La semana pasada una pequeña polémica sacudió el mundillo de la ciencia ficción. El magnífico escritor británico Christopher Priest aprovechaba las páginas virtuales de su blog para poner a caer de un burro la reciente elección de nominados al premio Arthur C. Clarke. La cosa ha acabado ramificándose con las intervenciones de opositores y apologetas, muchos de ellos compañeros de profesión como Pat Cadigan, John Scalzi o el propio Charles Stross, una de las dianas a las que aluden las críticas del polémico texto.
Pueden seguir toda la historia, apasionante para el que disfrute de esto de la ciencia ficción, desde la entrada que a tal asunto ha dedicado Nacho Illarregui en la renacida C. Allí encontraran todos los enlaces necesarios para seguir la discusión. Pueden, incluso, adentrarse aún más allá si lo desean. En mi opinión, el texto de Priest es, en esencia, el sentido lamento del maestro que, con gran desaliento, asiste año tras año a la falta de profesionalidad de sus compañeros de oficio. Yo les dejo con una reseña que escribí hace años para una de sus novelas. Aunque The Extremes (que así se titula en realidad) ha sido considerada por muchos una de sus obras menores, a mí me sigue pareciendo extraordinaria. Con Priest ocurre un poco lo que con Ballard, que ya quisieran muchos para sí sus "obras menores".
El mismo año en el que dos de los nombres más repetidos han sido Matrix y Columbine, aparece en nuestro país, con un lustro de retraso, Experiencias Extremas S. A., un libro de Christopher Priest que trata los temas de la realidad virtual y las masacres perpetradas por individuos desequilibrados. Tras el excesivo bombardeo mediático, se podría pensar que esta novela difícilmente iba a aportar nada nuevo, sino que más bien se sumaría al maelstrom de información y especulación generado al respecto. Error. La personalísima visión literaria de Priest conduce la narración por caminos poco trillados, dejando el esperado poso de crítica social, sí, pero convirtiendo también al conjunto en un ejercicio metaficcional que dinamita algunas de las barreras de la ortodoxia literaria. Y no en su forma, donde casi todo está ya probado, sino donde es más difícil, en su estructura interna.
La acción gira en torno al drama personal de Teresa Simmons, agente del FBI cuyo trabajo incluye la incursión en recreaciones virtuales de las masacres realizadas por los conocidos mass murderers con el fin de estudiar el proceso mental que los lleva a cometerlas. Tras perder a su marido en una de esas matanzas, acaecida en el estado de Texas, Teresa viaja hasta la pequeña localidad inglesa de Bulverton, en parte para paliar el sentimiento de pérdida y en parte porque allí, en la misma fecha, se produjo una tragedia semejante. Su investigación, realizada a la par en la realidad convencional y la virtual, le hará conocer de primera mano el drama personal de los afectados y las secuelas producidas en los habitantes del pueblo, así como los extraños detalles del suceso.
Aunque Priest es un autor de ciencia ficción, su forma de narrar y abordar los temas es más propia del mainstream. El autor comienza su relato con una suma de historias particulares, centrada en los problemas de los personajes, para bien entrada la novela agrandar el paisaje y mostrar un mundo mucho más amplio. La sensación inicial de aislamiento de la protagonista en un pueblo emocionalmente apagado pese al devenir diario de sus gentes, el tráfico y los comercios abiertos, está magníficamente transmitida. La información es ofrecida a retazos. Poco a poco se van introduciendo episodios concretos del pasado, así como otros elementos nuevos. Los progresivos flashbacks y la incorporación de los distintos dramas personales, mezclados con aleatoriedad, produce un efecto collage contundente y efectivo que potencia la riqueza de los personajes y de la historia.
En cuanto a la ficción, la técnica de recreación virtual, basada en los recuerdos que guardan los testigos de un acontecimiento determinado, es fresca, ingeniosa y muy generosa en cuanto a sus implicaciones. Ofrece un nuevo punto de vista desde el que estudiar la relación de la memoria con la personalidad y, especialmente, con la realidad. Una RV de consumo, que el autor hace cercana al dotarla, cara al usuario, del mismo modus operandi que nuestra Internet. Su utilización en la novela tiene, además, otro trasfondo que Priest aprovecha para construir una crítica del mercantilismo actual de la violencia y el peligro que conlleva la libre comercialización de armas de fuego. No es un dato casual que la protagonista sea norteamericana de adopción.
Pero, como decía al principio, lo realmente impactante de esta novela es, una vez más, el sello Priest. Quien sólo disfrute ajustándose a las fórmulas narrativas habituales se sentirá decepcionado, pues el escritor se las salta en el último cuarto de novela al personalizar y cargar el desenlace en una subtrama específica, desentendiéndose del tema central de la relación entre masacres y RV, un sacrificio narrativo dirigido a centrar la atención en las evoluciones finales de su protagonista.
La resolución de los enigmas propuestos no es importante. El escenario, la acción, todo lo presenciado no tienen validez más que como un elemento de evolución en la cabeza de la agente, como el percutor que la lleva finalmente a extraviarse en los recovecos de su memoria. La historia es un instrumento al servicio de la evolución de Teresa; una vez cumplida su función, el autor la deja a un lado. Con ello, Priest va más allá (y esto parecía difícil) que en sus últimas obras, pues en ellas el uso de la primera persona apoyaba tal artificio. En ésta, narrada en tercera persona, todo es más impersonal, pero aún así, igual de subjetivo. El principio mismo de la novela, contado desde un recuerdo posteriormente trastocado, es otra prueba de que el patrón de lo real y lo irreal está en la percepción de Teresa Simmons.
Obras como ésta, o como la excepcional Vurt, de Jeff Noon, en la cual la influencia carrolliana es mucho más marcada, logran realizar lo que en estos tiempos parecía un imposible: jugar con la realidad de un modo original, logrando de un modo original rehuir la etiqueta de dickiano.
El texto original de esta reseña fue publicado en Bibliópolis, crítica en la Red.
Pueden seguir toda la historia, apasionante para el que disfrute de esto de la ciencia ficción, desde la entrada que a tal asunto ha dedicado Nacho Illarregui en la renacida C. Allí encontraran todos los enlaces necesarios para seguir la discusión. Pueden, incluso, adentrarse aún más allá si lo desean. En mi opinión, el texto de Priest es, en esencia, el sentido lamento del maestro que, con gran desaliento, asiste año tras año a la falta de profesionalidad de sus compañeros de oficio. Yo les dejo con una reseña que escribí hace años para una de sus novelas. Aunque The Extremes (que así se titula en realidad) ha sido considerada por muchos una de sus obras menores, a mí me sigue pareciendo extraordinaria. Con Priest ocurre un poco lo que con Ballard, que ya quisieran muchos para sí sus "obras menores".
El mismo año en el que dos de los nombres más repetidos han sido Matrix y Columbine, aparece en nuestro país, con un lustro de retraso, Experiencias Extremas S. A., un libro de Christopher Priest que trata los temas de la realidad virtual y las masacres perpetradas por individuos desequilibrados. Tras el excesivo bombardeo mediático, se podría pensar que esta novela difícilmente iba a aportar nada nuevo, sino que más bien se sumaría al maelstrom de información y especulación generado al respecto. Error. La personalísima visión literaria de Priest conduce la narración por caminos poco trillados, dejando el esperado poso de crítica social, sí, pero convirtiendo también al conjunto en un ejercicio metaficcional que dinamita algunas de las barreras de la ortodoxia literaria. Y no en su forma, donde casi todo está ya probado, sino donde es más difícil, en su estructura interna.
La acción gira en torno al drama personal de Teresa Simmons, agente del FBI cuyo trabajo incluye la incursión en recreaciones virtuales de las masacres realizadas por los conocidos mass murderers con el fin de estudiar el proceso mental que los lleva a cometerlas. Tras perder a su marido en una de esas matanzas, acaecida en el estado de Texas, Teresa viaja hasta la pequeña localidad inglesa de Bulverton, en parte para paliar el sentimiento de pérdida y en parte porque allí, en la misma fecha, se produjo una tragedia semejante. Su investigación, realizada a la par en la realidad convencional y la virtual, le hará conocer de primera mano el drama personal de los afectados y las secuelas producidas en los habitantes del pueblo, así como los extraños detalles del suceso.
Aunque Priest es un autor de ciencia ficción, su forma de narrar y abordar los temas es más propia del mainstream. El autor comienza su relato con una suma de historias particulares, centrada en los problemas de los personajes, para bien entrada la novela agrandar el paisaje y mostrar un mundo mucho más amplio. La sensación inicial de aislamiento de la protagonista en un pueblo emocionalmente apagado pese al devenir diario de sus gentes, el tráfico y los comercios abiertos, está magníficamente transmitida. La información es ofrecida a retazos. Poco a poco se van introduciendo episodios concretos del pasado, así como otros elementos nuevos. Los progresivos flashbacks y la incorporación de los distintos dramas personales, mezclados con aleatoriedad, produce un efecto collage contundente y efectivo que potencia la riqueza de los personajes y de la historia.
En cuanto a la ficción, la técnica de recreación virtual, basada en los recuerdos que guardan los testigos de un acontecimiento determinado, es fresca, ingeniosa y muy generosa en cuanto a sus implicaciones. Ofrece un nuevo punto de vista desde el que estudiar la relación de la memoria con la personalidad y, especialmente, con la realidad. Una RV de consumo, que el autor hace cercana al dotarla, cara al usuario, del mismo modus operandi que nuestra Internet. Su utilización en la novela tiene, además, otro trasfondo que Priest aprovecha para construir una crítica del mercantilismo actual de la violencia y el peligro que conlleva la libre comercialización de armas de fuego. No es un dato casual que la protagonista sea norteamericana de adopción.
Pero, como decía al principio, lo realmente impactante de esta novela es, una vez más, el sello Priest. Quien sólo disfrute ajustándose a las fórmulas narrativas habituales se sentirá decepcionado, pues el escritor se las salta en el último cuarto de novela al personalizar y cargar el desenlace en una subtrama específica, desentendiéndose del tema central de la relación entre masacres y RV, un sacrificio narrativo dirigido a centrar la atención en las evoluciones finales de su protagonista.
La resolución de los enigmas propuestos no es importante. El escenario, la acción, todo lo presenciado no tienen validez más que como un elemento de evolución en la cabeza de la agente, como el percutor que la lleva finalmente a extraviarse en los recovecos de su memoria. La historia es un instrumento al servicio de la evolución de Teresa; una vez cumplida su función, el autor la deja a un lado. Con ello, Priest va más allá (y esto parecía difícil) que en sus últimas obras, pues en ellas el uso de la primera persona apoyaba tal artificio. En ésta, narrada en tercera persona, todo es más impersonal, pero aún así, igual de subjetivo. El principio mismo de la novela, contado desde un recuerdo posteriormente trastocado, es otra prueba de que el patrón de lo real y lo irreal está en la percepción de Teresa Simmons.
Obras como ésta, o como la excepcional Vurt, de Jeff Noon, en la cual la influencia carrolliana es mucho más marcada, logran realizar lo que en estos tiempos parecía un imposible: jugar con la realidad de un modo original, logrando de un modo original rehuir la etiqueta de dickiano.
El texto original de esta reseña fue publicado en Bibliópolis, crítica en la Red.
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