La capacidad comparativa es una de las herramientas más utilizadas por la mente humana. Recurrimos a ella continuamente, para comprender el mundo, para valorarlo y catalogarlo. A poco que analicemos los métodos con los que hacemos llegar nuestro punto de vista al prójimo, habremos de admitir que no existe un recurso más potente que la utilización de un ejemplo. El ejercicio de contraposición, en apoyo o denuesto según venga al caso, facilita la elaboración de conclusiones válidas respecto a las cualidades del objeto ponderado, sea éste material o conceptual. Fenómenos tan populares como los premios o las listas parten de esa necesidad humana de comparar. Cierto es que hay muchas personas a las que les desagrada el supuesto aspecto competitivo que rodea a ambos (Rafael Marín reniega de lo que él considera "carreras de caballos"; Javier Marías, aun con cierto tono humorístico, habla de vejación), pero es indudable que, acto seguido de su anuncio, tanto las listas como los premios consiguen, casi siempre, levantar una notable expectación.
Diciembre es un mes propicio para las valoraciones, para resumir de forma jerárquica lo que ha dado de sí el año en diversas materias. La mundialmente famosa revista Time, por ejemplo, publica siempre por estas fechas una lista con aquello que ha constituido, en su opinión, el top ten anual en diversas categorías. Estas van desde lo usual (por ejemplo, "Películas") hasta lo peregrino ("Meteduras de pata en la campaña electoral"). Si tenemos en cuenta su fuerte carácter autóctono, esta lista adquiere un gran valor como referente del sentir norteamericano en cuestiones de gran interés. Hace tres años que la sigo con la sana curiosidad de conocer qué se cuece al otro lado del Atlántico, para estar al día en algunas de las categorías y para comparar el contenido de otras con mis propias opiniones. Y, qué diablos, para practicar uno de mis mayores vicios: la procrastinación.
Curioseando a través de los numerosos enlaces, me regocijan, primero, las calificaciones dadas en algunas categorías que no tienen mucho que ver con el tema que trato en este blog, o al menos no directamente. Son asuntos de importancia dispar, que afectan con intensidades distintas mi sensibilidad. Por ejemplo: la presencia en sus correspondientes números uno de Wall-E, una auténtica maravilla de la ciencia ficción cinematográfica, y de La constante, el laberíntico y maravilloso episodio perteneciente a "Perdidos", a mi parecer la mejor serie de la televisión actual (o de siempre); el segundo puesto que otorgan a la victoria en Wimbledon de Rafael Nadal en el denominado "partido de todos los tiempos", o, sin salir del deporte, el reconocimiento de la gesta española en la Eurocopa por parte de un país que no admira el fútbol; todos y cada uno de los momentos olímpicos, cuyo simple recuerdo me emociona (Bolt, Phelps, Isinbayeva, la final de baloncesto, por no hablar de la ceremonia inaugural), que demuestran que las Olimpiadas son, seguramente, la más grande manifestación en vivo del espíritu humano. Todos ellos, y cada uno, calibran el grado de conexión entre mi percepción de lo remarcable y la de los demás.
Pero olvidémonos pronto de lo anterior, cuya única utilidad es personal. En lo que atañe a este blog, es decir, en aquello que tiene que ver con la literatura y el género fantástico, cabe destacar, de inicio, una insustancial anécdota. La categoría de no ficción está encabezada por The Forever War, ensayo de Dexter Filkins que analiza el papel de EE. UU. en las dos guerras en las que se ha visto envuelto recientemente, y que, como pueden imaginarse, no comparte mas que el título con cierta obra maestra de la cf. En cuanto a la categoría de ficción, John Updike cierra el top ten con la secuela de Las brujas de Eastwick, ahora viudas, precedido por Neil Gaiman y su The Graveyard Book. El cuarto puesto supone para mí una sorpresa, ya que si bien es un hecho que la crítica y el público lector han aceptado finalmente la integración de la cf limítrofe en la generalidad, es más raro comprobar que también lo hace con la parte del género más complicada. Las noticias que me han llegado de Anathem, de Neal Stephenson, me hacen sospechar que se trata de un libro de complejidad mayúscula, integrado en la parte hard del género, esa cuya lectura exige una cierta especialización. Y sin embargo, ahí está, como cuarto libro de ficción del año.
La campanada de la lista la da el difunto Roberto Bolaño, o más bien su obra póstuma, 2666. Oprah Winfrey no es sólo el personaje televisivo estadounidense más popular y que más cobra, sino también el más influyente. Sus consejos literarios ayudaron, y mucho, a que La carretera, del maestro Cormac McCarthy, fuera allí el libro del año en 2006. La apuesta de la presentadora por el chileno ha ayudado a encumbrarlo hasta la cima del mercado estadounidense. El olfato de Oprah para la buena literatura parece ser tan fino como su indiscutible talento para el espectáculo. Tengo que confesar que aún no he leído la ciclópea novela de Bolaño (quien quiera una opinión cualificada, que le eche un ojo, por ponerles un ejemplo norteamericano, a lo escrito por Jonathan Lethem en The New York Times), pero sin haberlo hecho, hay algo en torno a ella que me conmueve.
2666 consta de cinco partes, en realidad cinco libros que acaban por conformar un conjunto que cobra todo su sentido, parece ser que inmenso, al ser considerado en su totalidad. El autor, viendo cercana su muerte, decidió que el sustento de los suyos era más importante que la fidelidad a su obra, y dejó ordenada la salida al mercado en cinco partes. Y he aquí lo inaudito. Sus herederos, en connivencia con Jorge Herralde, su editor, decidieron que la obra era más importante que la ganancia pecuniaria, y así 2666 vio la luz casi como la había imaginado su autor. Digo casi porque, desgraciadamente, no logró concluirla del todo. Gran parte de su éxito, primero en castellano y ahora en inglés, se debe a esa edición unitaria.
Si son ustedes aficionados al fantástico, tendrán ahora mismo dibujada en el rostro una tímida y cínica sonrisa de reconocimiento. Si aún queda alguien que ignore el asunto, sepan que casi todas las novelas del anteriormente citado Neal Stephenson fueron divididas arbitrariamente en dos o tres volúmenes por la editorial encargada de publicarlas en España. Así, una novela fue dividida en tres, y una serie posterior, que originalmente constaba de tres libros, se acabó publicando en -ya no estoy muy seguro- ocho o nueve. Eso quiere decir que el aficionado español que quiso leer la obra completa tuvo que pagar el triple que un norteamericano, y que el autor vio cómo su creación, pensada unitariamente, era sajada en pro de mayores beneficios. Ahora contemplo el éxito de 2666, del gran Roberto Bolaño, y pienso que a veces, sólo a veces, las cosas son como deberían ser.
Curioseando a través de los numerosos enlaces, me regocijan, primero, las calificaciones dadas en algunas categorías que no tienen mucho que ver con el tema que trato en este blog, o al menos no directamente. Son asuntos de importancia dispar, que afectan con intensidades distintas mi sensibilidad. Por ejemplo: la presencia en sus correspondientes números uno de Wall-E, una auténtica maravilla de la ciencia ficción cinematográfica, y de La constante, el laberíntico y maravilloso episodio perteneciente a "Perdidos", a mi parecer la mejor serie de la televisión actual (o de siempre); el segundo puesto que otorgan a la victoria en Wimbledon de Rafael Nadal en el denominado "partido de todos los tiempos", o, sin salir del deporte, el reconocimiento de la gesta española en la Eurocopa por parte de un país que no admira el fútbol; todos y cada uno de los momentos olímpicos, cuyo simple recuerdo me emociona (Bolt, Phelps, Isinbayeva, la final de baloncesto, por no hablar de la ceremonia inaugural), que demuestran que las Olimpiadas son, seguramente, la más grande manifestación en vivo del espíritu humano. Todos ellos, y cada uno, calibran el grado de conexión entre mi percepción de lo remarcable y la de los demás.
Pero olvidémonos pronto de lo anterior, cuya única utilidad es personal. En lo que atañe a este blog, es decir, en aquello que tiene que ver con la literatura y el género fantástico, cabe destacar, de inicio, una insustancial anécdota. La categoría de no ficción está encabezada por The Forever War, ensayo de Dexter Filkins que analiza el papel de EE. UU. en las dos guerras en las que se ha visto envuelto recientemente, y que, como pueden imaginarse, no comparte mas que el título con cierta obra maestra de la cf. En cuanto a la categoría de ficción, John Updike cierra el top ten con la secuela de Las brujas de Eastwick, ahora viudas, precedido por Neil Gaiman y su The Graveyard Book. El cuarto puesto supone para mí una sorpresa, ya que si bien es un hecho que la crítica y el público lector han aceptado finalmente la integración de la cf limítrofe en la generalidad, es más raro comprobar que también lo hace con la parte del género más complicada. Las noticias que me han llegado de Anathem, de Neal Stephenson, me hacen sospechar que se trata de un libro de complejidad mayúscula, integrado en la parte hard del género, esa cuya lectura exige una cierta especialización. Y sin embargo, ahí está, como cuarto libro de ficción del año.
La campanada de la lista la da el difunto Roberto Bolaño, o más bien su obra póstuma, 2666. Oprah Winfrey no es sólo el personaje televisivo estadounidense más popular y que más cobra, sino también el más influyente. Sus consejos literarios ayudaron, y mucho, a que La carretera, del maestro Cormac McCarthy, fuera allí el libro del año en 2006. La apuesta de la presentadora por el chileno ha ayudado a encumbrarlo hasta la cima del mercado estadounidense. El olfato de Oprah para la buena literatura parece ser tan fino como su indiscutible talento para el espectáculo. Tengo que confesar que aún no he leído la ciclópea novela de Bolaño (quien quiera una opinión cualificada, que le eche un ojo, por ponerles un ejemplo norteamericano, a lo escrito por Jonathan Lethem en The New York Times), pero sin haberlo hecho, hay algo en torno a ella que me conmueve.
2666 consta de cinco partes, en realidad cinco libros que acaban por conformar un conjunto que cobra todo su sentido, parece ser que inmenso, al ser considerado en su totalidad. El autor, viendo cercana su muerte, decidió que el sustento de los suyos era más importante que la fidelidad a su obra, y dejó ordenada la salida al mercado en cinco partes. Y he aquí lo inaudito. Sus herederos, en connivencia con Jorge Herralde, su editor, decidieron que la obra era más importante que la ganancia pecuniaria, y así 2666 vio la luz casi como la había imaginado su autor. Digo casi porque, desgraciadamente, no logró concluirla del todo. Gran parte de su éxito, primero en castellano y ahora en inglés, se debe a esa edición unitaria.
Si son ustedes aficionados al fantástico, tendrán ahora mismo dibujada en el rostro una tímida y cínica sonrisa de reconocimiento. Si aún queda alguien que ignore el asunto, sepan que casi todas las novelas del anteriormente citado Neal Stephenson fueron divididas arbitrariamente en dos o tres volúmenes por la editorial encargada de publicarlas en España. Así, una novela fue dividida en tres, y una serie posterior, que originalmente constaba de tres libros, se acabó publicando en -ya no estoy muy seguro- ocho o nueve. Eso quiere decir que el aficionado español que quiso leer la obra completa tuvo que pagar el triple que un norteamericano, y que el autor vio cómo su creación, pensada unitariamente, era sajada en pro de mayores beneficios. Ahora contemplo el éxito de 2666, del gran Roberto Bolaño, y pienso que a veces, sólo a veces, las cosas son como deberían ser.
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