miércoles, 21 de noviembre de 2007

¡Luz, más luz! El estado de la ciencia ficción y la tercera vía (Parte IV)

Luz

Tres hilos principales recorren las páginas de Luz. Michael Kearney es un físico del presente que, según lo expuesto en las otras dos historias, descubrirá junto a su compañero Brian Tate el sistema de viaje interestelar. En el siglo XXV, Seria Mau Genlicher se ha fusionado con su nave, la Gata Blanca, y recorre los alrededores del halo en una extraña alianza con la raza nástica, enemigos de la humanidad. En ese mismo futuro, Ed Chianese es perseguido por las calles de NuevoLuz, edición española Venuspuerto, el enclave humano en el Canal en el que proliferan las técnicas de realidad virtual, las drogas de diseño y una raza alienígena caída en desgracia. Dominándolo todo, con una presencia tangencial en el presente y visceral en el futuro, se encuentra el Canal Kefahuchi, una singularidad cósmica de enormes dimensiones, una fisura de luz en el espacio rodeada por billones de toneladas de instrumentos alienígenas, olvidados como chatarra por cientos de razas que intentaron averiguar su secreto en el lejano pasado, sin éxito alguno. Las tres líneas argumentales acaban por converger gracias a la aparición de un personaje que había permanecido oculto en las tres historias, un ser perteneciente a la especie más avanzada de entre los antiguos exploradores del Canal, que lleva milenios esperando en soledad a que el plan definitivo se cumpla.
Vista la trama, es obvia la pertenencia de Luz al género de la ciencia ficción. Es casi un compendio de éste. Su relato transcurre en escenarios más que reconocibles, en el corazón del género. Las vivencias de Kearney se incluyen dentro de lo que podríamos llamar “relatos de científicos”, aunque con una orientación muy distinta a la presentada en la novela Cronopaisaje, de Gregory Benford. La historia de Seria Mau está inmersa en una de las space operas más originales de los últimos tiempos. La ambientación y temática del relato de Ed Chianese lo acercan al ciberpunk de estilo eminentemente gibsoniano. Ejerciendo de principio activo, el Canal Kefahuchi desempeña el papel de arquetípico constructo cósmico inconmensurable, presto a ser explorado pero no comprendido, como sucedía con los ya clásicos Rama o el Mundo Anillo. Harrison lleva la premisa aún más allá, al robarle su fisicidad al artefacto y convertirlo en algo casi espiritual. En el centro de las tres historias, oculto, maniobra un alienígena siguiendo un plan ancestral poco claro. Y como colofón, el mensaje de trascendencia final, inesperadamente optimista, acerca la novela de Harrison a algunas de las tesis de su más ilustre y antitético compatriota, sir Arthur C. Clarke. Concluyamos, pues, que Luz es una novela de cf clásica. No bordea el género, no lo elude, se sumerge en él y se nutre de él en sus valores más puros. Space opera, hard y ciberpunk; no ucronía, distopía o fábula futurista. ¿Qué convierte a esta novela en especial? ¿Qué la hace distinta de las demás? Sin duda alguna, el tratamiento de los personajes y el estudio que realiza mediante ellos de la condición humana. Quitémosle la primera capa a la historia y veamos qué hay bajo la piel.
Kearney es un asesino en serie que huye de su demonio privado, el Shrander. Desde que le robó unos dados, fabricados con un material de apariencia semejante a la de huesos humanos gastados, se le aparece con algún ominoso fin. La única forma que Kearney encuentra para aplacarle es el asesinato. Seria Mau, por otra parte, decidió a los 11 años renunciar a su humanidad. Se negó a convertirse en la adulta que un padre proclive al abuso quería que fuera tras la muerte de su madre. Su huída la llevó a fusionarse con una nave K, un proceso irreversible que la recluyó en un tanque cerrado y la convirtió en otra cosa. Ahora mata a los de su propia especie en connivencia con los násticos, enemigos de los humanos. Finalmente tenemos a Ed Chianese, un centella émulo del consabido perdedor gibsoniano. Antes fue piloto de sumernaves, una actividad de riesgo dentro del Canal, uno de los mejores a la hora de entrar hasta donde nadie lo había hecho y volver con vida. Olvidada su gloria, pasa los días en los tanques de RV, escondido de todo, viviendo una vida falsa, enganchado a la mentira. El Canal Kefahuchi, concepto central de la novela, une a los tres personajes: potencia las percepciones de Kearney, ofrece su amplio perímetro a los vagabundeos de Seria y marca el pasado y el futuro de Ed.
Pero esos son tan sólo los datos básicos. Tal como los protagonistas repiten con insistencia, hay “Siempre más, más después de eso”. Cuantas más capas se retiran, más aparecen. ¿Qué mueve realmente a los protagonistas humanos de esta historia? ¿Qué comparten y cuál es la base de sus torturadas existencias? Quizás la huída de sí mismos, la negación de sus posibilidades de futuro que empujó a los tres a realizar en su día una elección errónea, imposible de enderezar. A la edad de tres años, Kearney tuvo atisbos de una fractalidad, la posibilidad de un nivel escondido en la realidad, esas “chispas en todo” que también percibiría Ed Chianese cuatro siglos más tarde. Sin embargo, decidió enterrar esa posibilidad de trascendencia y su propia condición especial. Se sumergió en la fantasía de Retama, un lugar ideado en el que la realidad exterior, metaforizada en el sexo compartido, no pudiera tocarle. En sus relaciones sexuales renuncia a realizar la penetración porque eso le mantiene en los dominios de Retama, le aporta la sensación de no ser afectado por la realidad. Tras su tropiezo con el Shrander, su miedo le empuja a buscar como remedio apotropaico el asesinato.
El problema de Seria es complementario y contrario a la vez. Tampoco quiso convertirse en adulta, pero en oposición a Kearney, ella no creó un espacio privado en su infancia, así que escogió otro camino distinto, desgraciadamente irreversible. Como simbionte de la nave, ve imposible recuperar su condición anterior, pero tampoco puede evitar que la siga atrayendo. Seria es humana, pero su imposibilidad de demostrarlo la convierte en un monstruo obligado a huir hacia adelante y eliminar toda relación con su pasado. En el exterminio de sus congéneres busca “pruebas de sí misma”.
En otro extremo distinto, el hastío, el vació interior y el aburrimiento existencial han empujado a Ed hacia la evasión definitiva. Al contrario que Kearney, esta realidad se le ha quedado pequeña, y busca otras en las que divertirse y dar sentido a su vida. Se convierte por ello en un centella, un adicto a la RV donde no tiene que ser más él mismo. Es eso, precisamente, lo que la presencia alienígena busca lograr con sus planes a largo plazo con la humanidad. Cuando Ed atisba la alternancia, está por fin preparado para comprender lo incomprensible, el Canal Kefahuchi, un misterio a varios niveles. En primera instancia, es un enigma galáctico desentrañable para las numerosas razas que han intentado abordarlo con mentalidad positivista; más allá, el Canal es luz en su concepción neoplatónica, el centro de donde surge la conciencia universal, el trasfondo de la realidad. O el demiurgo gnóstico, sólo entendible desde la espiritualidad. Su forma lo dice todo.
En torno a los protagonistas humanos y su relación con el enigma cósmico gira el corpus de la novela, sumando e interrelacionando otros elementos que, por su complejidad, adquieren importancia propia. Tanto la conjunción de escenarios como los demás personajes, siempre al servicio de lo que Harrison quiere contar, demuestran una enorme potencia imaginativa. Tío Zip y Billy Anker, a pesar de su relación consanguínea -o más bien debido a ella- personifican dos conductas opuestas: el materialismo y el espíritu de aventura desinteresado. Harrison se sirve de ellos para criticar la fiebre mercantilista que se ha apoderado actualmente de la ciencia. La búsqueda de tecnología en la Playa, el sobrecargado entorno del Canal, no está motivada por el afán de mejorar a la humanidad. Buscar entre la chatarra dejada por las anteriores razas galácticas no es más que un lucrativo negocio. En el lado opuesto, los surferos de sumernaves como Billy Anker arriesgan su vida por diversión, para poner a prueba su espíritu. Valentine Sprake es el conocedor, un arquetipo harrisoniano. Sabe lo que está haciendo Kearney y conoce la existencia del Shrander. O eso parece, pues sólo tenemos la inestable percepción mental del mismo Kearney como prueba. Tate comienza siendo un físico capaz, con familia, ejemplo de normalidad, pero a medida que avanza en la investigación y el Canal comienza a hacer notar su presencia, se vuelve más oscuro, ominoso, proceso que culmina en la desasosegante escena de la casa hermetizada, locura en estado puro. Anna es, sin duda, el contrapunto más importante de Kearney dentro del carácter insano de la historia. Tendente a la autoayuda, coloca cartelitos en paredes y puertas buscando reafirmarse. Anoréxica, suicida frustrada, necesita a Kearney a pesar de, y por sus disfunciones. Los momentos compartidos por la suicida y el asesino, su muestra de necesidad mutua, contienen la mayor riqueza literaria del libro.
El universo creado por Harrison vive para sus personajes, pero no sólo de ellos. Las imágenes de conjunto, la terminología que inventa, tienen una potencia inusual. La Playa, donde reposan como si de un cementerio de naves se tratara, los restos de civilizaciones muertas hace eones; Nuevo Venuspuerto, el enclave humano en el halo, con sus callejas repletas de vida, drogas de nombres tan sugerentes como café electrique, AbH o parches genéticos, y realidades virtuales donde evadirse; los Hombres Nuevos, especie perdedora apegada a la basura que crea el hombre; las naves k, que batallan en 10 dimensiones y 4 ejes temporales distintos; operadores sombra y cultivares; lugares como Bahía Radio o Motel Splendido. Todo un universo propio detallado con gran imaginación y maestría.
Tanta riqueza hace de Luz una novela inabarcable, que ni siquiera en repetida lectura descubre todas sus cartas. Una y otra vez se descubren nuevos matices escondidos en algún párrafo. Siempre hay algún nuevo punto de vista para dar solución a sus misterios, algún nuevo nivel, una nueva forma de mirar la novela. Hay tiempo hasta para el juego. Si se intercambian las letras de cada uno de los nombres de la manada Khrisna Moire que persigue a Seria Mau se obtiene recompensa; si se investiga el lugar de procedencia de Ed, se descubre la razón de su apodo. “Más, siempre más después de eso.” Al igual que sus obsesiones, Luz está trufada de detalles coincidentes, gestos, expresiones, incluso personajes especulares. Como en “Egnaro”, los detalles ocultos parecen indicar la existencia de algo voluntario, de una creación y un secreto escondidos tras la trama. Harrison juega a obsesionar al lector como obsesiona a sus personajes, a invitarle a buscar una conciencia oculta detrás del telón de las historias que narra. Los gatos, la relación filial, las anormales actitudes sexuales, los infinitos detalles. Luz es un libro más de preguntas que de respuestas, una singladura por los senderos escasamente iluminados del interior humano. Cada lector encontrará soluciones distintas a algunos de los interrogantes, conclusiones concurrentes o conclusiones dispares. Unicamente se puede aseverar esto: la elusiva realidad que se esconde tras estas tres historias unívocas, esa conciencia oculta que maneja este mundo ficticio, proyecta la silueta del propio M. John Harrison. Para afrontar la lectura de Luz cabe seguir el consejo que el Shrander le da a Ed Chianese en las páginas finales del libro: “No quiero que lo comprendas. Quiero que lo navegues. Ve profundo”.
Esta novela no viene a salvar a la ciencia ficción, pero sí a marcar el único camino válido para salvaguardar la identidad del género: demostrar que se puede hacer literatura de ideas con un Solaris, de Stanislav Lemalto contenido literario. Huxley, Burgess, Ballard, Orwell y otros pocos elegidos lo lograron desde la frontera. Desde dentro, desde una temática clásica, prácticamente nadie lo había conseguido. Sólo una obra se ha acercado antes a lo que Harrison logra aquí, pero su autor estaba demasiado aislado como para que nadie siguiera su ejemplo. Me refiero a Solaris, de Stanislaw Lem, con la que Luz guarda una relación estrecha. Ambas novelas comparten naturaleza interna. Un misterio, de carácter inefable, sirve de percutor y telón de fondo para el desarrollo interior de sus personajes, que afectados por lo incomprensible evidencian en sus reacciones algunos de los rasgos ocultos de la naturaleza humana. Lo que se presenta como el intento de comprensión de la entelequia cósmica (el océano viviente de Solaris y el Canal Kefahuchi) se transfigura en un estudio de la psique humana a través de unos elementos internos y externos que los torturan. A partir de ahí, por supuesto, cada una de las dos novelas elige sus propios argumentos. La metafísica y la condición humana, el carácter universal del proceso interior de sus personajes, colocan las aspiraciones de ambas obras en el mainstream literario, aun perteneciendo de manera obvia a la cf.
Solaris es un clásico indiscutible, apreciado por sus valores literarios generales. La ambición intelectual de las dos versiones fílmicas y el reconocimiento de la crítica literaria generalista así lo atestiguan. Sin embargo, nadie en el poderoso mercado anglosajón supo o pudo aprovechar la brecha abierta por el polaco en los muros literarios del gueto. Los tiempos han cambiado. Cuarenta años después de aquella obra, escritores importantes acuden en oleadas cada vez mayores al género a coger lo que quieren, sin padecer atávicas vergüenzas ni cargos de conciencia. Constituyen una nueva generación que viene sin recelo. Ven la normalidad de la cf desde fuera ¿Será capaz la cf de ver esa misma normalidad desde dentro? Gracias al ejemplo que representa Luz, el proteccionismo ya no es necesario. La identidad del género está a salvo.
Esta novela es una invitación. Si se da la espalda a su propuesta, su autor pasará a ser un involuntario émulo de Lem, dejando para la historia una maravillosa obra que pudo significar algo más y no fue. De Harrison depende continuar en esta misma línea; de los demás, seguir su estela. Para quienes nos adscribimos a la tercera vía, esa ciencia ficción clásica de alta calidad literaria, Luz es, sin duda, lo más grande que le ha sucedido al género de la ciencia ficción en los últimos años.


Santiago L. Moreno



Parte I
Parte II
Parte III
Parte IV

¡Luz, más luz! El estado de la ciencia ficción y la tercera vía fue publicado originalmente en Jabberwock 1, anuario de ensayo fantástico.

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