viernes, 26 de agosto de 2011

Connie Willis. Tránsito

La Convención Mundial de Ciencia Ficción se ha celebrado este año en su sexagésimo novena edición en Reno, Nevada, bajo el nombre de Renovation. El acto más señalado del evento ha sido, como es habitual, la entrega de los premios Hugo, ceremonia que tuvo lugar hace unos días, el pasado 20 de agosto. En este enlace pueden ver la ceremonia de entrega, y en este otro leer la lista de nominados y ganadores.
El Hugo en la categoría de novela ha ido a parar, por tercera vez, a las manos de Connie Willis, concretamente por el díptico que componen los volúmenes titulados Blackout y All Clear, el cual ya se había alzado con la victoria en los premios Nebula y Locus. Al igual que Por no mencionar al perro y El libro del día del juicio final, sus otras dos novelas galardonadas, esta bilogía se enmarca en la serie oxoniense de viajes temporales. En esta ocasión, el periodo a visitar es la II Guerra Mundial, lo cual hace que entre una y otra cosa se me antoje, a nivel personal, una lectura imprescindible.
A continuación tienen la reseña que escribí hace unos años sobre Tránsito, quizás la peor novela de Connie Willis. Sí, lo sé, habría sido más pertinente presentar algo más acorde con la ocasión, un texto más laudatorio. Créanme, Willis me encanta, y considero El libro del día del juicio final una de las mejores novelas de ciencia ficción de los años 90, pero desgraciadamente, esta reseña es la única que he encontrado en mis arcones. Considérenlo una particularidad más de este blog.





Seré directo: pocas veces me he aburrido tanto con un libro. Algo extraño, en principio, si tenemos en cuenta que la autora es Connie Willis. La norteamericana encadenó una serie de obras de gran calidad en la década de los 90, narraciones repletas de inteligencia en las que el ingenioso humor, la crítica irónica y las convincentes recreaciones de personajes se aunaban en historias divertidas e interesantes. Todo ello la convirtió en una de las mejores (si no la mejor) escritoras de ciencia ficción de la pasada década. Pero nadie es perfecto. En Tránsito, novela ganadora del Locus 2002, Willis despliega su armamento habitual, pero esta vez se le va la mano de largo. La autora no mide bien, abusa de su sello de marca y produce por una vez un libro irregular y aburrido que incurre en el pecado del exceso.
El argumento se puede exponer en pocas palabras. La doctora Joanna Lander se une al neurólogo Richard Wright en un proyecto que intenta reproducir artificialmente las Experiencias Cercanas a la Muerte (ECM) mediante la administración al sujeto de diversos productos químicos. Ante la escasez de individuos reclutados a tal efecto, Joanna se ofrece voluntaria y, tras una ardua investigación, descubre el significado de las ECM. Eso es todo, y para desarrollarlo Willis emplea más de 700 páginas, de las cuales más de 500 son puro relleno. Por una vez, la otrora chispeante Willis se muestra excesiva y cargante. Por las páginas plagadas de diálogos de Tránsito discurren personajes caracterizados con tanto detalle que acaban provocando antipatía. Las pequeñas cotidianidades con las que la escritora suele buscar la complicidad del lector abundan (fast food, productos de supermercado, películas a la última…) y la cháchara intrascendente se apodera de la historia hasta el punto de que, llegado el primer cuarto del libro, aún no se ha avanzado nada en la investigación.
Para ser justos, hay que decir que esto no es un error de pulso, sino que responde a la intención de la escritora de despertar un efecto concreto en el lector. Willis intenta crear un paralelismo entre el proceso mental de las ECM y el desarrollo de la investigación de la doctora Lander. Para ello abusa de la reiteración y embarca a la protagonista en constantes idas y venidas por los laberínticos pasillos del hospital, buscando siempre una escalera libre o una habitación abierta por la que llegar adonde iba. La recurrencia excesiva a los mismos personajes, a las mismas frases (ese machacón «dar pistas»), a las mismas estancias (esa cafetería mil veces cerrada), llegan a acercar la novela en algunos momentos al vodevil: abrir, cerrar; bajar, subir; entrar, salir… Todos estos artificios producen el efecto deseado, pues la sensación que el paralelismo entre la narración y su significante transmite al lector es más intensa, pero el coste acaba siendo exageradamente alto, ya que una atmósfera de pesadez se apodera de la novela. Para colmo, cuando ya todo ha acabado, cuando todas las acciones han llegado a su fin, el sobrante último cuarto del libro no es más que una revisitación desde una nueva perspectiva a lo que ya había ocurrido anteriormente y cuyo desenlace el lector ya conoce de antemano.
También hay cosas que alabar, por supuesto. La autora escribe con un saludable distanciamiento acerca de un tema tan dado al sensacionalismo como lo son las ECM. Desde un punto de vista racional, Willis no da ni quita y sólo se muestra radical al ridiculizar a los estafadores y charlatanes. Son también grandes aciertos las entradillas a los capítulos, esas «famosas últimas palabras» que constituyen un agradable toque de humor mórbido. O algunos personajes memorables, como el obtuso señor Mandrake y el charlatán señor Wojakowski, tan logrados que sacan de quicio al lector desde su ficticia existencia. Son buenos detalles, aunque insuficientes para salvar por sí solos a un libro de semejante grosor. Parece que, como otros autores del género antes que ella (por ejemplo Greg Bear), Connie Willis se encamina hacia el mejor remunerado best-seller, y desgraciadamente con idéntico resultado. Tránsito se integra cómodamente en esa joven modalidad denominada «thriller científico», abundante en paja y escasa en grano. Esperemos que no se trate de una declaración de intenciones.
Un último apunte. Una vez más, el famoso prólogo editorial que precede toda novela de la colección Nova vuelve a rozar el absurdo. Conocida es la opinión de muchos aficionados al respecto, pero en esta ocasión es el mismo autor quien da muestras de cansancio. Con una cierta falta de respeto hacia quien sigue la colección entera, parte de este prólogo está literalmente copiada («copipasteada», dirían los modernos) del aparecido en Por no mencionar al perro, número 122 de la colección.
Cosas veredes...

Reseña original publicada anteriormente en Bibliópolis, crítica en la red


5 comentarios:

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  2. Pues a mí me encantó "Tránsito", quizás porque hace un doble juego que me intrigaba: cómo puede ser que salga con una alegoría tan ramplona para describir la muerte, y cómo lleva eso hasta el final, intrigando a sus protagonistas, y sin resolverlo.

    De hecho lo que menos me ha gustado de Willis han sido algunos relatos y novelas cortas: "Remake" me parece infumable.

    Pero vamos, el maestro es "Por no mencionar al perro". Está tan sumamente bien construido y es tan tan divertido que no me deja de alucinar.

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  3. El problema es que ese final metafórico del Titanic explica algo cuya conclusión el lector ya sabe, y es un contar por contar. Es como el paralelismo que establece entre el deambular por los recovecos del edificio y los de esa realidad mental imaginaria con la que el cerebro intenta encontrar una salida ante la muerte. Tránsito es, por extraño que parezca, una novela experimental. Y a mi parecer fallida.

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  4. Sí, pero ¿a ti no te pasa que en las cosas fallidas los aciertos son bastante más notables?

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  5. Pues no. Cuando una obra experimental resulta excelente es porque los aciertos lo han sido. En una mediocre pueden parecer brillantes precisamente por contraste, no porque lo sean. Vamos, que a mí no me pasa eso.

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