Lo "criminal" del blurb anterior no estriba en la elección de Joyce Carol Oates como la mejor novelista americana del momento (si se sobrentiende que por América se refiere a EE. UU. y que, por tanto, las canadienses Alice Munro, por otra parte más cuentista que novelista, y Margaret Atwood quedan excluidas de la lucha). Lo que llama la atención en esta frase es el efecto que produce la errónea traducción. Eliminen ustedes el nombre de la escritora y calibren el resultado: "La Gran Novelista Americana es una mujer".
¿Y qué otra cosa podría ser? El artículo determinado y el adjetivo gentilicio ya lo dejan bien claro, así que el conjunto parece una cómica redundancia. La intención de la frase original era explotar un juego de palabras bastante simple. Los norteamericanos, tan dados a las etiquetas grandilocuentes, llevan décadas buscando la Gran Novela Americana, un libro de creación propia que esté a la altura de clásicos universales como El Quijote o el Ulises, pero que sea distintivo de su nación. De ese mismo palo es la denominación de Gran Novelista Americano, que en el inglés original mantiene el género neutro, hecho del cual parte el pretendido ingenio de la frase: "El Gran Novelista Americano es una mujer", seguido a continuación del nombre de la escritora.
Y de esa forma es, exactamente, como debería haberlo reflejado el traductor, pues en castellano ese neutro se expresa en forma masculina. Sin embargo, motivado tal vez por el pijoterismo semántico actual, el intérprete ha debido de sucumbir bien a la corrección política, bien al feminismo recalcitrante, y ha acabado realizando un trabajo incorrecto que, por otra parte, invita a realizar un par de reflexiones. La primera, cuya definición más exacta (pero irrecuperable) se la escuché hace años a mi amiga N, creadora del blog más peculiar de la Red, versa sobre los significados ocultos existentes en la necesidad de señalar o resaltar algo sólo (esto es lo importante) por tener origen femenino, y rara vez o nunca en su opuesto caso masculino. Hay montones de antologías, espectáculos o actividades cuyo elemento singular destacable es su procedencia o esencia femeninas. No ocurre así al revés. Jamás leeremos una frase neutra como la que nos ocupa que explote como reseñable el elemento masculino, algo como "The Great American Novelist is a man." Imposible.
Podría ofrecerles una conclusión sobre los motivos de todo esto, tras lo cuál sabrían de qué pie cojeo, pero me temo que se van a quedar con las ganas. Antes de sacar la suya propia, sumen al embrollo el detalle de que quienes resaltan esas clasificaciones, esa naturaleza femenina como algo digno de reseña y categorización, de hecho distintivo, son tanto hombres como mujeres.
La segunda reflexión, que viene a llover sobre mojado, va acerca de esas nada ocurrentes derivaciones femeninas que han empezado a proliferar sin ton ni son. Basta tener una mirada coherente y limpia de prejuicios para percatarse de que el intento de "feminizar" sustantivos es una medida sobrante y muy negativa para nuestra lengua. Este ejemplo es una prueba más del empobrecimiento al que se somete al lenguaje bajo la pretensión de una búsqueda de igualdad que no es tal. Ya no es sólo la obviedad de evitar agravios comparativos, ese "electricisto" o "novelisto", ese "juezo" que haría justicia a la feminización de un término que es, según el DRAE, "nombre común respecto al género".
Más allá de eso, digo, si volvemos la vista hacia nuestro ejemplo, observaremos una pérdida de uso del lenguaje, una frase inocentemente ingeniosa que pasaría a ser imposible de enunciar, a carecer de sentido si todo fuera, stricto sensu, masculino o femenino y, para no ofender a nadie, hubiera que expresarla tal como lo ha hecho el traductor. A menos que, siguiendo la lógica de acabar con los neutros masculinos, llegáramos hasta las últimas consecuencias y creáramos algunos de nuevo cuño, neutros de verdad. Así tendrían sentido frases como ésta: "El mejor miembre del Congreso es una mujer".
O, aún más correctamente, y haciendo caso a nuestro traductor: "Lo mejor miembre del Congreso es una mujer".
¿Y qué otra cosa podría ser? El artículo determinado y el adjetivo gentilicio ya lo dejan bien claro, así que el conjunto parece una cómica redundancia. La intención de la frase original era explotar un juego de palabras bastante simple. Los norteamericanos, tan dados a las etiquetas grandilocuentes, llevan décadas buscando la Gran Novela Americana, un libro de creación propia que esté a la altura de clásicos universales como El Quijote o el Ulises, pero que sea distintivo de su nación. De ese mismo palo es la denominación de Gran Novelista Americano, que en el inglés original mantiene el género neutro, hecho del cual parte el pretendido ingenio de la frase: "El Gran Novelista Americano es una mujer", seguido a continuación del nombre de la escritora.
Y de esa forma es, exactamente, como debería haberlo reflejado el traductor, pues en castellano ese neutro se expresa en forma masculina. Sin embargo, motivado tal vez por el pijoterismo semántico actual, el intérprete ha debido de sucumbir bien a la corrección política, bien al feminismo recalcitrante, y ha acabado realizando un trabajo incorrecto que, por otra parte, invita a realizar un par de reflexiones. La primera, cuya definición más exacta (pero irrecuperable) se la escuché hace años a mi amiga N, creadora del blog más peculiar de la Red, versa sobre los significados ocultos existentes en la necesidad de señalar o resaltar algo sólo (esto es lo importante) por tener origen femenino, y rara vez o nunca en su opuesto caso masculino. Hay montones de antologías, espectáculos o actividades cuyo elemento singular destacable es su procedencia o esencia femeninas. No ocurre así al revés. Jamás leeremos una frase neutra como la que nos ocupa que explote como reseñable el elemento masculino, algo como "The Great American Novelist is a man." Imposible.
Podría ofrecerles una conclusión sobre los motivos de todo esto, tras lo cuál sabrían de qué pie cojeo, pero me temo que se van a quedar con las ganas. Antes de sacar la suya propia, sumen al embrollo el detalle de que quienes resaltan esas clasificaciones, esa naturaleza femenina como algo digno de reseña y categorización, de hecho distintivo, son tanto hombres como mujeres.
La segunda reflexión, que viene a llover sobre mojado, va acerca de esas nada ocurrentes derivaciones femeninas que han empezado a proliferar sin ton ni son. Basta tener una mirada coherente y limpia de prejuicios para percatarse de que el intento de "feminizar" sustantivos es una medida sobrante y muy negativa para nuestra lengua. Este ejemplo es una prueba más del empobrecimiento al que se somete al lenguaje bajo la pretensión de una búsqueda de igualdad que no es tal. Ya no es sólo la obviedad de evitar agravios comparativos, ese "electricisto" o "novelisto", ese "juezo" que haría justicia a la feminización de un término que es, según el DRAE, "nombre común respecto al género".
Más allá de eso, digo, si volvemos la vista hacia nuestro ejemplo, observaremos una pérdida de uso del lenguaje, una frase inocentemente ingeniosa que pasaría a ser imposible de enunciar, a carecer de sentido si todo fuera, stricto sensu, masculino o femenino y, para no ofender a nadie, hubiera que expresarla tal como lo ha hecho el traductor. A menos que, siguiendo la lógica de acabar con los neutros masculinos, llegáramos hasta las últimas consecuencias y creáramos algunos de nuevo cuño, neutros de verdad. Así tendrían sentido frases como ésta: "El mejor miembre del Congreso es una mujer".
O, aún más correctamente, y haciendo caso a nuestro traductor: "Lo mejor miembre del Congreso es una mujer".
Ahí nos duele. Y más que nos va a doler. Ya me he encontrado con casos de gente que sabe perfectamente que está expresándose de forma incorrecta (da igual que trabajen para algo público o empresa privada, lo he visto en ambos) pero que no pueden hacer nada para evitarlo porque los obligan desde arriba y están hartos de discutirlo o de llevarse broncas y que les "corrijan" el trabajo. Lo siguiente es que dejan de discutir y reservan el expresarse bien para la intimidad. Lo siguiente, que otros que vienen después, con menos conocimientos -especie en franco crecimiento- creen que la norma impuesta en el negociado o la oficina es la correcta, y se ponen a corregir (ni siquiera hay malas intenciones; creen sinceramente que están haciendo un favor) al que está escribiendo bien. Y alguno más inseguro duda y traga. Y la plaga se extiende.
ResponderEliminarEsto debe de ser lo que llaman proceso de evolución natural de la lengua, sí. Aunque muy natural no lo veo.
ResponderEliminarBueno, "evolución natural" aplicado a algo totalmente artificial como es un idioma parece un oxímoron de esos.
ResponderEliminarMe temo que, mirado a largo plazo, no existe "lo correcto" en un idioma. Sólo existe el consenso general entre lo que es correcto en un momento dado. El estándar de una lengua, nos guste o no, no se desarrolla por motivos estrictamente lingüísticos, no creo que lo haya hecho nunca. Y que se cree o se intente crear un estándar por motivos puramente políticos ni siquiera es nuevo bajo el sol.
Otra cosa es que las personas que hay tras esa intencionalidad política sean unos ignorantes de personalidad insegura que no tienen ni puta idea (y perdón por mi francés) de lo que están haciendo, pero...
Lo cierto es que tal vez peque de iluso. Mi creencia era que la lengua la hace evolucionar la gente de la calle con su uso, que es el ciudadano quien la somete a transformación sin criterio ninguno, y que los dictados de ciertos grupos de presión acaban saliéndoles por la culata y convirtiéndose en algo totalmente distinto.
ResponderEliminarEso creía, pero ahora que miro a tiempos recientes veo que el todopoderoso marqueting ha hecho que la tontería prolifere, ya sea con el uso del inglés o con esta cosa del género. Todo para quedar más fashion.