domingo, 30 de noviembre de 2008

Los meses perdidos (I)

Desde que abandoné el blog hasta mi reciente reencuentro con él han transcurrido, más o menos, nueve meses. El mismo desconocido motivo que me llevó a eludir la escritura fue el culpable también de que mi habitual voracidad lectora disminuyera hasta límites insospechados. Durante los primeros meses del año, quizás hasta abril, leí poco y mal. Insustancialidades además, como comprobarán más abajo. A partir de mayo, mi insólito mal comenzó a sanar, y, lentamente, fui reconquistando mi ritmo habitual de lectura. El problema es que, al poco, algo que había estado requiriendo parte de mi interés desde el mes de enero, pasó a exigir todo mi tiempo. Este nuevo atractor fue el máximo culpable del rácano goteo que vino a continuación. Si se están preguntando de qué se trata, no sufran, lo descubrirán en las postrimerías de esta serie de entradas.
De los pocos libros leídos en estos meses, de la extraña dispersión de sus temáticas y naturalezas, y también de algunas reseñas abortadas, procedentes de lecturas anteriores, les hago un breve resumen a continuación. Algunas cosas más ha habido, pero no crean que demasiadas. Me ahorro hablar de Las benévolas, la mastodóntica y oscura novela de Jonathan Littell, porque fue el primer libro en pagar mi extraña afección. No es que me estuviera disgustando, pero la crisis me sobrevino durante su lectura, y sus más de 1200 páginas se me antojaron un horizonte imposible de alcanzar. Prometo volver a ella en el futuro.
Aclarado esto, vamos allá con lo demás.




Entre mis asignaturas pendientes, contaba hace tiempo la de leer una novela escrita por alguno de los componentes de la denominada generación del crack mexicana,Amphitryon, de Ignacio Padilla preferentemente Jorge Volpi o Ignacio Padilla, los dos más conocidos por estos pagos. Mi duda era si empezar por el muy prometedor En busca de Klingsor, de Volpi, o atacar directamente Amphitryon, de Padilla. Las dos novelas cuentan con premios importantes, así que la elección final vino dada por la longitud de las novelas y por mi estado anímico del momento, una relación que siempre se declara directamente proporcional.
Como se trata de hacer una reseña breve, diré que la novela de Padilla, que a priori contaba con numerosos elementos de mi gusto, no me complació. No por el contenido de la historia, un conflicto de identidades interesante de veras, sino porque la evidente preocupación formal no da el resultado esperado. No se trata de una mala cuantificación de los componentes, sino del tratamiento dado a la reflexiva voz interior, algo afectada, incluso cargante. La narración se regodea en circunloquios, que si bien al principio evocan atractivas pomposidades borgianas, producen al cabo una morosidad cansina, que afecta al natural fluir de la lectura.


Cuestiones curiosas de ciencia, presentado por Scientific AmericanEste librito publicado por Alianza Editorial, originario de la revista Scientific American (aquí Investigación y Ciencia), se descubrió como una de las mejores lecturas de cuarto de baño que haya tenido hasta la fecha.
"¿Perdón? ¿He leído bien? ¿Cuarto de baño?"
Oh vamos, sean ustedes sinceros. Todo ser humano tiene algún objeto de lectura reservado para ese penoso momento del día que resulta ser, al fin y al cabo (aunque no siempre), el más relajado. La particular estructura de este libro, constituido por artículos bastante cortos, lo hace ideal para ser consumido poco a poco, día a día, mientras respondemos a nuestras servidumbres fisiológicas.
Además de entretenerme, la lectura de este "Cuestiones curiosas de ciencia" me ha hecho más sabio. Ahora ya sé por qué el Sol y la Luna parecen más grandes cerca del horizonte, cómo duermen los delfines y las ballenas sin ahogarse o por qué se arrugan los dedos en el baño. También he visto contestada alguna pregunta más trascendente, como por qué la sangre de los hipopótamos es rosa, y me ha desvelado misterios ignotos, por ejemplo cómo digiere moscas la dionea. Algunas respuestas ya las conocía (¿puede estar involucionando la especie humana?), pero en general se trata de un libro fascinante que resuelve algunas de las preguntas que todos nos hacemos en determinado momento diario de nuestras vidas.


Walter Mosley continúa su viaje a través de los géneros de la narrativa con Matar a Johnny Fry. Maestro de la novela negra, con un más que interesante bagaje en la ciencia ficción, aborda esta vez la novela erótica, y lo hace con una intensidad y procacidad que invitan a calificar de forma más pertinente esta obra como pornográfica.Matar a Johnny Fry, de Walter Mosley Una condición que la editorial intenta refinar con la ingeniosa etiqueta "Una novela sexistencialista" adherida a la cubierta. Lo cierto es que las andanzas del protagonista le resultarán al lector tan atractivas como las de cualquier personaje calentón creado por Michel Houellebecq.
Hay preocupación existencial, cierto, pues la historia es la de un hombre engañado que, buscando vengarse en los mismos términos en los que ha sido traicionado por su pareja, acaba encontrándose a sí mismo y comprendiendo un mundo que antes le era insospechado. Como el ingenuo doctor Bill Hartford del filme "Eyes Wide Shut", Cordell Carmell realiza un viaje iniciático que le abre los ojos a una realidad oculta, pero a diferencia del personaje kubrickiano, se sumerge de lleno en el maelstrom sexual de la nueva realidad que descubre. Clubs privados, vecinas lujuriosas, extrañas cintas de video y estrellas de la pornografía serán sus maestros. El círculo se cierra, finalmente, al desvelar su protagonista el escabroso secreto del que procede la conducta extrema de su pareja, así como sus extrañas motivaciones. En el proceso de venganza y descubrimiento, Cordell Carmell adquiere una nueva concepción del mundo.
Una interesante novela que se devora sin pausa, no sólo por su temática, sino también por la usual y aparente sencillez con la que el estilo de Mosley viste siempre a sus textos.


Sin abandonar del todo el asunto anterior, viajamos hasta los dominios de la no ficción. El libro escrito por Eva Roy, responsable de contratar las películas que emitían aquellos canales pioneros en la emisión catódica de cine pornográfico, prometía ser un interesante recorrido por el género patrio. Y Mi lado más hardcore, de Eva Roycierto interés tiene, no voy a negarlo. Mi lado más hardcore presenta un más que atractivo diseño e incluye, entre otros contenidos, una larga serie de entrevistas realizadas a personajes de gran importancia para el género X español; actrices, actores y directores bastante populares, pero también productores y distribuidores, menos conocidos por el seguidor de este tipo de cine pero fundamentales para su desarrollo.
Conocidas estrellas españolas, como Celia Blanco o Lucía Lapiedra, y extranjeras, como Katsumi (ahora Katsuni) o la sosísima mega-star Silvia Saint, comparten declaraciones con sus más reconocidos partenaires masculinos. Super humanos como Nacho Vidal, Max Cortés o el universal Rocco Siffredi explican las motivaciones y los hechos que les condujeron hacia ese lado del negocio, y hacen ver por qué lo convirtieron en su oficio. Además de las siempre divertidas anécdotas, lo más interesante para quien tenga curiosidad por este género cinematográfico es, seguramente, el conjunto de entrevistas realizadas a los altos gerifaltes y grandes negociadores del cine X, Berth Milton incluido, que ayuda a conocer la mecánica interna de un mercado que cada año mueve más y más dinero.
El libro alterna ese contenido documental con las desventuras de su autora en el mundillo a lo largo de unos cuantos años. Aunque están descritas en el habitual tono quejica de la mayoría de textos sobre el X (como si al porno hubiera que aplicarle aún más maquillaje underground para cumplir con el tópico), algunas son divertidas e ingeniosas, y evidencian una objetividad que es rara de ver en los artículos y ensayos escritos sobre el género. Sólo al final, en el par de artículos que cierran el libro, se permite la autora caer en el cliché.

miércoles, 26 de noviembre de 2008

Pellizcos

La palabra 'Dios' no es para mí mas que la expresión y el producto de la debilidad humana.

-Albert Einstein-

sábado, 22 de noviembre de 2008

Hiperrealidad

Estoy leyendo el comentario que Portnoy ha dejado en su blog sobre After Dark, la novela de Haruki Murakami publicada recientemente por Tusquets, en el que señala la relación existente (para mí innegable) entre las creaciones del escritor japonés y las del cineasta David Lynch, cuando, de repente, un pitido familiar me avisa de que tengo un nuevo mensaje electrónico. En él, el escritor Santiago Eximeno manifiesta su entusiasmo por Bartleby y compañía, su primera lectura de Enrique Vila-Matas, que, dice, está a punto de concluir.
El contenido del mensaje me parece curioso, no por la sensata e inevitable apreciación, sino por lo oportuno de su arribo. Estoy leyendo a Portnoy en el breve descanso que me he tomado en la escritura de una crítica. El libro sobre el que trabajo es Un hombre en la oscuridad, una novela corta de Paul Auster recientemente publicada por Anagrama. La última frase que he escrito antes del voluntario receso es "Enrique Vila-Matas, nuestro propio Paul Auster". Aprovecho tal casualidad y le respondo a mi tocayo con esa misma sentencia, aconsejándole continuar con la trilogía metaliteraria del catalán.
Miro el reloj y se me ha hecho tarde, así que bajo a comer algo. En dirección al restaurante japonés han abierto una librería que cuenta con un llamativo ventanal. Aunque es pequeña, abre todo el día. Al pasar, veo en el limpio escaparate la cubierta de El mar de todos los muertos, un libro que tengo pendiente de conseguir, una novela que ha merecido buenas valoraciones en algunas revistas culturales. Aún no lo sé, pero en su futura lectura (en la que estoy inmerso actualmente) me sorprenderá, al recordar el momento de su compra, la relación directa, pirandelliana, que mantiene con Un hombre en la oscuridad. En ambas, el protagonista comparte la narración con los personajes que él mismo, de naturaleza a su vez ficticia, ha creado. Tras entrar al establecimiento, ya con el libro en la mano, compruebo, no sin cierto sobresalto, que el texto laudatorio que lo promociona es obra de Enrique Vila-Matas.
Convencido, me acerco al mostrador para pagarlo, y mientras saco la cartera de la chaqueta, la visión periférica dirige mi atención hacia un lote de pequeños libros, casi miniaturas, ordenados junto a la caja registradora, concretamente a su izquierda. Al posar la vista sobre el título y el autor me sobreviene un breve pero intenso escalofrío: No soy Auster, de Enrique Vila Matas.
"Vale", me digo, "ya lo he pillado".



jueves, 20 de noviembre de 2008

Vernor Vinge. El monstruo de las galletas

La inclusión en el blog de esta reseña, que escribí hace más de un año, se me antoja oportuna por varios motivos. Uno es la publicación en español, por parte de Ediciones B, de Rainbow's End, traducida como Al final del arco iris; otro es la concesión del premio Ignotus 2008 a la novela corta que da nombre al volumen; el último es la materialización de un deseo que expreso en la misma crítica, la publicación en un solo tomo, por parte de Icaro Ediciones, de la Serie de las Burbujas. Un hecho, este último, que ha destapado una situación de podredumbre editorial que ya les mencioné hace unos días, y que, desgraciadamente, no es nueva para la ciencia ficción española.






La ficción de Vernor Vinge, matemático y amante de las denominadas ciencias duras, delata su formación académica. Desde sus primeros relatos el norteamericano ha orientado su obra hacia dos direcciones sin relación aparente, en las que, sin embargo, cobran gran importancia el hecho científico y la tecnología. El reconocimiento en el mundo de la ciencia ficción le llegó principalmente gracias a sus aportaciones en el terreno de la space opera, subgénero que siempre ha enfocado desde una perspectiva hard. La Serie de las Burbujas, compuesta por La guerra de la paz (1984) y Naufragio en el tiempo real (1986) (cuya reedición, aprovecho para decir, sería una agradable noticia para los aficionados españoles), y especialmente dos de sus novelas galardonadas con el otrora prestigioso premio Hugo, Un fuego sobre el abismo (1992) y Un abismo en el cielo (1999), primeras entregas de una trilogía aún sin cerrar, le alzaron hasta el panteón de los principales escritores del género en EE UU, país en el que la cf dura todavía goza de un elevado prestigio.
Sin embargo, al margen de sus novelas más populares, Vinge cuenta también con otra faceta narrativa menos conocida, que si bien no ha obtenido el mismo predicamento que la anterior, es sin duda igual de interesante. En ella explora los posibles futuros próximos que las nuevas tecnologías podrían propiciar, ejercicio imaginativo que conlleva una carga especulativa “útil” de la que su otra obra de ficción carece. Reivindicado por muchos lectores como uno de los escritores clave en el nacimiento del ciberpunk tras la publicación de la novela corta titulada “True Names” (y no “True Times”, como refiere el prologuista de este volumen), Vinge ha obtenido también importantes premios de la cf norteamericana merced, precisamente, a un puñado de narraciones cortas que indagan tanto en los nuevos conceptos surgidos de la revolución informática como en las consecuencias de los avances tecnológicos que ésta ha traído.
El monstruo de las galletas, recientemente publicado por AJEC, es un ómnibus literario que contiene dos novelas cortas situadas precisamente en esa misma línea: una de título homónimo, ganadora de los premios Hugo y Locus en 2004, y “Acelerados en el instituto Fairmont”, vencedora también en el Hugo de 2002 y origen de Rainbows End, recientemente galardonada con el premio Hugo en su máxima categoría. La primera de las narraciones se apoya en parte en uno de los efectos de la Teoría de la Singularidad Tecnológica, por la que es conocido Vinge fuera del entorno literario. El mundo virtual cíclico en el que transcurre la historia avanza en progresión exponencial, lo que termina por provocar algunos efectos imprevistos. Los personajes, avatares de individuos reales, ignorantes en principio de su propia naturaleza artificial, buscan, una vez descubierto el engaño, el modo de avisar a sus siguientes iteraciones. Como no tienen superpoderes, han de idear un método para que el mensaje no desaparezca en el “reseteo” del sistema.
Si les suena el argumento no es por casualidad. La novela “El monstruo de las galletas” pertenece a ese tipo de ciencia ficción actual tendente al tradicionalismo que, algo cansada y exenta de originalidad, se empeña en repetir esquemas e ideas clásicas (o recientes) desde las colecciones de género. Empieza a ser evidente que vender la cf como literatura de ideas quizás no haya sido tan buena ídem, ya que cuando éstas se acaban, el género sufre una negación de la mayor. Si la realidad alcanza a la ficción, si el paso del tiempo crea un efecto acumulativo (un siglo da para muchas historias) en el que la saturación impide encontrar nuevos conceptos, hay que buscar soluciones. Desde el género se ha apostado por dos: la extremosidad en las ideas, que en muchos casos torna incomprensibles las tramas y las aleja del lector, y la autorreferencialidad, tanto en modos como en argumentos, en muchos casos para añadir sólo una pequeña vuelta de tuerca a una historia ya conocida, como en este caso.
La reiteración, en realidad, no es el problema. Se pueden repetir esas ideas siempre que la riqueza literaria (capacidad estilística, trama original y bien conjuntada, profundidad de personajes…) se instaure como principal objetivo. De hecho, la gran literatura repite continuamente temáticas y enfoques, pero eso no va en su detrimento, porque su objetivo no es la idea, sino todo lo que la rodea literariamente. En este caso, la ocurrencia de Vinge es buena, pero ya no sorprende a nadie, porque para colmo de males, el referente es cinematográfico y mundialmente conocido. ¿Qué le queda entonces? Todo aquello que conforma la literatura más allá de la idea, y ahí “El monstruo de las galletas” ha de solventar dos escollos insuperables. Cuanto más corto es el relato más se debe a lo que se cuenta que a cómo se cuenta, y recordemos que ésta es una novela corta. Por otra parte, en este caso el propio argumento auspicia la ausencia de una personalidad compleja en los personajes, pues éstos no son más que constructos efímeros que no han de tener necesariamente una identidad elaborada. Es algo que como excusa funciona, pero que no suma atractivo al relato.
“Acelerados en el instituto Fairmont”, considerado en su totalidad, es un relato aún más feble que el anterior, principalmente por la impresión de narración incompleta que deja. Podría pasar por un mero capítulo dentro de una novela, capítulo cuyo único aspecto interesante es el escenario de futuro cercano que presenta. Vinge alumbra en este caso una visión personal sobre las posibilidades que ofrecerá la tecnología a nuestros jóvenes y cómo moldeará ésta su manera de entender el mundo. Un insignificante detalle, suma de atrezo y bioingeniería, trata de aportar una cierta finalidad al relato sin conseguirlo. No niego que la galardonada novela posterior, originada en esta historia, pueda estar bien, pues tanto la ambientación como el mundo propuesto están bien trabajadas y despiertan un cierto interés que seguramente se acreciente con el paso a una longitud mayor, pero las posibles bondades de un hijo nunca han supuesto méritos con los que exonerar a un mal padre, ni en este caso, para salvar al presente relato de la inanidad argumental.
Sin duda, lo peor de todo el asunto es que no estamos ante dos muestras anodinas rescatadas del montón, sino ante dos novelas cortas galardonadas con alguno de los premios más ilustres de la ciencia ficción norteamericana, dos narraciones alabadas además por gran parte de la crítica de aquel país. La sensación de obsolescencia que arroja desde hace unos años la ciencia ficción en EE UU, desde los escritores a los críticos, pasando por los mismos lectores, es cada vez mayor. Y para colmo, la factura del libro, algo habitual en AJEC, está más cerca de la fanedición que del profesionalismo.





Esta reseña fue publicada originalmente en C, el hijo de Cyberdark.

domingo, 16 de noviembre de 2008

Digresión arbórea

Esta mañana de domingo, al salir a la calle para no ir a misa, me he percatado de que habían adherido un cartel con celofán en una de las paredes del soportal. Su contenido me ha llamado mucho la atención. No por el tema del que trata, el de esos arboricidas sufragados por el Ayuntamiento que todos los otoños asordan las calles madrileñas, sino por su corrección extrema en la escritura y en la redacción. Llámenme cínico o descreído, pero en mi visión actual de las cosas, este tipo de actitudes por parte de las instituciones representa la normalidad. La otra, la contraría, la de la honestidad, es la que ahora se puede considerar noticia.
Así que no, lo que me ha conmovido de la nota no es el asunto reivindicativo, sino su perfecta escritura, a estas alturas algo muy raro de ver, ya no en los escritos callejeros, sino en la propia prensa. La reproduzco aquí para que juzguen ustedes mismos.

Después, durante mi paseo dominical, he podido comprobar que en todos los portales de la calle lucía esta hojita blanca. Naturalmente, tras su debido escaneo, he bajado a colocarla de nuevo en el sitio donde la encontré.

sábado, 15 de noviembre de 2008

jueves, 13 de noviembre de 2008

Historias de RNE. El año en Spitzberg

Concluida la lectura de El Terror, la escalofriante novela de Dan Simmons, después de pasar dos semanas inmerso en los helados parajes árticos, me parece obligado continuar el ciclo de Historias de RNE con este relato de Pedro Antonio de Alarcón. Así podrán ustedes compartir conmigo la extenuante sensación de frío y soledad que me ha acompañado durante estos largos días. Y así podrán irse acostumbrado también a ese invierno que ya asoma por las noches madrileñas.



El año en Spitzberg es una de las "Narraciones inverosímiles" escritas por Alarcón a mediados del siglo XIX, en sus años de juventud. A ellas pertenece también Soy, tengo y quiero, el relato corto que cierra este capítulo de Historias.





domingo, 9 de noviembre de 2008

Maniobras editoriales

Hace pocos días, y ante las reacciones a lo que se presumía como un nuevo escándalo en el mundillo editorial español de la ciencia ficción, un conocido editor del género lamentaba amargamente esa especie de victimismo autoinculpante que los aficionados esgrimen una y otra vez para explicar siempre este tipo de delitos: "cosas de la cf española". Como si en el resto del mundo editorial esas "cosas" no pasasen.
Desde luego, el consabido editor tiene mucha razón en quejarse de una actitud que, además de basarse en una falsedad, no hace más que echar tierra a los propios intereses, los del lector de cf. Y tiene razón porque, sí, ciertamente esas cosas pasan y seguirán pasando también ahí fuera, en los dominios de las grandes editoriales. Los males que acucian de vez en cuando a la pequeña aldea de la cf son extensibles al resto del mundo editorial, ya no sólo en escándalos como el señalado más arriba, concernientes al impago de derechos de autoría y traducción, sino en otros asuntos que perjudican directamente al consumidor, tales como las malas traducciones, la pobre calidad en la presentación del libro o los abusivos precios. O las cada vez más numerosas e indignantes maniobras promocionales.
Hace unos años, escribí para Gigamesh una reseña dedicada a "Luchadores del espacio", un interesante ensayo escrito por José Carlos Canalda sobre las popularmente denominadas "novelas de a duro", y en ella llamaba la atención sobre un hecho engañoso:



Luchadores del espacio, de José Carlos CanaldaPodría decirse, para acabar, que "Luchadores del Espacio" da lo que promete en el título, pero desgraciadamente, sólo en parte. A pesar del protagonismo de la entrañable colección, cabe destacar una omisión grave de la que, inexplicablemente, no se aporta información alguna en la cubierta. Entre el collage de portadas que la ilustran, aparecen varias de novelas pertenecientes a la Saga de los Aznar (El imperio milenario, El enigma de los hombres planta...), serie con movimiento de aficionados propio que constituyó, sin duda, el principal valor de la colección. Sin embargo, ni una sola entrega de la saga creada por George H. White está presente en su interior, aunque sus otras novelas reseñadas gocen de un trato preferente con respecto a las de los veintiséis autores restantes. Esto convierte el ensayo en un estudio significativamente incompleto y le da un carácter de obra complementaria que debería haber tenido su correspondiente aclaración en el título.



Algunas novelas de la saga aparecían en la cubierta, y sin embargo no eran estudiadas en el ensayo. Hoy, algunos años después, me he vuelto a encontrar con algo muy parecido, y no en un libro de ciencia ficción, sino en una de las últimas novedades presentadas por Mondadori de (levántense, por favor) el gran Philip Roth. Se trata de "Lecturas de mí mismo", edición en español de "Reading Myself and Others", una colección de artículos y entrevistas publicada en 1975 y engrosada con algún material más para la edición de Penguin 10 años después. En resumen, lo que este libro ofrece al lector es la posibilidad de adentrarse en el proceso creativo de las obras de uno de los mejores escritores de la actualidad (si no el mejor) en su primera época, conocer las motivaciones e intencionalidad de sus primeras novelas. Tal como lo han calificado en muchos de los artículos que han noticiado su publicación en España, una suerte de striptease literario invaluable para sus seguidores.
Una muy grata noticia. ¿Dónde se encuentra, entonces, el motivo de mi reprobación? En la ilustración de la cubierta, esa que tienen ustedes un poco más abajo, y que transmite la misma falsedad que el ensayo de "Luchadores del espacio". Como pueden observar, el lote de libros que muestra escritos por Philip Roth es extraordinariamente variado. Incluye tanto sus obras primerizas como las más recientes, y eso llama a engaño. Dentro de "Lecturas de mí mismo", el autor desgrana, entre artículos y entrevistas, las motivaciones creativas que se encuentran detrás de su ocho primeras novelas, las escritas hasta la fecha de publicación del libro, 1975. Dado que la base utilizada es la reedición de Penguin, los comentarios también incluyen las cuatro novelas que componen "Zuckerman encadenado", publicadas en el ínterin. De su obra posterior a 1985, no se menciona nada.
Como efecto directo, el lector que se haya subido al carro gracias a sus últimas publicaciones en nuestro país, podría interesarse por aquello que llevó a Roth a escribir Sale el espectro, Elegía o El profesor del deseo (todos en Mondadori,Lecturas de mí mismo, de Philip Roth claro). A quien haya descubierto a Roth gracias a Isabel Coixet, quizás le llame la atención la presencia de El animal moribundo en ese lote. Pero indirectamente, el efecto de variedad que promete el citado lote puede servir para captar también otro tipo de clientes. Al aficionado a la ciencia ficción, por ejemplo, podría interesarle mucho echar un ojo al proceso de creación de La conjura contra América.
Creo que no soy el único que piensa que lo mejor de Roth, lo que cambió el calificativo de su obra de muy buena a extraordinaria (si exceptuamos El lamento de Portnoy) vino después, con novelas como Pastoral Americana, Me casé con un comunista o El teatro de Sabbath. Pueden imaginarse, por tanto, la decepción, la sensación de pequeña estafa al no encontrar referencia alguna a ellas en el interior. Cierto que esas obras maestras no están específicamente representadas en la fotografía, pero la variedad, el carácter global que ésta sugiere, así hacen creerlo. Lo más penoso de todo esto es que esta indignante maniobra no hacía falta. Los seguidores acérrimos de Roth, los únicos que en realidad vamos a comprar un libro que contiene textos en los que él mismo explica su obra, nos lo vamos a llevar a casa trate de las novelas que trate, porque sabemos que de Philip Roth, como de ese rosado animal ibérico tan apetitoso, se aprovecha todo, porque todo está bueno.
¿Era necesaria la publicidad engañosa?

jueves, 6 de noviembre de 2008

No sólo best-sellers

Michael Crichton
Inventó el tecno thriller, al que luego emigrarían muchos escritores de ciencia ficción, y ayudó con ello a popularizar ese género literario. Creó "Urgencias", una de las dos o tres mejores series televisivas de la historia y una de las causantes de la actual edad dorada del medio. Dirigió varias películas, entre ellas la inolvidable "Almas de metal", y, aunque sus últimas novelas adolecieran de los consabidos defectos del superventas, fue autor en años anteriores de otras absolutamente reivindicables. Defendió con valentía el derecho a discrepar de la versión mayoritaria, a riesgo de hacerse impopular, y siempre tuvo presente, en sus obras y opiniones, cuál ha sido y será el mayor valedor de la Humanidad.


"Durante mi vida, la ciencia ha cumplido largamente con su promesa. La ciencia ha sido la gran aventura intelectual de nuestra era, y una gran esperanza para nuestro problemático e inquieto mundo."
-Michael Crichton-


Muchos le seguiremos leyendo y, con ello, recordando.

lunes, 3 de noviembre de 2008

Trilogía del Imperio, en C

Si se dejan caer ustedes por C, el hijo de Cyberdark, podrán acceder a todas las críticas que se han ido publicando durante estos meses pasados sobre libros de los que, por razones obvias, yo no he podido informarles. Además, podrán darle un repaso también a una lista que contiene las novelas consideradas por algunos de los colaboradores habituales de C como las mejores del pasado 2007, y que incluye además una breve reseña de todas ellas.
Ah, también podrán leer una crítica aparecida hoy, escrita sin mucho criterio por alguien cuyo estilo cada vez se parece más al mío. La Trilogía del Imperio, que es el libro reseñado, contiene el tríptico del mismo nombre escrito por Isaac Asimov. Se trata de una edición ómnibus que contiene las novelas Polvo de estrellas, Guijarro en el cielo y Las corrientes del espacio, y supongo que habrá sido acogida con gran regocijo por ese grupo de aficionados habitualmente quejicoso con el tema de los precios.