Siempre he sentido devoción por la obra de Arthur C. Clarke. Durante muchos años, fue mi escritor de ciencia ficción favorito, y si no digo que aún lo es, se debe a la duda que me genera la cantidad de tiempo transcurrido desde que leí la mayoría de sus obras. No sé cómo afectarían al lector que ahora soy, pero sí sé cómo maravillaron al que fui. Es raro encontrar un escritor que haya publicado varias obras extraordinarias ("maestras" me gusta decir cuando se me calienta la boca), y Clarke escribió, en mi opinión, no menos de cuatro. De todas ellas, la mejor, me parece ahora, es La ciudad y las estrellas, cuyo origen, fíjense en la casualidad, se me ha echado encima, en dos volúmenes distintos, esta misma mañana.
El aniversario de la muerte de Clarke (siete años ya, parece increible) me ha pillado ordenando mi pequeña biblioteca. En un momento dado, con la constancia de esa conmemoración en la cabeza, han coincidido dos libros en mis manos: "El león de Comarre" y "Tras los latidos de la noche". Los dos contienen, además de material complementario, la novela corta A la caída de la noche, cuyo título original proviene de unos versos del poeta inglés A. E. Housman a los que, por cierto, el traductor al castellano aligeró de carga cambiando, vaya usted a saber por qué motivo, la preposición inicial. El acompañamiento del primero es el relato que da nombre al volumen, el del segundo es la continuación perpetrada (y digo esto porque es la versión mala del escritor quien la escribe) por Gregory Benford. Ambos libros fueron publicados con bastantes años de diferencia, pero el contenido de los prólogos que Clarke realizó para las dos ediciones son bastante parecidos.
En los dos, Clarke recuerda que John W. Campbell le rechazó el texto dos veces y que por eso acabó publicándolo en Startling Stories, circunstancia que, en primera instancia, invita a imaginar cómo habría cambiado el relato de haber aparecido en Astounding, sometido a la linea editorial de Campbell. En el primer prólogo, Clarke se queja con amargura de que el ilustrador de la revista buscó una erotización del relato que este no presenta; en el segundo, agradece al magnífico Frank Kelly Freas la cubierta que realizó para la posterior edición en cartoné. En la génesis del relato está la enorme influencia que tuvo en el ánimo del joven Clarke la novela de Olaf Stapledon que aquí conocemos como La última y la primera humanidad. Supongo que el sentido de la maravilla que, como un río desbordado, inunda el relato, parte de esa fascinación.
En los dos textos de presentación, el autor británico se queja amargamente de una misma cosa. Años después, Clarke tuvo la oportunidad de ampliar y, en sus propias palabras, mejorar esta novela corta y retitularla La ciudad y las estrellas, la novela a la que me referí en primer lugar. El escritor insiste en que se trata de una versión mucho mejor que la anterior, y que, por tanto, esperaba que la más breve desapareciera. Para su disgusto, eso no ha ocurrido. A lo largo de los años, mucha gente ha seguido inclinándose por el texto original, lo cual él lamenta profundamente. Si son ustedes habituales de este blog, seguramente estarán sonriendo ahora mismo. Sí, ya lo hemos hablado bastantes veces; quien decide sobre la obra es siempre el lector. El autor, una vez traída al mundo, pierde toda autoridad sobre el enjuiciamiento de su criatura. Así es y, estoy convencido, así debe ser.
A continuación, en memoria del maestro británico, recupero la reseña de un libro que Clarke escribió en colaboración con Stephen Baxter, autor capaz, realmente interesante, de quien, personalmente, sigo esperando que se publique su serie de los Xeelee.
Muchas son las bondades de la ciencia ficción, pero si hacemos caso de la opinión generalizada, su principal riqueza se encuentra, además de en su capacidad como producto de evasión intelectual, en su indudable potencial especulativo. No existe otro género que permita al autor realizar, con plena libertad y sin límite alguno, sus estudios sobre la realidad humana de manera tan fresca y libre de prejuicios como éste. La posibilidad de fabular con situaciones y modelos inexistentes -sean éstos del talante que sean- en escenarios no sujetos al riguroso juicio de la realidad, permite extraer conclusiones de actitudes sociales e individuales que en un entorno menos ficticio no serían posibles; especular, al fin y al cabo. No es de extrañar, por tanto, que en estos días del Gran Hermano televisivo, en los que ya no sorprende la proliferación de programas que explotan el voyeurismo global y el morbo por atisbar intimidades ajenas, aparezcan obras que, llevando imaginativamente todo ello al extremo, investiguen las posibles consecuencias de semejante fenómeno: películas como "El show de Truman", y mucho más profundamente, novelas como Luz de otros días.
Esta primera colaboración de Arthur C. Clarke y Stephen Baxter es, antes que nada, una obra especulativa de primer nivel. ¿Qué pasaría si la intimidad dejara de pronto de existir, de existir absolutamente? ¿Y si pudiéramos destapar todos los misterios del pasado, conocer de manera exacta, poder ver, cómo se ha desarrollado la Historia (la verdadera, no la que nos ha llegado a través del medio escrito)? ¿Cómo afectarían esos conocimientos a la Humanidad? Los autores se despachan a gusto y vuelcan sus teorías en una historia bien construida, de interesantes personajes e implicaciones de gran calado.
Una vez más, el elemento perturbador aquí, la GusanoCámara, proviene de los insondables misterios cuasimágicos de la física cuántica. La posibilidad de colocar una cámara receptora en cualquier punto del espacio derriba el significado de lo íntimo, transformando la sociedad y cultura humanas hasta el punto de llegar incluso, en última instancia, a significar el siguiente salto evolutivo del Hombre. Pero al contrario que Robert J. Sawyer en su Factor de humanidad, los autores no eluden el cuestionamiento moral del proceso, estudiando a través de la vidas de una familia, los Patterson, las posibles consideraciones éticas y sus consecuencias, suicidios y persecuciones incluidos. E incluso van más allá.
Un nuevo giro en los acontecimientos, marcado por la utilización de la GusanoCámara para observar el pasado, enriquece el conjunto hasta convertirlo en un informal estudio sobre cuánto esconde de cierto la Historia, estudio tras el cual los mitos y leyendas acaban siendo desenmascarados. Si es reconocido que la memoria, la gran dulcificadora, se comporta siempre de manera mentirosa, entonces no ha de sorprender que la Historia, memoria colectiva del ser humano, no albergue otra cosa que falsedades. El destino final de una nueva Humanidad sin mentiras, transformada por los nuevos implantes cerebrales de las GusanoCámaras y las posibilidades de interconexión que éstas ofrecen, no puede ser otro que el mencionado salto evolutivo.
Junto a todo ello, la amenaza del futuro impacto de un inmenso cuerpo celeste con nuestro planeta, un breve apunte sobre el tan traído tema de la clonación humana y un final que busca el sentido de la maravilla mediante uno de sus caminos más usuales, la contemplación de un proceso cósmico, se unen a un estilo sencillo y ameno para producir una magnífica novela especulativa, plena de aciertos y actualidad, en la que si bien la idea principal no es original (ambos dedican el libro y su título al creador del "cristal lento", Bob Shaw en su novela Otros días, otros ojos), sus resultados sí lo son.
El fácil estilo de Baxter, su capacidad para profundizar en los temas propuestos y dar entidad a los personajes logran el milagro que ya parecía imposible: devolver al maestro Clarke a su alta posición. Sí, pues indudablemente la novela bebe de sus ideas de siempre, tan válidas todavía como magníficas. La amenaza cometaria de Cita con Rama o el reiterado salto evolutivo de 2001, una odisea espacial y El fin de la infancia, tema que ha obsesionado al británico durante toda su carrera, están aquí; su sólido ateísmo también, y muchas de las predicciones y anécdotas de las que vivían en exclusiva sus mediocres últimas obras. El talento de Baxter, uno de los principales autores de ciencia-ficción actual, le ha hecho resurgir. El viejo maestro no estaba muerto, sólo descansaba para tomar fuerzas.
El texto original de esta reseña fue publicado en Bibliópolis, crítica en la red.
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