What is character but the determination of incident?
What is incident but the illustration of character?
The Art of Fiction
Henry James
What is incident but the illustration of character?
The Art of Fiction
Henry James
¿Qué sabemos de la ciencia ficción? Su peripecia vital rebasa en años la de cualquier ser humano, y sin embargo, la indefinición acerca de su naturaleza continúa dando cuerpo a las primeras líneas de los numerosos ensayos publicados sobre el género. No sabemos con exactitud dónde están situadas sus fronteras ni, debido a esa falta de concreción, cuándo comenzó. La sarcástica aportación de Norman Spinrad (“Ciencia ficción es todo lo que se publica como ciencia ficción”) se ha visto desfasada en los albores del siglo XXI, pues el género fantástico, cf incluida, ha sido tomado al asalto por escritores y publicaciones ajenos a su entorno, mientras que algunas publicaciones dedicadas en exclusiva a la cf han comenzado a publicar narraciones más propias de otros géneros. A falta de dilucidario, la teoría siempre acaba por usurpar el terreno de la certeza y arrojar soluciones dispares. Así, amparándose en lo exótico del escenario, algunos críticos se sumergen hasta tiempos lejanos para rescatar obras de extraña ambientación, ya sea geográfica, temporal o, sencillamente, política. De ese modo, personajes del pasado tan ilustres como Luciano de Samosata, Tomás Moro, Cyrano de Bergerac o Voltaire son señalados como pioneros de la denominada proto ciencia ficción.
Bajo la inexcusabilidad del tratamiento científico, otros críticos se suman al escritor y ensayista Brian W. Aldiss y reivindican el clásico Frankenstein o el moderno Prometeo, de Mary W. Shelley, como obra inicial de la cf, género que para el británico es, más allá del hecho tecnológico, producto de la evolución y adaptación de la novela gótica a los nuevos tiempos. La teoría más aceptada, sin embargo, apunta hacia los viajes e invenciones extraordinarios de Jules Verne, y especialmente a los romances científicos de H. G. Wells, quien en sus novelas trató los grandes temas que han nutrido a la literatura de ciencia ficción a lo largo de todo el siglo XX. Sin embargo, aun con tan dignos antecedentes europeos, la versión oficiosa otorga al estadounidense Hugo Gernsback la paternidad del género, ya que fue él quien lo bautizó e hizo popular al fundar la primera revista especializada, Amazing Stories, en abril de 1926.
Es imposible, ciertamente, saber cuándo comenzó la cf, con qué obra literaria. El problema no radica tanto en la cuestión cronológica como en la amplitud de campo. ¿Es la ciencia ficción un escenario o una temática? ¿Es sólo futurismo exótico o especulación antropológica? ¿O quizás se nutre de ambos conceptos? En definitiva, ¿es la premisa de la ciencia indispensable en el género literario al que da nombre? Resulta paradójico, en un género que se diferencia de la fantasía por su rigurosidad con lo posible (“La ciencia ficción intenta ser realista”, sentencia Martin Amis), que la única forma de concretar la adscripción de un relato a sus dominios sea mediante el uso de una suerte de intuición. Cuanto más se acerca a la ciencia, la duda disminuye: eso es ciencia ficción. Cuanto más se aleja de las ciencias duras, los recelos aumentan. La política, la sociología o la psicología suelen ser el origen de la ciencia ficción de mayor reconocimiento literario, aunque generalmente ésta sea en realidad simple fantasía surgida de una transposición carente de rigor -basada generalmente en la exageración- de elementos reales a un entorno irreal: ciencia ficción feble. Si se concedieran puntos para la pertenencia al género, estos dependerían, desde los tiempos de Gernsback, del uso que la narración haga de la ciencia. Por eso la cf hard es ubicada en el corazón del género, y la cf soft, en sus difusas fronteras.
Amparándose en esa dificultad taxativa, la ciencia ficción ha experimentado un vivaz proceso evolutivo que, paso a paso, desde las viejas revistas pulp hasta el presente, ha ido acercando sus ambiciones temáticas y estilísticas a las de la literatura general. A finales de los años 30, John W. Campbell Jr., como editor de la revista Astounding, redefinió el género y lo condujo hacia la llamada Edad de Oro. Imbuyó en los autores, tanto nuevos como veteranos, la necesidad de presentar una mayor seriedad en los argumentos de las historias, y de relacionar las especulaciones tecnológicas con el elemento humano. En definitiva, le otorgó al género, dentro de la imposibilidad taxonómica, un atisbo de identidad propia, centrando sus preocupaciones en la relación entre ciencia e individuo. En la década de los 60, Michael Moorcock, desde la revista New Worlds prendió la mecha de la New Wave en las islas británicas, y la fiebre literaria se apoderó definitivamente del género. El espacio interior sustituyó al exterior en los intereses de los autores, que buscaron también nuevas técnicas de creación, en algunos casos marcadas por un experimentalismo extremo. En la revista de Moorcock se dieron cita jóvenes valores que hoy, 40 años después, configuran directamente, o a través de su influencia, lo más interesante que está produciendo la cf del siglo XXI. Escritores como Christopher Priest, M. John Harrison, J. G. Ballard, Brian W. Aldiss o el propio Moorcock.
La New Wave no se limitó a medrar en su país de origen. Viajó a Estados Unidos, donde produjo, bendecida por Harlan Ellison, una revolución que cambió drásticamente las expectativas del género. El germen de una cf más literaria y temáticamente densa creció de forma exponencial hasta desembocar, unos años después, en el hoy muy popular ciberpunk. Movimiento y subgénero a la vez, nació en 1984 con Neuromante, la obra seminal de William Gibson, aunque realmente llevaba varios años gestándose. Surgió como reflejo del cambio posmoderno y de la naciente revolución informática, y sus señas de identidad se asentaban en una mezcla de novela negra y realismo sucio tecnológico. Con el ciberpunk, la cf, alejada de exotismos futuristas, se acercaba más que nunca al mundo real y pasaba a especular directamente con el presente inmediato. Aunque su muerte fue proclamada por sus propios creadores apenas un lustro después de su nacimiento, lo cierto es que el subgénero sigue vivo y que su estética ha impregnado gran parte de la cf actual, que suele incluir, bien la imaginería, bien el estilo oscuro de sus narraciones.
Han pasado 20 años desde la última gran convulsión. Tras la anodina década de los 90, el nuevo siglo reclama un revulsivo para la ciencia ficción literaria, arrinconada por la mediocre imagen que el cine está dando de ella. Siguiendo su trayectoria existencial, es fácil adivinar hacia dónde se encamina. Los primeros cambios contribuyeron a asentar el género y a tratar de darle una identidad, para más tarde dirigir sus pasos, de manera firme, ma non troppo, hacia la búsqueda de paridad con la gran rama central de la literatura, el denominado mainstream. Es lo que en términos darwinianos podríamos llamar la evolución natural de los géneros cuando el objetivo principal es la pervivencia. La cf se ha revelado como un excelente instrumento narrativo para contar cosas distintas, ficciones de trasfondo científico con un alto nivel especulativo, pero nunca hay que olvidar su condición artística, su naturaleza literaria. La buena cf debería perseguir, como toda forma de expresión literaria, el perfeccionamiento en ese campo. Aunque cumple el elemento de amenidad connatural a la novela y al género temático, debería buscar también la calidad y los valores canónicos exigibles a cualquier obra de literatura. Aunque todo ello, por supuesto, sin perder la identidad propia.
Parte I
Parte II
Parte III
Parte IV
¡Luz, más luz! El estado de la ciencia ficción y la tercera vía fue publicado originalmente en Jabberwock 1, anuario de ensayo fantástico.
Bajo la inexcusabilidad del tratamiento científico, otros críticos se suman al escritor y ensayista Brian W. Aldiss y reivindican el clásico Frankenstein o el moderno Prometeo, de Mary W. Shelley, como obra inicial de la cf, género que para el británico es, más allá del hecho tecnológico, producto de la evolución y adaptación de la novela gótica a los nuevos tiempos. La teoría más aceptada, sin embargo, apunta hacia los viajes e invenciones extraordinarios de Jules Verne, y especialmente a los romances científicos de H. G. Wells, quien en sus novelas trató los grandes temas que han nutrido a la literatura de ciencia ficción a lo largo de todo el siglo XX. Sin embargo, aun con tan dignos antecedentes europeos, la versión oficiosa otorga al estadounidense Hugo Gernsback la paternidad del género, ya que fue él quien lo bautizó e hizo popular al fundar la primera revista especializada, Amazing Stories, en abril de 1926.
Es imposible, ciertamente, saber cuándo comenzó la cf, con qué obra literaria. El problema no radica tanto en la cuestión cronológica como en la amplitud de campo. ¿Es la ciencia ficción un escenario o una temática? ¿Es sólo futurismo exótico o especulación antropológica? ¿O quizás se nutre de ambos conceptos? En definitiva, ¿es la premisa de la ciencia indispensable en el género literario al que da nombre? Resulta paradójico, en un género que se diferencia de la fantasía por su rigurosidad con lo posible (“La ciencia ficción intenta ser realista”, sentencia Martin Amis), que la única forma de concretar la adscripción de un relato a sus dominios sea mediante el uso de una suerte de intuición. Cuanto más se acerca a la ciencia, la duda disminuye: eso es ciencia ficción. Cuanto más se aleja de las ciencias duras, los recelos aumentan. La política, la sociología o la psicología suelen ser el origen de la ciencia ficción de mayor reconocimiento literario, aunque generalmente ésta sea en realidad simple fantasía surgida de una transposición carente de rigor -basada generalmente en la exageración- de elementos reales a un entorno irreal: ciencia ficción feble. Si se concedieran puntos para la pertenencia al género, estos dependerían, desde los tiempos de Gernsback, del uso que la narración haga de la ciencia. Por eso la cf hard es ubicada en el corazón del género, y la cf soft, en sus difusas fronteras.
Amparándose en esa dificultad taxativa, la ciencia ficción ha experimentado un vivaz proceso evolutivo que, paso a paso, desde las viejas revistas pulp hasta el presente, ha ido acercando sus ambiciones temáticas y estilísticas a las de la literatura general. A finales de los años 30, John W. Campbell Jr., como editor de la revista Astounding, redefinió el género y lo condujo hacia la llamada Edad de Oro. Imbuyó en los autores, tanto nuevos como veteranos, la necesidad de presentar una mayor seriedad en los argumentos de las historias, y de relacionar las especulaciones tecnológicas con el elemento humano. En definitiva, le otorgó al género, dentro de la imposibilidad taxonómica, un atisbo de identidad propia, centrando sus preocupaciones en la relación entre ciencia e individuo. En la década de los 60, Michael Moorcock, desde la revista New Worlds prendió la mecha de la New Wave en las islas británicas, y la fiebre literaria se apoderó definitivamente del género. El espacio interior sustituyó al exterior en los intereses de los autores, que buscaron también nuevas técnicas de creación, en algunos casos marcadas por un experimentalismo extremo. En la revista de Moorcock se dieron cita jóvenes valores que hoy, 40 años después, configuran directamente, o a través de su influencia, lo más interesante que está produciendo la cf del siglo XXI. Escritores como Christopher Priest, M. John Harrison, J. G. Ballard, Brian W. Aldiss o el propio Moorcock.
La New Wave no se limitó a medrar en su país de origen. Viajó a Estados Unidos, donde produjo, bendecida por Harlan Ellison, una revolución que cambió drásticamente las expectativas del género. El germen de una cf más literaria y temáticamente densa creció de forma exponencial hasta desembocar, unos años después, en el hoy muy popular ciberpunk. Movimiento y subgénero a la vez, nació en 1984 con Neuromante, la obra seminal de William Gibson, aunque realmente llevaba varios años gestándose. Surgió como reflejo del cambio posmoderno y de la naciente revolución informática, y sus señas de identidad se asentaban en una mezcla de novela negra y realismo sucio tecnológico. Con el ciberpunk, la cf, alejada de exotismos futuristas, se acercaba más que nunca al mundo real y pasaba a especular directamente con el presente inmediato. Aunque su muerte fue proclamada por sus propios creadores apenas un lustro después de su nacimiento, lo cierto es que el subgénero sigue vivo y que su estética ha impregnado gran parte de la cf actual, que suele incluir, bien la imaginería, bien el estilo oscuro de sus narraciones.
Han pasado 20 años desde la última gran convulsión. Tras la anodina década de los 90, el nuevo siglo reclama un revulsivo para la ciencia ficción literaria, arrinconada por la mediocre imagen que el cine está dando de ella. Siguiendo su trayectoria existencial, es fácil adivinar hacia dónde se encamina. Los primeros cambios contribuyeron a asentar el género y a tratar de darle una identidad, para más tarde dirigir sus pasos, de manera firme, ma non troppo, hacia la búsqueda de paridad con la gran rama central de la literatura, el denominado mainstream. Es lo que en términos darwinianos podríamos llamar la evolución natural de los géneros cuando el objetivo principal es la pervivencia. La cf se ha revelado como un excelente instrumento narrativo para contar cosas distintas, ficciones de trasfondo científico con un alto nivel especulativo, pero nunca hay que olvidar su condición artística, su naturaleza literaria. La buena cf debería perseguir, como toda forma de expresión literaria, el perfeccionamiento en ese campo. Aunque cumple el elemento de amenidad connatural a la novela y al género temático, debería buscar también la calidad y los valores canónicos exigibles a cualquier obra de literatura. Aunque todo ello, por supuesto, sin perder la identidad propia.
Parte I
Parte II
Parte III
Parte IV
¡Luz, más luz! El estado de la ciencia ficción y la tercera vía fue publicado originalmente en Jabberwock 1, anuario de ensayo fantástico.