M. John Harrison y la nueva revolución
Volviendo al asunto de las revoluciones, si en estos momentos hay algo en marcha, sin duda es en Gran Bretaña. No es extraño que sea en aquellas islas donde se registra la máxima concentración de calidad en los últimos años. Allí se originó la New Wave en los 60, y lo que ocurre actualmente tiene mucho que ver con aquel movimiento expansionista. Los autores británicos llevan algún tiempo explorando un nuevo camino que puede convertirse en el germen de algo mucho más grande. Pecando de grandilocuencia, se podría afirmar que lo que allí ocurre puede convulsionar los cimientos del género. Por un lado, una serie de escritores como Stephen Baxter, Alastair Reynolds, Paul McAuley, Ken MacLeod y, especialmente, Iain Banks con su Serie de la Cultura, están reconfigurando la space opera mediante una visión moderna, transhumanista e intergenérica de las tradicionales aventuras espaciales, concordante con la forma de pensar del siglo XXI y sus nuevas tecnologías; por otro, ha surgido una actitud literaria que, si bien aún no puede considerarse un movimiento, sí goza de una recurrencia común a nuevas formas de encarar el género fantástico. Se caracteriza por una posmoderna y libertaria fusión de subgéneros que suele dar como resultado novelas inclasificables, de difícil ubicación, y que sólo pueden ser etiquetadas bajo el vasto epígrafe de literatura fantástica.
Autores como China Mieville, Steph Swainston o M. John Harrison fusionan subgéneros y presentan obras donde la cf, el terror y la fantasía, en alguna de sus muchas vertientes, se entrelazan con tinte surrealista dando como resultado novelas de fisonomía exótica y marcado eclecticismo. Este nuevo paso, que acucia aún más la maltrecha identidad de la cf, ha sido bautizado por Mieville como weird fiction por su paralelismo, en cuanto a la ausencia de barreras y al mestizaje literario, con lo publicado en la añeja revista Weird Tales, que en los años 20 hospedara a H. P. Lovecraft, Clarke Ashton Smith o Robert E. Howard en sus páginas. Algunos críticos se han aprestado a señalar la importancia de esta naciente New Weird, aunque las propias palabras de Harrison, respondiendo a su posible participación en el fenómeno, dejan abierta una versión de los hechos más clarificadora: “Yo a esto lo llamo hacer lo que quiera”.
M. John Harrison comenzó escribiendo para la revista New Worlds hace ya casi 40 años. Como Christopher Priest, creció a la sombra de gigantes como Ballard, Aldiss o el propio Moorcock, aportando su buen hacer a la New Wave, y llegando a participar en el universo literario colectivo de Jerry Cornelius. Aunque reconoce la importancia que tuvo la revista en su gestación como escritor, declara que muy poco queda en él de todo aquello. A Harrison la New Wave se le quedó corta: “Yo quería ser libre para escribir cualquier cosa, incluso aquello que desaprobábamos”. Eso es lo que los escritores de las islas británicas están haciendo en estos momentos. Quizás la New Weird no sea en realidad mas que la evolución final de aquel otro movimiento, su eclosión definitiva producida por la liberación de sus propias barreras. Lo cierto es que el nuevo fenómeno se presenta como un crisol capaz de contener con éxito las complejas y desinhibidas mixturas presentes en las literaturas de género actuales. Para la calidad literaria es una buena noticia; para la ortodoxia de la cf, quizá no tanto. El giro comienza a ser tan violento que casi obliga a darle la vuelta al principio de Spinrad. La ciencia ficción que conocíamos comienza a derivar hacia otra cosa. Los adeptos a la trinidad conformada por los tres subgéneros fantásticos están de enhorabuena. El tiempo de los puristas se acerca a su fin, es la era del cambio.
Para evitarlo, haría falta un ejercicio de reafirmación, intentar el imposible. ¿Recuerdan? Ciencia ficción clásica de alta calidad literaria. Y aquí es donde entra la paradoja, porque quien realiza el tirabuzón imposible es parte esencial, precisamente, del a priori antitético nuevo movimiento. A veces sucede que la solución se encuentra en dirección opuesta a donde se la sospecha. Haciendo lo que le da la gana, asentado en el extremo contrario al rígido dogma, M. John Harrison ha creado una quimera. Su novela, Luz, es ciencia ficción nuclear, pero sobre todo es literatura en estado sólido. Es el desenlace de una larga carrera en solitario, que fiel a sus principios literarios, da su máximo fruto en un terreno que se le suponía adverso.
Desde aquellos tiempos en New Worlds, Harrison se ha estado buscando a sí mismo. De carácter inconformista, sus novelas ramonean entre géneros. Ciencia ficción, en The Centauri Device, una space opera incluida en "Las cien mejores novelas de ciencia ficción", de David Pringle, de la que sin embargo no se siente muy orgulloso. También fantasía propia, como la serie de Viriconium, en la que atenta contra las normas preponderantes en el género. Posteriormente iría perfeccionando una temática más personal, hasta encontrar su nicho literario definitivo en novelas inclasificables como El curso del corazón o Signs of Life. Entró de lleno en el mainstream (de nuevo el "síndrome de Ballard") con Climbers, una novela sobre el mundo de la escalada, y cuando ya nadie lo consideraba recuperable, publicó Luz, una obra que ha insuflado vida al género.
Al igual que Philip K. Dick o Christopher Priest, Harrison ha convertido el tratamiento de la realidad alterna en una monomanía. Al contrario que en las narraciones de Dick, el misterio nunca se hace patente, aunque se evidencie en pistas sugeridas aleatoriamente, en comentarios hechos por dementes y conversaciones ajenas escuchadas al margen. La manera como Harrison hace llegar la verdad oculta e indefinida del mundo al lector siempre es indirecta, comunicada a través de sus personajes, núcleo central de sus historias. El secreto es compartido por uno de ellos con el protagonista, que cae presa de la obsesión. El concepto del legado cobra gran importancia, pues gracias a él es como pasa de mano en mano la información. Como dice uno de los personajes en El curso del corazón: “Creo que no imponemos nuestras inquietudes a los demás, sino que las legamos como pequeñas herencias”. En las historias de Harrison, esas inquietudes abarcan realidades enteras. Así, hace partícipe al lector de la sospecha, sugiere otra realidad latente, intersticial, más allá del conocimiento, entreverada con los acontecimientos y sucesos que ocurren en la vida de sus protagonistas, siempre remarcada a través de los sentidos; presencias, olores, matices de luz... El significado de esa búsqueda de lo intangible es metafórico; lo fascinante es darle sentido, decidir si esa realidad oculta no es más que la plasmación de eso que todos buscamos, de lo indefinido; quizás el sentido de la vida. O si se trata, a otro nivel de lectura, de algo real o de una alucinación insana de sus personajes.
En cada una de sus obras, Harrison ha presentado esa realidad inasible bajo diferentes nombres. Su primera aparición se puede encontrar en la colección monográfica "El mono del hielo", donde Egnaro es a la vez la existencia alternativa y el título del cuento que la cobija. En El curso del corazón, el Pleroma, un espacio que trata de evidenciarse desde la trastienda del todo, comparte trasfondo con el Coeur descrito por Michael Ashman, un personaje inventado por uno de los protagonistas que es a la vez una extraña modernización de Sherezade. En Luz, como veremos más adelante, el Canal Kefahuchi es una singularidad que ejerce un efecto de apertura en los sentidos internos de los protagonistas hacia una extraña trascendencia.
Además de sus complejas obsesiones argumentales, Harrison cuenta con un dominio maestro de las técnicas literarias. Su prosa es exacta, altamente descriptiva. Los ambientes que describe están en consonancia con el interior de sus personajes. Oscuridad, lluvia, fríos escenarios que ensombrecen el alma y recuerdan el tedio de las grises y solitarias tardes de invierno. Magistral en el manejo de la estructura temporal, Harrison intercala una serie de flashbacks en la narración, aportando poco a poco los datos que le faltan al lector para la construcción correcta de cada uno de los personajes. Cada paso indaga en un pasado cada vez más lejano hasta descubrir el punto original de la aflicción del personaje en conjunción con el desarrollo final de la trama en el presente.
Esas formidables cualidades se concretan de forma definitiva en Luz, potenciadas por las características que aporta la particular idiosincrasia del género de ciencia ficción. Es una novela en la que los acontecimientos están sometidos a la evolución interior de sus personajes, como siempre, su activo más importante. A través de ellos, disfuncionales, perturbadores y perturbados, desasosegante muestrario de nuestras regiones más oscuras, se exploran sentimientos y verdades de calado universal, como el miedo a la trascendencia, la irrevocabilidad y unicidad de la libre elección y la dificultad del cambio. En definitiva, la condición humana y su temor a lo indefinido. Ese estudio de nuestra psique se nutre de un material genérico que no se sitúa en fronteras ni en ese territorio nebuloso llamado slipstream. Los personajes de Luz ostentan su universalidad sin complejos, desde dos líneas temporales separadas por cuatrocientos años y en un contexto conformado por naves espaciales, misterios cósmicos y mecánica cuántica.
Parte I
Parte II
Parte III
Parte IV
¡Luz, más luz! El estado de la ciencia ficción y la tercera vía fue publicado originalmente en Jabberwock 1, anuario de ensayo fantástico.
Volviendo al asunto de las revoluciones, si en estos momentos hay algo en marcha, sin duda es en Gran Bretaña. No es extraño que sea en aquellas islas donde se registra la máxima concentración de calidad en los últimos años. Allí se originó la New Wave en los 60, y lo que ocurre actualmente tiene mucho que ver con aquel movimiento expansionista. Los autores británicos llevan algún tiempo explorando un nuevo camino que puede convertirse en el germen de algo mucho más grande. Pecando de grandilocuencia, se podría afirmar que lo que allí ocurre puede convulsionar los cimientos del género. Por un lado, una serie de escritores como Stephen Baxter, Alastair Reynolds, Paul McAuley, Ken MacLeod y, especialmente, Iain Banks con su Serie de la Cultura, están reconfigurando la space opera mediante una visión moderna, transhumanista e intergenérica de las tradicionales aventuras espaciales, concordante con la forma de pensar del siglo XXI y sus nuevas tecnologías; por otro, ha surgido una actitud literaria que, si bien aún no puede considerarse un movimiento, sí goza de una recurrencia común a nuevas formas de encarar el género fantástico. Se caracteriza por una posmoderna y libertaria fusión de subgéneros que suele dar como resultado novelas inclasificables, de difícil ubicación, y que sólo pueden ser etiquetadas bajo el vasto epígrafe de literatura fantástica.
Autores como China Mieville, Steph Swainston o M. John Harrison fusionan subgéneros y presentan obras donde la cf, el terror y la fantasía, en alguna de sus muchas vertientes, se entrelazan con tinte surrealista dando como resultado novelas de fisonomía exótica y marcado eclecticismo. Este nuevo paso, que acucia aún más la maltrecha identidad de la cf, ha sido bautizado por Mieville como weird fiction por su paralelismo, en cuanto a la ausencia de barreras y al mestizaje literario, con lo publicado en la añeja revista Weird Tales, que en los años 20 hospedara a H. P. Lovecraft, Clarke Ashton Smith o Robert E. Howard en sus páginas. Algunos críticos se han aprestado a señalar la importancia de esta naciente New Weird, aunque las propias palabras de Harrison, respondiendo a su posible participación en el fenómeno, dejan abierta una versión de los hechos más clarificadora: “Yo a esto lo llamo hacer lo que quiera”.
M. John Harrison comenzó escribiendo para la revista New Worlds hace ya casi 40 años. Como Christopher Priest, creció a la sombra de gigantes como Ballard, Aldiss o el propio Moorcock, aportando su buen hacer a la New Wave, y llegando a participar en el universo literario colectivo de Jerry Cornelius. Aunque reconoce la importancia que tuvo la revista en su gestación como escritor, declara que muy poco queda en él de todo aquello. A Harrison la New Wave se le quedó corta: “Yo quería ser libre para escribir cualquier cosa, incluso aquello que desaprobábamos”. Eso es lo que los escritores de las islas británicas están haciendo en estos momentos. Quizás la New Weird no sea en realidad mas que la evolución final de aquel otro movimiento, su eclosión definitiva producida por la liberación de sus propias barreras. Lo cierto es que el nuevo fenómeno se presenta como un crisol capaz de contener con éxito las complejas y desinhibidas mixturas presentes en las literaturas de género actuales. Para la calidad literaria es una buena noticia; para la ortodoxia de la cf, quizá no tanto. El giro comienza a ser tan violento que casi obliga a darle la vuelta al principio de Spinrad. La ciencia ficción que conocíamos comienza a derivar hacia otra cosa. Los adeptos a la trinidad conformada por los tres subgéneros fantásticos están de enhorabuena. El tiempo de los puristas se acerca a su fin, es la era del cambio.
Para evitarlo, haría falta un ejercicio de reafirmación, intentar el imposible. ¿Recuerdan? Ciencia ficción clásica de alta calidad literaria. Y aquí es donde entra la paradoja, porque quien realiza el tirabuzón imposible es parte esencial, precisamente, del a priori antitético nuevo movimiento. A veces sucede que la solución se encuentra en dirección opuesta a donde se la sospecha. Haciendo lo que le da la gana, asentado en el extremo contrario al rígido dogma, M. John Harrison ha creado una quimera. Su novela, Luz, es ciencia ficción nuclear, pero sobre todo es literatura en estado sólido. Es el desenlace de una larga carrera en solitario, que fiel a sus principios literarios, da su máximo fruto en un terreno que se le suponía adverso.
Desde aquellos tiempos en New Worlds, Harrison se ha estado buscando a sí mismo. De carácter inconformista, sus novelas ramonean entre géneros. Ciencia ficción, en The Centauri Device, una space opera incluida en "Las cien mejores novelas de ciencia ficción", de David Pringle, de la que sin embargo no se siente muy orgulloso. También fantasía propia, como la serie de Viriconium, en la que atenta contra las normas preponderantes en el género. Posteriormente iría perfeccionando una temática más personal, hasta encontrar su nicho literario definitivo en novelas inclasificables como El curso del corazón o Signs of Life. Entró de lleno en el mainstream (de nuevo el "síndrome de Ballard") con Climbers, una novela sobre el mundo de la escalada, y cuando ya nadie lo consideraba recuperable, publicó Luz, una obra que ha insuflado vida al género.
Al igual que Philip K. Dick o Christopher Priest, Harrison ha convertido el tratamiento de la realidad alterna en una monomanía. Al contrario que en las narraciones de Dick, el misterio nunca se hace patente, aunque se evidencie en pistas sugeridas aleatoriamente, en comentarios hechos por dementes y conversaciones ajenas escuchadas al margen. La manera como Harrison hace llegar la verdad oculta e indefinida del mundo al lector siempre es indirecta, comunicada a través de sus personajes, núcleo central de sus historias. El secreto es compartido por uno de ellos con el protagonista, que cae presa de la obsesión. El concepto del legado cobra gran importancia, pues gracias a él es como pasa de mano en mano la información. Como dice uno de los personajes en El curso del corazón: “Creo que no imponemos nuestras inquietudes a los demás, sino que las legamos como pequeñas herencias”. En las historias de Harrison, esas inquietudes abarcan realidades enteras. Así, hace partícipe al lector de la sospecha, sugiere otra realidad latente, intersticial, más allá del conocimiento, entreverada con los acontecimientos y sucesos que ocurren en la vida de sus protagonistas, siempre remarcada a través de los sentidos; presencias, olores, matices de luz... El significado de esa búsqueda de lo intangible es metafórico; lo fascinante es darle sentido, decidir si esa realidad oculta no es más que la plasmación de eso que todos buscamos, de lo indefinido; quizás el sentido de la vida. O si se trata, a otro nivel de lectura, de algo real o de una alucinación insana de sus personajes.
En cada una de sus obras, Harrison ha presentado esa realidad inasible bajo diferentes nombres. Su primera aparición se puede encontrar en la colección monográfica "El mono del hielo", donde Egnaro es a la vez la existencia alternativa y el título del cuento que la cobija. En El curso del corazón, el Pleroma, un espacio que trata de evidenciarse desde la trastienda del todo, comparte trasfondo con el Coeur descrito por Michael Ashman, un personaje inventado por uno de los protagonistas que es a la vez una extraña modernización de Sherezade. En Luz, como veremos más adelante, el Canal Kefahuchi es una singularidad que ejerce un efecto de apertura en los sentidos internos de los protagonistas hacia una extraña trascendencia.
Además de sus complejas obsesiones argumentales, Harrison cuenta con un dominio maestro de las técnicas literarias. Su prosa es exacta, altamente descriptiva. Los ambientes que describe están en consonancia con el interior de sus personajes. Oscuridad, lluvia, fríos escenarios que ensombrecen el alma y recuerdan el tedio de las grises y solitarias tardes de invierno. Magistral en el manejo de la estructura temporal, Harrison intercala una serie de flashbacks en la narración, aportando poco a poco los datos que le faltan al lector para la construcción correcta de cada uno de los personajes. Cada paso indaga en un pasado cada vez más lejano hasta descubrir el punto original de la aflicción del personaje en conjunción con el desarrollo final de la trama en el presente.
Esas formidables cualidades se concretan de forma definitiva en Luz, potenciadas por las características que aporta la particular idiosincrasia del género de ciencia ficción. Es una novela en la que los acontecimientos están sometidos a la evolución interior de sus personajes, como siempre, su activo más importante. A través de ellos, disfuncionales, perturbadores y perturbados, desasosegante muestrario de nuestras regiones más oscuras, se exploran sentimientos y verdades de calado universal, como el miedo a la trascendencia, la irrevocabilidad y unicidad de la libre elección y la dificultad del cambio. En definitiva, la condición humana y su temor a lo indefinido. Ese estudio de nuestra psique se nutre de un material genérico que no se sitúa en fronteras ni en ese territorio nebuloso llamado slipstream. Los personajes de Luz ostentan su universalidad sin complejos, desde dos líneas temporales separadas por cuatrocientos años y en un contexto conformado por naves espaciales, misterios cósmicos y mecánica cuántica.
Parte I
Parte II
Parte III
Parte IV
¡Luz, más luz! El estado de la ciencia ficción y la tercera vía fue publicado originalmente en Jabberwock 1, anuario de ensayo fantástico.