He concluido recientemente la lectura de Mañana todavía, una antología de cuentos de ciencia ficción escritos por autores españoles que toca varios subgéneros, principalmente el postapocalíptico y la distopía. Estoy escribiendo una crítica que con el tiempo acabarán leyendo aquí, así que me van a perdonar que evite ahora reseñarla. Sólo les adelantaré que el nivel de calidad del volumen es medio, y que hay un par de textos que sobresalen; uno de ellos es, precisamente, el más extenso. La novela corta de Javier Negrete titulada Los centinelas del tiempo es, sin duda, lo mejor que se puede encontrar en la antología. Se trata de una distopía que coloca lo políticamente correcto en el centro de un régimen totalitario. Negrete aúna en su relato crítica, humor, nostalgia y amenidad con un resultado excelente.
El caso es que leyendo este cuento he recordado una reseña que escribí hace tiempo. Tanto el título como la maravillosa digresión final tienen su origen en La patrulla del tiempo, una serie de relatos escrita por Poul Anderson. En ella, una fuerza de agentes temporales tenían como misión salvaguardar la historia de las desviaciones a las que los criminales querían someterla. Que mi cabeza se haya ido a la reseña y no al libro de Anderson se debe, por una parte, a que no guardo un buen recuerdo de él, y por otra, al contraste que se presenta entre mi valoración y la de Negrete. Por lo que el cuento tiene de homenaje y por la cita que lo abre, parece evidente que el escritor madrileño, incondicional del género histórico y de la ciencia ficción, adora los relatos contenidos en La patrulla del tiempo. Digamos que es lo normal, pues se trata de una obra con gran predicamento dentro del género. De hecho, recuerdo que en su día recibí un buen rapapolvo por parte de uno de sus grandes defensores, un estimado articulista que incluso llegó a dedicarme una contrarreseña.
No he vuelto a estos cuentos, ni creo que lo haga jamás. Puede que los cogiera en un mal momento (a veces pasa), pero, aunque no lo recuerdo bien, me creo a mí mismo cuando releo el texto que tienen ustedes a continuación. Me temo que esta obra va a seguir formando parte de mi rincón de clásicos menospreciados, pero no me da vergüenza; seguro que muchos de ustedes también tienen unos cuantos.
La estadística, tan indistinguible últimamente de la leyenda urbana, asegura que el lector medio de ciencia ficción, cuando ha de confesar sus preferencias, se declara más afín al cuento que a la novela. Este hecho, que juega a favor de quienes defienden el género como "literatura de ideas", choca sin embargo en nuestro país con una llamativa contradicción: las editoriales importantes de cf se niegan a publicar recopilaciones de cuentos aduciendo que el fantasma de la baja venta suele acompañarlas. Quizás sea ese miedo lo que ha empujado a Ediciones B a presentar con un cuerpo unitario esta colección de cuentos y novelas cortas de Poul Anderson.
La patrulla del tiempo recoge la segunda versión de Los guardianes del tiempo (Orbis, 1985), que contenía cinco cuentos en total, sumándole cuatro novelas cortas escritas en décadas posteriores e inéditas en España. Como suele suceder en estos casos de alargamiento de series, la calidad de estas últimas es notoriamente inferior a los cuentos precedentes, debido sobre todo a su longitud. Lo que en los breves relatos originales no es mas que una amena y divertida visita a sucesos improbables del pasado, se convierte, debido al exceso de páginas de las nuevas incorporaciones, en una infumable novela histórica de poco interés, cuya única intención no parece otra que la del lucimiento del autor en sus conocimientos de distintas épocas, sobre todo del mundo antiguo.
Este libro parece una serie de televisión llevada al medio escrito, y cuenta con todos los lugares comunes que se pueden ver en el medio televisivo. Tiene al atractivo e incansable protagonista de turno, Manse Everard, enfrentado a su correspondiente enemigo jurado; adolece de un señalado maniqueísmo, como mandan los cánones; presenta sofisticadas armas al servicio de los dos bandos; desarrolla un misterio siempre pendiente que nunca se llega a aclarar, personificado en los enigmáticos danelianos y, por supuesto, está trufado de acción, sexo y atractivos escenarios. En realidad, La patrulla del tiempo no contiene nueve relatos, sino nueve capítulos televisivos, episodio piloto incluido. Al igual que en la tele, uno los sigue con atención hasta que se da cuenta de que hay truco, de que cuentan siempre lo mismo según un invariable esquema, lo que suele provocar un cierto cansancio y ganas de cambiar de canal. La falta de un nudo general que empuje la trama, como lo era por ejemplo el del destino de los inmortales en La nave de un millón de años (obra del mismo autor y que, a pesar del insulso final, mejora a ésta), le resta interés al producto.
La constatación, tras la lectura de los primeros cuentos, de la escasa enjundia de este libro ayuda al relajamiento de exigencias, lo que facilita una postura indulgente del lector hacia las numerosas incongruencias temporales que contiene. La primera de ellas, la existencia misma de la patrulla, creada un millón de años en el futuro para combatir los posibles cambios temporales perpetrados por los malhechores que han ido surgiendo tras la creación del viaje temporal, muy anterior (atención al detalle) a la existencia misma de "Charlie" (los danelianos) y sus "ángeles" (los patrulleros).
El completismo que tanto le gusta al director de la colección Nova y que fue de agradecer en otros casos (Los señores de la instrumentalidad, Proteo) le juega aquí una mala pasada. No es lo mismo leer esos viajes al Plioceno, la Roma imperial, Persia o la América colombina de vez en cuando, dejando pasar un tiempo para eludir el empacho, que zampárselos de un tirón sabiendo que no hay nada que descubrir, que todo seguirá siempre el mismo esquema prefijado. Uno no se sienta a ver nueve capítulos seguidos de una serie carente de continuidad, porque la repetición y la falta de avance general acaban aburriendo.
Una presentación impecable, muy buenas intenciones y una traducción oscurecida por el reiterado error de concordancia en el uso compuesto del verbo haber (habitual en las traducciones de Pedro Jorge Romero) para un compendio de relatos presentados como un ente unitario, y que, debido precisamente a su enfoque completista, acaba defraudando como producto global por los añadidos realizados a Los guardianes del tiempo.
El texto original de esta reseña fue publicado en Bibliópolis, crítica en la Red.
El caso es que leyendo este cuento he recordado una reseña que escribí hace tiempo. Tanto el título como la maravillosa digresión final tienen su origen en La patrulla del tiempo, una serie de relatos escrita por Poul Anderson. En ella, una fuerza de agentes temporales tenían como misión salvaguardar la historia de las desviaciones a las que los criminales querían someterla. Que mi cabeza se haya ido a la reseña y no al libro de Anderson se debe, por una parte, a que no guardo un buen recuerdo de él, y por otra, al contraste que se presenta entre mi valoración y la de Negrete. Por lo que el cuento tiene de homenaje y por la cita que lo abre, parece evidente que el escritor madrileño, incondicional del género histórico y de la ciencia ficción, adora los relatos contenidos en La patrulla del tiempo. Digamos que es lo normal, pues se trata de una obra con gran predicamento dentro del género. De hecho, recuerdo que en su día recibí un buen rapapolvo por parte de uno de sus grandes defensores, un estimado articulista que incluso llegó a dedicarme una contrarreseña.
No he vuelto a estos cuentos, ni creo que lo haga jamás. Puede que los cogiera en un mal momento (a veces pasa), pero, aunque no lo recuerdo bien, me creo a mí mismo cuando releo el texto que tienen ustedes a continuación. Me temo que esta obra va a seguir formando parte de mi rincón de clásicos menospreciados, pero no me da vergüenza; seguro que muchos de ustedes también tienen unos cuantos.
La estadística, tan indistinguible últimamente de la leyenda urbana, asegura que el lector medio de ciencia ficción, cuando ha de confesar sus preferencias, se declara más afín al cuento que a la novela. Este hecho, que juega a favor de quienes defienden el género como "literatura de ideas", choca sin embargo en nuestro país con una llamativa contradicción: las editoriales importantes de cf se niegan a publicar recopilaciones de cuentos aduciendo que el fantasma de la baja venta suele acompañarlas. Quizás sea ese miedo lo que ha empujado a Ediciones B a presentar con un cuerpo unitario esta colección de cuentos y novelas cortas de Poul Anderson.
La patrulla del tiempo recoge la segunda versión de Los guardianes del tiempo (Orbis, 1985), que contenía cinco cuentos en total, sumándole cuatro novelas cortas escritas en décadas posteriores e inéditas en España. Como suele suceder en estos casos de alargamiento de series, la calidad de estas últimas es notoriamente inferior a los cuentos precedentes, debido sobre todo a su longitud. Lo que en los breves relatos originales no es mas que una amena y divertida visita a sucesos improbables del pasado, se convierte, debido al exceso de páginas de las nuevas incorporaciones, en una infumable novela histórica de poco interés, cuya única intención no parece otra que la del lucimiento del autor en sus conocimientos de distintas épocas, sobre todo del mundo antiguo.
Este libro parece una serie de televisión llevada al medio escrito, y cuenta con todos los lugares comunes que se pueden ver en el medio televisivo. Tiene al atractivo e incansable protagonista de turno, Manse Everard, enfrentado a su correspondiente enemigo jurado; adolece de un señalado maniqueísmo, como mandan los cánones; presenta sofisticadas armas al servicio de los dos bandos; desarrolla un misterio siempre pendiente que nunca se llega a aclarar, personificado en los enigmáticos danelianos y, por supuesto, está trufado de acción, sexo y atractivos escenarios. En realidad, La patrulla del tiempo no contiene nueve relatos, sino nueve capítulos televisivos, episodio piloto incluido. Al igual que en la tele, uno los sigue con atención hasta que se da cuenta de que hay truco, de que cuentan siempre lo mismo según un invariable esquema, lo que suele provocar un cierto cansancio y ganas de cambiar de canal. La falta de un nudo general que empuje la trama, como lo era por ejemplo el del destino de los inmortales en La nave de un millón de años (obra del mismo autor y que, a pesar del insulso final, mejora a ésta), le resta interés al producto.
La constatación, tras la lectura de los primeros cuentos, de la escasa enjundia de este libro ayuda al relajamiento de exigencias, lo que facilita una postura indulgente del lector hacia las numerosas incongruencias temporales que contiene. La primera de ellas, la existencia misma de la patrulla, creada un millón de años en el futuro para combatir los posibles cambios temporales perpetrados por los malhechores que han ido surgiendo tras la creación del viaje temporal, muy anterior (atención al detalle) a la existencia misma de "Charlie" (los danelianos) y sus "ángeles" (los patrulleros).
El completismo que tanto le gusta al director de la colección Nova y que fue de agradecer en otros casos (Los señores de la instrumentalidad, Proteo) le juega aquí una mala pasada. No es lo mismo leer esos viajes al Plioceno, la Roma imperial, Persia o la América colombina de vez en cuando, dejando pasar un tiempo para eludir el empacho, que zampárselos de un tirón sabiendo que no hay nada que descubrir, que todo seguirá siempre el mismo esquema prefijado. Uno no se sienta a ver nueve capítulos seguidos de una serie carente de continuidad, porque la repetición y la falta de avance general acaban aburriendo.
Una presentación impecable, muy buenas intenciones y una traducción oscurecida por el reiterado error de concordancia en el uso compuesto del verbo haber (habitual en las traducciones de Pedro Jorge Romero) para un compendio de relatos presentados como un ente unitario, y que, debido precisamente a su enfoque completista, acaba defraudando como producto global por los añadidos realizados a Los guardianes del tiempo.
El texto original de esta reseña fue publicado en Bibliópolis, crítica en la Red.
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