Estudio 1, el espacio que Televisión Española ha venido dedicando desde hace años y con espaciada intermitencia al género teatral, volvió a los televisores el pasado mes de Julio. Esta nueva etapa comenzó con la emisión de "La malquerida", el intenso drama rural creado por Jacinto Benavente (casi un precedente del culebrón televisivo), y ha concluido tras apenas cuatro semanas con una pésima modernización de "Los ladrones somos gente honrada", una de las mejores comedias de Enrique Jardiel Poncela malograda a causa de la telefílmica puesta en escena y de la mediocre interpretación de los actores. Lo más destacable del nuevo ciclo ha sido, sin duda, la acertada versión de "El jardín de los cerezos", el último de los clásicos teatrales escritos por Chéjov.
Antón Chéjov (1860-1904) es sin duda uno de los grandes escritores de la literatura universal. Cuentista y dramaturgo excepcional, su influencia se ha dejado sentir en ambos géneros literarios, de tal modo que autores tan dispares como Nabokov, Hemingway, Carver, Shaw o Miller llegaron a reconocer en algún momento su deuda con el escritor ruso. Aunque sus dos grandes facetas son complementarias, he preferido separarlas en dos entregas y otorgar el primer lugar a comentar su labor como dramaturgo, no porque crea que es más importante una que la otra, sino porque la casualidad televisiva así lo ha propiciado.
Si se quiere disfrutar al Chéjov dramaturgo en plenitud, lo recomendable es acudir directamente a sus últimas obras; comenzar con "La gaviota", en la que su innovador estilo al fin toma forma, y terminar con "El jardín de los cerezos", en la que logra sublimarlo. Entre las numerosas posibilidades de lectura, recomiendo la edición de Isabel Vicente para Cátedra, que incluye las cuatro últimas obras del autor ruso —"La gaviota", "El tío Vania", "Las tres hermanas" y "El jardín de los cerezos"—, más una extensa reseña histórico-biográfica necesaria para conocer el contexto en el que se crearon. Chéjov provenía de familia humilde, y fueron precisamente sus escritos los que le condujeron hasta una posición social más elevada. Sus primeros cuentos pronto le otorgaron el reconocimiento popular, y aunque el experimentalismo de su obra teatral no fue inicialmente bien recibido por el público no tardó en conseguir ser aclamado también en ese género, tanto por sus obras en cuatro actos, como por el denominado teatro corto*.
Comencemos con una sinóptica descripción:
"La gaviota"; Treplev es un joven aspirante a dramaturgo que está tan obsesionado por la pureza de la creación artística como por su vecina y actriz Nina Mijáilovna. Siente animadversión hacia Trigorin, escritor de éxito y objetivo amoroso de Nina, que acaba huyendo con él. Pasados dos años, todos se reunen de nuevo en la propiedad de Sorin, tío de Treplev, lo que provoca finalmente una tragedia. La obra fue un rotundo fracaso en su estreno, pero dos años más tarde reapareció con un clamoroso éxito.
"El tío Vania"; Historia de amores cruzados y lamentos vivenciales. Serebriakov vuelve a la hacienda de su viuda con la intención de venderla. Su nueva esposa, mucho más joven que él, deslumbra tanto a Voinitski (Vania) como al doctor Astrov. Ambos son rechazados y condenados a la rutina de la que les es imposible escapar. La amargura de los personajes se resume en esta sentencia que Vania realiza en el segundo acto: "Cuando falla la vida hay que vivir de espejismos". Basándose en esta obra, Louis Malle dirigió una excelente película metaficcional titulada Tío Vania en la calle 42, film muy recomendable.
"Las tres hermanas"; En casa de los Projorov, en una aburrida capital de provincias, viven las tres hermanas del enamorado Andrei, visitadas a diario por los miembros de un destacamento militar. Con el tiempo, Andrei se casa, los militares han de partir y la hacienda pasa a otras manos. La despedida del cuarto acto termina con una presentida tragedia fuera de escena.
"El jardín de los cerezos"; Lubov Andréievna vuelve a su hogar tras cinco años en París. Las penurias económicas la obligan a vender la hacienda junto con las tierras de sus antepasados. Lopajin, de origen humilde, ahora es un adinerado comerciante, lo que le permite hacerse con la propiedad. La última obra teatral de Chéjov y en la que más implicación social se trasluce. La vieja aristocracia rural sucumbe ante el vigor de una pujante burguesía. Más allá, en la mirada del estudiante Trofímov, se vislumbra una revolución. Hay que decir que la obra se titula en realidad "El huerto de los guindos", pero ya se ha quedado con este nombre, suma y sigue en el enigmático mundo de las traducciones libres.
Estos cuatro clasicos dan una idea ajustada del talento para la elaboración de Chéjov, cuya obra se inscribe en el naturalismo continuista del realismo ruso decimonónico. Sus obras de teatro rehuyen la espectacularidad y el recurso estridente, y proponen la ausencia de florituras y el arte de la concisión como valores esenciales. Los personajes chejovianos responden a dos tipos bien definidos. Por una parte, personas anónimas de profesiones humildes (maestros, médicos, escritores), de talante soñador y aferrados a grandes ideales, los cuales se ven incapaces de aprehender o siquiera perseguir; por otra, acomodados terratenientes que ven venir, con displicencia y fatalidad, un futuro incierto que amenaza sus intereses, y que a pesar de ello no realizan intento alguno por detenerlo.
La principal virtud en las creaciones de Chéjov es la sutilidad con la que están construidos los acontecimientos y la interrelación de sus personajes (con gran presencia del amor) más allá de la superficie. No hay una línea temática principal ni acontecimientos trascendentes: los sucesos críticos parecen suceder fuera de escena. Lo remarcable es que esa impresión es falsa. Los duelos, las fugas, los suicidios, todo acontecimiento brusco, ocurren más allá del escenario, pero en realidad el germen, aquello que los provocó, ha ocurrido a la vista del lector/espectador, escondido en los aparentemente inatentos diálogos, en las frases inconclusas, en las reacciones airadas de un determinado personaje a una cuestión trivial.
Chéjov eludió la exageración dramática buscando el paralelismo entre ficción y vida, con la intención de que sus obras fueran el espejo de los comportamientos humanos de la época. Quería despertar a sus contemporáneos, mostrarles adónde conduce la inacción y el conformismo. Invitarles a hacer algo por sus vidas, luchar por sus sueños. Por eso su obra es universal, porque sus preocupaciones siguen siendo las nuestras. Conformismo y desgana se ubican comodamente en la patología social de este siglo. Una voz centenaria nos alerta contra ellos.
*Aquí podéis disfrutar de una de esas obras en un acto: Sobre el daño que hace el tabaco . Se trata de una comedia, pero es una buena piedra de toque para conocer la aparente sencillez con la que Chéjov caracteriza a los personajes por medio de sus disquisiciones (aunque en este ejemplo sean bastante... numerosas).
Muchas gracias por su comentario sobre mi abuelo.
ResponderEliminarLas gracias hay que dárselas a su abuelo, una y mil veces, por toda su obra.
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