Esta mañana he realizado una compra que había venido posponiendo durante meses, desde el día en que descubrí el volumen cuya cubierta tienen ustedes ahí abajo, a su izquierda, colocado en una de las muchas estanterías con que cuenta una tienda de libros usados que frecuento. Su elevado precio y la irregularidad en su contenido componían una mezcla disuasiva. Y es que este viejo ómnibus reúne cinco novelas de calidad muy dispar. Las pertenecientes a los poco afamados John Mantley y Dan Morgan no me interesaban mucho. Para colmo, de las tres restantes, escritas por el gran Brian Aldiss, ya tenía dos en otras ediciones (Invernáculo y Galaxias como granos de arena). Por tanto, sólo una quinta parte del libro despertaba mi interés, la novela titulada Viaje sin término.
Creo que ya lo hemos hablado en alguna otra ocasión. Hace años que me liberé de ese extraño mal que acucia a la mayoría de los seguidores de este preciado género literario, esa necesidad imperiosa de cubrir todo hueco del pasado comprando libros y libros, rebuscando como un poseso en los mercadillos y las viejas tiendas ocultas hasta dar caza a la preciada y elusiva pieza que falta en tu biblioteca. Como decía, a mí ya no me afecta, pero aún así, hay casos aislados, ausencias imperdonables que han de ser subsanadas por obligación, y ésta era una de ellas. Porque Viaje sin término es La nave estelar, y La nave estelar es, en mi opinión, la Gran Novela de Brian Aldiss. Y eso es decir mucho.
Este es uno de esos casos en los que uno se pregunta por qué tal o cuál novela no es reeditada, especialmente cuando sí se están recuperando otras obras de calidad inferior. Seguramente, habrá razones poderosas para ello, puede que incluso obvias, pero para mí representa un misterio absoluto. Aldiss es, sin duda, uno de los grandes del género, tanto en el campo de la teoría como en el de la narrativa. Es uno de esos tres o cuatro escritores (Silverberg, LeGuin; el propio Dick... ¿dónde estaría Dick sin el decisivo apoyo del séptimo arte?) que cualquier lector bregado en la ciencia ficción situaría muy por encima de los que cuentan con más fama, pero que por no se sabe qué motivos nunca lograron cruzar la frontera.
El binomio que conforman La nave estelar e Invernáculo es, sin duda, uno de los más fascinantes e imaginativos logros del género. La fuerza de sus imágenes, el exotismo y la vitalidad de los viajes que en ambas novelas se narran, así como la riqueza y originalidad del conjunto, constituyen uno de los hitos de la ciencia ficción escrita. Ojalá algún editor se animara a recuperar la primera de estas maravillas. Con una nueva traducción, si es posible. Y, puestos a pedir, quizás bajo el viejo título, Viaje sin término, por aquello de evitar el que sin duda es el mayor spoiler literario de la historia. En la (seguramente) larga espera, pueden ustedes leer o releer, tal sea su caso, la segunda novela de este maravilloso díptico, fácil de encontrar en su edición de Minotauro y también presente en esta antología de aguilar, y cuyo primer título, En el lento morir de la Tierra, de nuevo prefiero por encima del más moderno Invernáculo. Aquí tienen una crítica:
Curiosamente, cuanto más se aleja de los dictados científicos, más se acerca la ciencia ficción a la anhelada calidad literaria. Es difícil encontrar una obra de temática hard que pueda ser mostrada sin recato fuera del género, y sin embargo, novelas como ésta que nos ocupa, como Ciudad o como Crónicas marcianas, libros que contienen ficciones imposibles por su escaso respeto hacia los dictados de la ciencia moderna, se destapan como fácilmente exportables gracias a sus valores narrativos, sus descripciones y su riqueza imaginativa.
Invernáculo vio la luz de forma algo compleja. Publicada inicialmente como una serie de cinco relatos cortos en la revista “The Magazine of Fantasy and Science Fiction”, fue galardonada con el premio Hugo en 1962 en la categoría de relato, aunque, sorprendentemente, por toda la serie conjunta. A modo de fix up novelizado, se publicó ese mismo año con el título Hothouse en el Reino Unido, y bajo el más sugestivo The Long Afternoon of Earth en EE. UU., en una versión reducida que contaba con 8000 palabras menos. En España, la primera edición se tituló En el lento morir de la Tierra y obtuvo una gran consideración en la década de los 70. Fue incluida por algunas revistas especializadas de entonces dentro de la lista de las 10 mejores novelas de todos los tiempos. El gran dibujante y guionista Carlos Giménez utilizó la novela, en plena Transición española, como punto de partida de un cómic inolvidable, el ya mítico Hom. Años después la obra de Aldiss caería en manos de la editorial Minotauro, que lo publicaría con el ya definitivo título de Invernáculo.
Considerada por el propio Aldiss como sucesora de La nave estelar, Invernáculo desarrolla la travesía, en un futuro extremadamente lejano, del niño-hombre Gren y su pareja, Yattmur, desde su hogar en las frondosas ramas del gran baniano que cubre la mitad iluminada de la Tierra, estática en el espacio desde hace millones de años, hasta la cara oscura, poblada por extrañas mutaciones de las antiguas especies pobladoras del planeta. Tras millones de años de exposición a la radiación incrementada de un Sol moribundo, una explosión de fertilidad vegetal se ha extendido hasta abarcar todo el lado iluminado, relegando a los pocos animales que quedan (insectos gigantes en su mayoría) a una supervivencia frágil adaptada al nuevo medio, y sometiendo al hombre a una involución que le ha sumido en el olvido.
Aldiss desborda imaginación y construye un mundo con identidad propia, extraño, rico en detalles, fascinante y aterrador, auténtica exhibición de atrocidades en la que lo vegetal batalla por el sustento diario en una depredación continua, donde los pocos vestigios de la Humanidad que quedan son caricaturas sórdidas, apenas despojos de la antigua dignidad del Hombre. Invernáculo es, sobre todo, una novela que se fundamenta más en la descripción que en el fondo argumental. El viaje iniciático del pubescente Gren y la morilla parásita que lleva en su cabeza, que es también el de toda la posthumanidad, sumerge al lector en un escenario desasosegante, un ecosistema de violenta belleza que subyuga con sus fascinantes aunque imposibles imágenes. Los gigantescos traveseros y su trasiego continuo por el sistema Tierra-Luna a través de kilométricas telas de araña, los combates entre las voraces algas y los árboles costeros por conseguir un centímetro más de espacio o el paso por el Terminador hacia la oscuridad, a lomos de enormes plantas zancudas, constituyen momentos brillantísimos de una imaginería que delata una mayor preocupación del autor por la espectacularidad del escenario que por la plausibilidad de la historia.
La novela, hay que decirlo, se resiente de su origen serializado. Mal construida, parece derivar en un principio hacia una trama paralela que no tarda en desaparecer y que no vuelve a dar muestras de vida hasta el final. El uso del narrador omnisciente lastra a ratos el acercamiento del sentido de extrañeza al lector, ya que utiliza constantemente terminología moderna para describir un mundo en que todo vestigio de civilización ha desaparecido, provocando en ocasiones una sensación de anacronismo. En todo caso, no parece un error de concepción sino una elección voluntaria, germen estilístico del Aldiss que, pocos años después, se convertiría en uno de los abanderados de la new wave inglesa, tan dada a la experimentación.
Invernáculo pervive, pues, como un compendio de vívidas imágenes que describen la fisonomía de un mundo cercano a su fin, un mundo que pasa los últimos días de existencia inmerso en una fértil degeneración. En la conciliación perfecta de estos opuestos radica su mayor grandeza. Si, tal como aseguran los grandes maestros de la literatura, el principio de una novela ha de condensar, ha de resumir el espíritu del libro entero, esta obra se muestra modélica en el cumplimiento absoluto de la norma. Al igual que David Pringle en su famoso ensayo canónico, no puedo evitar reproducir aquí la primera frase de Invernáculo, en traducción de Matilde Horne:
“Obedeciendo a una ley inalienable, las cosas crecían, proliferaban, tumultuosas y extrañas.”
La versión reducida de esta reseña fue publicada en el nº 38 de la revista Gigamesh.
Creo que ya lo hemos hablado en alguna otra ocasión. Hace años que me liberé de ese extraño mal que acucia a la mayoría de los seguidores de este preciado género literario, esa necesidad imperiosa de cubrir todo hueco del pasado comprando libros y libros, rebuscando como un poseso en los mercadillos y las viejas tiendas ocultas hasta dar caza a la preciada y elusiva pieza que falta en tu biblioteca. Como decía, a mí ya no me afecta, pero aún así, hay casos aislados, ausencias imperdonables que han de ser subsanadas por obligación, y ésta era una de ellas. Porque Viaje sin término es La nave estelar, y La nave estelar es, en mi opinión, la Gran Novela de Brian Aldiss. Y eso es decir mucho.
Este es uno de esos casos en los que uno se pregunta por qué tal o cuál novela no es reeditada, especialmente cuando sí se están recuperando otras obras de calidad inferior. Seguramente, habrá razones poderosas para ello, puede que incluso obvias, pero para mí representa un misterio absoluto. Aldiss es, sin duda, uno de los grandes del género, tanto en el campo de la teoría como en el de la narrativa. Es uno de esos tres o cuatro escritores (Silverberg, LeGuin; el propio Dick... ¿dónde estaría Dick sin el decisivo apoyo del séptimo arte?) que cualquier lector bregado en la ciencia ficción situaría muy por encima de los que cuentan con más fama, pero que por no se sabe qué motivos nunca lograron cruzar la frontera.
El binomio que conforman La nave estelar e Invernáculo es, sin duda, uno de los más fascinantes e imaginativos logros del género. La fuerza de sus imágenes, el exotismo y la vitalidad de los viajes que en ambas novelas se narran, así como la riqueza y originalidad del conjunto, constituyen uno de los hitos de la ciencia ficción escrita. Ojalá algún editor se animara a recuperar la primera de estas maravillas. Con una nueva traducción, si es posible. Y, puestos a pedir, quizás bajo el viejo título, Viaje sin término, por aquello de evitar el que sin duda es el mayor spoiler literario de la historia. En la (seguramente) larga espera, pueden ustedes leer o releer, tal sea su caso, la segunda novela de este maravilloso díptico, fácil de encontrar en su edición de Minotauro y también presente en esta antología de aguilar, y cuyo primer título, En el lento morir de la Tierra, de nuevo prefiero por encima del más moderno Invernáculo. Aquí tienen una crítica:
Curiosamente, cuanto más se aleja de los dictados científicos, más se acerca la ciencia ficción a la anhelada calidad literaria. Es difícil encontrar una obra de temática hard que pueda ser mostrada sin recato fuera del género, y sin embargo, novelas como ésta que nos ocupa, como Ciudad o como Crónicas marcianas, libros que contienen ficciones imposibles por su escaso respeto hacia los dictados de la ciencia moderna, se destapan como fácilmente exportables gracias a sus valores narrativos, sus descripciones y su riqueza imaginativa.
Invernáculo vio la luz de forma algo compleja. Publicada inicialmente como una serie de cinco relatos cortos en la revista “The Magazine of Fantasy and Science Fiction”, fue galardonada con el premio Hugo en 1962 en la categoría de relato, aunque, sorprendentemente, por toda la serie conjunta. A modo de fix up novelizado, se publicó ese mismo año con el título Hothouse en el Reino Unido, y bajo el más sugestivo The Long Afternoon of Earth en EE. UU., en una versión reducida que contaba con 8000 palabras menos. En España, la primera edición se tituló En el lento morir de la Tierra y obtuvo una gran consideración en la década de los 70. Fue incluida por algunas revistas especializadas de entonces dentro de la lista de las 10 mejores novelas de todos los tiempos. El gran dibujante y guionista Carlos Giménez utilizó la novela, en plena Transición española, como punto de partida de un cómic inolvidable, el ya mítico Hom. Años después la obra de Aldiss caería en manos de la editorial Minotauro, que lo publicaría con el ya definitivo título de Invernáculo.
Considerada por el propio Aldiss como sucesora de La nave estelar, Invernáculo desarrolla la travesía, en un futuro extremadamente lejano, del niño-hombre Gren y su pareja, Yattmur, desde su hogar en las frondosas ramas del gran baniano que cubre la mitad iluminada de la Tierra, estática en el espacio desde hace millones de años, hasta la cara oscura, poblada por extrañas mutaciones de las antiguas especies pobladoras del planeta. Tras millones de años de exposición a la radiación incrementada de un Sol moribundo, una explosión de fertilidad vegetal se ha extendido hasta abarcar todo el lado iluminado, relegando a los pocos animales que quedan (insectos gigantes en su mayoría) a una supervivencia frágil adaptada al nuevo medio, y sometiendo al hombre a una involución que le ha sumido en el olvido.
Aldiss desborda imaginación y construye un mundo con identidad propia, extraño, rico en detalles, fascinante y aterrador, auténtica exhibición de atrocidades en la que lo vegetal batalla por el sustento diario en una depredación continua, donde los pocos vestigios de la Humanidad que quedan son caricaturas sórdidas, apenas despojos de la antigua dignidad del Hombre. Invernáculo es, sobre todo, una novela que se fundamenta más en la descripción que en el fondo argumental. El viaje iniciático del pubescente Gren y la morilla parásita que lleva en su cabeza, que es también el de toda la posthumanidad, sumerge al lector en un escenario desasosegante, un ecosistema de violenta belleza que subyuga con sus fascinantes aunque imposibles imágenes. Los gigantescos traveseros y su trasiego continuo por el sistema Tierra-Luna a través de kilométricas telas de araña, los combates entre las voraces algas y los árboles costeros por conseguir un centímetro más de espacio o el paso por el Terminador hacia la oscuridad, a lomos de enormes plantas zancudas, constituyen momentos brillantísimos de una imaginería que delata una mayor preocupación del autor por la espectacularidad del escenario que por la plausibilidad de la historia.
La novela, hay que decirlo, se resiente de su origen serializado. Mal construida, parece derivar en un principio hacia una trama paralela que no tarda en desaparecer y que no vuelve a dar muestras de vida hasta el final. El uso del narrador omnisciente lastra a ratos el acercamiento del sentido de extrañeza al lector, ya que utiliza constantemente terminología moderna para describir un mundo en que todo vestigio de civilización ha desaparecido, provocando en ocasiones una sensación de anacronismo. En todo caso, no parece un error de concepción sino una elección voluntaria, germen estilístico del Aldiss que, pocos años después, se convertiría en uno de los abanderados de la new wave inglesa, tan dada a la experimentación.
Invernáculo pervive, pues, como un compendio de vívidas imágenes que describen la fisonomía de un mundo cercano a su fin, un mundo que pasa los últimos días de existencia inmerso en una fértil degeneración. En la conciliación perfecta de estos opuestos radica su mayor grandeza. Si, tal como aseguran los grandes maestros de la literatura, el principio de una novela ha de condensar, ha de resumir el espíritu del libro entero, esta obra se muestra modélica en el cumplimiento absoluto de la norma. Al igual que David Pringle en su famoso ensayo canónico, no puedo evitar reproducir aquí la primera frase de Invernáculo, en traducción de Matilde Horne:
“Obedeciendo a una ley inalienable, las cosas crecían, proliferaban, tumultuosas y extrañas.”
La versión reducida de esta reseña fue publicada en el nº 38 de la revista Gigamesh.
Aldiss es uno de mis preferidos, que bueno es el tío. A estas dos obras maestras habría, al menos, que sumarle otras dos igual de buenas: "Barbagris" y "El tapiz de Malacia". Sin olvidar un puñado de relatos estupendos. ¡Que pena que no se le siga editando como merece!
ResponderEliminarAh, Barbagris, genial también. Y Frankenstein desencadenado. Y aún no he leído nada de Heliconia, pero tiene una pinta buena buena.
ResponderEliminarLuego hay una novela de la que casi nadie habla pero que a mi me encantó. De acuerdo, no es muy buena, vale, es muy rara y escatológica, pero me sigue pareciendo genial. Me refiero a"Los oscuros años luz".
ResponderEliminarA Aldiss le ha perjudicado su versatilidad.
ResponderEliminarCada novela es diferente.
A mi Heliconia me gusta bastante pero no me parece lo mejor del autor.
Yo voto por Informe sobre la probabilidad A.
¡Ese libro lo tengo yo en casa! Se lo dejó a mi hermano un amigo suyo y nunca se lo devolvió.
ResponderEliminarDe Aldiss recuerdo sobre todo un cuento, "Man in his time" y el impacto que recibí cuando me di cuenta de lo que estaba sucediendo y "rebobiné" de inmediato para empezarlo desde el principio.
Y "El árbol de saliva", claro.
La de "Probabilidad A" me pareció en su día demasiado "nouveau roman" para mis gustos. No sé ahora qué pensaría.
una consulta, alguien sabe si invernaculo tiene alguna continuación dentro de los libros que escribio aldiss?
ResponderEliminarsi me pueden ayudar por favor, me encanto el libro pero creo que el viaje en el quedan sus antiguos compañeros da para otro libro y no se si lo escribió o no.
muchas gracias de ante mano, si me pueden responder por este blog o a mi msn estaria agradecido.
mlobosz@live.cl