miércoles, 30 de marzo de 2011

Audrey Niffenegger. Una inquietante simetría

El éxito de la primera novela de un escritor no limita sus beneficios a las cifras de venta de la obra. Como efecto colateral, provoca también un alto grado de expectación ante la aparición de su segundo título. Aunque Audrey Niffenegger cuenta con un par de heterodoxas novelas gráficas en su haber, su creación novelística precedente se limita a la extraordinaria La mujer del viajero en el tiempo. En aquella afamada novela, cuya versión fílmica llegó a España bajo el título de "Más allá del tiempo", la escritora norteamericana demostraba poseer, entre otras bondades, un gran talento para elaborar tramas atractivas y de una cierta complejidad, y la capacidad para desarrollarlas por medio de un estilo narrativo cálido, algo edulcorado pero nada empalagoso. Un estilo que dotaba a aquella lectura de un efecto de cercanía rayano en lo familiar, característica que se vuelve a repetir en Una inquietante simetría.
Por fin nos llegó la segunda novela escrita por Niffeneger, y en ella la escritora sigue haciendo uso de su ya citado estilo, profuso en detalladas descripciones, tanto del entorno inanimado como de las relaciones personales entre los protagonistas. Con este libro se hace aún más evidente que su mayor capacidad como narradora se encuentra en la construcción de vivaces entramados interpersonales, en el desarrollo de la interacción empática entre los distintos personajes y en la destreza con la que la autora describe la cotidianeidad de las relaciones amorosas para dotar a la lectura de un poso emotivo carente de artificios. Esta capacidad para reflejar lo cotidiano, que tanto recuerda a la mejor Connie Willis, se encuentra aquí perfectamente integrada en un marco narrativo que, en esta ocasión, no se corresponde con el género de la ciencia ficción, sino que más bien podría catalogarse como moderna e inusual ghost story.

La prematura muerte de Elspeth Noblin, una excéntrica bibliófila londinense, transforma abruptamente la vida de sus sobrinas, las gemelas Julia y Valentina Poole. A pesar de que no conocían a su tía, ésta les ha dejado en herencia un magnífico piso con vistas al cementerio de Highgate, en Londres, con la condición de que jamás permitan a su madre cruzar el umbral del apartamento. Ansiosas por dejar atrás su aburrida rutina en un típico barrio residencial de Estados Unidos, las gemelas ignoran por completo lo que el destino les depara en Inglaterra. Por un lado, están sus nuevos vecinos: Martin Wells, un brillante y seductor erudito que vive atenazado por sus obsesiones, y el esquivo Robert Fanshaw, antiguo amante de Elspeth, un historiador que ha dedicado media vida a estudiar el famoso cementerio, visible desde su ventana. Y por otro, los secretos de su tía, que incluso después de muerta parece resistirse a abandonar su apartamento.


Aunque Audrey Niffenegger toma prestado el título para su novela del poeta William Blake, no es él la principal referencia del siglo XIX presente en la narración, sino la posterior Época Victoriana, de cuyo entorno sustrae la autora un grisáceo tono atmosférico y, principalmente, el escenario central de la historia, el cementerio de Highgate. Las dotes descriptivas de Niffenegger se hacen notar en el particular protagonismo que cobra el antiguo cementerio victoriano, cuya presencia, a pesar de ser sustancialmente pasiva, marca el tono ambiental de la narración. Si el lector, una vez concluida la lectura, decide echar un vistazo a la serie de fotografías del cementerio de Highgate colgadas en la web de la autora, las va a encontrar tan reconocibles que tendrá la sensación de que no es la primera vez que las enfrenta.
Highgate es, de hecho, un protagonista más dentro de la narración, al igual que la vieja casa colindante y los espectros que la pueblan. Sin embargo, a pesar de la presencia de todos estos elementos, no se puede decir que Una inquietante simetría cuente con las características de una novela gótica. Es más bien una novela espectral de misterio, más cercana a las narraciones de Wilkie Collins que al viejo terror romántico. Hay un intento notable por parte de la autora de atraer el entorno decimonónico hacia el Londres del siglo XXI y no a la inversa. Pero aunque hay fases en las que el cementerio victoriano trata de acaparar la atención del lector, son los elementos de la trama actual -la evolución emocional de las gemelas Julia y Valentina, el misterio de sus padres, la personalidad de los habitantes de Vautravers, las correrías turísticas por Londres- los que alimentan el corpus principal de la novela. El elemento fantástico, como ocurría en La mujer del viajero en el tiempo, es intercalado en el relato como algo natural, sin presencia de explicaciones. Niffenegger lo utiliza como una herramienta más de la narración, que no necesita de argumentos propios, sino que se establece para que dé un juego determinado y oficie como detonante de la conclusión.
En cuanto al muestrario de personajes y su protagonismo, esta novela luce un contenido más plural que la anterior. Ni siquiera las gemelas cuentan con una mayor intervención que el resto. Comparten páginas con su vecino y amante Robert Fanshaw, el espectro de Elspeth (tía de ambas), los empleados del cementerio de Highgate (tan parte del camposanto como los mausoleos) y especialmente con la pareja formada por la ausente Marijke y su enamorado Martin Wells. Este último personaje es, en mi opinión, el gran hallazgo del libro, el extraño vecino de arriba, un hombre en la cincuentena que padece trastorno obsesivo compulsivo y cuyo reto es poder salir de su casa para recuperar a su esposa, que tras abandonarle centró su residencia en Amsterdam. De su extraño carácter, sus repetitivos rituales y su posterior proeza proceden las páginas más emotivas del libro.
Un detalle a subrayar es que los personajes, en su mayoría, responden a patrones femeninos. Los hombres muestran una remarcable falta de carácter masculino (que no de virilidad) en su modo de actuar, en su forma de atajar las distintas circunstancias que les acontecen. Existe una pusilanimidad connatural en ellos que les impide actuar con determinación, y en el lado opuesto, una marcada cerrazón caprichosa en las mujeres. La escritora intenta ser tan veraz en el reflejo de algunas respuestas anímicas a los acontecimientos que sus personajes, imperfectos y mundanos, responden como ocurriría en la realidad, a veces de forma estúpida, llegando a producir en determinados momentos una cierta antipatía en el lector.
Ese, digamos, efecto de feminización (por cierto, Niffenegger vuelve a dedicar una página a la descripción de la masturbación masculina, lo que empieza a derivar en una curiosa fijación) es un asunto menor comparado con la notoria desigualdad que se da en el ritmo de la novela. Si en La mujer del viajero en el tiempo era remarcable la capacidad con la que la autora jugaba con los saltos narrativos, con la dislocación a la que el argumento, merced a los involuntarios y desordenados desplazamientos temporales del protagonista obligaba a dirigir la dirección de la trama, en esta obra la capacidad de Niffenegger para el equilibrio queda un poco en entredicho. La novela transcurre lentamente hasta el último tercio de su longitud, pero a partir de ahí, una vez clara cuál va a ser la función del elemento espectral, sufre una aceleración nada sutil. El cambio de velocidad cerca de la conclusión es una estrategia novelística válida, el problema, cuando aparece, suele ser de pulso. La diferencia, en este caso, es notable, pues lo que hasta entonces había sido un largo y plácido planteamiento se convierte en un desfile compactado de hechos sobrenaturales y relevancias inesperadas. Aunque las sorpresas que la trama guarda para el final aportan grandes dosis de interés y dan un nuevo sentido a los hechos (y al título del libro), la conclusión final, debido al cambio en la fluidez de la narración, deja una cierta desazón postrera.
Si bien es cierto que Una inquietante simetría es inferior en algunos aspectos a La mujer del viajero en el tiempo, se trata sin embargo de un buen libro. Si tenemos en cuenta lo difícil que es estar a la altura con una "segunda novela" (me vienen a la mente los frustrantes segundos trabajos de creadores de superventas españoles como Albert Sánchez Piñol o David Monteagudo), la labor de Niffenegger tiene entonces un valor mayor. La escritora norteamericana demuestra que cuenta con talento y oficio, y que el lector debería de estar atento a sus futuras creaciones.


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