jueves, 27 de marzo de 2014

Rafael Pinedo. Subte

Los lectores de esta bitácora tendrán constancia de la enorme presencia del subgénero postapocalíptico en sus páginas. He dedicado muchas entradas a esta temática, principalmente para reseñar algunas de las novelas que recurren a ella como elemento central en sus tramas. Si bien es cierto que se trata de uno de mis escenarios favoritos, no es sólo el gusto personal la causa de su gran trascendencia en Literatura en los talones. Creé el blog en 2006, y han sido la circunstancia social y las novedades literarias las que han ido marcando esta tendencia.
El postapocalíptico lleva unos años en primer plano, sea en películas o en libros. Como ya he comentado en recientes ocasiones, el 90% de las nuevas novelas catalogadas como distopías no pertenecen, de hecho, al subgénero que sublimaron Zamiatin, Orwell y Huxley, sino a este. Los motivos por los que, al igual que ocurrió en la Guerra Fría, el postapocalíptico se ha puesto de moda una vez más, son fáciles de imaginar. El 11-S, la disputa subsiguiente entre civilizaciones, los malos augurios ecologistas y, finalmente, la terrible crisis económica, han resucitado los peores presagios para nuestra civilización, lo cual ha traído de vuelta la ficción del fin del mundo en sus múltiples variantes, instalándola de nuevo en el imaginario colectivo.
El caso es que no hay día en el que uno no se tope con algún texto relacionado con ella. Hoy mismo, fíjense, me ha asaltado por todas partes. A primera hora, me han invitado desde facebook a leer un artículo de El Confidencial sobre el venidero colapso de nuestra civilización. Camino del trabajo, he comenzado la lectura de "Paisajes del Apocalipsis", un libro no muy cómodo para ser consumido en el metro debido a sus dimensiones (Valdemar Gótica), y que a pesar de ello me está absorbiendo bastante. Por último, he sabido por el agregador de noticias que Nacho Illarregui ha publicado en C, la web de crítica literaria, un texto en el que analiza con gran pericia Un minuto antes de la oscuridad, la última novela postapocalíptica de Ismael Martínez Biurrun que ya comenté yo aquí hace unos días.
Desde hace unos años, esto ocurre continuamente. Convivimos con la idea del fin de los tiempos, y nos fascina y aterroriza a partes iguales. Por eso se estrena tanta película y se publica tanto texto sobre ello. La demanda, lejos de disminuir, sigue aumentando, y yo, lo confieso, no puedo estar más contento. Si sienten la misma fascinación por la narrativa del desastre que yo, y aún no lo han hecho, les sugiero que lean la mejor literatura postapocalíptica que se ha escrito en castellano en los últimos años, la Trilogía de la devastación de Rafael Pinedo. Tras la excelencia de Plop y Frío, Subte constituye, precisamente, un cierre de lujo para esta maravillosa serie.



La finalización de la lectura de Subte trae consigo una inmensa tristeza. Por el contenido de la lectura en sí, pero principalmente por la evidencia de que ya no habrá más obras de Rafael Pinedo que llevarse a los ojos. Para bien o para mal, si Pinedo pasa a la posteridad será como escritor de culto, esa etiqueta con la que se designa a aquellos autores que poseen algo especial, que para unos pocos rozan la genialidad y aún así nunca llegarán a gozar de una fama global. Subte supone un más difícil todavía en la escasa obra del escritor nacido en Buenos Aires. Consta de apenas 90 páginas, pero en ellas pervive el ánima y el estilo que tanta fascinación provocaban en sus dos novelas anteriores.
La trama de esta novela es, debido a su breve extensión, apenas episódica, y sin embargo, una vez concluída su lectura, se tiene la sensación de haber presenciado (y vivido, ese es el gran haber del autor) una jornada larga y terriblemente intensa. Proc, la protagonista absoluta de la historia, es una adolescente en avanzado estado de gestación. Perseguida por perros salvajes a través de los túneles del metro, se ve obligada a bajar por un hueco a oscuras a un nivel inferior. Allí se encuentra con la tribu de “los ciegos”, así denominados por vivir en una completa oscuridad. Tras hacer amistad con Ish, una de sus miembros, intenta escapar de vuelta a la superficie, pero los dolores del inminente parto dificultan la huida.
Aunque las herramientas narrativas empleadas por Pinedo son las mismas que en las anteriores novelas (oraciones cortas, puntos y aparte continuos, escasez de adjetivos, concisión absoluta) y el contenido reincide en la misma temática, se puede decir que, a pesar de su menor extensión, quizás sea ésta la novela más intensa del argentino y en la que la peripecia presenta una mayor ortodoxia. La aventura de Proc guarda puntos en común con otras grandes obras de la ciencia ficción. Su estancia entre los ciegos del submundo, especialmente en aquellos pasajes en los que se propone el contacto físico como medio especial de comunicación, retrotrae a los momentos más significativos de La persistencia de la visión, uno de los mejores relatos escritos por John Varley. En su conjunto, la historia coincide en la propuesta del escenario y en su tono aventurero con La nave estelar, uno de los clásicos indiscutibles de Brian Aldiss.
De hecho, si en un ejercicio de imaginación sustituyéramos los subterráneos por un entorno más tecnificado, Subte podría pasar perfectamente por un relato de nave generacional, un subgénero clásico de la ciencia ficción en el que los protagonistas a menudo han involucionado hasta su condición más básica. La diferencia con esas obras la marca, además de la localización, el estilo con el que Pinedo elabora su historia. La voz narrativa es semejante a la que sostienen las dos novelas anteriores. Llana, honesta, desprovista de enjuciamientos, se mantiene fiel a la obligación que el bonaerense se marcó desde el primer libro, la de mostrar más que contar. Sólo en una ocasión se rompe esa neutralidad, un único párrafo en el capítulo VI en el que la voz se vuelve introspectiva y asume la primera persona, creando un escalofriante contraste entre el cruel mundo exterior y la inocencia que se adivina en ese espacio interior.
Más allá de sus propias bondades como obra independiente, Subte ofrece otros focos de interés, principalmente en su condición de “una de las partes”. Es el punto final a la trilogía en la que Pinedo convierte lo que él llamaba el “fin de la cultura” en herramienta de estudio. “La cultura se desmigaja y las migas se pudren por el suelo”, decía el escritor, y aseguraba que una profundización en nuestro ritos y normas sociales ponía al descubierto un mundo ridículo, conformado sobre estructuras absurdas. Todos los nexos comunes a las tres novelas conducen a la misma idea, aunque si se pone la suficiente atención en sus respectivas peripecias resulta evidente una cierta evolución de signo positivo, una mínima pero perceptible deriva hacia el optimismo.
En una ficticia disposición cronológica de la serie, Subte ocuparía el segundo lugar. La civilización se muestra ausente en las tres novelas, pero la barbarie no se ha adueñado de la especie humana con igual intensidad. Frío muestra la caída en ella de un solo individuo, mientras se adivina el fin de la civilización tras los muros; Plop supone la más descarnada conclusión, un futuro desnudo en el que de la sociedad sólo quedan las normas de superviviencia y la superstición; en Subte se ha perdido el eco de la civilización, pero aún hay vestigios de humanidad en algunos de sus individuos. Si los protagonistas de las dos anteriores novelas perdían la vida por y para el rito, Proc, sin embargo, evita el cumplimiento estricto de sus leyes recurriendo a una artimaña.
Es cierto que en los tres libros el dogma es quebrado por el instinto, pero en las dos primeras obras es algo que ocurre involuntariamente y que no trae más cambio al individuo que la muerte. Plop se apoya en la ambición y el ansia de poder para llegar a lo más alto, pero su ruptura con la norma social es castigada con el enterramiento; la protagonista de Frío subvierte el rito religioso desde su sexualidad, pero no es un acto deliberado, sino procedente de su ignorancia. Proc, sin embargo, decide desde la pura volición plegar el dogma para salirse con la suya. En esta novela, la naturaleza, representada además por el instinto maternal, un valor que posee una mejor imagen que la ambición y la sexualidad, consigue una pequeña victoria sobre la necesidad humana de crear y obedecer ritos sociales. Quizás el final de Proc le parezca aberrante al lector, pero es, al fin y al cabo, el que ella desea tener, y marca un posible cambio futuro en el devenir de su tribu.
Subte marca un cambio quizás pequeño pero perceptible en una trilogía ya mítica. Tras la conclusión de las dos novelas anteriores, en sus respectivos universos sólo cabe ir a peor, pues el rito se convalida con la muerte de ambos protagonistas. Sin embargo, al final de esta nouvelle, tanto la decisión de Proc como la posterior aceptación de los miembros de su tribu sugieren que el mundo de “los sordos”, como es conocida por los otros la tribu de la superficie, está preparado para aceptar el cambio. El mensaje sigue siendo fiel a la idea con la que Pinedo escribió su serie. Tras la cultura humana no hay nada; nada salvo los instintos más primarios. Pero al menos la capacidad para el cambio, algo que en las anteriores novelas no existía, aquí sí está presente.
En tan pocas páginas no se puede lograr más rendimiento. A pesar de su escasa longitud, Subte mantiene la exigencia de ésta extraordinaria “Trilogía de la devastación”. Los merecimientos alcanzados por Rafael Pinedo en una obra tan escasa constituyen para mí una suerte de misterio, una demostración poderosa de lo grande y enigmática que es la creación literaria. He aquí un autor con un estilo diferente a lo que la literatura latinoamericana estipula. ¿Y qué hay de su propia circunstancia? El caos, la desgracia de todo un país murmurando en sus oídos al comienzo de su obra y la tragedia personal golpeándole en su ultimación. Tres novelas y tres cuentos, no hay más. Unas obras completas que caben en un volumen de apenas 400 páginas, pero que son historia de la ciencia ficción escrita en castellano. Sería bueno que alguien hiciera justicia.



La versión original de esta crítica fue publicada en C.

3 comentarios:

  1. Estimado Kaplan, te doy la mano. Luego de un par de años de leerte, por fin tengo algo para decir, y viene a cuento de un extraño juego de sincronización al que nos ha llevado este gran autor que fue Pinedo, a quien conocí gracias a vos y tu reseña de Plop.
    Acabo de finalizar la lectura de El laberinto. Resulta que estoy trabajando para un fanzine que tendrá como tema "SciFi CLASE B" y, para enriquecer mi creatividad, pensé en leer lo único (y último) que me quedaba de Rafael en la biblioteca.
    "Hay una sola salida a El laberinto: aceptar vivir en él".
    En Argentina este cuento salió publicado junto a Frío y Subte en una misma edición.
    Mientras tomaba mate y releía algunas notas que hice en los márgenes de Plop, se me ocurrió entrar aquí, a tu cueva, y qué pasa, me encuentro con esta entrada.
    Mirá entonces, mañana mismo me encuentro con el editor del fanzine en un bar donde Pinedo solía ir seguido, ubicado en Av. Santa Fe y Av. Pueyrredon, en Buenos Aires. Yo vivo cerca, y en mis caminatas por los barrios de Once y Palermo, suelo imaginar a La Esclava entre las ruinas...
    Kaplan, por vos he conocido a Rafael Pinedo, que se ha metido en los detalles de mi vida cotidiana, y en mi mente, mordiendo. Yo puedo decirlo: vos sos uno de quienes hacen justicia.
    Gracias.
    Un abrazo, y si andas por BsAs no dudes en avisarme así te invito un café en el bar aludido.

    Martín


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  2. Gracias, Martín, me emociona tu mensaje. Si has utilizado el buscador habrás visto cuánta relevancia ha tenido y tiene Rafael Pinedo en este blog. Ya expliqué en una entrada anterior (http://www.literaturaenlostalones.blogspot.com.es/2013/02/subte-en-c.html) los extraños cruces que he tenido con su obra. Esto que me cuentas se suma a todo lo anterior. Si alguna vez tengo la suerte de poder viajar a Buenos Aires, no dudes de que aceptaré tu invitación con gusto.

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    1. tinodema@gmail.com - ahí me encontrarás.

      Saludos desde la serendipia!

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