Acabo de dejar a medias un libro. ¿La razón? Pasado ya su ecuador, me he dado cuenta de que no me interesaba, que más bien me aburría lo que en él se narra. Contiene elementos atractivos, y algún momento aislado especialmente brillante, pero en general, es como si a la historia le faltara vida, ese algo innominado que alimenta el ánimo por la lectura, llamémoslo alma. ¿Dónde está el defecto, la pretendida carencia? No en la prosa, ni en los personajes, ni en las situaciones. Quizás haya que buscarlo en los dominios de lo intangible, en aquello que otorga una finalidad a todos esos elementos. El conjunto no emociona, no motiva. No sé hacia dónde se dirige, y, al contrario que en casos similares, no me ilusiona saberlo. Así pues, abandono.
Recuerdo que hubo un tiempo ("cuando era más joven", diría Sabina) en el que me era imposible dejar un libro a medias. Había algo patológico, incluso, en aquella negativa. Si lo había empezado, tenía que acabarlo. No por las razones que cabría esperar, como un posible remonte de su interés, o el desvelo de las cuestiones pendientes, sino por un mal entendido sentido del deber. Como si realizar la lectura completa fuese un acto de obligado cumplimiento.
Los años han pasado, me queda menos para el final. Recorro con la vista mi creciente biblioteca y soy dolorosamente consciente de que jamás lograré leer ni la tercera parte de su contenido. Y eso es terrible. Sobre todo, porque en ella aguarda un gran número de obras maestras con las que no podré emocionarme jamás debido a la falta de tiempo. Un libro es producto del talento y, principalmente, el trabajo aplicados por su autor. En él ha invertido montones de horas y esfuerzo, y por lo tanto, se le debería guardar un respeto. Es cierto, pero esa cuestión de respeto debe extenderse a todo su gremio. El tiempo que uno invierte en acabar un libro que le desagrada, generalmente mayor al de una lectura que complace, es tiempo robado a las creaciones de otros autores que quizás merezcan más nuestro esfuerzo, un caso sencillo de agravio comparativo.
Pero no nos desviemos. Al margen de tan válida excusa, el motivo principal para abandonar un libro, sea cual sea la página en la que uno se encuentre, no es otro que la propia finitud, el escaso tiempo de vida. Conozco a varias personas cuyo concepto de la lectura es el de la pura diversión, un producto de entretenimiento que, si aburre, se ha de dejar sin contemplación ninguna, como cualquier otro producto excretado por la vigente cultura del ocio. No es mi caso. Quien me conozca podrá suponer, acertadamente, que lo he intentado, que lo he intentado con denuedo. Muchas son las veces que esa insistencia me ha procurado una gran satisfacción final, pero la experiencia ha hecho que reconozca, cada vez con mayor facilidad, cuándo el esfuerzo no tendrá recompensa. Así que, lo lamento, Javier, pero cierro tu libro para poder abrir otro.
El tiempo es oro. Prefiero que me consideren un maleducado cuando la alternativa es actuar de forma estúpida.
Recuerdo que hubo un tiempo ("cuando era más joven", diría Sabina) en el que me era imposible dejar un libro a medias. Había algo patológico, incluso, en aquella negativa. Si lo había empezado, tenía que acabarlo. No por las razones que cabría esperar, como un posible remonte de su interés, o el desvelo de las cuestiones pendientes, sino por un mal entendido sentido del deber. Como si realizar la lectura completa fuese un acto de obligado cumplimiento.
Los años han pasado, me queda menos para el final. Recorro con la vista mi creciente biblioteca y soy dolorosamente consciente de que jamás lograré leer ni la tercera parte de su contenido. Y eso es terrible. Sobre todo, porque en ella aguarda un gran número de obras maestras con las que no podré emocionarme jamás debido a la falta de tiempo. Un libro es producto del talento y, principalmente, el trabajo aplicados por su autor. En él ha invertido montones de horas y esfuerzo, y por lo tanto, se le debería guardar un respeto. Es cierto, pero esa cuestión de respeto debe extenderse a todo su gremio. El tiempo que uno invierte en acabar un libro que le desagrada, generalmente mayor al de una lectura que complace, es tiempo robado a las creaciones de otros autores que quizás merezcan más nuestro esfuerzo, un caso sencillo de agravio comparativo.
Pero no nos desviemos. Al margen de tan válida excusa, el motivo principal para abandonar un libro, sea cual sea la página en la que uno se encuentre, no es otro que la propia finitud, el escaso tiempo de vida. Conozco a varias personas cuyo concepto de la lectura es el de la pura diversión, un producto de entretenimiento que, si aburre, se ha de dejar sin contemplación ninguna, como cualquier otro producto excretado por la vigente cultura del ocio. No es mi caso. Quien me conozca podrá suponer, acertadamente, que lo he intentado, que lo he intentado con denuedo. Muchas son las veces que esa insistencia me ha procurado una gran satisfacción final, pero la experiencia ha hecho que reconozca, cada vez con mayor facilidad, cuándo el esfuerzo no tendrá recompensa. Así que, lo lamento, Javier, pero cierro tu libro para poder abrir otro.
El tiempo es oro. Prefiero que me consideren un maleducado cuando la alternativa es actuar de forma estúpida.
¿Te refieres a "Literatura y fantasma" de Javier Marías?
ResponderEliminarEfectivamente. Y esa es la razón por la que he quitado de la sección In itinere, que incluye los libros que estoy leyendo actualmente, el de Javier Argüello y he dejado el de Marías. De hecho, la misma razón por la que es el libro de Argüello el que aparece ilustrando esta entrada y no el de Marías.
ResponderEliminarTe dije que no dejaras tu medicación, Jorge.
Es que apenas se distinguía la letrujilla esa.
ResponderEliminarPor cierto... ¿y Zapatero qué?
ResponderEliminar¿A sus zapatos?
ResponderEliminarCuando la obra no emociona,no interesa, no consigue hacer que sigamos leyendo.... no hay manera de seguir con ello.
ResponderEliminarAmí me pasó,por ejemplo, con un libro de León Uris: los personajes me cayeron tan antipáticos que dejé rápidamente el libro.
Me da igual si el autor ganó el Nóbel o uno de los topecientos premios o que vende como churros
Lo dejo de leer si es aburrido y paso a otro que estaba pendiente o que me llame la atención.
Todas las referencias que tengo de Javier Marías hacen que huya de sus libros al igual que de otros autores.
No me guío por el gusto de la mayoría... la moda,la moda,la moda hasta que se aburren y pasan a otra cosa
Saludos
La contestación a Jorge era un sarcasmo. Aclaro, quizás innecesariamente, que el libro al que he dejado plantado es el de Javier Argüello. El de Marías me está resultando francamente interesante, a pesar de que algunos de los artículos tienen su origen y motivación en libros de la primera época del escritor, los cuales no he leído. Los apuntes sobre el proceso de la escritura y su forma de acometerla son impagables.
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