Hoy he cometido un acto visceral como lector. El autor del libro se ha mostrado tan persuasivo, tan inexorable en su argumentación, que no he podido resistirme a su discurso: me ha convencido del todo. A principios de los años 70, el gran Stanislaw Lem, al igual que tantos otros escritores a lo largo del tiempo, se vio aquejado por un síndrome que suele ser más habitual que proclamado. Trabajar la ficción comenzó a producirle un cierto cansancio. Como vía de escape, decidió crear la Biblioteca del Siglo XXI, conformada por varios volúmenes en los que juega con el concepto de la creación literaria. Sólo con el concepto puro, no con ese producto posterior ya refinado que son los libros.
En uno de esos volúmenes, titulado Magnitud imaginaria, Lem hace un canto al ninguneado arte de la Introduccionística. Se trata de una colección de prólogos, cuatro en total, a los que no complementa texto alguno. Esos prólogos, puerta de entrada a cuatro libros ficticios, estan a su vez prologados por una presentación en la que Lem hace gala de su proverbial persuasión narrativa. Su idea al escribir el libro, explica, es la de ofrecer al lector un Prólogo a la Nada. La Nada, el único lugar que nos está vedado y al que él nos da libre acceso merced a este artificio, pues tras estos prólogos no hay, efectivamente, nada. Es la imaginación del lector, apoyada en esos capítulos previos que en realidad configuran el todo, quien debe asumir desde la interioridad ese espacio vacío.
En palabras del autor, Magnitud imaginaria es, en concreto, un intento de "precipitar al lector a la Nada y no perturbar su oído en plena ascensión". El motivo por el que Lem utiliza el Prólogo como herramienta para conseguir tal objetivo no se reduce al potencial intrínseco en éste, sino que responde también al deseo de reivindicar una parte del libro que ha sido menospreciada por la Literatura a lo largo de su historia. En su búsqueda de justicia, Lem quiere involucrar al lector y, así, pide su ayuda.
Como dije, Lem ha sido tan persuasivo que me ha convencido. Pero ya me conocen, suelo aprovechar ciertas coyunturas en favor propio. Me he dado cuenta de que mi apoyo a Lem me servía en bandeja la posibilidad de tomar, por segunda vez desde que abrí el blog, una actitud vilamatiana, algo que ya estaba echando de menos. No sé cuán cerca me coloca esto de ser calificado como lector Bartleby, pero he decidido, una vez terminado el prólogo de presentación, no leer los prólogos subsiguientes, la tétrada que constituye el corpus principal de la obra. He preferido no hacerlo y me he rebelado como pedía el autor, asomándome con ello a la Nada más absoluta. Dos pájaros de un tiro.
Debe de ser la primera vez en mi vida que renuncio a una lectura por respeto, por ser consecuente con el mensaje del libro, y no por aburrimiento.
(Si les pica la curisidad, aquí tienen mi primera actitud vilamatiana: Leyendo a Vila-Matas (I): vida y ficción.)
En uno de esos volúmenes, titulado Magnitud imaginaria, Lem hace un canto al ninguneado arte de la Introduccionística. Se trata de una colección de prólogos, cuatro en total, a los que no complementa texto alguno. Esos prólogos, puerta de entrada a cuatro libros ficticios, estan a su vez prologados por una presentación en la que Lem hace gala de su proverbial persuasión narrativa. Su idea al escribir el libro, explica, es la de ofrecer al lector un Prólogo a la Nada. La Nada, el único lugar que nos está vedado y al que él nos da libre acceso merced a este artificio, pues tras estos prólogos no hay, efectivamente, nada. Es la imaginación del lector, apoyada en esos capítulos previos que en realidad configuran el todo, quien debe asumir desde la interioridad ese espacio vacío.
En palabras del autor, Magnitud imaginaria es, en concreto, un intento de "precipitar al lector a la Nada y no perturbar su oído en plena ascensión". El motivo por el que Lem utiliza el Prólogo como herramienta para conseguir tal objetivo no se reduce al potencial intrínseco en éste, sino que responde también al deseo de reivindicar una parte del libro que ha sido menospreciada por la Literatura a lo largo de su historia. En su búsqueda de justicia, Lem quiere involucrar al lector y, así, pide su ayuda.
"Por eso, precisamente, la Prologología no puede seguir sometida al anatema de la esclavitud, ajena a todo esfuerzo de liberación. De modo que llamo a la rebelión (...)"
Como dije, Lem ha sido tan persuasivo que me ha convencido. Pero ya me conocen, suelo aprovechar ciertas coyunturas en favor propio. Me he dado cuenta de que mi apoyo a Lem me servía en bandeja la posibilidad de tomar, por segunda vez desde que abrí el blog, una actitud vilamatiana, algo que ya estaba echando de menos. No sé cuán cerca me coloca esto de ser calificado como lector Bartleby, pero he decidido, una vez terminado el prólogo de presentación, no leer los prólogos subsiguientes, la tétrada que constituye el corpus principal de la obra. He preferido no hacerlo y me he rebelado como pedía el autor, asomándome con ello a la Nada más absoluta. Dos pájaros de un tiro.
Debe de ser la primera vez en mi vida que renuncio a una lectura por respeto, por ser consecuente con el mensaje del libro, y no por aburrimiento.
(Si les pica la curisidad, aquí tienen mi primera actitud vilamatiana: Leyendo a Vila-Matas (I): vida y ficción.)
Joder... eso sí que es asomarse al abismo y afrontarlo.
ResponderEliminarMi aplauso, Mr. Kaplan
Esto de abismarse es duro. Aún estoy asimilándolo.
ResponderEliminarAcabarás leyéndolo :-)
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