jueves, 9 de agosto de 2007

Kressmann Taylor. Paradero desconocido


La noticia sobre la gran afición de Adolf Hitler por la música rusa y judía publicada recientemente en Der Spiegel impresiona porque se abre a dos posibilidades, a cuál más terrorífica. La primera es, quizás, la que menos podría sorprendernos, pues da una imagen del genocida que ya ha sido explotada literariamente, la de un personaje desequilibrado que trata de reprimir y esconder sin éxito la a su juicio insana atracción que ejerce sobre él aquello a lo que considera deleznable. Es decir, algo similar a lo que le ocurría al Amon Goeth de "La lista de Schindler" con su sirviente judía. La segunda posibilidad es, sin duda, aún más espeluznante, porque sugiere a un Hitler lúcido, decidido a exterminar fríamente a un pueblo cuyas creaciones admira, el judío, por puro interés, por mero provecho económico y político.
Hitler no estaba solo, claro. Particularmente, lo que más me llama la atención de la tragedia nazi es el asunto civil. Siempre me he preguntado cómo pudo la ciudadanía alemana ya no sólo sumarse a la causa, sino simplemente permitir tales tropelías. Desde luego hay libros que tratan el tema, y la nación germana sigue avergonzándose, a veces hasta la exageración, de su pasado más oscuro. Bastante ilustrativo en cuanto a ésta y otras cuestiones adyacentes, Paradero desconocido, de la autora norteamericana Kressmann Taylor, sigue hoy, casi 70 años después de su publicación, representando con maestría la esencia de aquel drama en sus escasas 60 páginas.


Este libro publicado por primera vez en 1938 cuenta la historia de dos amigos y socios que viven en California, Martin Schulse, alemán, y Max Eisentein, un judío estadounidense. En 1932, Martin decide volver a Alemania, empieza a partir de ese momento un intercambio de cartas en las que enseguida se descubre el cambio de valores que sufre Martin por su acercamiento a la situación política de Alemania.

El género epistolar ha ofrecido una gran rentabilidad a la literatura moderna. Raramente visitado por los escritores, cuenta con un gran número de novelas notables en su currículum, de Las amistades peligrosas a 84, Charing Cross Road, pasando por el mismísimo Drácula. La novela que nos ocupa, Paradero desconocido, es otra gran muestra de cómo el uso del intercambio de cartas como método narrativo hace llegar al lector los distintos puntos de vista de un modo absolutamente directo e impactante. El breve cruce de misivas entre Martin y Max nos acerca a un proceso personal de enemistad entre dos hombres, y, en un aspecto más global, al germen del fanatismo nazi previo a la II Guerra Mundial.
Lo más impresionante en esta historia es su capacidad para hacer comprender al lector un drama humano de grandes dimensiones mediante el relato particular, y sumamente breve, de una amistad convertida en odio. Sin duda, en su planificación reside su mayor logro. La enorme información contenida en los pequeños detalles, la casi imposible pero perfecta construcción de personajes en tan pocas líneas y el carácter universal de su argumento, una relación interpersonal degradada a causa de una ideología nacionalista venenosa, conforman un drama perfectamente cerrado que acaba cumpliendo su promesa de fatalidad de manera sorprendente.
Entre la primera carta, fechada el 12 de noviembre de 1932, y la última, el 3 de marzo de 1934, apenas transcurre año y medio, exactamente el período en el que se inicia el proceso de perversión moral de todo un país que posteriormente lo conduciría hacia la monstruosidad y la guerra. Martin, con su viciada visión sobre la nueva Alemania, es el espejo de toda una nación que sucumbe al hambre, la vergüenza y el deseo de recuperación del orgullo perdido para elegir la podredumbre. Max, al perpetrar su venganza, también cae bajo el influjo de una barbarie que abocó al mundo a su mayor locura. El método utilizado por Max para obtener su triunfo evidencia, por otra parte, que no hay Estado más débil que aquél que no confía en sus ciudadanos.
Paradero desconocido pertenece a ese tipo de obras que tuvieron un gran éxito en su época y que, posteriormente, el tiempo decidió enterrar, obras que de tarde en tarde vuelven a ser reivindicadas como se merecen. Ya entonces, Europa, inmersa en plena guerra, no logró ver publicada la obra hasta años más tarde. Llama la atención el hecho de que la autora, cuyo auténtico nombre era Katherine Kressmann, fuera invitada a utilizar un seudónimo masculino con la excusa de que la historia era "demasiado dura para aparecer firmada por una mujer". En 1938 sólo Katherine Kressmann parecía saber lo que se les venía encima.

2 comentarios:

  1. En efecto, se trata de una excelente lectura.

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  2. Ya me lo imaginaba. Pues alégrate, porque esta mañana me he hecho con un ejemplar para ti.

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