A nadie se le escapa a estas alturas que el mundo del libro es, antes que nada y ahora más que nunca, un negocio. No se hacen extrañas, por ello, las maniobras editoriales que suelen gestarse en torno al último fenómeno social, sea éste real o mediático, ni tampoco las aglomeraciones en las librerías de títulos dedicados a un mismo tema, a algún evento reciente o por llegar, de presumible impacto y con capacidad para arrastrar a un gran número de compradores a las tiendas. El consumidor tipo de esta fiebre coyuntural es, además, un cliente fácil. Exige poco en lo literario, pues lo que realmente busca en el libro es profundizar en ese tema concreto que le ha empujado a la lectura. Quiere que le cuenten una historia basada en eso que tanto ha captado su atención, quiere que sea amena, entretenida y, sobre todo, que no se le exijan esfuerzos. Es decir, quiere un best-seller, y las editoriales, por supuesto, corren a satisfacerle con gusto.
Sucede que, entre tanto libro cortado por el mismo patrón, a veces se puede encontrar alguno que huye de lo convencional, que da una visión distinta, más arriesgada. Acabamos de asistir a la "fiebre Hipatia" (decir hipática sería colocarse demasiado cerca de la malsonancia) provocada por el estreno de Ágora, la película que Alejandro Amenábar ha centralizado en su figura histórica. En menos de un mes ha aparecido más de una decena de libros dedicados a ella. Si ustedes buscan uno distinto, diferente, acabarán por toparse con La última noche de Hipatia, de Eduardo Vaquerizo. No se trata de algo casual, ya que no estamos ante la típica novela de encargo al uso. Su origen se encuentra en un relato algo más corto escrito ya hace algunos años, uno de esos proyectos que todo escritor deja reposar en el cajón en espera del momento oportuno.
Las principales características que hacen de Hipatia un personaje fascinante son dos: su condición de mujer en el mundo antiguo (fue uno de los grandes iconos para la revolución feminista del pasado siglo) y su posición como baluarte de la ciencia y el conocimiento en un momento crítico de la Historia. Vaquerizo ha cruzado de puntillas por encima del primer asunto para centrarse en el segundo. Aunque no descuida al personaje, muestra una mayor querencia hacia el contexto histórico y ese crisol de culturas y religiones que fue la ciudad de Alejandría. Acomete la narración poniendo el acento en lo personal, podría decirse que casi desde el intimismo. Su acercamiento a la historia, por tanto, se aleja radicalmente del propuesto por los escritores de best-sellers.
El escritor madrileño renuncia a la parafernalia externa, al alboroto de las calles, a la pirotecnia y la acción, para emplearse a fondo en la descripción del mundo interior de los diversos personajes. Con ello busca proporcionar al lector una inmersión distinta, de corte más personal, en el pasado alejandrino. Utiliza a cuatro de esos personajes, los tres mejor situados en aquellos sucesos más la protagonista, para mostrar al lector, desde sus respectivas miradas, la suma de factores que condujo a los violentos hechos históricos. Vaquerizo cuenta con ventajas a su favor para conseguir su objetivo, la mayor de ellas, sin duda, su sugerente prosa. Muestra un gran dominio del vocabulario antiguo, y sabe aplicarlo espléndidamente dentro de un tono melancólico y fatalista que realza el contexto histórico y adereza la singladura del lector con tonos ocres.
La calidad de la prosa se vale por sí misma para combatir uno de los puntos más arriesgados de la narración, uno que imaginarán por ya haber sido mencionado. Y es que la falta de momentos de acción en la trama obliga al imperante discurso introspectivo a tirar del carro. Debido a esto, la sensación de relato alargado se hace evidente en ocasiones, aunque no llega a pesar nunca debido al atractivo que, sin interrupción, dimana de la buena escritura del autor.
La potente, evocadora prosa de Vaquerizo, plena de eufónicas comparaciones e imaginativas metáforas, lleva en volandas al relato por sí misma. Sin embargo, es también causa de una debilidad puntual. La decisión de utilizar como vehículo de la narración los pensamientos de cuatro de sus personajes conlleva un gran riesgo. No estructural, sino estilístico. El prefecto Orestes, el fanático Cirilo, la mismísima Hipatia y Marta, la viajera temporal, se expresan en primera persona. Y lo hacen con una sola voz, con la misma voz. Paradójicamente, la fuerte personalidad estilística resalta este defecto y lo hace más notorio.
Lo que salva sin complicaciones el autor es la discontinuidad cronológica, esa misma que impide al filme de Amenábar ser una obra redonda. Allí donde el director decide partir su película con la interposición de un breve texto aclaratorio, el escritor recurre a una solución propia de la ficción histórica. Como hiciera Thornton Wilder en Los Idus de Marzo, Vaquerizo opta por la libertad de creación, y salva los años que separan la toma de la Biblioteca y la muerte de Hipatia anulándolos. Fusiona ambos hechos e informa de ello en una nota final en la que menciona a Carl Sagan, inspirador también, no por casualidad, del realizador de Ágora.
Mencionado Sagan, hay que recordar también a todo aquél que no haya querido leer el pequeño texto en la cubierta del libro, que La última noche de Hipatia es una novela de ciencia ficción, y con una larga tradición detrás de ella además. A medio camino entre La patrulla del tiempo, de Poul Anderson, y El libro del día del juicio final, de Connie Willis (y para quien prefiera otro tipo de referentes, ahí está Caballo de Troya, de J. J. Benítez), cuenta con una protagonista de nuestra propia época que decide ingresar, más o menos voluntariamente, en una suerte de agencia temporal para viajar a un punto decisivo del pasado. El carácter introvertido de la protagonista casa perfectamente con el tipo de narración, y el artificio del agente temporal engrosa esa característica de novela diferente, pues la identificación del lector siempre es más fácil con un personaje de la propia época.
También pertenece a la cf el cuento titulado Habítame y que el tiempo me hiele, incluido en el volumen como complemento de la novela, detalle pertinente, pues comparte universo y personajes con ella. Se trata de una breve pieza publicada hace años, que empieza mejor que acaba y que contiene una idea francamente interesante. Según el autor, constituye un raro fix-up (por el número de historias: dos), y añade otro toque muy particular a un libro que, desde luego, es diferente al resto de los publicados con motivo del relanzamiento cinematográfico de Hipatia.
Sucede que, entre tanto libro cortado por el mismo patrón, a veces se puede encontrar alguno que huye de lo convencional, que da una visión distinta, más arriesgada. Acabamos de asistir a la "fiebre Hipatia" (decir hipática sería colocarse demasiado cerca de la malsonancia) provocada por el estreno de Ágora, la película que Alejandro Amenábar ha centralizado en su figura histórica. En menos de un mes ha aparecido más de una decena de libros dedicados a ella. Si ustedes buscan uno distinto, diferente, acabarán por toparse con La última noche de Hipatia, de Eduardo Vaquerizo. No se trata de algo casual, ya que no estamos ante la típica novela de encargo al uso. Su origen se encuentra en un relato algo más corto escrito ya hace algunos años, uno de esos proyectos que todo escritor deja reposar en el cajón en espera del momento oportuno.
Alejandría, siglo IV de nuestra era. La ciudad se ve sacudida por los vientos de la historia. La tradición helenística de sabiduría y razón se encuentra amenazada por el nuevo poder de la Iglesia.
Hipatia, filósofa y matemática, amada por todos en la ciudad, es la responsable de la Biblioteca, último baluarte de la ciencia. Cuando un nuevo discípulo que dice venir de tierras lejanas se presenta ante ella, la inteligente Hipatia advierte enseguida que oculta un secreto. En efecto, se trata de alguien que ha recorrido los abismos del tiempo para encontrarla... y tal vez salvarla.
Las principales características que hacen de Hipatia un personaje fascinante son dos: su condición de mujer en el mundo antiguo (fue uno de los grandes iconos para la revolución feminista del pasado siglo) y su posición como baluarte de la ciencia y el conocimiento en un momento crítico de la Historia. Vaquerizo ha cruzado de puntillas por encima del primer asunto para centrarse en el segundo. Aunque no descuida al personaje, muestra una mayor querencia hacia el contexto histórico y ese crisol de culturas y religiones que fue la ciudad de Alejandría. Acomete la narración poniendo el acento en lo personal, podría decirse que casi desde el intimismo. Su acercamiento a la historia, por tanto, se aleja radicalmente del propuesto por los escritores de best-sellers.
El escritor madrileño renuncia a la parafernalia externa, al alboroto de las calles, a la pirotecnia y la acción, para emplearse a fondo en la descripción del mundo interior de los diversos personajes. Con ello busca proporcionar al lector una inmersión distinta, de corte más personal, en el pasado alejandrino. Utiliza a cuatro de esos personajes, los tres mejor situados en aquellos sucesos más la protagonista, para mostrar al lector, desde sus respectivas miradas, la suma de factores que condujo a los violentos hechos históricos. Vaquerizo cuenta con ventajas a su favor para conseguir su objetivo, la mayor de ellas, sin duda, su sugerente prosa. Muestra un gran dominio del vocabulario antiguo, y sabe aplicarlo espléndidamente dentro de un tono melancólico y fatalista que realza el contexto histórico y adereza la singladura del lector con tonos ocres.
La calidad de la prosa se vale por sí misma para combatir uno de los puntos más arriesgados de la narración, uno que imaginarán por ya haber sido mencionado. Y es que la falta de momentos de acción en la trama obliga al imperante discurso introspectivo a tirar del carro. Debido a esto, la sensación de relato alargado se hace evidente en ocasiones, aunque no llega a pesar nunca debido al atractivo que, sin interrupción, dimana de la buena escritura del autor.
Ahora mi paisaje es por siempre el verano infinito de Alejandría, el gañir de las gaviotas al anochecer mientras la luz muere en el olor del aceite de los candiles, y la brisa marina sopla fresca, arrastrando las miasmas del calor diurno. En ese paisaje vive ella, sumergida en ese aceite de tiempo, vieja piedra y sensaciones atemporales.
La potente, evocadora prosa de Vaquerizo, plena de eufónicas comparaciones e imaginativas metáforas, lleva en volandas al relato por sí misma. Sin embargo, es también causa de una debilidad puntual. La decisión de utilizar como vehículo de la narración los pensamientos de cuatro de sus personajes conlleva un gran riesgo. No estructural, sino estilístico. El prefecto Orestes, el fanático Cirilo, la mismísima Hipatia y Marta, la viajera temporal, se expresan en primera persona. Y lo hacen con una sola voz, con la misma voz. Paradójicamente, la fuerte personalidad estilística resalta este defecto y lo hace más notorio.
Lo que salva sin complicaciones el autor es la discontinuidad cronológica, esa misma que impide al filme de Amenábar ser una obra redonda. Allí donde el director decide partir su película con la interposición de un breve texto aclaratorio, el escritor recurre a una solución propia de la ficción histórica. Como hiciera Thornton Wilder en Los Idus de Marzo, Vaquerizo opta por la libertad de creación, y salva los años que separan la toma de la Biblioteca y la muerte de Hipatia anulándolos. Fusiona ambos hechos e informa de ello en una nota final en la que menciona a Carl Sagan, inspirador también, no por casualidad, del realizador de Ágora.
Mencionado Sagan, hay que recordar también a todo aquél que no haya querido leer el pequeño texto en la cubierta del libro, que La última noche de Hipatia es una novela de ciencia ficción, y con una larga tradición detrás de ella además. A medio camino entre La patrulla del tiempo, de Poul Anderson, y El libro del día del juicio final, de Connie Willis (y para quien prefiera otro tipo de referentes, ahí está Caballo de Troya, de J. J. Benítez), cuenta con una protagonista de nuestra propia época que decide ingresar, más o menos voluntariamente, en una suerte de agencia temporal para viajar a un punto decisivo del pasado. El carácter introvertido de la protagonista casa perfectamente con el tipo de narración, y el artificio del agente temporal engrosa esa característica de novela diferente, pues la identificación del lector siempre es más fácil con un personaje de la propia época.
También pertenece a la cf el cuento titulado Habítame y que el tiempo me hiele, incluido en el volumen como complemento de la novela, detalle pertinente, pues comparte universo y personajes con ella. Se trata de una breve pieza publicada hace años, que empieza mejor que acaba y que contiene una idea francamente interesante. Según el autor, constituye un raro fix-up (por el número de historias: dos), y añade otro toque muy particular a un libro que, desde luego, es diferente al resto de los publicados con motivo del relanzamiento cinematográfico de Hipatia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario