Debido al fiasco que supuso para mí la primera temporada de Revolution (o al menos los capítulos emitidos hasta el momento), una decepción más en la larga lista de series norteamericanas que han tratado últimamente de forma bastante penosa temáticas de ciencia ficción, pedí a mis amigos que me sugirieran algún producto televisivo de corte postapocalíptico; si podía ser, una cosa decente. Uno de ellos me recomendó Survivors, una serie de la BBC estrenada hace tres años en la que se siguen las desventuras de un grupo de supervivientes tras una pandemia que ha diezmado a la población mundial hasta casi hacerla desaparecer.
Lo confieso, me suele tirar para atrás la estética televisiva inglesa, excepto cuando se trata de series de época. La diferencia con la televisión norteamericana en cuanto a diseño de producción no es tan abismal como con la española, pero aun así, se nota. Sin embargo, las series británicas se permiten cosas que para las originarias de EE. UU. son imposibles. No están sujetas a las obligaciones de plantilla, cuotas de representación y demás zarandajas que a veces mediatizan el contenido de aquellas series hasta darles esa apariencia de clónicos manufacturados, como recién salidos de una cadena de montaje. Sí están sometidas, como en todas partes, a la tiranía de los datos de audiencia, pero el contenido es más arriesgado, más libre.
"Sencillamente, es algo que ahora mismo los norteamericanos no pueden hacer", me dijo mi amigo. Y es cierto. Survivors no es Black Mirror, la joya de la corona británica en eso, pero las series del otro lado del Atlántico parecen productos infantiles en comparación con ella. Es como The Walking Dead sin zombies, pero las cosas que ocurren son las normales que uno esperaría encontrarse en una situación real semejante. En uno de los capítulos, un iluminado habla con Dios y arrastra adeptos, hasta que se hace evidente que se trata de un esquizofrénico; en otro, la apacible protagonista pide a un asesino que torture a quien ha escondido a su hijo hasta que confiese dónde lo tiene. Y no hay rescates de última hora que salvaguarden la ética de los protagonistas, las cosas son como son. El héroe absoluto de la serie (Tom Price, un personaje para el recuerdo) es un asesino confeso que no muestra propósito de enmienda. De hecho, los acontecimientos acaban determinando que su postura es la correcta.
Survivors es un remake de la serie homónima de los años 70 de Terry Nation, también responsable de la inolvidable (para los que tenemos una edad) Los siete de Blake, pero a quien quizás muchos conozcan más por ser el creador de los Daleks del Doctor Who. Su visionado constituye una oportunidad magnífica para darse cuenta de cuál es la diferencia que existe actualmente entre las series que se realizan ahora mismo a ambos lados del Atlántico, que a mí se me antoja la misma que se da entre el cine moderno y el añejo. A un lado la espectacularidad de la imagen y los medios, al otro la profundidad de guión y los buenos argumentos. Si lo que buscan son historias inteligentes y atrevidas vean Survivors. Si lo que necesitan, sin embargo, es desconectar al llegar a casa después del trabajo, háganse la cena y disfruten de series como Terra Nova. Cada cosa tiene su momento, sólo hay que saber identificarlo.
Dijo Steven Spielberg en una reciente entrevista que su relación con la serie Terra Nova no pasa de testimonial, que él se limita a poner su nombre y que a cambio recibe alguna carta o llamada telefónica cada cierto tiempo. Asegura que ni siquiera se pasa por el estudio de rodaje. Si esto es cierto, hay que felicitar a los auténticos responsables de llevar la serie adelante, porque el proyecto ha sabido imitar con cierta pericia, ya desde el principio, el estilo y las constantes del mítico director. Jason O’Mara, uno de esos secundarios itinerantes que tanto abundan en la televisión norteamericana, ahora protagonista de esta serie, afirma que “Terra Nova tiene el sello Spielberg”. La factura, desde luego, es similar. Sin embargo, debido seguramente a la ausencia del gran patrón, el producto se presenta ante el espectador como un sucedáneo jurásico algo descafeinado.
Sin el pulso del popular director, en ausencia de los tonos oscuros con los que éste suele rebajar la presencia infantil en sus historias, Terra Nova resulta excesivamente blanda para el espectador adulto. Sin embargo, es un excelente producto de entretenimiento para edades más tempranas. Quizás no estuviera en el plan inicial de los responsables (el guión del lujoso episodio piloto de 20 millones de dólares fue transformado por un sinfín de manos), pero lo cierto es que la primera temporada de la serie ha conducido su marcha por terrenos más afines al consumidor de productos Disney que al espectador global del blockbuster palomitero. Para su disfrute es necesario rebajar el nivel de exigencia, abordar cada capítulo con el mismo espíritu con el que uno comparte con sus hijos una película enmarcada en la categoría familiar.
Branonn Braga, guionista y productor de series como 24 y Flash Forward, así como de diversas encarnaciones de la franquicia Star Trek, es uno de los máximos responsables de Terra Nova. Él la define como una aventura familiar, y en esencia es exactamente eso. La serie presenta puntos en común con un clásico cinematográfico de aventuras realizado en 1960 y que en España se tituló “Los robinsones de los mares del sur”. Si cambiamos la remota isla desierta por el período Cretácico, el espíritu de esta aventura es el mismo. La familia Shannon, a diferencia de los Robinson, convive con los habitantes de una comunidad, pero, como aquellos, habrá de defenderse de una naturaleza salvaje y del peligro que representa otro grupo de humanos. La improbable fauna isleña que aparecía en la película de la Disney pasa aquí a ser la propia de la era Mesozoica, aunque falta de rigor, a medias real a medias inventada. Como si de piratas se tratara, un grupo denominado los Sextos incordian el bienestar de la pequeña aldea futurista, y aunque los Shannon no huyen del Imperio Napoleónico, sí lo hacen de un presente, el del 2149, en el que los recursos escasean.
Aunque el entorno prehistórico dicta que haya grandes aventuras, el peso de la serie recae en la crónica familiar y en los distintos roles que interpreta cada uno de sus miembros. La familia es, sin duda, el núcleo de todo lo que ocurre en Terra Nova, incluso más allá de los Shannon. Los padres (Jim y Elisabeth) y sus tres hijos (Maddy, Josh y Zoe) cargan con el protagonismo, pero tanto los secundarios como las subtramas que se suceden a lo largo de la temporada guardan también una relación directa con el entorno familiar. El villano principal es el hijo del héroe (Nathaniel Taylor), y su rebelión nace del resentimiento por la muerte de su madre. El infiltrado traidor (siempre hay uno) se ve forzado a serlo debido a que su madre, enferma, es prisionera de los Sextos, poseedores de la medicina que la mantiene con vida. La intrépida Mira, líder de los renegados, se ha visto obligada a formar parte de ellos para salvaguardar el bienestar de su hija, retenida en la Tierra futura. El remate a este despliegue familiar lo pone la mascota de la pequeña Zoe, una cría de dinosaurio que tras varios capítulos es devuelta a su enorme madre en una escena excesivamente tierna.
Aunque hay trazas de un mensaje ecologísta, Terra Nova no se vuelca en él, no hay sermón alguno. El mundo del siglo XXII está en las últimas, ha sido esquilmado hasta las heces, y el pasado remoto se ofrece como una nueva oportunidad para los seres humanos. Y para los esquilmadores, claro. Si bien la moraleja es inevitable, en ningún momento se hace hincapié en el tema, es más un punto de partida desde el que contar la consabida historia de nuevos comienzos, una suerte de borrado y cuenta nueva. La serie apunta hacia la creación de una mitología propia, pero poco se ha podido ver en una primera temporada en la que la dependencia de la tecnología futura por parte de los personajes es remarcable. Aún así, esa intención se hace patente en el noveno capítulo, en la representación teatral que en la Fiesta de la Cosecha conmemora la primera llegada al nuevo mundo, precisamente la del gran patriarca, el comandante Taylor, y que supone el minuto cero de la regenerada Historia.
En cuanto al tono moral, Terra Nova es una serie maniquea, con inequívocos buenos y malos. El personaje más carismático es el que interpreta el veterano Stephen Lang. Aunque aparenta cierta oscuridad en los primeros capítulos, el comandante Taylor se destapa en los últimos como un héroe ejemplar, un tipo duro pero bondadoso que intenta mantener la pureza del nuevo mundo, aunque eso suponga morir o tener que matar a su propio hijo, el malo de la historia. Tanto los miembros de la familia como sus amigos (especialmente la bella Skye) carecen de claroscuros, y sólo los errores adolescentes o las circunstancias perturban su natural proceder bondadoso. Entre la limpieza moral de los personajes y la poca peligrosidad de los dinosaurios, más escasos de lo que al espectador le gustaría, la serie es un remanso de placidez sin grandes tensiones, lo que le confiere un carácter ideal para los públicos más jóvenes.
En definitiva, Terra Nova es un viaje al pasado, un producto anacrónico cuya esencia guarda paralelismo con el elemento temporal de su argumento. En ella no encontrarán individuos rarunos, sociópatas extremadamente inteligentes, asesinos en serie bondadosos ni enfermos terminales metidos a camellos. Su narrativa es lineal, ajena a esa deconstrucción narrativa con la que la mítica Lost infectó al resto del mundo televisivo. No hay cierre musical, no hay tonos grises, ni tampoco complejidad argumental. Sólo hay aventuras a la antigua, buenos, malos y valores familiares atemporales. Una serie propia de otra década, naíf para lo que se estila en los últimos años, pero perfecta para quien quiera desconectar y pasar un rato entretenido sin tensiones ni cavilaciones. Sin complejidades, tan inmaculada pero sugerente como lo eran aquellas series de los 70, Terra Nova es un producto ideal para compartir con los hijos. Un entretenimento sin compromisos.
El texto original de esta reseña fue publicado en la web Prospectiva.
Lo confieso, me suele tirar para atrás la estética televisiva inglesa, excepto cuando se trata de series de época. La diferencia con la televisión norteamericana en cuanto a diseño de producción no es tan abismal como con la española, pero aun así, se nota. Sin embargo, las series británicas se permiten cosas que para las originarias de EE. UU. son imposibles. No están sujetas a las obligaciones de plantilla, cuotas de representación y demás zarandajas que a veces mediatizan el contenido de aquellas series hasta darles esa apariencia de clónicos manufacturados, como recién salidos de una cadena de montaje. Sí están sometidas, como en todas partes, a la tiranía de los datos de audiencia, pero el contenido es más arriesgado, más libre.
"Sencillamente, es algo que ahora mismo los norteamericanos no pueden hacer", me dijo mi amigo. Y es cierto. Survivors no es Black Mirror, la joya de la corona británica en eso, pero las series del otro lado del Atlántico parecen productos infantiles en comparación con ella. Es como The Walking Dead sin zombies, pero las cosas que ocurren son las normales que uno esperaría encontrarse en una situación real semejante. En uno de los capítulos, un iluminado habla con Dios y arrastra adeptos, hasta que se hace evidente que se trata de un esquizofrénico; en otro, la apacible protagonista pide a un asesino que torture a quien ha escondido a su hijo hasta que confiese dónde lo tiene. Y no hay rescates de última hora que salvaguarden la ética de los protagonistas, las cosas son como son. El héroe absoluto de la serie (Tom Price, un personaje para el recuerdo) es un asesino confeso que no muestra propósito de enmienda. De hecho, los acontecimientos acaban determinando que su postura es la correcta.
Survivors es un remake de la serie homónima de los años 70 de Terry Nation, también responsable de la inolvidable (para los que tenemos una edad) Los siete de Blake, pero a quien quizás muchos conozcan más por ser el creador de los Daleks del Doctor Who. Su visionado constituye una oportunidad magnífica para darse cuenta de cuál es la diferencia que existe actualmente entre las series que se realizan ahora mismo a ambos lados del Atlántico, que a mí se me antoja la misma que se da entre el cine moderno y el añejo. A un lado la espectacularidad de la imagen y los medios, al otro la profundidad de guión y los buenos argumentos. Si lo que buscan son historias inteligentes y atrevidas vean Survivors. Si lo que necesitan, sin embargo, es desconectar al llegar a casa después del trabajo, háganse la cena y disfruten de series como Terra Nova. Cada cosa tiene su momento, sólo hay que saber identificarlo.
Dijo Steven Spielberg en una reciente entrevista que su relación con la serie Terra Nova no pasa de testimonial, que él se limita a poner su nombre y que a cambio recibe alguna carta o llamada telefónica cada cierto tiempo. Asegura que ni siquiera se pasa por el estudio de rodaje. Si esto es cierto, hay que felicitar a los auténticos responsables de llevar la serie adelante, porque el proyecto ha sabido imitar con cierta pericia, ya desde el principio, el estilo y las constantes del mítico director. Jason O’Mara, uno de esos secundarios itinerantes que tanto abundan en la televisión norteamericana, ahora protagonista de esta serie, afirma que “Terra Nova tiene el sello Spielberg”. La factura, desde luego, es similar. Sin embargo, debido seguramente a la ausencia del gran patrón, el producto se presenta ante el espectador como un sucedáneo jurásico algo descafeinado.
Sin el pulso del popular director, en ausencia de los tonos oscuros con los que éste suele rebajar la presencia infantil en sus historias, Terra Nova resulta excesivamente blanda para el espectador adulto. Sin embargo, es un excelente producto de entretenimiento para edades más tempranas. Quizás no estuviera en el plan inicial de los responsables (el guión del lujoso episodio piloto de 20 millones de dólares fue transformado por un sinfín de manos), pero lo cierto es que la primera temporada de la serie ha conducido su marcha por terrenos más afines al consumidor de productos Disney que al espectador global del blockbuster palomitero. Para su disfrute es necesario rebajar el nivel de exigencia, abordar cada capítulo con el mismo espíritu con el que uno comparte con sus hijos una película enmarcada en la categoría familiar.
Branonn Braga, guionista y productor de series como 24 y Flash Forward, así como de diversas encarnaciones de la franquicia Star Trek, es uno de los máximos responsables de Terra Nova. Él la define como una aventura familiar, y en esencia es exactamente eso. La serie presenta puntos en común con un clásico cinematográfico de aventuras realizado en 1960 y que en España se tituló “Los robinsones de los mares del sur”. Si cambiamos la remota isla desierta por el período Cretácico, el espíritu de esta aventura es el mismo. La familia Shannon, a diferencia de los Robinson, convive con los habitantes de una comunidad, pero, como aquellos, habrá de defenderse de una naturaleza salvaje y del peligro que representa otro grupo de humanos. La improbable fauna isleña que aparecía en la película de la Disney pasa aquí a ser la propia de la era Mesozoica, aunque falta de rigor, a medias real a medias inventada. Como si de piratas se tratara, un grupo denominado los Sextos incordian el bienestar de la pequeña aldea futurista, y aunque los Shannon no huyen del Imperio Napoleónico, sí lo hacen de un presente, el del 2149, en el que los recursos escasean.
Aunque el entorno prehistórico dicta que haya grandes aventuras, el peso de la serie recae en la crónica familiar y en los distintos roles que interpreta cada uno de sus miembros. La familia es, sin duda, el núcleo de todo lo que ocurre en Terra Nova, incluso más allá de los Shannon. Los padres (Jim y Elisabeth) y sus tres hijos (Maddy, Josh y Zoe) cargan con el protagonismo, pero tanto los secundarios como las subtramas que se suceden a lo largo de la temporada guardan también una relación directa con el entorno familiar. El villano principal es el hijo del héroe (Nathaniel Taylor), y su rebelión nace del resentimiento por la muerte de su madre. El infiltrado traidor (siempre hay uno) se ve forzado a serlo debido a que su madre, enferma, es prisionera de los Sextos, poseedores de la medicina que la mantiene con vida. La intrépida Mira, líder de los renegados, se ha visto obligada a formar parte de ellos para salvaguardar el bienestar de su hija, retenida en la Tierra futura. El remate a este despliegue familiar lo pone la mascota de la pequeña Zoe, una cría de dinosaurio que tras varios capítulos es devuelta a su enorme madre en una escena excesivamente tierna.
Aunque hay trazas de un mensaje ecologísta, Terra Nova no se vuelca en él, no hay sermón alguno. El mundo del siglo XXII está en las últimas, ha sido esquilmado hasta las heces, y el pasado remoto se ofrece como una nueva oportunidad para los seres humanos. Y para los esquilmadores, claro. Si bien la moraleja es inevitable, en ningún momento se hace hincapié en el tema, es más un punto de partida desde el que contar la consabida historia de nuevos comienzos, una suerte de borrado y cuenta nueva. La serie apunta hacia la creación de una mitología propia, pero poco se ha podido ver en una primera temporada en la que la dependencia de la tecnología futura por parte de los personajes es remarcable. Aún así, esa intención se hace patente en el noveno capítulo, en la representación teatral que en la Fiesta de la Cosecha conmemora la primera llegada al nuevo mundo, precisamente la del gran patriarca, el comandante Taylor, y que supone el minuto cero de la regenerada Historia.
En cuanto al tono moral, Terra Nova es una serie maniquea, con inequívocos buenos y malos. El personaje más carismático es el que interpreta el veterano Stephen Lang. Aunque aparenta cierta oscuridad en los primeros capítulos, el comandante Taylor se destapa en los últimos como un héroe ejemplar, un tipo duro pero bondadoso que intenta mantener la pureza del nuevo mundo, aunque eso suponga morir o tener que matar a su propio hijo, el malo de la historia. Tanto los miembros de la familia como sus amigos (especialmente la bella Skye) carecen de claroscuros, y sólo los errores adolescentes o las circunstancias perturban su natural proceder bondadoso. Entre la limpieza moral de los personajes y la poca peligrosidad de los dinosaurios, más escasos de lo que al espectador le gustaría, la serie es un remanso de placidez sin grandes tensiones, lo que le confiere un carácter ideal para los públicos más jóvenes.
En definitiva, Terra Nova es un viaje al pasado, un producto anacrónico cuya esencia guarda paralelismo con el elemento temporal de su argumento. En ella no encontrarán individuos rarunos, sociópatas extremadamente inteligentes, asesinos en serie bondadosos ni enfermos terminales metidos a camellos. Su narrativa es lineal, ajena a esa deconstrucción narrativa con la que la mítica Lost infectó al resto del mundo televisivo. No hay cierre musical, no hay tonos grises, ni tampoco complejidad argumental. Sólo hay aventuras a la antigua, buenos, malos y valores familiares atemporales. Una serie propia de otra década, naíf para lo que se estila en los últimos años, pero perfecta para quien quiera desconectar y pasar un rato entretenido sin tensiones ni cavilaciones. Sin complejidades, tan inmaculada pero sugerente como lo eran aquellas series de los 70, Terra Nova es un producto ideal para compartir con los hijos. Un entretenimento sin compromisos.
El texto original de esta reseña fue publicado en la web Prospectiva.
Me ha gustado bastante, aunque aún no llego a ver el final. Creo que es una de esas series sobre el fin del mundo que muestra lo que podría ser una realidad total en el futuro . Además tiene un mensaje muy bueno.
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