Lo confieso, como lector siento debilidad por Juan Miguel Aguilera. Siempre me ha parecido la gran esperanza blanca del género en España. Últimamente, la literatura vive un proceso de apertura hacia la ciencia ficción marcado por la irrupción de escritores no procedentes del fandom, los cuales han elevado la calidad y cantidad de la cf publicada en España. Pero hubo una época no muy lejana en la que todo partía de ese fandom. Eran otros tiempos, desde luego. Lo que vino después, no hace tanto, cambió la faz del género en este país. De repente y por diversas razones, todos los escritores potenciales y activos decidieron abandonar este tipo de literatura en busca de prados más verdes, provocando en parte la actual crisis interna de la cf en este país.
En aquel éxodo voluntario, Aguilera no fue una excepción. Comenzó a publicar historias situadas en la linde, lejos de sus anteriores incursiones en el hard. La locura de Dios, Rhila y El sueño de la razón eran novelas más personales, alejadas del corazón del género, pero más cercanas a sus nuevas apetencias. Pero a diferencia del resto de escritores surgidos del fandom, su abandono no fue total. Aguilera tuvo el tiempo y las ganas necesarias para continuar escribiendo ciencia ficción clásica. Ese detalle, unido a mi devoción por la serie de Akasa Puspa, fue el que acabó ganando mi corazoncito de aficionado.
Intercaladas entre sus otras creaciones, Aguilera publicó Contra el tiempo, en colaboración con Rafael Marín; Stranded, escrita conjuntamente con Eduardo Vaquerizo; Mundos y demonios, continuación del universo de Akasa Puspa, y La red de Indra, un thriller científico. Todas ellas obras pertenecientes a la cf. Es en ese género literario en el que Aguilera forjó su popularidad entre los aficionados. La serie de Akasa Puspa, escrita a cuatro manos con Javier Redal, continúa siendo, más de 20 años después, un auténtico hito de la cf española. Espero que las reseñas que vienen a continuación les ayuden a conocer un poco mejor esta serie, así como al autor. Tres pertenecen a libros de Akasa Puspa; la última a su novela más reciente. Sea como fuere, J. M. Aguilera siempre vuelve.
Universo de Akasa Puspa
Relatos:
Ari el tonto
Maleficio
Novelas:
Mundos en el abismo
Hijos de la eternidad
Mundos en la eternidad (compendio de las dos anteriores)
En un vacío insondable
Mundos y demonios (versión alargada de En un vacío insondable)
Mundos en el abismo
Decía simplificando un famoso crítico cinematográfico que el cine nunca ha de ser real, sino parecerlo. Saco este principio a colación no por una película, sino por el libro que nos ocupa, ya que el único defecto que le aqueja proviene de su transgresión. Mundos en el abismo no utiliza las herramientas habituales para simular la realidad, sino que juega al encuentro sin presentaciones, como en la vida misma. La búsqueda de la originalidad es una apuesta de gran riesgo en la que el resultado final raras veces es recompensado con el éxito. Sin embargo, hay algo en este caso que lo convierte en especial, ya que la impresión que esta obra deja al concluir es, paradójicamente, la contraria a la que se obtiene en su inicio. Así pues, se puede decir que el gran defecto de esta novela, esa inmersión exenta de explicaciones para personajes y escenarios, es también una de sus mayores virtudes.
Juan Miguel Aguilera y Javier Redal tratan de introducir al lector en un mundo de gran atractivo por lo ajeno, por lo extraño de su lenguaje y terminología, pero en vez de buscar el camino de la orientación progresiva, apuestan por una inmersión a pulmón, dejando a quien comienza la lectura abandonado en aguas extrañas, sin más apoyo que las propias ganas de seguir adelante. La terminología hindú, ajena a lo que estamos acostumbrados a ver en el género, desfila por las primeras páginas del libro sin ofrecer explicaciónes ni significados. El único apoyo para comprenderla es un glosario que aparece al final del volumen, el cual estorba a la novela más de lo que la ayuda, y de cuya existencia no se tienen datos hasta después de acabar la narración. Así pues, sólo llegando al límite de las treinta primeras páginas comienza a aparecer la luz, más por un esfuerzo de atención que por aclaración textual. Una relectura de éstas páginas iniciales logra por fin situar al lector donde debería haber estado sin tanto trabajo y colocarle en el umbral de una sensacional novela.
En Mundos en el abismo, tres facciones distintas -el Imperio, la Hermandad y la Utsarpini- combaten por el control del cúmulo globular de Akasa Puspa, lugar situado fuera de la galaxia y ahora hogar de la Humanidad. Al intentar descifrar el misterio de una nave imperial destruida en circunstancias extrañas, un increíble descubrimiento llevará a los tripulantes de la Vijaya a viajar hasta el límite del espacio conocido, donde se encontrarán con su pasado.
Es esta una novela en la que la space opera se da la mano con la mejor tradición del hard, y que cuenta además con unos personajes sin fisuras y con un estilo narrativo muy ameno y de fácil enganche. En una sucesión imparable de acontecimientos, los recovecos de la política galáctica y una nada velada crítica a la religión dan el relevo a brillantes especulaciones científicas, en las cuales la ingeniería genética se mezcla con una tecnología de dimensiones gargantuescas para perseguir el siempre difícil sentido de la maravilla. Y de nuevo resulta paradójico que, aun logrando despertarlo, tanta acumulación de artefactos colosales llega a producir cierto embotamiento, y no deja, al igual que le ocurre a los protagonistas, digerir en su justa medida, una por una, las maravillas aquí expuestas. Esferas de Dyson, ascensores espaciales, anillos orbitales, enormes cilindros a lo Rama encallados en tierra y criaturas gigantescas, entre un sinfín de fascinantes ideas, amarran al lector al libro a partir de su ecuador, obligándole a seguir leyendo hasta el final.
Una cuestión a agradecer es que, saltándose la norma de la mayoría de novelas de ciencia-ficción hard, Mundos en el abismo sí tenga un final concreto, que si bien deja sitio a la continuación, es suficiente para sostenerse por sí mismo. Se explica claramente quiénes son los responsables de los gigantescos objetos, de las colosales presencias biológicas y qué hacen los humanos tan lejos de la Tierra. La única pregunta que queda en el aire se responde a sí misma en las páginas finales del libro, las cuales podrían servir perfectamente como comienzo al famoso Ciclo del Centro Galáctico de Gregory Benford.
Volviendo al tema del inicio, al concluir esta novela española de ciencia ficción se tiene el barrunto de que aquello que convierte en farragosas las primeras páginas proporciona a la trama, a la ambientación de la historia, una frescura que no habría sido posible alcanzar de haber usado otro método. Pero no nos engañemos, quizás siga siendo preferible el método literario tradicional. Por poner un ejemplo, Dune, de Frank Herbert, es una de las principales obras que ha dado el género, y sin embargo la multitud de términos exóticos que en ella aparecen cuentan con una progresiva explicación imbricada en la historia. En todo caso, al margen de ese detalle, Mundos en el abismo es una fabulosa novela de ciencia ficción que, nacionalidades aparte, debe figurar por derecho propio entre las mejores del género.
Hijos de la eternidad
Cualquiera que lleve cierto tiempo en esto de la ciencia ficción conocerá sobradamente el gusto que hay en el género, sobre todo en las últimas décadas, por alargar el éxito de una novela convirtiéndola en el origen de una serie. Uno de los máximos exponentes en el vicio de las continuaciones es ese tipo de cf hard denominado "de artefacto" en el que los protagonistas, personajes generalmente planos, viven mil y una aventuras en el interior de una extraña construcción de colosales dimensiones. La proliferación de finales abiertos en esta clase de novelas las convierte en terreno fértil para segundas (o infinitas) partes que continúen la idea inicial.
El problema es que este tipo de cf vive del llamado sentido de la maravilla, y es muy difícil volver a sorprender a un mismo lector con un escenario que se repite. Así tenemos, por ejemplo, que las continuaciones de obras tan importantes como Cita con Rama, de Arthur C. Clarke, o Mundo anillo, de Larry Niven, no son mas que nuevas aventuras desarrolladas en un lugar que ya conocíamos, hecho que acaba por conducir al lector hacia una suerte de hastío. Aunque Hijos de la eternidad se mueve en esas arenas movedizas, acaba por ser un ejemplo de cómo no hundirse en ellas.
Aunque esta novela es continuación de Mundos en el abismo -obra de características similares a las anteriormente mencionadas-, habría que tener primero en cuenta que su contenido no surgió de la nada. Esta segunda incursión en el cúmulo globular de Akasa Puspa no es un invento posterior al éxito de su predecesora. Conformaba en realidad, junto a la primera, una obra única que tuvo que ser drásticamente recortada por imperativos editoriales. Y se nota.
Hijos de la eternidad adolece de esa repetición de un entorno que no aporta nada nuevo y cuya única función es la de servir de escenario a una serie de peligrosas aventuras. Pero en este libro nunca aburren, gracias al ameno estilo narrativo con el que están desarrolladas. Las andanzas de Jonás Chandragupta (contadas en primera persona) al servicio del desertor loco Chait Rai se alternan con acertado pulso con la descripción del largo viaje de la Flota que viene en su busca. Un viaje que, todo hay que decirlo, no aporta nada esencial a la trama.
Afortunadamente hay más. Bastante más. Aunque en principio la novela sigue el consabido esquema de esas anodinas continuaciones al uso, todo cambia con la presencia de un as ganador que los autores guardaban en la manga, una creación a la que ni siquiera algunos puntos oscuros logran restar genialidad. La aparición de los denominados angriffs, sobresaliente acierto de la novela, su biología y la imaginativa función para la que fueron creados se valen por sí mismas para despertar la "maravilla" en el lector. Se trata de una especie alienígena diseñada con un fin determinado que por sí sola se basta para que la novela merezca ser leída. Sólo hay un punto oscuro en esa trama y es el desconocido motivo por el que estos exterminadores galácticos llevan tanto tiempo conviviendo con los humanos del cúmulo sin dar buena cuenta de ellos. La respuesta ha de buscarla el lector en su imaginación, no en el libro.
Siguiendo con el balance positivo, no puedo dejar de mencionar el breve pero intenso capítulo titulado "Religión". En él, la sutilidad con que los autores atacan a ésta durante toda la serie desaparece y deja paso a una crónica descarnada del mal al que sus abusos conduce. Un episodio que se lee con un escalofrió continuo y que, de haber sido parido como cuento, constituiría en mi opinión uno de los mejores relatos del género jamás escritos en nuestro país.
A lo largo de su desarrollo, la novela se muestra previsible en algunos aspectos y muy ingeniosa en otros, pero es en su conclusión cuando provoca cierta perplejidad, más por la forma como está contada que por su contenido. De repente, se da un inesperado alejamiento de los hasta entonces principales protagonistas de la obra. El anónimo fin del angriff y la desaparición total tanto de Chait Rai como de Jonás conceden la carga dramática a un personaje creado en y para las últimas páginas. Un recurso, en mi opinión, totalmente innecesario.
A nivel personal, confieso que me hubiera gustado echarle un vistazo al libro original de seiscientas páginas, pero en todo caso, la impresión muy positiva que deja este volumen, unida a la enorme calidad de Mundos en el abismo, convierte sin duda a esta breve serie de Akasa Puspa en la mejor que ha dado la cf hard escrita en España.
Mundos y demonios
El actual boom del monstruo intergenérico en que se ha convertido la literatura fantástica no ha repartido beneficios de forma igualitaria. Mientras que la fantasía, con sus piterpanescos clichés, pasa por su mejor momento merced a la potente maquinaria mercantilista de la industria audiovisual, el otro pilar del fantástico, la ciencia ficción, ha ido muriendo lentamente. Al menos en este país.
Paradójico, porque 2005 ha sido un año irrepetible en cuanto a calidad y presencia del (ahora más que nunca) subgénero de la cf en la gran literatura. La irrupción en su campo de grandes apellidos de la literatura contemporánea como Roth, Houellebecq o Ishiguro ha elevado la calidad literaria de la cf exponencialmente. Sin embargo, ajenos a la promesa que implica ese hecho, nuestros autores han decidido buscar terrenos más fértiles en cuanto a posibilidades y a posibles. Las editoriales españolas han decidido que es un buen momento para invertir en fantasía escrita por españoles, y eso es algo que la mayoría de los autores criados en el “mundillo” no han querido desaprovechar. El premio Minotauro, que se preveía iba a potenciar la creación de literatura fantástica en todas sus vertientes, se ha convertido, sin embargo, en el principal enemigo de la cf española de larga extensión. Las novelas vencedoras en las tres ediciones celebradas hasta el momento han definido cuál es la idiosincrasia de un premio que se ha volcado con el género que más vende, la fantasía. El “efecto llamada” propiciado por tal hecho ha sido inmediato. Los autores del género, a pesar del éxito conseguido por obras de cf como Los cazadores de luz (Nicolás Casariego), finalista del premio Nadal, o Zigzag (José Carlos Somoza), superventas en apenas unas semanas, se han convencido de que en el presente novelístico de nuestro país renta más escribir fantasía que cf, así que, lógica e irreprochablemente, han decidido emigrar.
Por todo lo dicho anteriormente, la aparición de Mundos y demonios, que Juán Miguel Aguilera publicó primero en Francia —tal es el estado de las cosas—, cobra una importancia crítica en el panorama actual de nuestro género fantástico. Aguilera, el mejor escritor de cf que ha dado este país, ha vuelto cuando más se le necesita, en época de sequía. Ya han pasado casi dos décadas desde que el autor publicara, junto a Javier Redal, Mundos en el abismo e Hijos de la eternidad, dos novelas representantes de la mejor space opera con grandes dosis de sentido de la maravilla. La bilogía perdura en el recuerdo del aficionado más curtido y es reconocida como la mejor obra de cf clásica escrita en España. Sin embargo, los autores decidieron reunificar recientemente ambas novelas en una sola, Mundos en la eternidad, y recuperar el proyecto original tal como lo crearon.
Mundos y demonios continúa la serie 15 años después en el mismo escenario: Akasa-Puspa, un cúmulo globular colindante con la Vía Láctea. La escasa distancia entre estrellas hace posibles los viajes infralúmínicos. Los humanos, en continuo conflicto, se dividen en varias facciones: la Utsarpini, el Imperio y la Hermandad. La novela desarrolla el enfrentamiento entre una expedición imperial y la belicosa especie angriff en el interior de la colosal esfera que cubre por completo nuestro viejo Sistema Solar, oculto en los límites del cúmulo, y sus numerosos misterios.
Nostalgias aparte, estamos ante una obra irregular en su comienzo y sobresaliente en la conclusión. Aguilera, a estas alturas escritor hecho y derecho, sabe que una novela pervive por sus personajes, así que dedica la mayor parte de su atención inicial a desarrollarlos. Sabido es que, cuando no se maneja con firmeza, la coralidad siempre implica riesgo por dispersión, máxime cuando el escenario es conocido y todo el peso recae en los personajes. Aguilera apuesta por la acción para hacerlos avanzar en la historia, pero un cierto exceso de situaciones similares acaba por pesar en la progresión de la trama. Las dos primera partes del libro entroncan con el subgénero de la cf militarista que tantos adeptos tiene en EEUU. Aunque dentro del esquema general tanta batalla resulta algo reiterativa, hay que reconocer que la narración no resulta aburrida a pesar de no aportar nada importante al tronco central de la serie.
La novela comienza a dar lo prometido en su último tercio. Aguilera se ciñe entonces a dos líneas argumentales para abordar de lleno la idea principal y explotar, al fín, el asombroso escenario. Y todo se torna maravilla. El valenciano demuestra que posee una imaginación sin par y que, si se lo propone, es capaz de igualar a los grandes maestros del género. Las peripecias de Ada Kharole en ese verdegal exuberante que cubre el interior de la esfera, conformado por una fauna y flora tan extraña como salvaje, recuerdan al mejor Aldiss, el de los primeros tiempos, creador de obras maestras como Invernáculo y La nave estelar. El destino final de Isa Govinda y los angriffs, un festín para amantes del sentido de la maravilla, podría competir en espectacularidad con las más imaginativas elucubraciones de los mejores escritores hard anglófonos. Entre procesos cósmicos gigantescos, aparecen de nuevo las teorías de un icono del autor, el francés Teilhard de Chardin, y los conceptos que posteriormente puso al día el matemático Frank Tipler: la noosfera y el Punto Omega. Lugar de encuentro en la ficción de muchos escritores del género, este último ha sido abordado desde puntos de vista dispares, tanto a favor (La odisea del mañana, de Charles Sheffield) como en contra (Accelerando, de Charles Stross). La visión que aporta Aguilera se declara más afín al primer caso.
Los conflictos en el plano moral, tanto religiosos como de género, también hacen notar su presencia. Especialmente en el impactante capítulo de las bosquimanas, un matriarcado escatofílico que almacena a los “machos” como simples animales reproductivos, idea que puede provocar un considerable desasosiego en el lector masculino y que a nivel personal me sugiere una acerada pregunta: ¿qué habría ocurrido de haber desarrollado el autor la idea a la inversa?
El buen sabor que deja en su conclusión esta versión mejorada de la novela corta En un vacío insondable invita a esperar con anhelo las dos continuaciones anunciadas por el autor. Hay cuestiones que han de ser explicadas (por ejemplo, la razón del presunto cambio de planes de los colmeneros), y la acción apunta hacia caminos parejos a los ya recorridos por el norteamericano Gregory Benford en su espectacular Ciclo del Centro Galáctico. Mucha maravilla en el horizonte. Notables razones para darle las gracias a monsieur Aguilera. Y para que los aficionados a la ciencia ficción le roguemos que, por favor, no nos deje solos.
La red de Indra
La última vez que hablé con Juan Miguel Aguilera fue el año pasado, durante la Feria del Libro celebrada en el Retiro madrileño. Yo recorría las casetas junto a Nacho Illarregui, husmeando aquí y allá, esperando a la vez encontrarnos con unos amigos con los cuales habíamos quedado en vernos. Y allí, entre montones de personas, nos topamos de repente con el escritor. Tras expresarle nuestra admiración, pasó a explicarnos por encima la génesis de su nueva novela. Nos vino a decir más o menos lo mismo a lo que ya se había referido en la presentación del libro; que su escritura respondía a un pequeño respiro que se había tomado entre proyectos más importantes, y que para él había constituido una diversión especial. En suma, que La red de Indra era, más que ningún otro libro, el propio J. M. Aguilera pasándoselo bien, divirtiéndose.
Seguramente sea esa la razón por la cual este proyecto escrito en 3 ó 4 meses, esta novela desinhibida, derroche tanta diversión en su lectura. Trata muchos de los temas clásicos del género, y lo hace sin ponerse solemne en ningún momento. Al contrario, está trufada de guiños y comentarios, cinematográficos y literarios, que sólo captará el aficionado de toda la vida.
La unión de temáticas y subgéneros dotan a esta novela de cierta singularidad. La mezcla entre thriller científico y ciencia ficción, a ratos hard, a ratos incluso pulp, no es algo que se presente con asiduidad, aunque algún otro ejemplo pueda darse. El más evidente quizás sea La ecuación Dante, de la norteamericana Jane Jensen, aquel éxito de ventas que, partiendo de un thriller esotérico, se convertía a mitad de libro en un ejercicio de cf clásica con detalles pulp.
La red de Indra comienza explotando en su primera parte los tópicos del thriller científico. En la novela se dan cita algunos de sus elementos más usuales: un hecho extraño relacionado con la ciencia, oscuros secretos militares y el paradigmático grupo de científicos cargado de problemas personales. En esta primera fase, Aguilera mueve los hilos de la trama y de sus personajes con pericia. Tanta que un editor con menos escrúpulos podría sin duda haber presentado al autor como "el Michael Crichton español". El suspense está bien dosificado, y la construcción de los personajes busca más la utilidad que la profundidad. Todo indica que el escritor sabe manejar con soltura el ABC del subgénero.
Pero una vez acabado el thriller, el elemento de ciencia ficción se hace con los mandos y se convierte en amo y señor de la narración. Aunque en el libro se dan más referentes, son sin duda los ecos de H. G. Wells los que con más fuerza resuenan, el telón de fondo sobre el que se manifiesta una caterva de extrañas criaturas que va desde el pulp ancestral hasta las sofisticadas máquinas autorreplicantes de Von Neumann. Al final de todo, y como ya es recurrente en el escritor, se vislumbran el sentido de la maravilla, lo macro cósmico y sus habituales teorías chardinianas sobre el fin de todo.
El libro, que no la novela, acaba con un capítulo final que no es tal cosa, sino un cuento escrito por el autor hace algunos años, titulado "Todo lo que un hombre puede imaginar" y publicado previamente en uno de los números de la antología Artifex. Curiosamente, casa a la perfección con la novela, añadiéndole un cierre complementario podríamos decir que ad hoc. Este tipo de extras son habituales en la editorial, añaden páginas y siempre aportan algo, pero en esta ocasión es digno de mención el hecho de que no sea anunciado de ninguna manera, de tal forma que quienes no hayan leído antes el cuento lo considerarán parte de la novela. Curioso cuando menos.
Sí me parece criticable la edición. Algo descuidada, contiene una gran cantidad de errores ortográficos, lo que parece apuntar a la ausencia de un corrector. Semejante falta es reseñable porque resulta muy extraña en una editorial como Alamut/Bibliópolis, que desde el principio de su trayectoria puso especial énfasis en la atención a este asunto. Dicho esto, aclaro también que tal mancha no impide el disfrute de esta divertida novela esencialmente de aventuras, que sin duda está por encima de muchas obras menores escritas por autores anglosajones, traducidas al castellano y meramente alimenticias.
Las reseñas de Mundos en el abismo e Hijos de la eternidad fueron publicadas previamente en el Sitio de Ciencia-Ficción y en Bibliópolis, crítica en la red. La crítica perteneciente a Mundos y demonios fue publicada en el número 44 de la revista Gigamesh.
En aquel éxodo voluntario, Aguilera no fue una excepción. Comenzó a publicar historias situadas en la linde, lejos de sus anteriores incursiones en el hard. La locura de Dios, Rhila y El sueño de la razón eran novelas más personales, alejadas del corazón del género, pero más cercanas a sus nuevas apetencias. Pero a diferencia del resto de escritores surgidos del fandom, su abandono no fue total. Aguilera tuvo el tiempo y las ganas necesarias para continuar escribiendo ciencia ficción clásica. Ese detalle, unido a mi devoción por la serie de Akasa Puspa, fue el que acabó ganando mi corazoncito de aficionado.
Intercaladas entre sus otras creaciones, Aguilera publicó Contra el tiempo, en colaboración con Rafael Marín; Stranded, escrita conjuntamente con Eduardo Vaquerizo; Mundos y demonios, continuación del universo de Akasa Puspa, y La red de Indra, un thriller científico. Todas ellas obras pertenecientes a la cf. Es en ese género literario en el que Aguilera forjó su popularidad entre los aficionados. La serie de Akasa Puspa, escrita a cuatro manos con Javier Redal, continúa siendo, más de 20 años después, un auténtico hito de la cf española. Espero que las reseñas que vienen a continuación les ayuden a conocer un poco mejor esta serie, así como al autor. Tres pertenecen a libros de Akasa Puspa; la última a su novela más reciente. Sea como fuere, J. M. Aguilera siempre vuelve.
Universo de Akasa Puspa
Relatos:
Ari el tonto
Maleficio
Novelas:
Mundos en el abismo
Hijos de la eternidad
Mundos en la eternidad (compendio de las dos anteriores)
En un vacío insondable
Mundos y demonios (versión alargada de En un vacío insondable)
Mundos en el abismo
Decía simplificando un famoso crítico cinematográfico que el cine nunca ha de ser real, sino parecerlo. Saco este principio a colación no por una película, sino por el libro que nos ocupa, ya que el único defecto que le aqueja proviene de su transgresión. Mundos en el abismo no utiliza las herramientas habituales para simular la realidad, sino que juega al encuentro sin presentaciones, como en la vida misma. La búsqueda de la originalidad es una apuesta de gran riesgo en la que el resultado final raras veces es recompensado con el éxito. Sin embargo, hay algo en este caso que lo convierte en especial, ya que la impresión que esta obra deja al concluir es, paradójicamente, la contraria a la que se obtiene en su inicio. Así pues, se puede decir que el gran defecto de esta novela, esa inmersión exenta de explicaciones para personajes y escenarios, es también una de sus mayores virtudes.
Juan Miguel Aguilera y Javier Redal tratan de introducir al lector en un mundo de gran atractivo por lo ajeno, por lo extraño de su lenguaje y terminología, pero en vez de buscar el camino de la orientación progresiva, apuestan por una inmersión a pulmón, dejando a quien comienza la lectura abandonado en aguas extrañas, sin más apoyo que las propias ganas de seguir adelante. La terminología hindú, ajena a lo que estamos acostumbrados a ver en el género, desfila por las primeras páginas del libro sin ofrecer explicaciónes ni significados. El único apoyo para comprenderla es un glosario que aparece al final del volumen, el cual estorba a la novela más de lo que la ayuda, y de cuya existencia no se tienen datos hasta después de acabar la narración. Así pues, sólo llegando al límite de las treinta primeras páginas comienza a aparecer la luz, más por un esfuerzo de atención que por aclaración textual. Una relectura de éstas páginas iniciales logra por fin situar al lector donde debería haber estado sin tanto trabajo y colocarle en el umbral de una sensacional novela.
En Mundos en el abismo, tres facciones distintas -el Imperio, la Hermandad y la Utsarpini- combaten por el control del cúmulo globular de Akasa Puspa, lugar situado fuera de la galaxia y ahora hogar de la Humanidad. Al intentar descifrar el misterio de una nave imperial destruida en circunstancias extrañas, un increíble descubrimiento llevará a los tripulantes de la Vijaya a viajar hasta el límite del espacio conocido, donde se encontrarán con su pasado.
Es esta una novela en la que la space opera se da la mano con la mejor tradición del hard, y que cuenta además con unos personajes sin fisuras y con un estilo narrativo muy ameno y de fácil enganche. En una sucesión imparable de acontecimientos, los recovecos de la política galáctica y una nada velada crítica a la religión dan el relevo a brillantes especulaciones científicas, en las cuales la ingeniería genética se mezcla con una tecnología de dimensiones gargantuescas para perseguir el siempre difícil sentido de la maravilla. Y de nuevo resulta paradójico que, aun logrando despertarlo, tanta acumulación de artefactos colosales llega a producir cierto embotamiento, y no deja, al igual que le ocurre a los protagonistas, digerir en su justa medida, una por una, las maravillas aquí expuestas. Esferas de Dyson, ascensores espaciales, anillos orbitales, enormes cilindros a lo Rama encallados en tierra y criaturas gigantescas, entre un sinfín de fascinantes ideas, amarran al lector al libro a partir de su ecuador, obligándole a seguir leyendo hasta el final.
Una cuestión a agradecer es que, saltándose la norma de la mayoría de novelas de ciencia-ficción hard, Mundos en el abismo sí tenga un final concreto, que si bien deja sitio a la continuación, es suficiente para sostenerse por sí mismo. Se explica claramente quiénes son los responsables de los gigantescos objetos, de las colosales presencias biológicas y qué hacen los humanos tan lejos de la Tierra. La única pregunta que queda en el aire se responde a sí misma en las páginas finales del libro, las cuales podrían servir perfectamente como comienzo al famoso Ciclo del Centro Galáctico de Gregory Benford.
Volviendo al tema del inicio, al concluir esta novela española de ciencia ficción se tiene el barrunto de que aquello que convierte en farragosas las primeras páginas proporciona a la trama, a la ambientación de la historia, una frescura que no habría sido posible alcanzar de haber usado otro método. Pero no nos engañemos, quizás siga siendo preferible el método literario tradicional. Por poner un ejemplo, Dune, de Frank Herbert, es una de las principales obras que ha dado el género, y sin embargo la multitud de términos exóticos que en ella aparecen cuentan con una progresiva explicación imbricada en la historia. En todo caso, al margen de ese detalle, Mundos en el abismo es una fabulosa novela de ciencia ficción que, nacionalidades aparte, debe figurar por derecho propio entre las mejores del género.
Hijos de la eternidad
Cualquiera que lleve cierto tiempo en esto de la ciencia ficción conocerá sobradamente el gusto que hay en el género, sobre todo en las últimas décadas, por alargar el éxito de una novela convirtiéndola en el origen de una serie. Uno de los máximos exponentes en el vicio de las continuaciones es ese tipo de cf hard denominado "de artefacto" en el que los protagonistas, personajes generalmente planos, viven mil y una aventuras en el interior de una extraña construcción de colosales dimensiones. La proliferación de finales abiertos en esta clase de novelas las convierte en terreno fértil para segundas (o infinitas) partes que continúen la idea inicial.
El problema es que este tipo de cf vive del llamado sentido de la maravilla, y es muy difícil volver a sorprender a un mismo lector con un escenario que se repite. Así tenemos, por ejemplo, que las continuaciones de obras tan importantes como Cita con Rama, de Arthur C. Clarke, o Mundo anillo, de Larry Niven, no son mas que nuevas aventuras desarrolladas en un lugar que ya conocíamos, hecho que acaba por conducir al lector hacia una suerte de hastío. Aunque Hijos de la eternidad se mueve en esas arenas movedizas, acaba por ser un ejemplo de cómo no hundirse en ellas.
Aunque esta novela es continuación de Mundos en el abismo -obra de características similares a las anteriormente mencionadas-, habría que tener primero en cuenta que su contenido no surgió de la nada. Esta segunda incursión en el cúmulo globular de Akasa Puspa no es un invento posterior al éxito de su predecesora. Conformaba en realidad, junto a la primera, una obra única que tuvo que ser drásticamente recortada por imperativos editoriales. Y se nota.
Hijos de la eternidad adolece de esa repetición de un entorno que no aporta nada nuevo y cuya única función es la de servir de escenario a una serie de peligrosas aventuras. Pero en este libro nunca aburren, gracias al ameno estilo narrativo con el que están desarrolladas. Las andanzas de Jonás Chandragupta (contadas en primera persona) al servicio del desertor loco Chait Rai se alternan con acertado pulso con la descripción del largo viaje de la Flota que viene en su busca. Un viaje que, todo hay que decirlo, no aporta nada esencial a la trama.
Afortunadamente hay más. Bastante más. Aunque en principio la novela sigue el consabido esquema de esas anodinas continuaciones al uso, todo cambia con la presencia de un as ganador que los autores guardaban en la manga, una creación a la que ni siquiera algunos puntos oscuros logran restar genialidad. La aparición de los denominados angriffs, sobresaliente acierto de la novela, su biología y la imaginativa función para la que fueron creados se valen por sí mismas para despertar la "maravilla" en el lector. Se trata de una especie alienígena diseñada con un fin determinado que por sí sola se basta para que la novela merezca ser leída. Sólo hay un punto oscuro en esa trama y es el desconocido motivo por el que estos exterminadores galácticos llevan tanto tiempo conviviendo con los humanos del cúmulo sin dar buena cuenta de ellos. La respuesta ha de buscarla el lector en su imaginación, no en el libro.
Siguiendo con el balance positivo, no puedo dejar de mencionar el breve pero intenso capítulo titulado "Religión". En él, la sutilidad con que los autores atacan a ésta durante toda la serie desaparece y deja paso a una crónica descarnada del mal al que sus abusos conduce. Un episodio que se lee con un escalofrió continuo y que, de haber sido parido como cuento, constituiría en mi opinión uno de los mejores relatos del género jamás escritos en nuestro país.
A lo largo de su desarrollo, la novela se muestra previsible en algunos aspectos y muy ingeniosa en otros, pero es en su conclusión cuando provoca cierta perplejidad, más por la forma como está contada que por su contenido. De repente, se da un inesperado alejamiento de los hasta entonces principales protagonistas de la obra. El anónimo fin del angriff y la desaparición total tanto de Chait Rai como de Jonás conceden la carga dramática a un personaje creado en y para las últimas páginas. Un recurso, en mi opinión, totalmente innecesario.
A nivel personal, confieso que me hubiera gustado echarle un vistazo al libro original de seiscientas páginas, pero en todo caso, la impresión muy positiva que deja este volumen, unida a la enorme calidad de Mundos en el abismo, convierte sin duda a esta breve serie de Akasa Puspa en la mejor que ha dado la cf hard escrita en España.
Mundos y demonios
El actual boom del monstruo intergenérico en que se ha convertido la literatura fantástica no ha repartido beneficios de forma igualitaria. Mientras que la fantasía, con sus piterpanescos clichés, pasa por su mejor momento merced a la potente maquinaria mercantilista de la industria audiovisual, el otro pilar del fantástico, la ciencia ficción, ha ido muriendo lentamente. Al menos en este país.
Paradójico, porque 2005 ha sido un año irrepetible en cuanto a calidad y presencia del (ahora más que nunca) subgénero de la cf en la gran literatura. La irrupción en su campo de grandes apellidos de la literatura contemporánea como Roth, Houellebecq o Ishiguro ha elevado la calidad literaria de la cf exponencialmente. Sin embargo, ajenos a la promesa que implica ese hecho, nuestros autores han decidido buscar terrenos más fértiles en cuanto a posibilidades y a posibles. Las editoriales españolas han decidido que es un buen momento para invertir en fantasía escrita por españoles, y eso es algo que la mayoría de los autores criados en el “mundillo” no han querido desaprovechar. El premio Minotauro, que se preveía iba a potenciar la creación de literatura fantástica en todas sus vertientes, se ha convertido, sin embargo, en el principal enemigo de la cf española de larga extensión. Las novelas vencedoras en las tres ediciones celebradas hasta el momento han definido cuál es la idiosincrasia de un premio que se ha volcado con el género que más vende, la fantasía. El “efecto llamada” propiciado por tal hecho ha sido inmediato. Los autores del género, a pesar del éxito conseguido por obras de cf como Los cazadores de luz (Nicolás Casariego), finalista del premio Nadal, o Zigzag (José Carlos Somoza), superventas en apenas unas semanas, se han convencido de que en el presente novelístico de nuestro país renta más escribir fantasía que cf, así que, lógica e irreprochablemente, han decidido emigrar.
Por todo lo dicho anteriormente, la aparición de Mundos y demonios, que Juán Miguel Aguilera publicó primero en Francia —tal es el estado de las cosas—, cobra una importancia crítica en el panorama actual de nuestro género fantástico. Aguilera, el mejor escritor de cf que ha dado este país, ha vuelto cuando más se le necesita, en época de sequía. Ya han pasado casi dos décadas desde que el autor publicara, junto a Javier Redal, Mundos en el abismo e Hijos de la eternidad, dos novelas representantes de la mejor space opera con grandes dosis de sentido de la maravilla. La bilogía perdura en el recuerdo del aficionado más curtido y es reconocida como la mejor obra de cf clásica escrita en España. Sin embargo, los autores decidieron reunificar recientemente ambas novelas en una sola, Mundos en la eternidad, y recuperar el proyecto original tal como lo crearon.
Mundos y demonios continúa la serie 15 años después en el mismo escenario: Akasa-Puspa, un cúmulo globular colindante con la Vía Láctea. La escasa distancia entre estrellas hace posibles los viajes infralúmínicos. Los humanos, en continuo conflicto, se dividen en varias facciones: la Utsarpini, el Imperio y la Hermandad. La novela desarrolla el enfrentamiento entre una expedición imperial y la belicosa especie angriff en el interior de la colosal esfera que cubre por completo nuestro viejo Sistema Solar, oculto en los límites del cúmulo, y sus numerosos misterios.
Nostalgias aparte, estamos ante una obra irregular en su comienzo y sobresaliente en la conclusión. Aguilera, a estas alturas escritor hecho y derecho, sabe que una novela pervive por sus personajes, así que dedica la mayor parte de su atención inicial a desarrollarlos. Sabido es que, cuando no se maneja con firmeza, la coralidad siempre implica riesgo por dispersión, máxime cuando el escenario es conocido y todo el peso recae en los personajes. Aguilera apuesta por la acción para hacerlos avanzar en la historia, pero un cierto exceso de situaciones similares acaba por pesar en la progresión de la trama. Las dos primera partes del libro entroncan con el subgénero de la cf militarista que tantos adeptos tiene en EEUU. Aunque dentro del esquema general tanta batalla resulta algo reiterativa, hay que reconocer que la narración no resulta aburrida a pesar de no aportar nada importante al tronco central de la serie.
La novela comienza a dar lo prometido en su último tercio. Aguilera se ciñe entonces a dos líneas argumentales para abordar de lleno la idea principal y explotar, al fín, el asombroso escenario. Y todo se torna maravilla. El valenciano demuestra que posee una imaginación sin par y que, si se lo propone, es capaz de igualar a los grandes maestros del género. Las peripecias de Ada Kharole en ese verdegal exuberante que cubre el interior de la esfera, conformado por una fauna y flora tan extraña como salvaje, recuerdan al mejor Aldiss, el de los primeros tiempos, creador de obras maestras como Invernáculo y La nave estelar. El destino final de Isa Govinda y los angriffs, un festín para amantes del sentido de la maravilla, podría competir en espectacularidad con las más imaginativas elucubraciones de los mejores escritores hard anglófonos. Entre procesos cósmicos gigantescos, aparecen de nuevo las teorías de un icono del autor, el francés Teilhard de Chardin, y los conceptos que posteriormente puso al día el matemático Frank Tipler: la noosfera y el Punto Omega. Lugar de encuentro en la ficción de muchos escritores del género, este último ha sido abordado desde puntos de vista dispares, tanto a favor (La odisea del mañana, de Charles Sheffield) como en contra (Accelerando, de Charles Stross). La visión que aporta Aguilera se declara más afín al primer caso.
Los conflictos en el plano moral, tanto religiosos como de género, también hacen notar su presencia. Especialmente en el impactante capítulo de las bosquimanas, un matriarcado escatofílico que almacena a los “machos” como simples animales reproductivos, idea que puede provocar un considerable desasosiego en el lector masculino y que a nivel personal me sugiere una acerada pregunta: ¿qué habría ocurrido de haber desarrollado el autor la idea a la inversa?
El buen sabor que deja en su conclusión esta versión mejorada de la novela corta En un vacío insondable invita a esperar con anhelo las dos continuaciones anunciadas por el autor. Hay cuestiones que han de ser explicadas (por ejemplo, la razón del presunto cambio de planes de los colmeneros), y la acción apunta hacia caminos parejos a los ya recorridos por el norteamericano Gregory Benford en su espectacular Ciclo del Centro Galáctico. Mucha maravilla en el horizonte. Notables razones para darle las gracias a monsieur Aguilera. Y para que los aficionados a la ciencia ficción le roguemos que, por favor, no nos deje solos.
La red de Indra
La última vez que hablé con Juan Miguel Aguilera fue el año pasado, durante la Feria del Libro celebrada en el Retiro madrileño. Yo recorría las casetas junto a Nacho Illarregui, husmeando aquí y allá, esperando a la vez encontrarnos con unos amigos con los cuales habíamos quedado en vernos. Y allí, entre montones de personas, nos topamos de repente con el escritor. Tras expresarle nuestra admiración, pasó a explicarnos por encima la génesis de su nueva novela. Nos vino a decir más o menos lo mismo a lo que ya se había referido en la presentación del libro; que su escritura respondía a un pequeño respiro que se había tomado entre proyectos más importantes, y que para él había constituido una diversión especial. En suma, que La red de Indra era, más que ningún otro libro, el propio J. M. Aguilera pasándoselo bien, divirtiéndose.
Seguramente sea esa la razón por la cual este proyecto escrito en 3 ó 4 meses, esta novela desinhibida, derroche tanta diversión en su lectura. Trata muchos de los temas clásicos del género, y lo hace sin ponerse solemne en ningún momento. Al contrario, está trufada de guiños y comentarios, cinematográficos y literarios, que sólo captará el aficionado de toda la vida.
Laura Muñoz es una madura profesora de física que ha llevado una vida intensa, incluyendo dos divorcios y su participación en la Iniciativa de Defensa Estratégica durante la Guerra Fría. Ahora se prepara para afrontar la parte que supone más sosegada de su carrera. Pero se equivoca. El inesperado reencuentro con su primer marido, el coronel Jim Conrad del Departamento de Defensa de los Estados Unidos, les conduce a ella y a su joven ayudante Neko a viajar a un lugar remoto para enfrentarse a un misterio de colosales proporciones.
Un satélite militar estadounidense ha descubierto un objeto enterrado a gran profundidad en la meseta Laurentina canadiense. Se trata de una geoda perfecta de dos kilómetros de diámetro, para la que los geólogos no encuentran ninguna explicación racional. Además, este asombroso artefacto tiene al menos dos mil millones de años de antigüedad. Los militares norteamericanos se han hecho cargo de la situación y han levantado sobre ella una base destinada a investigarla. Pero los problemas con el gobierno canadiense no tardan en surgir, y todo se complica cuando Jim Conrad descubre que hay un traidor entre sus hombres. En esas circunstancias, sólo puede confiar en Laura para que le ayude a desentrañar el misterio de la geoda.
Pero nada de lo que habían imaginado les había preparado para lo que iban a encontrar en su interior...
La unión de temáticas y subgéneros dotan a esta novela de cierta singularidad. La mezcla entre thriller científico y ciencia ficción, a ratos hard, a ratos incluso pulp, no es algo que se presente con asiduidad, aunque algún otro ejemplo pueda darse. El más evidente quizás sea La ecuación Dante, de la norteamericana Jane Jensen, aquel éxito de ventas que, partiendo de un thriller esotérico, se convertía a mitad de libro en un ejercicio de cf clásica con detalles pulp.
La red de Indra comienza explotando en su primera parte los tópicos del thriller científico. En la novela se dan cita algunos de sus elementos más usuales: un hecho extraño relacionado con la ciencia, oscuros secretos militares y el paradigmático grupo de científicos cargado de problemas personales. En esta primera fase, Aguilera mueve los hilos de la trama y de sus personajes con pericia. Tanta que un editor con menos escrúpulos podría sin duda haber presentado al autor como "el Michael Crichton español". El suspense está bien dosificado, y la construcción de los personajes busca más la utilidad que la profundidad. Todo indica que el escritor sabe manejar con soltura el ABC del subgénero.
Pero una vez acabado el thriller, el elemento de ciencia ficción se hace con los mandos y se convierte en amo y señor de la narración. Aunque en el libro se dan más referentes, son sin duda los ecos de H. G. Wells los que con más fuerza resuenan, el telón de fondo sobre el que se manifiesta una caterva de extrañas criaturas que va desde el pulp ancestral hasta las sofisticadas máquinas autorreplicantes de Von Neumann. Al final de todo, y como ya es recurrente en el escritor, se vislumbran el sentido de la maravilla, lo macro cósmico y sus habituales teorías chardinianas sobre el fin de todo.
El libro, que no la novela, acaba con un capítulo final que no es tal cosa, sino un cuento escrito por el autor hace algunos años, titulado "Todo lo que un hombre puede imaginar" y publicado previamente en uno de los números de la antología Artifex. Curiosamente, casa a la perfección con la novela, añadiéndole un cierre complementario podríamos decir que ad hoc. Este tipo de extras son habituales en la editorial, añaden páginas y siempre aportan algo, pero en esta ocasión es digno de mención el hecho de que no sea anunciado de ninguna manera, de tal forma que quienes no hayan leído antes el cuento lo considerarán parte de la novela. Curioso cuando menos.
Sí me parece criticable la edición. Algo descuidada, contiene una gran cantidad de errores ortográficos, lo que parece apuntar a la ausencia de un corrector. Semejante falta es reseñable porque resulta muy extraña en una editorial como Alamut/Bibliópolis, que desde el principio de su trayectoria puso especial énfasis en la atención a este asunto. Dicho esto, aclaro también que tal mancha no impide el disfrute de esta divertida novela esencialmente de aventuras, que sin duda está por encima de muchas obras menores escritas por autores anglosajones, traducidas al castellano y meramente alimenticias.
Las reseñas de Mundos en el abismo e Hijos de la eternidad fueron publicadas previamente en el Sitio de Ciencia-Ficción y en Bibliópolis, crítica en la red. La crítica perteneciente a Mundos y demonios fue publicada en el número 44 de la revista Gigamesh.
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