miércoles, 18 de noviembre de 2009

Imágenes de cf. III


"El cielo sobre el puerto tenía el color de una pantalla de televisor sintonizado en un canal muerto."



viernes, 13 de noviembre de 2009

Reflexiones a la luz de un buen libro

Algunos de los Futurianos en 1938
Acabo de terminar la lectura de El fondo del cielo, la última novela de Rodrigo Fresán. Compleja, maravillosa, argentina. Un canto de amor a la ciencia ficción que comienza como roman à clef centralizada en la Edad de Oro y concluye como artefacto metanarrativo. Por el camino, un repaso nostálgico a las bondades del pasado del género y una atinada crítica a los defectos de su dubitativo presente interno. Este libro es, en cierto modo, una sonora bofetada para todo aquél (si aún quedara alguno) que mantenga que sólo se podrá ser un auténtico entendido si se vive o se ha hecho noche alguna vez en los dominios del aficionado, un rapapolvo para quienes crean, en su ignorancia, que las editoriales del género les deben el alma por ser ellos sus únicos clientes.
Hay vida ahí fuera, otro tipo de lectores, gente tan entendida en la historia y conceptos de la cf como lo pueda ser cualquier fandomita al uso. Fresán, de hecho, da un recital de conocimientos en las páginas de este libro, poniendo en boca de sus personajes muchas de las últimas cuestiones a debate en los foros de internet. Ballard, Lovecraft, Clarke, Dick, incluso Loriga, personajes y pedazos de la breve historia del género, trasuntados o citados directamente, campan a sus anchas por las páginas de una novela que, elaborada mediante un estilo ni fácil ni complaciente, exhibe un fondo tan profundo como el del cielo.
Cerradas sus páginas, me he lanzado raudo a buscar otras opiniones en la Red, ya saben, para confrontar pareceres y hurgar un poco en las mentes de los otros lectores. Poco hay aún, pero aquí he encontrado una apreciación que me ha conducido, por caminos diferentes a los que pretendía, hacia una reflexión al margen del libro mismo. En la web La periódica revisión dominical , dentro del párrafo que cierra la reseña, destaca esta parte del texto:

Es cierto que el escritor argentino se nutre de múltiples influencias (imposible no pensar en, por ejemplo, Roth o Bellow cuando se narra en la primera parte la historia de estos dos primos judíos, y más cuando se relata la historia de la muerte del padre de Isaac), pero (...)


Y automáticamente he pensado: se equivoca. El chaval se llama Isaac, es judio, vive en Brooklyn (no en Newark), lee ciencia ficción y va con un tal Ezra a las reuniones de los Futurianos. Así, blanco, en botella. Cierto, lo que parece sugerirse no es exactamente que los dos genios judíos se correspondan con los personajes escondidos dentro de los protagonistas, sino que en su creación quizás hayan estado ambos presentes de algún modo. Sabiendo esto, he pensado que ni aún así, que esa presunción parte de alguien al que le faltan datos, que carece del background que reclama una novela que se sumerge en reconocidos episodios históricos de la ciencia ficción. Eso es lo que he pensado en un principio y luego rectificado.
Hace tiempo que escribo críticas, reseñas, textos o como quieran ustedes llamarlos sobre libros que he ido leyendo, la mayoría de ellos, pura anécdota para el caso, de ciencia ficción. Con los años he adquirido, supongo que como todos los que las escriben, mis propias ideas sobre crítica literaria. Me sitúo muy próximo en algunos puntos a los conceptos del new criticism y, en resumen, creo que un libro se explica por sí solo, independiente a las intenciones del autor o a otros factores externos. Estos pueden ser considerados, y pueden, también, no ser considerados. Es decir, que esa interpretación que apuesta por Bellow/Roth pudiera ser tan correcta como la mía, que lo hace no sólo por Asimov, sino también por su contexto.
Fresán incluye una coda final en el libro en la cual enumera la lista de referencias sobre las que está construida la historia. En esa larga lista no están incluidos ni Roth ni Bellow. Aunque, por otra parte, nadie que haya seguido las reseñas y artículos escritos por Fresán a lo largo de los años podría negar su debilidad por ambos autores, así que nunca sabremos la influencia consciente o inconsciente que éstos hayan podido tener en la creación de los protagonistas de este libro. Porque, tal como señala J. M. Coetzee en la crítica que escribió sobre La conjura contra América, la gran ucronía escrita, precisamente, por Philip Roth:

De todas maneras, un novelista tan experimentado como Roth sabe que las historias que nos disponemos a escribir a veces comienzan a escribirse solas, después de lo cual su verdad o falsedad quedan fuera de nuestras manos y las declaraciones de intenciones de los autores no tienen ninguna relevancia. Más aún, una vez que un libro se lanza al mundo se convierte en propiedad de sus lectores, quienes, a la mínima oportunidad, alterarán su significado de acuerdo a sus propios preconceptos y deseos.


Así pues, ¿cómo quitarle la razón?
Sea como fuere, lean este libro. Si de principio les cuesta, peléenlo. Si son aficionados a la ciencia ficción no se arrepentirán.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Pellizcos

Esta no es una novela de ciencia-ficción, pero sí se nutre de la ciencia-ficción y de mi amor por un género al que, como lector, llegué temprano y del que no me iré hasta el final.


-Rodrigo Fresán-

martes, 10 de noviembre de 2009

William Gibson. Mundo espejo

Dos años hemos tenido que esperar los seguidores de William Gibson a que alguna editorial española se decidiera a volcar a nuestra lengua su última obra, Spook Country. Al final no ha sido Minotauro, su editorial de siempre en castellano, sino Ediciones Urano, dentro de Plata Negra, filial dedicada al noir, la que ha publicado la novela con traducción de Rafael Marín. País de espías -así la han titulado- pertenece, como todas las novelas escritas por Gibson, a una trilogía temática, en este caso anclada en una realidad que va apenas unas décimas de segundo por delante de la nuestra. Esta última serie, que carece aún de nombre y en cuya mitad se sitúa el nuevo volumen, comenzó con Mundo espejo, una gran novela a la que dediqué en su día la reseña que tienen ustedes a continuación, cuyo título es Días del futuro pasado.




Durante el primer lustro de los ochenta, William Gibson previó el futuro. La serie de cuentos del Sprawl, que culminaría en formato largo con la seminal y germinal Neuromante, constituía un adelanto de lo que le esperaba al mundo en un futuro ultra cercano. Tras finalizar aquella visionaria serie de cuentos y novelas, fundadores oficiales del ciberpunk, Gibson inició un viaje temporal en sentido inverso, en dirección a nuestro presente. Mientras la realidad cotidiana avanzaba, la ficción contenida en sus nuevas creaciones literarias retrocedía. Era pues, inevitable, que ambas se encontrasen en esplendente colisión, evento que ha tenido lugar, al fin, en este Pattern Recognition, novela cuyo título ha sido (incorrectamente) reconvertido en su versión española como Mundo espejo.
Aunque podía presuponerse lo contrario, la huida hacia el presente no ha alejado a Gibson de la ciencia ficción. Su capacidad visionaria para encontrar la extrañeza en lo que nos rodea, representada con el poderío estilístico que caracteriza toda su obra, transmite al lector la misma sensación de futuro que en novelas anteriores. Su forma de describir el presente provoca la impresión de que se vive ya en el porvenir. En el presente especular de Gibson, la realidad tecnológica va por delante del hombre, crea nuevas actitudes sociales (como en el Japón moderno, rendido a ese consumismo que predijera Yasuo Tanaka en los ochenta) y propicia formas de pensar modernas edificadas sobre los desechos de las viejas fórmulas (como en la nueva Rusia). Así presenta Gibson a esos países, en los que sitúa a su protagonista Casey (auto homenaje evidente) Pollard, cazadora de tendencias que se gana la vida gracias a un don peculiar: Casey es capaz de reconocer las pautas que anuncian cambios en la moda —de nuevo nos hallamos ante el punto nodal gibsoniano— y distinguir si una nueva idea lanzada al mercado tendrá éxito o no. Como contrapartida, padece una extraña fobia a las marcas, una patología que la conduce a episodios repentinos de pánico ante la visión de populares iconos publicitarios (como, por ejemplo, el orondo muñeco de Michelín).
Casey es, sin duda, uno de los mayores aciertos de la novela. Provoca una formidable respuesta empática en el lector y, a pesar de su disfuncionalidad (o por ella), despierta la simpatía inmediata de todo aquel que haya sufrido el acoso de la publicidad y el marketing actuales (es decir, de cualquier persona). La trama principal se asienta sobre la principal afición de Casey: el denominado metraje, los trozos sueltos de una película anónima que aparecen esporádicamente en distintos sitios de Internet. La obsesión por el metraje ha creado una corriente de seguidores a lo largo de toda la Red, y Casey es contratada por un magnate empresarial para encontrar a los creadores de lo que él considera la campaña de marketing de mayor éxito del nuevo siglo. A través de esa búsqueda, Gibson sitúa al lector en el mundo futurista actual. Lo hace mediante su estilo trabajado, detallista, hábil en la construcción atípica de las frases, inmediato gracias al uso que hace del tiempo narrativo en presente, que junto a la referencia continua a la cultura de marcas entronca con el mejor Brett Easton Ellis, aunque carente de su escabrosidad. Esa referencialidad comercial confiere una pátina de autenticidad necesaria a la trama sin la cual Mundo espejo perdería gran parte de su enfoque realista. En ese mismo afán, se incluyen referencias al 11 de septiembre, que carecen de gratuidad y aportan una sensación de tremendismo sin que, de ese modo, haga falta echar mano de la ficción.
Se trata, sin duda, de la obra más redonda de Gibson desde Neuromante. Sus novelas se han caracterizado generalmente por concederle una mayor importancia a la singladura que al desenlace. Los libros de Gibson se disfrutan por su original estilo literario, por su forma vanguardista de contar y ver nuestra realidad, y por la posibilidad que ofrece de poder circunnavegar, junto a él, parajes tecnológicos extraños y decadentes. Pero en esta ocasión, además, hay una culminación significativa que nos empuja a reflexionar sobre la importancia del arte en nuestra cultura posmoderna y la transformación a la que la han sometido la tecnología actual —con Internet a la cabeza— y la «nueva economía». La novela evalúa la importancia de la Red en nuestras vidas y en cómo está cambiando la cultura mundial, creando nuevas escalas de valores y formas de vida. Gibson se ha acercado esta vez al presente para mostrarnos la transformación de la conciencia social actual.
Mundo espejo ha supuesto todo un éxito para Gibson. Será llevada al cine próximamente, parece que con un presupuesto elevado. La crítica generalista norteamericana la ha cubierto de elogios, sin saber realmente dónde situarla: thriller tecnológico, mainstream vanguardista, obra pynchoniana o No Logo en clave de ficción... Epígrafes para todos los gustos. Lo cierto es que Gibson no es etiquetable y su ficción sigue creciendo. Cabría preguntarse por otro lado, si me permiten una reflexión tan anecdótica, si quienes le negaron a Neuromante la pertenencia a la ciencia ficción por las lagunas informáticas del autor calificarán Mundo espejo como obra hard por su rigurosa descripción de Internet y su funcionamiento.
Volviendo al libro, la editorial Minotauro, que ha editado en exclusiva toda la obra de Gibson en castellano, cambia por primera vez de traductor. Esto no es motivo de queja. Sí lo es el cambio de título, menos apropiado que el original. Pattern Recognition hace referencia a la habilidad de la protagonista, cuya profesión es el consabido reconocimiento de pautas o patrones. El nuevo título proviene de una cita de la novela que sólo se refiere al Reino Unido, donde transcurre un tercio de la acción y que, en opinión de Casey, es una distorsión especular de los EE.UU., y no del mundo, como pretende el texto de contraportada. No está prohibido cambiar un título cuando procede, pero sí es reprochable hacerlo innecesariamente, por criterios comerciales, como viene haciendo Minotauro en los últimos tiempos.


La versión original de esta reseña fue publicada en el nº 41 de la revista Gigamesh.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Imágenes de cf. II

"Pensé en todos aquellos desperdicios, en los plásticos que se agitaban entre las ramas, en la interminable ristra de materias extrañas enganchadas entre los alambres de la valla, y entrecerré los ojos e imaginé que era el punto donde todas las cosas que había ido perdiendo desde la infancia habían arribado con el viento, y ahora estaba ante él, y si esperaba el tiempo necesario una diminuta figura aparecería en el horizonte, al otro extremo de los campos, y se iría haciendo más y más grande hasta que podría ver que era Tommy, que me hacía una seña, que incluso me llamaba."


lunes, 2 de noviembre de 2009

Jorge Camacho. Al margen de pensamientos sobre la demolición de casas

Hace ya tiempo que debería de haber colgado en este espacio alguna de las piezas escritas por Jorge Camacho, consumado poeta y gran amigo mío desde la adolescencia. En la sección donde guardo los borradores duerme, casi desde los inicios, una entrada que pensaba dedicar a la reseña de Eklipsas y Saturno, las dos antologías bilingües en las que se recogen sus principales trabajos. Me temo que pasará aún más tiempo hasta que la despierte, así que ahí tienen, como adelanto, uno de sus poemas. Podría haber elegido cualquier otro, todos ellos brillantes, pero éste en concreto ilustra de modo magistral una vivencia mía reciente.
En ocasiones, la aflicción interna que genera el paso del tiempo no proviene del envejecimiento personal, sino del contraste. Del frío y ajeno contraste. Porque uno ya es otro, y sin embargo el río, revisitado tras muchos años, sigue siendo el mismo.




Al margen de pensamientos sobre la demolición de casas


(Me recuerdo, o lo recuerdo a él, con diez años
el día de la mudanza
a la nueva vivienda en la ciudad extraña,
esperando a que desembalen el sofá
para sentarse a leer de un tirón el libro escogido
de la caja recién llegada y recién abierta.

Con vaguedad
recuerdo al muchacho de diez años
que, absorto, lee “Cómo murieron Hitler y los suyos”
mientras muebles y enseres
ocupaban los espacios vacíos, vírgenes.

Y recuerdo también que, casi 30 años más tarde,
otro yo algo más curtido por la vida,
ambihuérfano y quizás más maduro,
volvió por última vez al mismo piso,
al de los padres, ya vendido,
sin enseres ni muebles,
frío y luminoso.

Como escribió Miguel Espinosa,
las historias principian realmente
por el final.

Es decir, sólo el segundo paréntesis
permite apreciar la sutil curvatura del primero.)





Poema incluido en la antología Eklipsas.