Estoy leyendo el comentario que Portnoy ha dejado en su blog sobre After Dark, la novela de Haruki Murakami publicada recientemente por Tusquets, en el que señala la relación existente (para mí innegable) entre las creaciones del escritor japonés y las del cineasta David Lynch, cuando, de repente, un pitido familiar me avisa de que tengo un nuevo mensaje electrónico. En él, el escritor Santiago Eximeno manifiesta su entusiasmo por Bartleby y compañía, su primera lectura de Enrique Vila-Matas, que, dice, está a punto de concluir.
El contenido del mensaje me parece curioso, no por la sensata e inevitable apreciación, sino por lo oportuno de su arribo. Estoy leyendo a Portnoy en el breve descanso que me he tomado en la escritura de una crítica. El libro sobre el que trabajo es Un hombre en la oscuridad, una novela corta de Paul Auster recientemente publicada por Anagrama. La última frase que he escrito antes del voluntario receso es "Enrique Vila-Matas, nuestro propio Paul Auster". Aprovecho tal casualidad y le respondo a mi tocayo con esa misma sentencia, aconsejándole continuar con la trilogía metaliteraria del catalán.
Miro el reloj y se me ha hecho tarde, así que bajo a comer algo. En dirección al restaurante japonés han abierto una librería que cuenta con un llamativo ventanal. Aunque es pequeña, abre todo el día. Al pasar, veo en el limpio escaparate la cubierta de El mar de todos los muertos, un libro que tengo pendiente de conseguir, una novela que ha merecido buenas valoraciones en algunas revistas culturales. Aún no lo sé, pero en su futura lectura (en la que estoy inmerso actualmente) me sorprenderá, al recordar el momento de su compra, la relación directa, pirandelliana, que mantiene con Un hombre en la oscuridad. En ambas, el protagonista comparte la narración con los personajes que él mismo, de naturaleza a su vez ficticia, ha creado. Tras entrar al establecimiento, ya con el libro en la mano, compruebo, no sin cierto sobresalto, que el texto laudatorio que lo promociona es obra de Enrique Vila-Matas.
Convencido, me acerco al mostrador para pagarlo, y mientras saco la cartera de la chaqueta, la visión periférica dirige mi atención hacia un lote de pequeños libros, casi miniaturas, ordenados junto a la caja registradora, concretamente a su izquierda. Al posar la vista sobre el título y el autor me sobreviene un breve pero intenso escalofrío: No soy Auster, de Enrique Vila Matas.
"Vale", me digo, "ya lo he pillado".
El contenido del mensaje me parece curioso, no por la sensata e inevitable apreciación, sino por lo oportuno de su arribo. Estoy leyendo a Portnoy en el breve descanso que me he tomado en la escritura de una crítica. El libro sobre el que trabajo es Un hombre en la oscuridad, una novela corta de Paul Auster recientemente publicada por Anagrama. La última frase que he escrito antes del voluntario receso es "Enrique Vila-Matas, nuestro propio Paul Auster". Aprovecho tal casualidad y le respondo a mi tocayo con esa misma sentencia, aconsejándole continuar con la trilogía metaliteraria del catalán.
Miro el reloj y se me ha hecho tarde, así que bajo a comer algo. En dirección al restaurante japonés han abierto una librería que cuenta con un llamativo ventanal. Aunque es pequeña, abre todo el día. Al pasar, veo en el limpio escaparate la cubierta de El mar de todos los muertos, un libro que tengo pendiente de conseguir, una novela que ha merecido buenas valoraciones en algunas revistas culturales. Aún no lo sé, pero en su futura lectura (en la que estoy inmerso actualmente) me sorprenderá, al recordar el momento de su compra, la relación directa, pirandelliana, que mantiene con Un hombre en la oscuridad. En ambas, el protagonista comparte la narración con los personajes que él mismo, de naturaleza a su vez ficticia, ha creado. Tras entrar al establecimiento, ya con el libro en la mano, compruebo, no sin cierto sobresalto, que el texto laudatorio que lo promociona es obra de Enrique Vila-Matas.
Convencido, me acerco al mostrador para pagarlo, y mientras saco la cartera de la chaqueta, la visión periférica dirige mi atención hacia un lote de pequeños libros, casi miniaturas, ordenados junto a la caja registradora, concretamente a su izquierda. Al posar la vista sobre el título y el autor me sobreviene un breve pero intenso escalofrío: No soy Auster, de Enrique Vila Matas.
"Vale", me digo, "ya lo he pillado".
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