lunes, 4 de mayo de 2015

Breves: Achebe, Watts, McCarthy

Todo se desmorona, de China Achuebe

Un clásico que hace honor a esa denominación. Para el pensamiento occidental, una extraordinaria puerta de acceso a la alteridad africana precolonial. Achebe crea su novela mediante una prosa fácil y colorista. Si bien es cierto que los habitantes del África negra no eran las bestias sin mente que describe "El corazón de las tinieblas" (Achebe tildó la obra de Conrad de racista), no lo es menos que su civilización adolecía de tantos defectos como la europea. De hecho, con sus propias particularidades, pueden detectarse puntos de origen comunes, principalmente en el sometimiento de la mujer y en la religión como causa de conductas sociales violentas, con la superstición convertida en su principal herramienta de expansión.
Tres cuartas partes del volumen están dedicadas a la peripecia vital de Okonkwo, un guerrero del pueblo Igbo, a la crónica de su ascenso y a la descripción de su vida dentro del clan en Umuofia. Su día a día, al lado de sus esposas e hijos, permite ir describiendo la forma de vida africana antes de la llegada del hombre blanco. El asentamiento de este en sus tierras, con sus iglesias y sus armas de fuego, sólo está presente al final, y es el detonante del fin de una historia personal que en realidad es la de todo un continente.
Una novela absolutamente recomendable.


Visión ciega, de Peter Watts

Esta novela pasta en los campos de Greg Egan, para bien y para mal. Especulativamente, se trata de un bombazo, una de esas pruebas irrefutables de que hay terrenos de la ficción sólo abordables desde este género. La magnificencia de las ideas contenidas en el libro, el tratamiento de la consciencia como un producto residual evolutivo y un error que debería ser desechado, no encuentran, sin embargo, paralelismo en la calidad del aparato literario. El libro es, a ratos, difícil de leer. El punto de vista del narrador -uno de los miembros de la expedición-, extraño por su propia condición disfuncional, obliga a realizar una interpretación continua de lo que describe. Asumiendo las carencias empáticas del protagonista, sería fácil defender las insuficiencias en la descripción de hechos, personajes y entornos sólo si finalizada la lectura todo se iluminara con nuevas revelaciones enriquecedoras, con apoyos complementarios que permitieran hacer un ejercicio de revelación, pero no ocurre así. De hecho, hay acciones que parecen no tener mucho sentido ni tras una reflexión postrera.
Como colofón, más errores en el texto de los deseables. Una novela que volverá locos a los que entiendan la cf exclusivamente como literatura de ideas, pero que defraudará a cualquiera que busque en ella la donosura literaria.


Hijo de Dios, de Cormac McCarthy

La tercera novela de Cormac McCarthy cuenta con la prosa hipnótica, de vasto vocabulario y evocaciones arcanas, con la que el escritor norteamericano apabulla siempre a cualquier lector que se muestre vulnerable a la fascinación que ejercen las palabras. Resulta llamativo que, siendo la antesala de "Sutree" y "Meridiano de sangre", dos auténticas odas a la narrativa barroca, presente más puntos en común -siempre en el terreno estilístico- con sus novelas más recientes, de escritura más concisa y llana.
En cuanto al contenido, la narrativa macabra de McCarthy es absolutamente reconocible. Sin embargo, aunque la novela está trufada de pasajes escabrosos, no se regodea en mostrar la perversión principal del protagonista, un asesino en serie cuya motivación es la necrofilia, y le ahorra al lector la descripción de los actos que realiza en su guarida con los cadáveres. De hecho, McCarthy hace un uso de las elipsis mayor que en el resto de sus novelas, lo cual obliga a ir atando cabos sobre la marcha. La historia está basada, aunque de forma mínima, en hechos reales, lo cual añade a la lectura aún más peso terrorífico. En suma, otra novela fabulosa de este virtuoso de las letras, que aun siendo inferior a "La oscuridad exterior", su anterior obra, es también magnífica.

martes, 21 de abril de 2015

Breves: Martinson, Tabucchi, Uhlman

Aniara, de Harry Martinson

"Aniara" es un poemario constituido por 103 cantos, publicado en 1956 por el premio Nobel sueco Harry Martinson y ahora traducido y prosificado por Carmen Montes Cano. Cito su nombre porque es obligado, puesto que la tarea de volcado al castellano se me antoja un auténtico tour de force. Personalmente, he tardado en aclimatarme a la conversión en prosa, pero una vez asimilada, la lectura se ha convertido para mí en una auténtica delicia, un proceso de navegación tan armónico que la primera palabra que acude a mi mente para calificarlo es "música".
El relato describe la singladura de una gigantesca nave espacial perdida en el espacio, con rumbo fijo entre la Tierra y la constelación de Lira. La premisa inicial me ha recordado el cuento Tricentenario, de Joe Haldeman, aunque el contenido no puede ser más distinto. El corpus de la narración está constituido por los sucesos y los cambios sociales que se dan a lo largo de esos años y por el recuerdo de la historia anterior al despegue. Si la métrica se ha perdido, el aliento poético de esta epopeya pervive aún en sus páginas. No puedo imaginar la potencia con la que este texto, tan cercano a Bradbury en su calidad lírica, debe de golpear al lector en su forma original, con su naturaleza rítmica y su rima al completo.
Bajo la épica del náufrago, Martinson narra el desarrollo vital y el ocaso de los habitantes de una nave que apunta a generacional pero que, finalmente, no llega a serlo, describiendo a la par, con similar pulso lírico, los vaivenes humanos y los paisajes cósmicos. De paso, crea, en maravillosos interludios, una mitología completa de una Tierra al borde de la extinción situada a casi veinte mil años en el futuro.
Esto no es una novela, es un canto, una melodía que invade la mente con imágenes hermosas. Una extraña flor tan breve como bella.


Dama de Porto Pim, de Antonio Tabucchi

Llego a este libro por una cita incluida en otro, concretamente en "Exploradores del abismo", de Enrique Vila-Matas. Esta hilación entre obras es algo bastante usual en el mundo de la literatura y nos permite, a quienes entramos en el juego, aventurarnos con autores que aún no habíamos tocado. El engarce de lecturas revierte, de este modo, por la carga adquirida, en el disfrute de la obra nueva, desconocida, y en el enriquecimiento de la anterior.
Una vez leída, "Dama de Porto Pim" ha resultado ser una colección de meros apuntes, de pequeñas historias y datos que conforman una estancia en las islas Azores relatada en clave de impresión personal. Balleneros y ballenas, ciudades invisibles, lecturas ajenas y dioses erigidos sobre emociones; todo ello, geografía de unas islas volcánicas que no son, a su vez, mas que lugares de la memoria y el corazón. Se trata de una lectura frugal y amena, tan trascendente como el "inutile phare de la nuit" que tan bien traído está en sus páginas, pero deja buena impresión, una cierta melancolía isleña. El autor de Sostiene Pereira me ha parecido, por lo demás, un buen estilista, un escritor con personalidad, así que mi primera toma de contacto con su obra ha sido satisfactoria. Esta colección de cuentos relacionados entre sí afecta a la melancolía como un fado de apenas tres minutos. 


Reencuentro, de Fred Uhlman

Es sorprendente el parecido que el lector podrá apreciar entre Reencuentro y Paradero desconocido. No cuentan la misma historia y sus conclusiones son distintas, pero ambas novelas podrían ser descritas con las mismas palabras: dos amigos, uno judío y otro alemán, verán separados sus caminos y sus creencias por el estallido del nazismo. Ambas cuentan con finales sorpresa, ninguna de las dos va más allá de las cien páginas, y sin embargo, sus diferencias son tantas como sus evidentes coincidencias.
Kressmann Taylor escribió, con tanta efectividad como espectacularidad, una joya literaria diseñada sobre cimientos epistolares. En ella ponía en evidencia la vergüenza del pueblo alemán de forma directa y dura. Fred Uhlman se muestra mucho más sutil, más delicado y complejo, y sin embargo logra hacer llegar su mensaje con la misma fuerza que la escritora norteamericana. Reencuentro es una de las novelas de giro final más potente que yo haya podido leer, porque su aparente sorpresividad no procede de la obra, sino que responde al prejuicio del lector. La información que aporta la última frase cambia la conclusión y, con ella, el mensaje de toda la novela, conmueve el corazón del lector y pone en funcionamiento la maquinaria cerebral que todo buen aficionado a la lectura gusta de tener bien lubricada.



miércoles, 1 de abril de 2015

Nuevo número de la revista Hélice

Hélice 4 Vol. II
Reflexiones:
-«Have you seen Bob? La presencia del Mal en Twin Peaks», por Alejandra García
-«The vampire myth in the 21st century as seen through Anne Rice’s writings», por Pascal Lemaire
-«Les démiurges ès miniaturisations», por Jean-Pierre Laigle
-«Gigamesh en el cine: frustraciones y éxito», por Julián Díez
-«La “Zona” oscura del deseo», por Luis Manuel García Méndez
Textos Recuperados:
-«Un manuscrit de savi o de boig» de Valentí Almirall
-«El guijarro muerto de amor (historia caída de la luna)» de Charles Cros
-«Biografía de Víctor Venturon» y «Sacrificios» de Han Ryner
-«Congreso pamplanetario» de Afonso Henriques de Lima Barreto
Críticas:
-La gesta d’Utnoa de Abel Montagut, por Jordi Solé i Camardons
Doble Hélice:
-Mañana todavía



Ya se puede descargar (gratuitamente, como siempre) el último número de la revista Hélice, cuyo contenido y autores pueden ustedes ver aquí arriba. La última sección contiene dos artículos escritos, respectivamente, por Gabriel Saldías y Santiago L. Moreno. Ambos textos constituyen, al mismo tiempo, crítica y reflexión, y giran en torno a "Mañana todavía", la recopilación de presuntas distopías editada por el sello Fantascy (para el que, supongo, tanta atención constituirá una gran alegría). Me da la impresión de que es lo último que va a decir Moreno sobre el tema distópico, porque es obvio que se trata de una guerra perdida.


jueves, 19 de marzo de 2015

Arthur C. Clarke y Stephen Baxter. Luz de otros días


Siempre he sentido devoción por la obra de Arthur C. Clarke. Durante muchos años, fue mi escritor de ciencia ficción favorito, y si no digo que aún lo es, se debe a la duda que me genera la cantidad de tiempo transcurrido desde que leí la mayoría de sus obras. No sé cómo afectarían al lector que ahora soy, pero sí sé cómo maravillaron al que fui. Es raro encontrar un escritor que haya publicado varias obras extraordinarias ("maestras" me gusta decir cuando se me calienta la boca), y Clarke escribió, en mi opinión, no menos de cuatro. De todas ellas, la mejor, me parece ahora, es La ciudad y las estrellas, cuyo origen, fíjense en la casualidad, se me ha echado encima, en dos volúmenes distintos, esta misma mañana.
El aniversario de la muerte de Clarke (siete años ya, parece increible) me ha pillado ordenando mi pequeña biblioteca. En un momento dado, con la constancia de esa conmemoración en la cabeza, han coincidido dos libros en mis manos: "El león de Comarre" y "Tras los latidos de la noche". Los dos contienen, además de material complementario, la novela corta A la caída de la noche, cuyo título original proviene de unos versos del poeta inglés A. E. Housman a los que, por cierto, el traductor al castellano aligeró de carga cambiando, vaya usted a saber por qué motivo, la preposición inicial. El acompañamiento del primero es el relato que da nombre al volumen, el del segundo es la continuación perpetrada (y digo esto porque es la versión mala del escritor quien la escribe) por Gregory Benford. Ambos libros fueron publicados con bastantes años de diferencia, pero el contenido de los prólogos que Clarke realizó para las dos ediciones son bastante parecidos.
En los dos, Clarke recuerda que John W. Campbell le rechazó el texto dos veces y que por eso acabó publicándolo en Startling Stories, circunstancia que, en primera instancia, invita a imaginar cómo habría cambiado el relato de haber aparecido en Astounding, sometido a la linea editorial de Campbell. En el primer prólogo, Clarke se queja con amargura de que el ilustrador de la revista buscó una erotización del relato que este no presenta; en el segundo, agradece al magnífico  Frank Kelly Freas la cubierta que realizó para la posterior edición en cartoné. En la génesis del relato está la enorme influencia que tuvo en el ánimo del joven Clarke la novela de Olaf Stapledon que aquí conocemos como La última y la primera humanidad. Supongo que el sentido de la maravilla que, como un río desbordado, inunda el relato, parte de esa fascinación.
En los dos textos de presentación, el autor británico se queja amargamente de una misma cosa. Años después, Clarke tuvo la oportunidad de ampliar y, en sus propias palabras, mejorar esta novela corta y retitularla La ciudad y las estrellas,  la novela a la que me referí en primer lugar. El escritor insiste en que se trata de una versión mucho mejor que la anterior, y que, por tanto, esperaba que la más breve desapareciera. Para su disgusto, eso no ha ocurrido. A lo largo de los años, mucha gente ha seguido inclinándose por el texto original, lo cual él lamenta profundamente. Si son ustedes habituales de este blog, seguramente estarán sonriendo ahora mismo. Sí, ya lo hemos hablado bastantes veces; quien decide sobre la obra es siempre el lector. El autor, una vez traída al mundo, pierde toda autoridad sobre el enjuiciamiento de su criatura. Así es y, estoy convencido, así debe ser.
A continuación, en memoria del maestro británico, recupero la reseña de un libro que Clarke escribió en colaboración con Stephen Baxter, autor capaz, realmente interesante, de quien, personalmente, sigo esperando que se publique su serie de los Xeelee.



Muchas son las bondades de la ciencia ficción, pero si hacemos caso de la opinión generalizada, su principal riqueza se encuentra, además de en su capacidad como producto de evasión intelectual, en su indudable potencial especulativo. No existe otro género que permita al autor realizar, con plena libertad y sin límite alguno, sus estudios sobre la realidad humana de manera tan fresca y libre de prejuicios como éste. La posibilidad de fabular con situaciones y modelos inexistentes -sean éstos del talante que sean- en escenarios no sujetos al riguroso juicio de la realidad, permite extraer conclusiones de actitudes sociales e individuales que en un entorno menos ficticio no serían posibles; especular, al fin y al cabo. No es de extrañar, por tanto, que en estos días del Gran Hermano televisivo, en los que ya no sorprende la proliferación de programas que explotan el voyeurismo global y el morbo por atisbar intimidades ajenas, aparezcan obras que, llevando imaginativamente todo ello al extremo, investiguen las posibles consecuencias de semejante fenómeno: películas como "El show de Truman", y mucho más profundamente, novelas como Luz de otros días.
Esta primera colaboración de Arthur C. Clarke y Stephen Baxter es, antes que nada, una obra especulativa de primer nivel. ¿Qué pasaría si la intimidad dejara de pronto de existir, de existir absolutamente? ¿Y si pudiéramos destapar todos los misterios del pasado, conocer de manera exacta, poder ver, cómo se ha desarrollado la Historia (la verdadera, no la que nos ha llegado a través del medio escrito)? ¿Cómo afectarían esos conocimientos a la Humanidad? Los autores se despachan a gusto y vuelcan sus teorías en una historia bien construida, de interesantes personajes e implicaciones de gran calado.
Una vez más, el elemento perturbador aquí, la GusanoCámara, proviene de los insondables misterios cuasimágicos de la física cuántica. La posibilidad de colocar una cámara receptora en cualquier punto del espacio derriba el significado de lo íntimo, transformando la sociedad y cultura humanas hasta el punto de llegar incluso, en última instancia, a significar el siguiente salto evolutivo del Hombre. Pero al contrario que Robert J. Sawyer en su Factor de humanidad, los autores no eluden el cuestionamiento moral del proceso, estudiando a través de la vidas de una familia, los Patterson, las posibles consideraciones éticas y sus consecuencias, suicidios y persecuciones incluidos. E incluso van más allá.
Un nuevo giro en los acontecimientos, marcado por la utilización de la GusanoCámara para observar el pasado, enriquece el conjunto hasta convertirlo en un informal estudio sobre cuánto esconde de cierto la Historia, estudio tras el cual los mitos y leyendas acaban siendo desenmascarados. Si es reconocido que la memoria, la gran dulcificadora, se comporta siempre de manera mentirosa, entonces no ha de sorprender que la Historia, memoria colectiva del ser humano, no albergue otra cosa que falsedades. El destino final de una nueva Humanidad sin mentiras, transformada por los nuevos implantes cerebrales de las GusanoCámaras y las posibilidades de interconexión que éstas ofrecen, no puede ser otro que el mencionado salto evolutivo.
Junto a todo ello, la amenaza del futuro impacto de un inmenso cuerpo celeste con nuestro planeta, un breve apunte sobre el tan traído tema de la clonación humana y un final que busca el sentido de la maravilla mediante uno de sus caminos más usuales, la contemplación de un proceso cósmico, se unen a un estilo sencillo y ameno para producir una magnífica novela especulativa, plena de aciertos y actualidad, en la que si bien la idea principal no es original (ambos dedican el libro y su título al creador del "cristal lento", Bob Shaw en su novela Otros días, otros ojos), sus resultados sí lo son.
El fácil estilo de Baxter, su capacidad para profundizar en los temas propuestos y dar entidad a los personajes logran el milagro que ya parecía imposible: devolver al maestro Clarke a su alta posición. Sí, pues indudablemente la novela bebe de sus ideas de siempre, tan válidas todavía como magníficas. La amenaza cometaria de Cita con Rama o el reiterado salto evolutivo de 2001, una odisea espacial y El fin de la infancia, tema que ha obsesionado al británico durante toda su carrera, están aquí; su sólido ateísmo también, y muchas de las predicciones y anécdotas de las que vivían en exclusiva sus mediocres últimas obras. El talento de Baxter, uno de los principales autores de ciencia-ficción actual, le ha hecho resurgir. El viejo maestro no estaba muerto, sólo descansaba para tomar fuerzas.


El texto original de esta reseña fue publicado en Bibliópolis, crítica en la red.

jueves, 29 de enero de 2015

Imágenes de cf. XXIII


"A modo de respuesta, oyó un gemido. En la penumbra, trastabilló y resbaló, luchó contra una náusea creciente y se obligó a caminar por entre un laberinto de obstáculos que no veía. Llegó al sitio del que provenía el sonido estrepitoso y chorreante. Algo de color rojo intenso, en forma de cesta y del tamaño del pecho de un hombre se había adherido en lo alto de la pared, perpendicularmente al suelo. A través de las grandes esporas de su superficie esponjosa manaba un líquido espeso y negro, que caía en un permanente chapoteo grasoso. Cuando la luz de la antorcha lo iluminó, la exudación aumentó y prácticamente se convirtió en una cascada de líquido sebáceo. Al apartar la luz de la antorcha, el manantial se tornó menos copioso, aunque seguía siendo fuerte.
Allí el suelo caía en pendiente, de modo que lo que chorreaba de la cesta esponjosa fluía rápidamente y se acumulaba en el otro extremo de la habitación, en el ángulo formado por el suelo y la pared. Gundersen encontró allí a los terráqueos. Estaban juntos en un colchón; el líquido de la cosa chorreante había formado un charco oscuro alrededor de ellos, cubriendo por completo el colchón y fluyendo sobre sus cuerpos. Uno de los terráqueos, con la cabeza caída hacia un costado, tenía la cara totalmente sumergida en ese fluido. Del otro terráqueo surgían los sonidos.
Los dos estaban desnudos. Uno era un hombre y el otro una mujer, aunque al principio a Gundersen le costó trabajo darse cuenta de ello; ambos estaban tan encogidos y delgados que sus características sexuales quedaban ocultas. No tenían cabellos, ni siquiera cejas. Los huesos sobresalían sobre la piel semejante a un pergamino. Los ojos de los dos estaban abiertos pero fijos en una mirada rígida y aparentemente ciega, una mirada vidriosa, sin parpadeo. Tenían los labios apartados de los dientes. Las algas grisáceas brotaban en los pliegues de su piel y los fungoides móviles andaban errantes, alimentándose de esas acrecencias. Con un gesto de asco rápido y mecánico, Gundersen arrancó dos animales parecidos a babosas de los pechos vacíos de la mujer. Esta se movió y volvió a gemir."

sábado, 10 de enero de 2015

Breves: Marín & Aguilera, Carpenter, Estrada

Contra el tiempo, de Rafael Marín y Juan Miguel Aguilera

Cuenta la leyenda que el rey Minos de Creta ordenó construir el Laberinto para encerrar a su deforme hijo, una bestia mitad toro, mitad hombre. El Minotauro adquirió la fea costumbre de alimentarse con la carne de los sacrificios humanos que su padre le ofrecía, llegando a convertirse en un auténtico terror tanto para su nación como para los países que la rodeaban. El héroe Teseo, hijo del vecino rey Egeo, logró matar al Minotauro y después, gracias al hilo de Ariadna, encontrar la salida del Laberinto, acabando así con el sufrimiento de aquellas gentes.
Efectivamente, todo eso forma parte de la leyenda, porque la realidad, aunque parecida en algunos puntos, se distancia de manera crítica en otros. O por lo menos así nos lo proponen Rafael Marín y Juan Miguel Aguilera en Contra el tiempo, una epopeya clásica cuyo sencillo entramado se sustenta en un fuerte componente hard.
Tras contemplar el fin de la Tierra, Dagán y Aclis, seres posthumanos que conviven con la Malla, un gigantesco anillo obra de la Humanidad situado alrededor del Sol, realizan un viaje al pasado que acaba de manera accidentada. Separada de su mentor y amante, Aclis, protegida biológica y tecnológicamente por su nexo -una extensión personal de la Malla-, superará incontables barreras y creará parte de la mitología antigua a la búsqueda de Dagán, quien parece ser la causa de los nuevos males que azotan a los habitantes de la Edad de Bronce.
El amor de Marín por el pasado y de Aguilera por el futuro se suma y da lugar a una narración que juega con algunos mitos clásicos, transformándolos en instrumentos de una historia que reafirma la primera Ley de Clarke (“una tecnología lo suficientemente avanzada sería indistinguible de la magia”). La novela ofrece una base lógica para la mitología; no niega su espacio desde el escepticismo científico, sino que ofrece la posibilidad de su existencia merced, precisamente, a la ciencia. Es decir, los mitos han de ser tomados en serio, describen una realidad, pero esta es posible gracias a la ciencia, a quien le deben su nacimiento. Se trata de la conversión definitiva.
Fuera de estas consideraciones hay que decir que Contra el tiempo se lee sin complicación alguna, ya que está escrita de forma sencilla, y que no se entretiene en disquisiciones ajenas a la trama principal. Cuenta la historia de dos enamorados perdidos en tierras extrañas y separados por una gran distancia, pero narra sobre todo la búsqueda protagonizada por uno de ellos, un auténtico viaje iniciático hacia el conocimiento del sentimiento humano en una aventura propia de una época perdida para siempre. Monstruos, guerreros y conceptos olvidados como el valor y la fidelidad en un entorno de dioses que no son tal cosa.
Sin embargo, en el fondo, uno se queda con la impresión de que se podría haber pedido más a la primera colaboración de dos autores que son santo y seña del género en España, pero eso suele pasar cuando las expectativas son tan altas. De todas formas, el resultado es positivo. Contra el tiempo es un loable intento de combinar mitología y ciencia ficción dura en una novela corta que, aun sin lograr la excelencia, se presenta como un entretenido híbrido temático de lectura agradable.


El texto original de esta reseña fue publicado en Bibliópolis, crítica en la Red.


Conan el profanador, de Leonard Carpenter


Nuevas aventuras del antes cimeriano y ahora cimmerio más famoso de todos los tiempos. Situada cronológicamente tras Sombras en Zamboula, uno de los originales más flojos de Robert E. Howard, esta novela de Leonard Carpenter muestra los intentos de Conan y una banda de ladrones de tumbas por hacerse con los tesoros del mausoleo en construcción de un rey semita agonizante. El brujo estigio de turno y unas criaturas resucitadas por el mismo harán lo imposible para acabar con los planes y la vida del bárbaro.
Un mero entretenimiento que como tal sólo logra su objetivo en las últimas páginas, alimentadas por una acción desbordante y un notable poder visual del cual el mismísimo Ray Harryhausen, de estar hablando de otro medio distinto, podría haber asumido la paternidad. Final feliz, coherencia con el resto de la serie y algunas imágenes escalofriantes en un libro marcado por una floja labor de traducción. Sirva el abuso del verbo complotar como ejemplo.





La ciudad de las sombras, de Rafael Estrada

La literatura infantil siempre se ha llevado bien con la fantasía. El tipo de lector al que va dirigida permite, debido a su menor exigencia intelectual, que el rigor y la coherencia de las historias no esclavicen la creatividad. Las ideas, así, se muestran más frescas, más puras que en la producción adulta. A cambio, este género para menores ha adquirido en los últimos tiempos la obligación de mostrarse didáctico, de enseñar algo a sus lectores.
Rafael Estrada se muestra curiosamente ambiguo al respecto. Crea una historia atractiva, bien entretejida y de una simpleza ejemplar, conjugando valores tan tradicionales como la imaginación, el amor a la familia y el valor, pero no logra evitar dejar su impronta de escritor adulto. Paradójicamente, introduce un mensaje en forma de crítica contra aquellos escritores que introducen mensajes en los cuentos infantiles, y confunde de paso la labor didáctica con la docente, sometiendo a los pequeños lectores a un breve tratado de informática en rápidas lecciones, en el que, además, los protagonistas se expresan como personas de distinta edad a la suya.
Sin duda, donde la obra muestra mayor calidad es en la imaginativa trama, diseñada para mantener la atención del joven lector por medio de la intriga y el misterio. La historia, que guarda incluso una inesperada sorpresa final, está contada en formato flashback, unos años más tarde, por la propia protagonista.
Julia, una niña de doce años, vive la separación de sus padres con un sentimiento cercano a la incertidumbre. Afortunadamente, su abuela no sólo constituye una firme figura en la que apoyarse, sino también una fuente de apasionantes misterios. Gracias a sus consejos, logrará entrar en la dimensión de las malvadas sombras que están a punto de hacerse con su padre, quien desde hace un tiempo muestra una reprobable displicencia hacia ella. Julia, ayudada por la “abu” y por un amigo, reunirá finalmente el valor necesario para introducirse en la ciudad de las sombras y, posteriormente, rescatar a su padre.
La ciudad de las sombras ofrece un resultado final irregular. En cierto modo, capta satisfactoriamente el grado de incomprensibilidad que la ruptura de los padres puede alcanzar en una mente infantil, forzada a refugiarse en un mundo de ensueño, pero los detalles ajenos a la trama (el mensaje/contramensaje y el encubierto manual de informática), innecesarios en todo punto, empañan ligeramente la atractiva historia que alberga.

El texto original de esta reseña fue publicado en Bibliópolis, crítica en la Red.


viernes, 9 de enero de 2015

Pellizcos

Mis obras son las que tienen que hablar al lector, al público. No yo con mis opiniones. No soy una estrella, ni un actor. Por eso evito estar siempre presente en los medios de comunicación. Me dedico a hacer lo que sé.

-Gao Xinjiang-



Es ridículo que en el siglo XXI un escritor se dedique a dar lecciones, tomar partido o algo que se le parezca.

-Javier Marías-