Una vez terminada la lectura del penúltimo libro de Dune, Eve quería acometer algo ligerito, agradable y que se leyera en un "pis pas", así que me pidió consejo. Fresco en la memoria por haberme referido a él recientemente, el primer ejemplo de esas características que me vino a la cabeza fue 84, Charing Cross Road, esa delicia epistolar elaborada a partir de la correspondencia que la guionista y aspirante a dramaturgo Helene Hanff mantuvo durante décadas con los empleados de una pequeña librería inglesa. Eve se dejó convencer, así que presto me subí en una banqueta para rescatar el delgado libro, acomodado desde hace años en la balda más alta de la estantería. Me costó lo suyo estirarme, pero el esfuerzo fue correspondientemente gratificado.
Tras finalizar su lectura, Eve coincide conmigo en que se trata de un libro delicioso, emotivo tanto por su humanidad como por la bibliofilia que supuran sus páginas. Sin embargo, lo considera irregular, mucho más emocionante al principio que en su conclusión, la cual le parece un poco (perdonen el neologismo) anticlimática. Algo de razón tiene, no lo voy a negar, pero esa característica descendente, esa falta de equilibrio en su recorrido adquiere lógica si atendemos al modo de creación del libro, cuya peripecia me emociona (y aquí entra lo particular) incluso más que el texto en sí. El carácter documental, la veracidad de los hechos que se narran y la propia biografía de la autora le confieren un valor dramático añadido como espejo de esa entelequia que rellena nuestros días y a la que, de forma concisa, llamamos vida.
Helene Hanff podía haber sido parte integrante de esa legión de escritores fracasados que no lograron dejar su impronta en la historia de la literatura, soñadores cuyo denodado esfuerzo y silencioso trabajo no lograron alcanzar la dignidad que otorga el reconocimiento. Sin embargo, a Hanff la fama le acabó llegando de una forma que -he ahí lo tragicómico- ni se esperaba ni, seguramente, deseaba. Empeñada durante toda su vida en triunfar en el teatro, escribió numerosas obras sin éxito. Finalmente, no fueron éstas, sino el producto de una actividad más prosaica lo que le permitió llegar al gran público.
Todo está registrado en el Post Scriptum del libro. A la vez que intentaba abrirse camino en la dramaturgia, Hanff comenzó a intercambiar correspondencia con los empleados de Marks & Co., una pequeña librería inglesa, para pedirles libros de bajo precio. Su relación con ellos, especialmente con el encargado Frank Doel, fue estrechándose carta a carta. Ellos le enviaban libros que ella apreciaba como oro puro. Hanff, a su vez, les correspondía haciéndoles llegar comida y dulces, bienes escasos en la Inglaterra de posguerra. Así se fue forjando una amistad a larga distancia de la cual las cartas dieron fe de vida. Ese factor humano que desprende la colección epistolar es el que emocionó y emociona aún a los lectores, y fue la característica que animó al visionario editor a publicar un conjunto de cartas en forma de libro.
En octubre de 1949, Helene Hanff, una joven escritora desconocida, envía una carta desde Nueva York a Marks & Co., la librería situada en el 84 de Charing Cross Road, en Londres. Apasionada, maniática, extravagante y muchas veces sin un duro, la señorita Hanff le reclama al librero Frank Doel volúmenes poco menos que inencontrables que apaciguarán su insaciable sed de descubrimientos. Veinte años más tarde, continúan escribiéndose, y la familiaridad se ha convertido en una intimidad casi amorosa.
Tras finalizar su lectura, Eve coincide conmigo en que se trata de un libro delicioso, emotivo tanto por su humanidad como por la bibliofilia que supuran sus páginas. Sin embargo, lo considera irregular, mucho más emocionante al principio que en su conclusión, la cual le parece un poco (perdonen el neologismo) anticlimática. Algo de razón tiene, no lo voy a negar, pero esa característica descendente, esa falta de equilibrio en su recorrido adquiere lógica si atendemos al modo de creación del libro, cuya peripecia me emociona (y aquí entra lo particular) incluso más que el texto en sí. El carácter documental, la veracidad de los hechos que se narran y la propia biografía de la autora le confieren un valor dramático añadido como espejo de esa entelequia que rellena nuestros días y a la que, de forma concisa, llamamos vida.
Helene Hanff podía haber sido parte integrante de esa legión de escritores fracasados que no lograron dejar su impronta en la historia de la literatura, soñadores cuyo denodado esfuerzo y silencioso trabajo no lograron alcanzar la dignidad que otorga el reconocimiento. Sin embargo, a Hanff la fama le acabó llegando de una forma que -he ahí lo tragicómico- ni se esperaba ni, seguramente, deseaba. Empeñada durante toda su vida en triunfar en el teatro, escribió numerosas obras sin éxito. Finalmente, no fueron éstas, sino el producto de una actividad más prosaica lo que le permitió llegar al gran público.
Todo está registrado en el Post Scriptum del libro. A la vez que intentaba abrirse camino en la dramaturgia, Hanff comenzó a intercambiar correspondencia con los empleados de Marks & Co., una pequeña librería inglesa, para pedirles libros de bajo precio. Su relación con ellos, especialmente con el encargado Frank Doel, fue estrechándose carta a carta. Ellos le enviaban libros que ella apreciaba como oro puro. Hanff, a su vez, les correspondía haciéndoles llegar comida y dulces, bienes escasos en la Inglaterra de posguerra. Así se fue forjando una amistad a larga distancia de la cual las cartas dieron fe de vida. Ese factor humano que desprende la colección epistolar es el que emocionó y emociona aún a los lectores, y fue la característica que animó al visionario editor a publicar un conjunto de cartas en forma de libro.
84, Charing Cross Road fue un éxito inmediato. Hasta tal punto llegó su popularidad que fue posteriormente adaptada al cine y al teatro, y aún hoy se sigue interpretando. Fue el único éxito de Helene Hanff. Y no completamente propio, pues -y en cuanto a los derechos de autoría esto es algo que no acabo de entender- gran parte de las misivas fueron escritas por Doel, su mujer y el resto de empleados de la librería, no por la autora del libro. Su obra creativa, por la que trabajó toda la vida, pasó desapercibida, y sin embargo el reconocimiento le llegó gracias a una actividad cotidiana, la escritura de cartas. Hanff vivió del dinero proveniente de los derechos de autora hasta donde éste llegó, y luego murió anónimamente, en una residencia. A pesar del enorme éxito del libro, no obtuvo lo que había perseguido toda su vida. Fracasó como escritora, pero dejó su nombre inscrito en la historia de la literatura: una auténtica paradoja.
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