domingo, 12 de agosto de 2007

Michel Houellebecq. H. P. Lovecraft Contra el mundo, contra la vida

H. P. Lovecraft. Contra el mundo, contra la vida
El 15 de marzo pasado se cumplieron 70 años de la marcha de Howard Phillips Lovecraft de este mundo, seguramente en dirección hacia algún perdido y arcano plano cósmico. Si aún permaneciera entre nosotros, habría podido ver cómo el paso del tiempo le ha ido otorgando un prestigio cuya cima aún no se divisa. Basta comprobar que en muchas encuestas entre los amantes del género de terror son legión quienes le colocan, de modo sorprendente, por encima del maestro Edgar Allan Poe, un mito de la literatura.
El díscolo escritor francés Michel Houellebecq engrosa la creciente marea de lectores incondicionales de la obra lovecraftiana, e incluso comparte con todos ellos ese curioso afán proselitista tan común en los admiradores del de Providence. En 1991 publicó un ensayo dedicado a glosar brevemente la vida y obra del norteamericano, texto que la editorial Siruela lanzó en nuestro país el pasado año. He aquí el párrafo promocional del libro:
Autor de La llamada de Cthulhu, Dagón y En las montañas de la locura, H. P. Lovecraft, maestro indiscutible del horror y de lo fantástico, sigue siendo objeto de una fascinación muy especial por parte de nuestros contemporáneos. Fue un hombre extraño, al igual que sus escritos. A pesar de haber nacido en una ciudad portuaria, sintió siempre auténtica fobia al mar. Profundamente apático, hostil a todos los valores del mundo moderno y, a fin de cuentas, de un racismo visceral, sufrió durante toda su vida pesadillas recurrentes. Su intento de llevar una vida normal se saldó con un fracaso. Michel Houellebecq recorre un itinerario fuera de lo común, saludando en Lovecraft al autor de un mito fundador, y extrae de sus escritos un alegato en favor de una literatura vertiginosa, «yuxtaposición de lo minucioso y lo ilimitado, de lo puntual y lo infinito».
Lejos del carácter exhaustivo con que cuenta la biografía escrita por Sprague de Camp, el libro de Houellebecq se presenta, más bien, como un largo y documentalmente dosificado artículo de opinión. En apenas 100 páginas realiza un somero recorrido por los periplos vital y creativo de Lovecraft. Apenas se refiere a su infancia y adolescencia en Providence; el francés prefiere hacer hincapié en la boda del escritor con Sonia Haft Greene y el punto de inflexión que para él supuso el traslado de ambos a Nueva York, donde la imposibilidad de encontrar trabajo e integrarse en la vida social agravaría la naturaleza extraña de Lovecraft y acabaría conduciéndole al divorcio y al retorno a su ciudad natal, lugar en el que finalmente moriría de cáncer intestinal. En opinión del francés, la obra magna de Lovecraft, los denominados Grandes Textos (los que contienen los conocidos Mitos de Cthulhu), se esencia en un odio racista que se recrudece en el escritor tras su residencia en la ciudad neoyorquina.
Houellebecq no desliga al hombre de su obra. Centra su interés tanto en la persona del autor como en su narrativa, cuyo estudio, sin duda el elemento más valioso de esta breve obra, sitúa a mitad del ensayo, rodeado por las consabidas pinceladas biográficas. El autor disecciona la obra de Lovecraft para mostrar, elemento a elemento, los distintos artificios y herramientas con los que consigue provocar el horror en sus lectores: olores, sonidos, atmósferas... Resulta de gran interés la evidente preocupación de Lovecraft por integrar las distintas disciplinas científicas (biología, matemáticas, geología) en la construcción de sus tramas, pues a su entender, ésta era la mejor forma de lograr un terror objetivo y materialista. Tal como sugiere Houellebecq, este afán cientificista otorga a la obra lovecraftiana carta de pertenencia al género de ciencia ficción.
Es también reseñable que el francés mencione como algo positivo la aversión de Lovecraft a mostrar sexo en su obra y aplauda esta omisión como estrategia funcional para huir del aburrido realismo. Mucho ha debido de cambiar su forma de ver las cosas si echamos un vistazo a la obra posterior del autor de Las partículas elementales, Plataforma o La posibilidad de una isla, novelas en muchos aspectos casi pornográficas. Personalismos aparte, Lovecraft prefería hacer hincapié en los elementos diferenciadores del ser humano, aquellos que le han convertido en un ser civilizado. Es hasta cierto punto normal, dice Houellebecq, que eludiera aquello que lo acerca más al animal: el sexo.
Particularmente, coincido con el autor de este ensayo en la apreciación de que hay algo más en la literatura de Lovecraft de lo que arroja el estudio técnico, algo que elude a todo analisis estílistico o conceptual de su obra. La fascinación que ejercen sus historias, sobre todo en la post adolescencia, proviene de algún punto arraigado en nuestro interior, de profundidades a las que sólo él ha sabido llegar. A pesar de la fuerza y la convicción de las razones expuestas por el francés, cuya tesis final denuncia una cierta misantropía con acento racista en el de Providence, me sigue pareciendo que en la narrativa de Lovecraft hay un elemento indefinible que yo siempre he relacionado con los territorios de la infancia y la adolescencia, con el miedo, puro y sin matices, a lo desconocido.
Monstruos sin forma, provenientes del pasado, acechantes desde el armario o bajo la cama; construcciones ciclópeas, vistas desde la perspectiva de un niño; olores nuevos, ajenos, desagradables; gentes extrañas, frías e inhumanas, como lo son todas fuera de la propia familia. Y en sus últimas obras, la constatación de que el enemigo está dentro de uno mismo, de que inevitablemente la transformación en adulto acabará atrapándote. Incluso la ausencia mencionada por Houellebecq de elementos como el dinero y el sexo, o el hecho de que Lovecraft siempre lamentó haber perdido la infancia ("La edad adulta es el infierno", llegó a decir), avalan también esta teoría propia.
Acceder al recuerdo que el universo lovecraftiano dejó en el lector, pasados los años, resucita imágenes olvidadas de pequeños y polvorientos rincones en librerías escondidas, de rojos crepúsculos de fin de verano, de fiebre y lecturas de cama. Ajeno a cualquier análisis, es más un sentimiento que algo definible, un aroma rescatado de una época en la que el mundo era mucho menos complejo y sólo los monstruos de la oscuridad constituían una amenaza, cuando aún se ignoraba que el verdadero mal no procede de lo desconocido, sino de lo familiar.
Esta hipótesis que propongo, que focaliza la atracción de lo lovecraftiano en la añoranza por un tiempo anterior a la madurez personal, puede dar, por otra parte, origen a una cierta polémica, a una cuestión un tanto incómoda para los que nos consideramos seguidores del autor de los Mitos. Si, como digo, ese componente nostálgico, de olvidada adolescencia, es tan importante en el gusto por Lovecraft, cabe preguntarse si, al igual que ocurre con cierta ciencia ficción, no estaremos ante la obra de un autor de literatura juvenil. Aunque la percepción que tengamos sea la de un escritor demasiado importante para ser considerado de tal modo.

8 comentarios:

  1. "Contra el mundo, contra la vida" me gustó mucho porque apenas había leído textos sobre Lovecraft, más que algún articulillo menor, y Houellebecq construye razonablemente su visión. Ese la vida es el mal que resume como motor de la obra de Lovecraft se despliega metódicamente, con más detalle del que en un principio pensaba y, sobre todo, pasión.

    La pena es que la edición de Siruela es cara e inadecuada para su contenido. En "Gigamesh" no habría ocupado más de 50 o 60 páginas.

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  2. Hola, camarada. Llevaba ya tiempo añadiendo etiquetas a mis blogs con la plantilla antigua (es muy fácil; cuando editas una entrada, pulsa en la esquina inferior derecha, y puedes modificar la fecha y añadir cuantas etiquetas se te ocurran). Hoy me he atrevido a pasar al nuevo diseño. Es instantáneo, no se pierde nada, y en seguida he podido añadir a mis blogs la lista de etiquetas, de modo que ahora cuento con un índice temático muy a mano. Pruébalo, no pierdes nada.

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  3. La verdad, Nacho, es que tras algunos comentarios que he leído por ahí, me lo esperaba peor. Para ser lo que es, un breve ensayo de opinión, está muy bien desarrollado, la verdad. Houellebecq sabe apoyar bien su teoría. Y hay un para de apuntes (que ya menciono) sobre su obra que son realmente interesantes.
    Jorge, ¿seguro que no te ha cambiado los textos de las entradas o los enlaces? Me alegra saberlo. Igual me animo, por lo de las etiquetas más que nada.

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  4. Haz la prueba con mi blog. Las etiquetas puedes ponerlas con la plantilla antigua, como he hecho yo estas últimas semanas. Lo que te ofrece el nuevo diseño es poder poner la lista de etiquetas en un plis plas encima o debajo de los enlaces, de tu perfil, o donde te dé la gana. Lo dicho: vete a mi blog y navega un rato de etiqueta en etiqueta (sobre todo ahora, que he añadido una entrada nueva).

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  5. Sobre el racismo de Lovecraft, su misantropismo, y muchos de sus "ismos" habría mucho que decir. (De hecho, como racista, era un racista extraño: peroraba sobre lo chungos que eran los judíos, luego conocía un judío que le caía bien y con el que mantenía una relación intelectual estimulante y el prejuicio se le iba abajo. Y luego decía lo mismo de los canadienses, hasta que conocía uno que le gustaba. Y así... en realidad, creo que él mismo acabó siendo consciente de que buena parte de sus actitudes racistas eran fruto de la ignorancia). Si uno lee la biografía de de Camp, descubre que buena parte de las manías que sobre las que se ha ido construyendo su leyenda no eran para tanto y que de hecho muchas de sus actitudes más cerriles fueron cambiando en los últimos años de su vida.

    Curiosamente, cuando más viajó. Va a ser verdad eso de que los "ismos" se curan viajando.

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  6. El problema con los textos sobre Lovecraft es que detrás de ellos suele haber un gran afecto o incluso una adoración mal disimulada, y uno nunca acaba sabiendo a ciencia cierta cuánto hay de maquillaje y cuánto callan.

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  7. Hombre... de Camp no era precisamente un admirador de Lovecraft. De hecho, como escritor no le entusiasmaba precisamente. Fue cuando se documentaba para escribir su biografía cuando empezó a, no sé si tomarle afecto al personaje o simplemente comprenderlo un poco mejor. Pero en cualquier caso, afortunadamente, su biografía no es una hagiografía, más bien al contrario. De Camp no se corta un pelo al hablar de algunos de sus defectos más evidentes, como escritor y como persona. Y, por otro lado, cuando da juicios de valor sobre la personalidad de Lovecraft los argumenta y expone por qué piensa que es de ese modo, así que en general me resulta convincente lo que dice sobre él. En general me parece un texto, no diré objetivo, eso es imposible, pero sí con la distancia adecuada del personaje del que traza la biografía.

    Otro gallo sería si Derleth, como estaba planeado originalmente, hubiera escrito la biografía. Tiemblo sólo de pensarlo.

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  8. Coincido contigo en lo que dices. Me refería más bien a Lumley, el propio Derleth y otros escritores de antología lovecraftiana, de los cuales he leído algunos textos que parecían cartas de amor. Cierto que De Camp conserva un sano distanciamiento del personaje, aunque algún argumento cogido por los pelos hay. Me gustaría leer, eso sí, su biografía de Howard para comprobar si ahí ha sido tan objetivo como en este caso. Supongo que no. Y supongo también que de no haber muerto Derleth estaríamos hablando de una biografía mitómana al cien por cien. Con lo que trasteó en la obra de HP, seguro que también hubiera hecho un montaje de su vida curioso.

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