Hace unas entradas expresaba un deseo: que en sus futuras creaciones de ciencia ficción los escritores generalistas tuvieran en cuenta como referente las obras literarias más que las cinematográficas. Bien, aquí tenemos un adelanto esperanzador. En la edición de El País del pasado sábado, Rosa Montero, que ya había alabado antes a algún otro escritor del género, escribía poco menos que un ditirambo sobre Ursula K. LeGuin, una de esas figuras de la literatura de ciencia ficción cuya grandeza casi todos los aficionados tenemos en mente, y a la que postulamos en las primeros posiciones cuando nos preguntan por determinados nombres del género que la literatura general debería tener en cuenta.
Montero titula su artículo La grandeza de Ursula K. LeGuin, y se muestra certera en todas sus apreciaciones. A nivel personal, me encanta que una escritora como ella, que si bien ha visitado varios géneros en sus obras suele ser integrada en la literatura convencional, no sólo defienda la pertenencia de su libro más reciente, Lágrimas en la lluvia, a la antiguamente denostada ciencia ficción, sino que además haga proselitismo de ella. Independientemente de la mayor o menor calidad que pueda tener el libro de Montero, se trata sin duda de un paso importante, un ir un poco más allá en este imparable proceso de reconocimiento de un género que en su aspecto más popular lleva décadas salvando la economía del séptimo arte y que en su faceta literaria ha dado algunas de las mejores obras, etiquetas aparte, del pasado siglo XX. Una de ellas está reseñada en el siguiente texto, que escribí hace años y que pueden leer ustedes a continuación.
Ursula K. Le Guin pertenece al escaso número de escritores de ciencia-ficción que han obtenido la consideración de la crítica literaria fuera del género. Ello se debe a un rico estilo narrativo y, sobre todo, al uso que hace de la cf como herramienta especulativa de alto nivel. "Toda ficción es metafórica", dice Le Guin. "Lo que diferencia a la cf de las otras viejas formas de ficción es el uso de nuevas metáforas." Toda su obra evidencia la fidelidad de la autora a este principio. Le Guin utiliza sus numerosos cuentos y novelas no como un simple entretenimiento, sino como vehículo con el que hacer llegar al público sus inquietudes en los terrenos social y humano. Así, las novelas del Ecumen, a las que pertenece La mano izquierda de la oscuridad, no son más que trasposiciones de los problemas reales que alberga nuestra sociedad a mundos imaginarios convertidos en lugar de estudio donde desarrollar esas nuevas metáforas.
En este caso, ese mundo es Gueden, llamado Invierno por los ecúmenos debido al gélido clima que soporta. Hasta allí llega Genly Ai, enviado con el propósito de contactar con sus habitantes y proponerles unirse a una liga de planetas de carácter humanista conocida como el Ecumen. Los guedenianos tienen una particularidad que los hace únicos: son hermafroditas, y adoptan uno u otro sexo exclusivamente en la época de celo, denominada kemmer. Ai contacta sucesivamente con las dos grandes naciones de Gueden, y acaba siendo utilizado y perseguido por ambas. Ayudado por Estraven, un ex alto cargo exiliado, logrará huir hacia los helados desiertos del norte. En la esforzada travesía se producirá finalmente la mutua comprensión de los dos individuos, representante cada uno de sus respectivos modelos sociales.
El lector acompaña al protagonista en ese largo camino hacia la aceptación de una sociedad ajena y diferente. De las intrigas políticas y palaciegas de Karhide a la distopía burocrática de Orgoreyn, y finalmente a la forzada fuga a través de los hielos. Es en esta última parte donde el estilo de Le Guin, de la que sorprendentemente se suele halagar su lucidez ideológica sin hacer mención a la estilística, brilla con contundencia. La travesía de Estraven y Ai entronca directamente con la mejor literatura de viajes polares. La larga lucha por la supervivencia en tan duras condiciones y la correspondiente proximidad humana, junto con el uso alternativo por parte de la autora de la narración en primera persona, hacen comprensible el inevitable acercamiento entre los dos personajes principales y sus causas.
En breves capítulos, intercalados con la acción y ajenos a ella, se van conociendo detalles importantes de los guedenianos a través de sus leyendas. La sociedad guedeniana carece de diferenciación “real” de sexos, así como de instinto sexual continuo. De ello resulta una falta de pasión (el paralelismo con la gelidez del planeta está magníficamente plasmado) cuyas consecuencias se traducen en una cierta laxitud evolutiva social y cultural y un total desconocimiento de la guerra. Un principio causa-efecto algo discutible, quizás una visión en exceso parcial de las posibles consecuencias alternativas.
En todo caso, asuntos menores al lado del verdadero objetivo de Le Guin. La metáfora de la escritora invita a calibrar desde una nueva perspectiva la importancia que en nuestra sociedad ha tenido y tiene la división hombre/mujer y el instinto sexual. Un interesante estudio acerca de la asunción de roles y lo que esto supone en la construcción de la civilización misma, tal como la conocemos. Una novela con un claro mensaje: la diferencia entre sexos sólo existe en los ojos del que mira. Dos sexos distintos, un solo ser. Una idea con la que no todos los lectores estarán de acuerdo.
Reseña original publicada anteriormente en Bibliópolis, crítica en la red
Montero titula su artículo La grandeza de Ursula K. LeGuin, y se muestra certera en todas sus apreciaciones. A nivel personal, me encanta que una escritora como ella, que si bien ha visitado varios géneros en sus obras suele ser integrada en la literatura convencional, no sólo defienda la pertenencia de su libro más reciente, Lágrimas en la lluvia, a la antiguamente denostada ciencia ficción, sino que además haga proselitismo de ella. Independientemente de la mayor o menor calidad que pueda tener el libro de Montero, se trata sin duda de un paso importante, un ir un poco más allá en este imparable proceso de reconocimiento de un género que en su aspecto más popular lleva décadas salvando la economía del séptimo arte y que en su faceta literaria ha dado algunas de las mejores obras, etiquetas aparte, del pasado siglo XX. Una de ellas está reseñada en el siguiente texto, que escribí hace años y que pueden leer ustedes a continuación.
Ursula K. Le Guin pertenece al escaso número de escritores de ciencia-ficción que han obtenido la consideración de la crítica literaria fuera del género. Ello se debe a un rico estilo narrativo y, sobre todo, al uso que hace de la cf como herramienta especulativa de alto nivel. "Toda ficción es metafórica", dice Le Guin. "Lo que diferencia a la cf de las otras viejas formas de ficción es el uso de nuevas metáforas." Toda su obra evidencia la fidelidad de la autora a este principio. Le Guin utiliza sus numerosos cuentos y novelas no como un simple entretenimiento, sino como vehículo con el que hacer llegar al público sus inquietudes en los terrenos social y humano. Así, las novelas del Ecumen, a las que pertenece La mano izquierda de la oscuridad, no son más que trasposiciones de los problemas reales que alberga nuestra sociedad a mundos imaginarios convertidos en lugar de estudio donde desarrollar esas nuevas metáforas.
En este caso, ese mundo es Gueden, llamado Invierno por los ecúmenos debido al gélido clima que soporta. Hasta allí llega Genly Ai, enviado con el propósito de contactar con sus habitantes y proponerles unirse a una liga de planetas de carácter humanista conocida como el Ecumen. Los guedenianos tienen una particularidad que los hace únicos: son hermafroditas, y adoptan uno u otro sexo exclusivamente en la época de celo, denominada kemmer. Ai contacta sucesivamente con las dos grandes naciones de Gueden, y acaba siendo utilizado y perseguido por ambas. Ayudado por Estraven, un ex alto cargo exiliado, logrará huir hacia los helados desiertos del norte. En la esforzada travesía se producirá finalmente la mutua comprensión de los dos individuos, representante cada uno de sus respectivos modelos sociales.
El lector acompaña al protagonista en ese largo camino hacia la aceptación de una sociedad ajena y diferente. De las intrigas políticas y palaciegas de Karhide a la distopía burocrática de Orgoreyn, y finalmente a la forzada fuga a través de los hielos. Es en esta última parte donde el estilo de Le Guin, de la que sorprendentemente se suele halagar su lucidez ideológica sin hacer mención a la estilística, brilla con contundencia. La travesía de Estraven y Ai entronca directamente con la mejor literatura de viajes polares. La larga lucha por la supervivencia en tan duras condiciones y la correspondiente proximidad humana, junto con el uso alternativo por parte de la autora de la narración en primera persona, hacen comprensible el inevitable acercamiento entre los dos personajes principales y sus causas.
En breves capítulos, intercalados con la acción y ajenos a ella, se van conociendo detalles importantes de los guedenianos a través de sus leyendas. La sociedad guedeniana carece de diferenciación “real” de sexos, así como de instinto sexual continuo. De ello resulta una falta de pasión (el paralelismo con la gelidez del planeta está magníficamente plasmado) cuyas consecuencias se traducen en una cierta laxitud evolutiva social y cultural y un total desconocimiento de la guerra. Un principio causa-efecto algo discutible, quizás una visión en exceso parcial de las posibles consecuencias alternativas.
En todo caso, asuntos menores al lado del verdadero objetivo de Le Guin. La metáfora de la escritora invita a calibrar desde una nueva perspectiva la importancia que en nuestra sociedad ha tenido y tiene la división hombre/mujer y el instinto sexual. Un interesante estudio acerca de la asunción de roles y lo que esto supone en la construcción de la civilización misma, tal como la conocemos. Una novela con un claro mensaje: la diferencia entre sexos sólo existe en los ojos del que mira. Dos sexos distintos, un solo ser. Una idea con la que no todos los lectores estarán de acuerdo.
Reseña original publicada anteriormente en Bibliópolis, crítica en la red
Unas 15 veces he intentado leerlo, y cada una de ellas me rendí en el primer capítulo. Hora de volver a intentarlo.
ResponderEliminarA veces la conexión con un libro, por los motivos que sean, es imposible. Yo antes me lo tomaba a pecho y terminaba todos los que empezaba, aunque me costara mucho y tuviera que volver a él varias veces. Ahora ya no. He pasado a darle más valor a todos los que me faltan por leer. En todo caso, suerte con la 16.
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