Acaba de ser publicada en nuestro país Anatema, la última novela escrita por ese adalid de la incontinencia narrativa llamado Neal Stephenson, un éxito de ventas en EE. UU. del cual hice un breve apunte hace unos meses. En los primeros párrafos de la consabida presentación del libro, Miquel Barceló dedica uno de sus inocentes comentarios a la que es, para su gusto, la peor novela de Stephenson hasta la fecha, la por otra parte enormemente popular Snow Crash. La califica de "juvenil", y no seré yo quien le lleve la contraria esta vez. Es más, esa fue precisamente la valoración que hice de ella hace años, cuando escribí el texto que viene a continuación. Después de lo leído en Prospectiva la semana pasada (qué humor tiene usted, señor Marín), su apertura se me antoja rara, incluso chocante. Que ustedes lo disfruten, aunque sólo sea por la contemplación de esos arcos coincidentes en las cubiertas de ambos libros.
El ciberpunk, tal como lo entendemos los aficionados a la ciencia ficción literaria, vino al mundo de la mano de William Gibson. Y poco importa si fue el cuento "Johny Nemonic" en 1981, o la novela Neuromante en 1984, quien debería correr con la gloria de haber sido la primera obra de esa nueva tendencia. Lo que está claro es que, gracias a los cuentos de Gibson y a su posterior Trilogía del Sprawl, un nuevo y polémico subgénero vino en la década de los 80 a refrescar para algunos y denigrar para otros, a sacudir en definitiva, el panorama de la ciencia ficción mundial.
A su vera, nuevos autores fueron incorporando sus propios estilos a las bases marcadas por Gibson en sus obras hasta el punto de que esta nueva corriente, con apenas 10 años de existencia, siempre fiel a sí misma, fue presuntamente finiquitada para ser, acto seguido, inmediatamente resucitada. Conforme a esas eternas modas etiquetadoras que tanto gustan, la nueva visión del efímero subgénero fue denominada de diversas maneras, bajo nombres como ciberpunk de segunda generación, post-ciberpunk y otras lindezas. Neal Stephenson pasó a ser reconocido como uno de sus principales abanderados.
Si Snow Crash, tercer libro del autor, ha de responder a un calificativo, éste ha de ser el de ruidoso. Escrito con un ritmo alocado y un pulso que busca dejar sin resuello, la novela de Stephenson convierte la utilización del tiempo presente, sazonado con la aparición de no pocos tacos, en una oda a la velocidad y el estruendo, a la acción más desenfrenada en un marco irrepetible; tal y como fue concebido, puro cómic, aunque sin viñetas. Todo ello apoyado en una parafernalia macarra en la que hackers informáticos, jovencitas en monopatín, ciborgs caninos y mafiosos fabricantes de pizza luchan, espadas y monopatín en mano, contra megalómanos sin escrúpulos, organizaciones estatales deudoras del Gran Hermano de Orwell y hordas tercermundistas dispuestas a desembarcar por la fuerza en unos EE. UU. disueltos en mil franquicias distintas. Y, curiosamente, paralelo a ese fragmentado, desquiciado y próximo mundo que Stephenson tan bien describe, se encuentra el Metaverso, la otra cara de la moneda.
Mucho más blando y riguroso que el ciberespacio de Gibson, el Metaverso es una auténtica aldea global, bastante más tranquila que el mundo real. El caos intentará invadir este nuevo paraíso virtual por medio de una extraña droga informática que sólo afecta a los programadores: el snow crash. Si Neuromante es crucial en la estética de esta novela, la inspiración creadora de su núcleo central parte de otro libro importante de finales de los 80: El gen egoista. En él, Richard Dawkins recoge y da forma a un puñado de revolucionarias teorías que refieren el evolucionismo de la transmisión cultural como algo vivo y análogo a la evolución biológica, llegando a dar nombre a un concepto que ganaría popularidad rápidamente: el meme.
Stephenson utiliza las teorías de Dawkins acerca de la autorreplicación de las ideas como algo vírico y las aplica a su novela, sumergiéndolas en la antigüedad y los mitos sumerios y rescatando del olvido a sus viejas deidades perdidas. Para el autor de Snow Crash, la información es un virus que se autopropaga por imitación. El cerebro humano es tan programable como el electrónico, y los viejos dioses lo sabían. El truco, tan sencillo como evidente, consiste en conocer el lenguaje de programación. La lucha por conseguir ese lenguaje es lo que cimenta la novela.
Su protagonista (Hiro Protagonist), comienza como un simple repartidor de pizza y acaba como "el héroe de todas las cosas", dejando por el camino unos cuantos fiambres y, sobre todo, mucho ruido. En una escatimada conclusión, el autor nos propone la muerte de uno de los tipos más peligrosos que jamás hayan pisado una novela del género, a manos no del protagonista, sino de quien menos se espera. En un inexplicable cambio de opinión, como si fuera a existir una segunda parte, Stephenson lo deja precisamente en eso: una propuesta. Con un final fiel a sí mismo, es decir, veloz, Snow Crash deja una alegre sensación de divertimento más propia de otros medios muy distintos del escrito. Pero también hay que hablar de otras cosas.
Entre el maremagnum de armas increíbles, tipos duros, gadgets asombrosos, chistes ocurrentes y acción ininterrumpida, el verdadero tema central acaba apareciendo quizá demasiado tarde. Es tanto el ruido inicial que los árboles no dejan ver el bosque hasta la mitad del libro, cuando tanta cáscara (espectacular pero vacía), comienza a cansar un poco. Una mejor integración de la historia memética con los omnipresentes fuegos artificiales habría convertido el producto en algo superior.
En todo caso, Snow Crash es una obra innovadora que hace evolucionar al renacido ciberpunk por los caminos de la novela juvenil de aventuras, sustituyendo la atmósfera noir por el más puro rock and roll. Neto entretenimiento para lectores con ganas de pasar un buen rato. Puro cómic.
El texto original de esta reseña fue publicado en el Sitio de Ciencia-Ficción.
El ciberpunk, tal como lo entendemos los aficionados a la ciencia ficción literaria, vino al mundo de la mano de William Gibson. Y poco importa si fue el cuento "Johny Nemonic" en 1981, o la novela Neuromante en 1984, quien debería correr con la gloria de haber sido la primera obra de esa nueva tendencia. Lo que está claro es que, gracias a los cuentos de Gibson y a su posterior Trilogía del Sprawl, un nuevo y polémico subgénero vino en la década de los 80 a refrescar para algunos y denigrar para otros, a sacudir en definitiva, el panorama de la ciencia ficción mundial.
A su vera, nuevos autores fueron incorporando sus propios estilos a las bases marcadas por Gibson en sus obras hasta el punto de que esta nueva corriente, con apenas 10 años de existencia, siempre fiel a sí misma, fue presuntamente finiquitada para ser, acto seguido, inmediatamente resucitada. Conforme a esas eternas modas etiquetadoras que tanto gustan, la nueva visión del efímero subgénero fue denominada de diversas maneras, bajo nombres como ciberpunk de segunda generación, post-ciberpunk y otras lindezas. Neal Stephenson pasó a ser reconocido como uno de sus principales abanderados.
Si Snow Crash, tercer libro del autor, ha de responder a un calificativo, éste ha de ser el de ruidoso. Escrito con un ritmo alocado y un pulso que busca dejar sin resuello, la novela de Stephenson convierte la utilización del tiempo presente, sazonado con la aparición de no pocos tacos, en una oda a la velocidad y el estruendo, a la acción más desenfrenada en un marco irrepetible; tal y como fue concebido, puro cómic, aunque sin viñetas. Todo ello apoyado en una parafernalia macarra en la que hackers informáticos, jovencitas en monopatín, ciborgs caninos y mafiosos fabricantes de pizza luchan, espadas y monopatín en mano, contra megalómanos sin escrúpulos, organizaciones estatales deudoras del Gran Hermano de Orwell y hordas tercermundistas dispuestas a desembarcar por la fuerza en unos EE. UU. disueltos en mil franquicias distintas. Y, curiosamente, paralelo a ese fragmentado, desquiciado y próximo mundo que Stephenson tan bien describe, se encuentra el Metaverso, la otra cara de la moneda.
Mucho más blando y riguroso que el ciberespacio de Gibson, el Metaverso es una auténtica aldea global, bastante más tranquila que el mundo real. El caos intentará invadir este nuevo paraíso virtual por medio de una extraña droga informática que sólo afecta a los programadores: el snow crash. Si Neuromante es crucial en la estética de esta novela, la inspiración creadora de su núcleo central parte de otro libro importante de finales de los 80: El gen egoista. En él, Richard Dawkins recoge y da forma a un puñado de revolucionarias teorías que refieren el evolucionismo de la transmisión cultural como algo vivo y análogo a la evolución biológica, llegando a dar nombre a un concepto que ganaría popularidad rápidamente: el meme.
Stephenson utiliza las teorías de Dawkins acerca de la autorreplicación de las ideas como algo vírico y las aplica a su novela, sumergiéndolas en la antigüedad y los mitos sumerios y rescatando del olvido a sus viejas deidades perdidas. Para el autor de Snow Crash, la información es un virus que se autopropaga por imitación. El cerebro humano es tan programable como el electrónico, y los viejos dioses lo sabían. El truco, tan sencillo como evidente, consiste en conocer el lenguaje de programación. La lucha por conseguir ese lenguaje es lo que cimenta la novela.
Su protagonista (Hiro Protagonist), comienza como un simple repartidor de pizza y acaba como "el héroe de todas las cosas", dejando por el camino unos cuantos fiambres y, sobre todo, mucho ruido. En una escatimada conclusión, el autor nos propone la muerte de uno de los tipos más peligrosos que jamás hayan pisado una novela del género, a manos no del protagonista, sino de quien menos se espera. En un inexplicable cambio de opinión, como si fuera a existir una segunda parte, Stephenson lo deja precisamente en eso: una propuesta. Con un final fiel a sí mismo, es decir, veloz, Snow Crash deja una alegre sensación de divertimento más propia de otros medios muy distintos del escrito. Pero también hay que hablar de otras cosas.
Entre el maremagnum de armas increíbles, tipos duros, gadgets asombrosos, chistes ocurrentes y acción ininterrumpida, el verdadero tema central acaba apareciendo quizá demasiado tarde. Es tanto el ruido inicial que los árboles no dejan ver el bosque hasta la mitad del libro, cuando tanta cáscara (espectacular pero vacía), comienza a cansar un poco. Una mejor integración de la historia memética con los omnipresentes fuegos artificiales habría convertido el producto en algo superior.
En todo caso, Snow Crash es una obra innovadora que hace evolucionar al renacido ciberpunk por los caminos de la novela juvenil de aventuras, sustituyendo la atmósfera noir por el más puro rock and roll. Neto entretenimiento para lectores con ganas de pasar un buen rato. Puro cómic.
El texto original de esta reseña fue publicado en el Sitio de Ciencia-Ficción.
"adalid de la incontinencia narrativa" es una definición perfecta. Yo estoy con La era del diamante.
ResponderEliminarPues ese es en el que más comedido está. Ni se te ocurra probar con el Criptonomicón o el Ciclo Barroco. Yo caí en el primer asalto.
ResponderEliminarA mi snowcrash me encantó y posiblemente esté en mi top diez (o seis) si algún día llego a tenerlo :)
ResponderEliminarNo sé yo si el hecho de que Barceló opine que es su peor novela no sea por el contenido, sino por el continente, aka dónde se publicó. Igual que, para ser comisario de una exposición itinerante sobre la cf, se olvide de "La guerra de las salamandras" en el apartado de las distopías, se olvide de ciertas obras de Egan en la cf contemporánea... Ya, soy un malpensao :)
ResponderEliminarY Snow Crash no es para tanto, por muchas veces que me despidan.
Truman, es que tú eres un tipo muy juvenil. :)
ResponderEliminarY claro, Alex, por eso subrayo lo de "inocente". Abrir la introducción de un libro propio señalando los defectos de un libro del mismo autor publicado por otra editorial es muy suyo.
Mira, que se ahogue en la inquina que tiene a esa "otra" editorial y que lo vomite en presentaciones, foros, blogs y en su tribuna universitaria me la trae bien al pairo. Ahora bien, las omisiones en una exposición me parece de una irresponsabilidad vergonzosa, una manipulación más propia de políticos gurtelianos que de un intelectual.
ResponderEliminarPara mi Snow Crash es una novela muy sobrevalorada. Aunque no le discuto su valor como entretenimiento, que es alto, no me parece una obra especialmente innovadora más allá de aspectos superficiales. De hecho, el metaverso raya en lo ridículo. Me parece más conseguida Zodiac, otra obra "ligera" del propio Stephenson más divertida y sólida(aunque no Ciberpunk, entiendo que no tocaba mencionarla, sorry). En cuanto al ciberpunk, me parecen más innovadoras Ciudad Permutación o Rainbows End, o la misma Era del Diamante del mismo autor, la verdad (más ciber, como mínimo, aunque quizás menos punk). Aunque insisto, no digo que Snow Crash sea mala novela.
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