De entre todos los acontecimientos y sucesos acaecidos en el mundo durante estos pasados meses de silencio (en lo particular, pronto haré un resumen de mis escasas lecturas y abortadas reseñas), el más significativo fue, si de ciencia ficción hablamos, el fallecimiento de sir Arthur Charles Clarke, que tuvo lugar el 19 de Marzo. Considerado por la mayoría de aficionados uno de los "Tres Grandes", fue en mi opinión el mayor de ellos, el que mejor supo conjugar buena escritura y grandes conceptos, y quien sin duda mejor supo explotar ese invaluable patrimonio del género denominado "sentido de la maravilla", tanto en sus novelas como en sus numerosos y extraordinarios cuentos. Clarke fue, para muchos lectores, un estandarte de esa literatura de ideas que algunos aficionados, en mi opinión equivocadamente, continúan aún propugnando como única definición válida del género.
Aunque sus primeras décadas como creador son incontestables, de los 80 en adelante la maestría del autor británico fue yendo a menos hasta caer en una sima de degeneración total. Sus últimas novelas en solitario (tras las cuales se limitó a poner sus ideas y su nombre en diversas colaboraciones) resultaron indignas para los lectores, a quienes se les hizo insoportable que el creador de obras maestras de la cf como El fin de la infancia, La ciudad y las estrellas o Cita con Rama pasara a parir fiascos como 3001: odisea final o El martillo de Dios.
A veces, el tiempo es justo con quien lo merece, así que es de suponer que dentro de unas décadas Clarke será recordado únicamente por sus grandes libros, quizás como el representante con mayor talento de la ciencia ficción clásica. Muchas de las imágenes imborrables de mi adolescencia proceden de la imaginación y el buen hacer de sir Clarke. Incluídas en narraciones hoy famosas, como "La estrella", o procedentes de historias menores, como la modesta "Paseo nocturno", parten de una sabia mezcla entre sentido de la maravilla y buen hacer narrativo. La fascinación por sus historias, elaboradas siempre con aguda inteligencia, fue crucial en mi formación como lector, hasta el punto de que, por muchos años, fue mi escritor de cf preferido.
Por ello, y ya que no pude en su momento, dejo aquí este pequeño homenaje, dos reseñas que escribí hace tiempo y que espero les ayuden a conocer, grosso modo, al autor en sus dos facetas, la menos buena y la irrepetible. He invertido deliberadamente el orden de creación de ambas con un deseo: que en su recuerdo prepondere la segunda.
Desde que el nombre de Arthur C. Clarke se popularizara mundialmente con la subida a los altares del inmortal filme de Stanley Kubrick "2001, una odisea del espacio", la carrera del venerable escritor ha dado alguna obra imprescindible al género, otras novelas de mediana consideración y, en los últimos años, algunos libros verdaderamente plúmbeos, como el inaceptable 3001, odisea final. Perdido en innecesarias continuaciones de éxitos pasados y colaboraciones con otros autores noveles, el británico ha pasado de ser una de las principales voces de la ciencia ficción a convertirse en un explotador de su, por otra parte, merecida fama.
Así, sus últimas obras resultan ser un compendio de predicciones científicas enmarcadas en historias carentes de profundidad o sentido de la maravilla alguno, que buscan más el camino del best seller que el del verdadero talento. En esta ocasión, la reedición en formato de bolsillo de El martillo de Dios, obra cuyo argumento parte de las primeras páginas de su éxito más señalado, Cita con Rama, nos permite comprobar de manera fehaciente lo anteriormente expuesto.
Por una vez, y sin que sirva de precedente, Clarke se adelanta al cine con una novela basada en la posteriormente machacada historia de la colisión terrestre contra un asteroide. El enorme Kali amenaza con estrellarse en nuestro planeta, pero afortunadamente estamos preparados. Robert Singh, campeón de las primeras olimpiadas lunares, comanda una nave en dirección a la cercana amenaza con el objetivo de colocar un gigantesco impulsor de masas que desvíe la trayectoria del coloso. Sin embargo, el proyecto es saboteado por fanáticos religiosos, lo que obliga a buscar otras soluciones. Como aderezo de todo esto tenemos alimentos reciclados, programas de recuerdos virtuales, religiones aglutinadoras y la Ley de Murphy.
Con un estilo muy impersonal, el autor desarrolla, siempre por medio de la narración y de forma fría, un maremagno de futuros adelantos científicos que, sumados a unos personajes totalmente planos, intentan configurar sin éxito una buena historia. Lo que en realidad es una novela de apenas más de cien páginas se convierte mediante los numerosos espacios en blanco (cada página y media), la exigua longitud de los numerosos capítulos y, sobre todo, el tamaño de letra, en un libro de más de trescientas.
Si sumamos los ya habituales agradecimientos del autor -más de veinte páginas-, en los que siempre se dedica a recordarnos sus acertadas predicciones, a colar parte de otra de sus novelas (aquí reproduce completas las tres primeras páginas de Cita con Rama) o a sorprenderse de cuánto se parecen sus ideas a las de otros escritores y cineastas, tenemos como resultado un producto para pasar el rato, entretenido a cachos, de una insulsez notable, que no logra asentarse en la memoria más de dos días.
Esperemos tiempos mejores.
Así, sus últimas obras resultan ser un compendio de predicciones científicas enmarcadas en historias carentes de profundidad o sentido de la maravilla alguno, que buscan más el camino del best seller que el del verdadero talento. En esta ocasión, la reedición en formato de bolsillo de El martillo de Dios, obra cuyo argumento parte de las primeras páginas de su éxito más señalado, Cita con Rama, nos permite comprobar de manera fehaciente lo anteriormente expuesto.
Por una vez, y sin que sirva de precedente, Clarke se adelanta al cine con una novela basada en la posteriormente machacada historia de la colisión terrestre contra un asteroide. El enorme Kali amenaza con estrellarse en nuestro planeta, pero afortunadamente estamos preparados. Robert Singh, campeón de las primeras olimpiadas lunares, comanda una nave en dirección a la cercana amenaza con el objetivo de colocar un gigantesco impulsor de masas que desvíe la trayectoria del coloso. Sin embargo, el proyecto es saboteado por fanáticos religiosos, lo que obliga a buscar otras soluciones. Como aderezo de todo esto tenemos alimentos reciclados, programas de recuerdos virtuales, religiones aglutinadoras y la Ley de Murphy.
Con un estilo muy impersonal, el autor desarrolla, siempre por medio de la narración y de forma fría, un maremagno de futuros adelantos científicos que, sumados a unos personajes totalmente planos, intentan configurar sin éxito una buena historia. Lo que en realidad es una novela de apenas más de cien páginas se convierte mediante los numerosos espacios en blanco (cada página y media), la exigua longitud de los numerosos capítulos y, sobre todo, el tamaño de letra, en un libro de más de trescientas.
Si sumamos los ya habituales agradecimientos del autor -más de veinte páginas-, en los que siempre se dedica a recordarnos sus acertadas predicciones, a colar parte de otra de sus novelas (aquí reproduce completas las tres primeras páginas de Cita con Rama) o a sorprenderse de cuánto se parecen sus ideas a las de otros escritores y cineastas, tenemos como resultado un producto para pasar el rato, entretenido a cachos, de una insulsez notable, que no logra asentarse en la memoria más de dos días.
Esperemos tiempos mejores.
Las reediciones en formato de bolsillo, económicamente más asequible, suponen una excelente oportunidad para adquirir y revisitar aquellos clásicos que prestamos hace mucho tiempo y que nunca nos fueron devueltos. Cuando el clásico, además, es un Clarke de los 50, la gratificación suele estar asegurada. El fin de la infancia constituye una inmejorable ocasión para sumergirse en la cada vez menos frecuentada "literatura de ideas" a través de una obra en la que el fondo adquiere mayor importancia que la forma, a pesar de contar con un estilo en absoluto descuidado.
De popularizar su comienzo se han encargado décadas después la televisión y el cine. Al igual que en la serie de televisión "V" y la película "Independence Day", una raza alienígena dispone sus colosales naves espaciales sobre las principales ciudades del mundo. Avanzando por las páginas del libro, lo que pareciera en un principio una invasión se convierte en un misterioso tutelaje cuyo resultado final será una utopía en la que el ser humano, exorcizado de y por sus demonios, conocerá sus mejores días. Finalmente, al igual que en la obra de Theodore Sturgeon Más que humano, casualmente publicada un año antes (una constante en el maestro Clarke digna de estudio), serán los niños quienes protagonicen el siguiente salto evolutivo del Hombre, aportando de paso una segunda lectura verdaderamente escalofriante al título de la novela. El triunfo definitivo del nuevo y todopoderoso flautista hameliniano, registrado por el último hombre sobre la Tierra, constituye por única vez un falso final "no feliz" en el que el género humano consigue las estrellas, aunque a un precio difícil de digerir para el lector. El viejo orden debe morir para que el nuevo tome su lugar.
Aunque el desarrollo, ejecutado a través de unos personajes de escaso interés, no es nada espectacular, sí logra mantener la atención hasta el final, sostenido principalmente sobre el impredecible destino de la raza humana. La conclusión es sin duda lo que convierte a El fin de la infancia en una pieza fundamental de la ciencia ficción de todos los tiempos. Imaginativa, enorme en su planteamiento y sobre todo tajante, está impregnada de cierto lirismo y llama a la maravilla con vehemencia. Al cerrar el libro se tiene la inequívoca impresión de haber asistido a algo grande e importante.
Por encima de los diversos personajes y líneas argumentales que componen la historia, el verdadero espíritu de la novela se asienta sobre temas de mayor importancia. Arthur C. Clarke deja bien claro en esta novela que su bandera es el ateísmo. Señala con dedo acusador a la religión, la más común superstición del ser humano, como principal obstáculo para el avance de la especie, a la vez que propone a la ciencia como tabla salvadora de la humanidad, la cual no es más que un anónimo grano de arena sujeto a la irrevocabilidad de los grandes acontecimientos. Crecer es algo natural y ajeno a nuestras voluntades: el País de Nunca Jamás no existe.
Atacar a Arthur C. Clarke se ha convertido últimamente en deporte usual de los aficionados al género. Si bien es cierto que algunas de las últimas obras del genio británico alcanzan la categoría de infumables, de vez en cuando es muy recomendable volver a acercarse a sus obras fundamentales y percatarse de las razones que lo han colocado en la cima del género en la segunda mitad del siglo XX.
Ambas reseñas fueron publicadas originalmente en Bibliópolis, crítica en la Red.
Confieso que me he mantenido bastante alejado de la última producción de Clarke (en buena medida por culpa de uno de los títulos que mencionas, ese "3001: odisea final" que me hizo sentir vergüenza ajena al leerlo), y confieso también que nunca le he visto la gracia a "El fin de la infancia".
ResponderEliminarTiene, como apuntas, ideas y especulaciones muy poderosas, pero el desarrollo de la novela no me convence y, en general, no logra interesarme en su peripecia. Recuerdo que cuando la leí en su momento se me quedó un poco la cara a cuadros preguntándome qué veía todos dios en ese libro. Sí, sus ideas, vale, pero me parecía que más allá de esas ideas (y quizá de la primera parte, la de los... ¿superseñores, se llamaban?) la novela me pareció totalmente carente de interés.
En cambio si hablásemos de "La ciudad y las estrellas", que probablemente haya sido la novela que despertó mi amor por el género de la Cf y que aún sigo releyendo con cierta frecuencia, eso es otra cosa. Ahí sí que encontré una historia que conseguía atraparme, una sociedad (más de una en realidad) que me fascinaba. Y sentido de la maravilla a manos llenas.
Pero, bueno, cada uno tiene sus debilidades, supongo.
Aunque considero que tiene cuatro grandes novelas, mis favoritas son "La ciudad y las estrellas" y "Cita con Rama". Sobre todo porque, como dices, el sentido de la maravilla en las dos es sensacional. A pesar de que Diaspar está a "sólo" medio millon de años adelante(creo recordar), la sensación de futuro lejanísimo es mucho mayor que en otras novelas situadas a burradas más largas. Y es algo bastante común entre la cf de los 50 y la actual.
ResponderEliminarSí, "Cita con Rama" posiblemente sea mi otra novela favorita de Clarke (aunque confieso cierta debilidad por "2010", no sé muy bien por qué). La muestra de cómo se puede hacer una buena novela sin que, en apariencia, pase nada y sin que los personajes sean especialmente memorables... hasta que te das cuenta que el personaje es Rama, claro.
ResponderEliminarPor cierto, ¿te creerás que pasaron años hasta que comprendí la frase/chistecito final de la novela?
En cuanto a la sensación de remotísimo futuro que da "La ciudad y las estrellas", coincido totalmente. Te crees a la perfección que están en el final de los tiempos. Como te digo fue una novela (supongo que el momento en que la leí tuvo mucho que ver, no tendría más de diez años) que me causó una impresión enorme, como si de pronto me hubiera abierto el universo y me hubiera mostrado las maravillas que había más allá. Pocas veces he experimentado esa sensación de maravilla apabullante. Y, lógicamente, a medida que me voy haciendo mayor es más difícil que vuelva a experimentarla.
Lo mejor de Clarke, sin embargo (y creo que le pasa lo mismo a otros autores de la época, Asimov, sin ir más lejos) está en los relatos, me parece. Algunos, como los que has mencionado (qué grande es "La estrella", por ejemplo) o "Partida de rescate", también. Y por supuesto sus cuentos/embuste del Ciervo Blanco.
Alguien debería recuperar los mejores cuentos de los principales autores de los cuarenta. Ahí fue realmente donde se hizo la ciencia ficción potente y con garra especulativa (ya fuera científica o ideológica, o ambas) de la época. Pero, claro, con la mala fama que tienen los cuentos, vamos listos...
"Por cierto, ¿te creerás que pasaron años hasta que comprendí la frase/chistecito final de la novela?"
ResponderEliminarIncreíble-ble. Debe de ser un spin off del rudysmo, o algo así.
En lo de los cuentos, totalmente de acuerdo.
Recuerdo que cuando leí aquello de "los ramanes lo hacen todo por triplicado" me quedé pensando "bueno, ¿y qué?".
ResponderEliminarEn fin, la vida, que tiene estas cosas.