialmente en el entorno familiar, criados incluídos. El conocimiento de que Ilustración de John Leechen la lectura colectiva de sus escritos abundaban los niños empujó a los distintos escritores a utilizar un tono que interesara a los adultos y no perjudicara a oídos inocentes. Dickens fue tan diligente y hábil en esta misión que como resultado la historia del viejo tacaño Scrooge se ha acreditado en muchos casos como cuento infantil. Una simple lectura del texto original sirve para desmentirlo.
Tras la cicatería del ruín Scrooge pervive una historia que cabalga a medias entre el terror gótico y el realismo, un relato navideño de fantasmas casi costumbrista. No resulta difícil imaginar a muchos de los pequeños oyentes recreando más tarde, en sus pesadillas, las espectrales apariciones de Marley y los tres espíritus en la vieja mansión, a cada cual más terrorífica; o tal vez la escena del cementerio, en la que el acongojado rostro del avaro arrepentido parece traspasar las páginas del libro. Más valioso aún es el paseo que Dickens nos ofrece por las casas y las calles del bajo Londres, o la descripción de las costumbres y la apariencia de las gentes que se reúnen en la celebración que tiene lugar en el almacén del viejo Fezziwig. Definitivamente, Canción de Navidad es una delicia por muchos más motivos que el de la magna construcción de su protagonista principal. Por supuesto, otro de ellos es la bella exaltación del espíritu navideño.
Como persona no creyente, jamás he encontrado una razón tan poderosa para vivir la Navidad como la que Fred, sobrino de Scrooge, le refiere a su descreído tío:

«Puede que haya muchas cosas buenas de las que no he sacado provecho», replicó el sobrino, «entre ellas la Navidad. Pero estoy seguro de que al llegar la Navidad ‑aparte de la veneración debida a su sagrado nombre y a su origen, si es que eso se puede apartar‑ siempre he pensado que son unas fechas deliciosas, un tiempo de perdón, de afecto, de caridad; el único momento que conozco en el largo calenda­rio del año, en que hombres y mujeres parecen haberse puesto de acuerdo para abrir libremente sus cerrados corazones y para considerar a la gente de abajo como compañeros de viaje ha­cia la tumba y no como seres de otra especie embarcados con otro destino. Y por tanto, tío, aunque nunca ha puesto en mis bolsillos un gramo de oro ni de plata, creo que sí me ha aprovechado y me seguirá aprovechando; por eso digo: ¡bendita sea!»

Feliz Navidad.


miércoles, 20 de diciembre de 2006

Kevin Brockmeier. Breve historia de los que ya no están

Breve historia de los que ya no están
He rellenado hace unos días un formulario sobre hábitos de lectura. No es el primero, así que una vez más me han hecho gracia esas típicas preguntas con las que se empeñan en descubrir el impulso secreto que mueve al comprador de libros. Será que soy raro, difícil de encasillar, pero lo cierto es que no podría decantarme por una razón como motor de la compra, sino por muchas.
¿Es por el autor? Sí, a veces. ¿Por el argumento? Sí claro, también. ¿Porque pertenece a un determinado género? En ocasiones sí, por supuesto. ¿Por la ilustración de cubierta? Bueno, no exclusivamente, pero también suma. Y no sólo eso, también centro mi atención en el olor característico al hojearlos (mi vicio nada secreto), en el precio, en la editorial, en el número de páginas..., menos en los blurbs, en todo. Pienso que si ni yo mismo sé muchas veces, una vez en casa, por qué he adquirido determinado libro, difícil será que los señores al otro lado del formulario logren deducirlo.
Si alguien me preguntara por qué compré, por ejemplo, Breve historia de los que ya no están, no sabría contestarle. Supongo que en aquel momento me pareció una buena idea. Una prueba más de que hay momentos para todo, incluso para equivocarse.
A Laura Bird se le está acabando el tiempo. Hace tres semanas que ella y dos de sus colegas se encuentran solos en uno de los lugares más fríos y remotos de la Tierra. Los dos hombres parten en busca de ayuda, y de repente Laura se da cuenta de que no van a volver. Así que recoge los pocos víveres que le quedan e inicia un viaje extraordinario. Entretanto, en otro lugar, más y más gente va llegando a una ciudad sin nombre. Cada persona tiene una historia distinta que contar, pero hay algo que todos tienen en común: era su último viaje. Están en la ciudad de los muertos, un lugar en el que permanecerán mientras en la Tierra quede alguien que los recuerde. El problema es que la ciudad ha comenzado a vaciarse.

Esta novela, curiosamente, se publicó antes en España que en EE.UU., país de origen del escritor. Brockmeier es un joven y sobresaliente cuentista que también ha incursionado en el terreno de la narrativa infantil. Como novelista, me temo, le queda aún bastante terreno por recorrer para adquirir el mismo dominio que demuestra en la distancia corta. Breve historia de los que ya no están es una novela de género fantástico desangelada, de esas que dejan la misma expresión en el rostro (y lo que es peor, en el corazón) del lector tanto al comienzo como en su conclusión.
El viaje extraordinario de Laura por los hielos antárticos se inspira, tal como reconoce el autor, en las páginas de El peor viaje del mundo, la obra maestra de Apsley Cherry-Garrard. Y lo hace con tal exceso que uno no puede evitar la comparación, tras la cual, naturalmente, la descripción de Brockmeier sale apaleada. Tanto el personaje de Laura como, especialmente, los del diverso grupo que pulula por esa extraña ciudad en involuntario desalojo están pobremente construídos. Los habitantes de la urbe parecen haber escapado del guión de alguna producción cinematográfica desechada por Frank Cappra. Si el lector pone interés en llegar a la conclusión de la historia, se encontrará con que ésta deriva indecisa entre el elongado escapismo que cerraba la novela Tránsito, de Connie Willis, y la lisergia que apabullaba al espectador en el tramo final de "2001, una odisea espacial".
Hay detalles graciosos, como la culpabilidad de la Coca Cola en el fin del mundo, e incluso algún diálogo con cierto ingenio tristón, pero no son mas que islas en un océano de inanidad. Esta aburrida novela de Kevin Brockmeier persigue, sin llegar a contactar con la literatura new age, la estela de algunos escritores del buen rollo como Mitch Albom. El resultado es un flojo ejercicio de intenciones metafóricas cuya presunta profundidad no logra salvar el escollo de una trama carente de fuerza vital.

sábado, 16 de diciembre de 2006

Revista Hélice nº 1

Hélice
La reciente aparición de esta nueva publicación digital constituye una grata noticia para nuestro género fantástico. Tras el arreón novelístico de los últimos años, en los que se llegó a superar (en algunos casos con creces) la decena de novedades al mes, se hacía necesaria una labor de estudio y crítica dentro del género para separar el grano de la paja. Hasta cuatro revistas (Asimov, Galaxia, Gigamesh y Solaris) llegaron a disputarse el bolsillo del lector, cada una de ellas encauzada hacia su propia y particular concepción de lo que debe ser y aportar la literatura fantástica. Pasados esos buenos tiempos, nos encontramos dos años después con que ya no existe en papel ninguna de ellas, y que los escasos comentarios sobre obras de ciencia ficción, terror o fantasía se han refugiado en un puñado de páginas web o en bitácoras como ésta, creadas la mayor parte de las veces por lectores que anteponen su afición, sin más análisis que el propio gusto, a los valores literarios.
La Asociación Cultural Xatafi se ha destacado desde su nacimiento por la preocupación que muestra hacia el aspecto lingüístico y conceptual de las obras de carácter fantástico, siempre en el convencimiento de que cualquier género narrativo es, antes que nada, literatura. Tras organizar la HispaCon de 2003, ofreció una importante muestra del compromiso que guarda con sus ideas al crear tres años más tarde, conjuntamente con una conocida tienda virtual, los Premios Xatafi-Cyberdark. Ahora se lanza al ruedo de la publicación en formato digital con una nueva revista, Hélice, en un intento de cubrir el vacío que la ausencia de las anteriormente mencionadas ha dejado. Su intención de abordar la crítica del género fantástico atendiendo a los criterios de calidad propios de la literatura general, tanto en la forma como en el contenido, es loable y abre un frente necesario si atendemos al momento actual de este tipo de narrativa, dignificada por la reciente visita de autores generalistas de renombre, los Roth, Ishiguro o McCarthy.
He aquí la dirección oficial de la página web desde la que se puede acceder al índice de este primer número y, por supuesto, descargarlo gratuitamente: He de decir, una vez leída, que no me sorprende la gran calidad del contenido, que ya presumía, sino su escasez en una publicación cuya materia prima no supone costo alguno. Sin duda, buscando facilitar la impresión en papel, la gente de Xatafi ha actuado de manera a mi entender excesivamente modesta y ofrece sólo 40 páginas de texto sin ilustraciones. Quizás sea una buena idea como prueba inicial, pero espero que conforme vaya avanzando la singladura de Hélite ese número se vea multiplicado para equiparar cantidad y calidad.

miércoles, 13 de diciembre de 2006

Edgar Rice Burroughs. Una princesa de Marte

Cuando escribí la entrada de El prestigio ya anuncié que se trataba de una reseña antigua. Dado que el blog es una especie de cajón de sastre en el que todo cabe, he pensado en recuperar algunos comentarios que escribió mi amigo Ben en el pasado y lavarles un poco la cara, lo justo para adaptarlos al nuevo formato. Ya que me ha resultado difícil reencontrarme con mi joven yo lector, quizás sea más fácil hacerlo con el Ben reseñador. Así pues, se abre aquí una nueva categoría que he decidido titular "Reseñas rescatadas". Dado que aún no he podido dotar a Literatura en los talones de etiquetas, y aunque la longitud les pondrá sobre aviso, iré indicando al principio de cada entrada si pertenecen a esta categoría o no.
Para comenzar, ¿qué mejor manera de hacerlo que con un clásico?



Una princesa de Marte
Antes del Marte de Robinson, Benford, Landis y demás escritores de ciencia ficción moderna, mucho antes de las versiones cinematográficas propiciadas por la reciente fiebre marciana, existió un Marte imaginario, menos real, y por tanto mucho más divertido. Hasta él hizo viajar Edgard Rice Burroughs, creador del famoso Tarzán de los monos, a su otro héroe más popular, el autosuficiente capitán John Carter.
Escrita en 1912, Una princesa de Marte es un claro exponente del pulp americano y de los arcaicos valores morales de la época, tales como el machismo o el promilitarismo. Sin otra intención que la de entretener, Burroughs narra las aventuras del mencionado capitán de Virginia en un planeta rojo moribundo de versión lowelliana, surcado por canales y lechos de antiguos mares ahora secos. Carter, dotado de una fuerza y agilidad superiores gracias a la baja gravedad marciana, vive mil y una aventuras entre increíbles y fascinantes criaturas hasta llegar a ganarse la lealtad de un megachucho llamado Woola, la amistad del tharkiano Tars Tarkas y el amor de la bellísima princesa Dejah Thoris, y quizás salvar al planeta entero en un final que recuerda bastante a la versión cinematográfica que el holandés Paul Verhoeven realizó de un cuento de Philip K. Dick.
Tanto el argumento, que arranca con un viaje mágico, como la fisonomía marciana son más propios de la fantasía que de la cf, género en el que el solo hecho de transcurrir en Marte ha integrado para los restos a esta novela. Una princesa de Marte es una obra de disfrute para jóvenes y nostálgicos, para aficionados al género que no hayan logrado o querido erradicar de sus mentes lectoras el síndrome de Peter Pan. A veces, encerrar bajo llave al crítico que todos llevamos dentro conduce al disfrute.

sábado, 9 de diciembre de 2006

Ray Bradbury. El vino del estío

Farewell Summer
Decidí releer El vino del estío por varias razones, la primera de ellas relacionada con el estado de ánimo en que me dejó la lectura de "Elegía". No sé a ustedes, pero a mí siempre me afecta emocionalmente la buena literatura. Dado que el libro de Philip Roth me había zurrado la badana, me pareció sensato buscar la recuperación en el extremo opuesto, trasladarme de aquel diario de una vejez enferma a alguna crónica de la infancia que rebosara alegría e ilusión por vivir. Mi amigo Ben recordaba la novela de Bradbury con gran cariño. Narrada con el entrañable y efectivo estilo habitual en las obras del de Illinois, se mantenía en su memoria como una novela optimista y repleta de vida, así que, confiando en la sabiduría de Ben, decidí seguir su consejo.
Otro motivo atendía a un asunto coyuntural: la publicación en octubre de este año, más de medio siglo después, de una suerte de continuación que en realidad ha resultado no ser tal. El texto original de El vino del estío, publicado en 1957, era demasiado largo para una época en la que el virus de la fat fiction aún no había enfermado a la literatura fantástica, así que el editor sugirió a Bradbury que lo acortara. Farewell Summer está construido sobre los cimientos de aquel material desechado, y por tanto más que ante una continuación estamos ante un complemento del Dandelion Wine original (*).
Por último, deseaba traer hasta aquí a Ray Bradbury, un escritor consagrado a ese tipo de fantástico mestizo tan frecuentado por escritores generalistas ajenos al género y que él lleva más de medio siglo trabajando desde dentro (o al menos así lo reivindican desde dentro). Dado que no quería recurrir a sus más rastrillados clásicos, la elección de El vino del estío como paradigma de su estilo me pareció perfecta.
En tres prodigiosos meses, Douglas Spaulding observa, escucha, saborea las sorpresas rituales de un verano: el descubrimiento de la vida y la muerte, el últimos tranvía, la limpieza de las alfombras, la aparición de las hamacas en los porches, la cosecha del vino del estío... pero también máquinas y magias extraordinarias: la Máquina de la Felicidad que casi destruye la felicidad de su inventor; la Máquina Verde, que pasea a dos viejas señoras por las calles del pueblo; la Máquina del Tiempo en el cuerpo de un viejo coronel; la Mujer Máquina, la terrible y fabulosa Madame Tarot...

Pocas experiencias le resultan al lector tan dolorosas como la de un reencuentro saldado con la decepción. No es por el libro en sí, ni por el autor, sino por uno mismo, porque si releemos es para traer hasta el presente a aquel chaval emocionado que olvidamos hace tiempo. El desencuentro posterior con un libro adorado en la juventud siempre revierte en la pérdida del pequeño pero íntimo recuerdo que se había atesorado durante años. Por eso me duele especialmente la mala impresión que me ha dejado el texto de Bradbury.
Su principal problema es de contraste. El desequilibrio entre las partes y el todo perjudica a la novela, que luce en los pequeños detalles pero falla como unidad. No hay que avanzar mucho en la lectura para darse cuenta de que es más identificable como colección de cuentos que como novela. Aunque más que cuentos, quizás sean pinceladas. En ellas Bradbury demuestra una vez más su capacidad para recuperar los aromas perdidos de la infancia, aquella forma pura e inocente, casi olvidada, de percibir el entorno, la naturaleza de las cosas y sus esencias en los estíos ya lejanos de la primera juventud, sensaciones presentes como decorado de fondo en cada una de estas pequeñas historias. Por ejemplo, la del vendedor de zapatos al que un niño devuelve la alegría por su oficio; la de la anciana que, según aseguran los niños, nunca fue joven; la del hombre que se convierte para los críos en una máquina del tiempo cuando les relata sus batallas pasadas..., un El vino del estíosinfín de pequeños pasajes que podrían haber compuesto un maravilloso fresco de haber contado con un elemento de unión mejor trabajado. No ocurre así, y al carecer inicialmente de un leitmotiv general, el tejido de la historia presenta un aspecto deshilachado, no uniforme, de modo que la inercia de la lectura, carente de empuje global, va perdiendo fuelle por el camino. Y es que El vino del estío no es un viaje, sino un paisaje.
No es ese el único aspecto negativo, hay más. Por ejemplo, el exagerado tono infantil repleto de onomatopeyas y entusiasmos exacerbados que Bradbury concede (y esto es lo importante) a la voz del narrador, no a la de los protagonistas. Los niños no dialogan como tales, sino que se muestran más adultos en su forma de expresarse que el mismo narrador, y eso disloca la credibilidad narrativa. A ésto se unen otras debilidades no achacables a déficit literario. Una menor concierne al hecho geográfico-cultural, que le resta capacidad de identificación al lector no estadounidense. Douglas Spaulding no es Daniel el Mochuelo: come compota de manzana, celebra el 4 de julio y está inmerso en los rituales propios de la idiosincrasia norteamericana, lo que provoca un "cierto" distanciamiento en el lector foráneo (sólo "cierto": todos hemos ido al cine). Una tara mayor se encuentra en la traducción del editor Francisco Porrúa, que bajo uno de sus heterónimos más utilizados (Francisco Abelenda), realiza uno de sus peores trabajos.
La relectura de El vino del estío me ha supuesto, en fin, un auténtico descalabro. Donde Ben recordaba una pequeña joya, Kaplan ha encontrado un libro irregular. Otra estrella más se ha apagado: a eso lo llamo entropía literaria.


(*) En versión patria, algo parecido a lo que ocurrió, sin tanta dilación, con Mundos en el abismo e Hijos de la eternidad, de Juan Miguel Aguilera y Javier Redal.

martes, 5 de diciembre de 2006

La maravilla en Murakami

El sentido de la maravilla concierne especialmente a la imaginación sumada a lo insospechado. Puede ser una idea, una imagen o un concepto originales, pero también un punto de vista diferente. No es coto privado de la ciencia ficción. El vértigo por lo maravilloso no lo provocan sólo los constructos fastuosos o los procesos estelares, también puede ser despertado por algo con lo que convivimos pero que jamás se nos ocurrió mirar del modo como lo propone el autor. Me ha ocurrido recientemente con un párrafo de Kafka en la orilla. El joven Kafka Tamura está sentado comiendo en una udon-ya mientras observa por la ventana a la gente de la estación ir de un lado a otro:

(...)Todos visten a su aire, acarrean su equipaje, van de aquí para allá con pasos precipitados; todos deben de encaminarse a alguna parte con un propósito determinado. Me los quedo mirando fijamente. Y de repente se me ocurre pensar cómo serán dentro de cien años.
Dentro de cien años es muy posible que todos los que estamos aquí (incluido yo) hayamos desaparecido de la faz de la Tierra y nos hayamos convertido en polvo o ceniza. Al pensarlo me asalta una extraña sensación. Y todo lo que se encuentra ante mis ojos acaba pareciéndome una ilusión. Como si de un momento a otro un soplo de viento fuera a barrerlo todo. Extiendo los dedos de ambas manos y clavo la mirada en ellos. ¿Para qué diablos lucho de esta manera? ¿Por qué tengo que vivir dejándome en ello la piel tal como estoy haciendo?

¿Hacia el futuro?Cuando imaginamos el destino de la humanidad tendemos a viajar muy lejos, a pensar en grandes cifras, en futuros lejanos. ¿Quién habitará el planeta dentro de miles de años? ¿Habrá personas en él entonces? Al ceñirse a un espacio de tiempo tan corto, apenas un siglo, Murakami logra conectar la muerte personal con la generacional, y así abrirnos la mente a una realidad no pensada. Todos los habitantes actuales del planeta, todos los seres humanos que lo habitamos, los seis mil millones que lo llevamos adelante en estos momentos, ya no estaremos aquí dentro de cien años. Ni los ancianos, ni los que cruzamos el ecuador de la vida, ni los jóvenes; ni siquiera los recién nacidos.
Dentro de cien años, otros seres distintos habitarán el planeta, se moverán por sus calles y autopistas, se preocuparán en definitiva por los problemas humanos. Y para entonces, el mundo estará en manos de extraños. Nosotros, amigos míos, habremos muerto. Todos.
En apenas un siglo, lo que estamos haciendo en estos momentos, nuestra lucha cotidiana, ya no estará, ya no será. Si nuestras vidas no tienen futuro, ¿merece la pena esa lucha? ¿Es la idea de continuidad que tenemos algo ficticio? ¿Es la idea de continuidad generacional un placebo, un sustitutivo comunal de Dios?


* Vale, de acuerdo, hay recién nacidos que traspasarán la barrera de los 100 años. Tómese esa cantidad como algo aproximativo. Sustitúyanlo por 120 años si quieren, y luego cuéntenle al doctor ese problemilla obsesivo que tienen con los detalles.

sábado, 2 de diciembre de 2006

Continuismo y mercadeo

Algunas cosas reseñables de mi última visita a la librería:
En el plano positivo, la constatación del gran trabajo que está realizando Debolsillo a favor del formato pequeño con la Cuentos completosUna noche de perrosrecuperación de clásicos y contemporáneos imprescindibles. A los Cuentos completos de Flannery O'Connor se unen los de Katherine Mansfield, heredera ficcional del gran Chéjov, con una relación calidad-precio inusitada para los tiempos que corren.
En lo negativo, por un lado una nueva edición de La ecuación Dante en tapa dura, de nuevo en versión incompleta; por otro, la desvergüenza con la que Planeta promociona Una noche de perros, el libro escrito por Hugh Laurie más de seis años antes de que el doctor House estuviera en las mentes de sus creadores. Ilustración y fajín empujan a creer al incauto comprador que el popular personaje televisivo tiene algo que ver con la novela, hecho totalmente falso.