Ya me referí a Plop, la primera novela de Rafael Pinedo, en una entrada que dediqué no hace mucho a la reciente fiebre post-apocalíptica. Si escritores como Carlos Somoza, David Monteagudo o Albert Sánchez Piñol han sido determinantes en la consecución del reconocimiento de la ciencia ficción por parte de la crítica generalista, las dos novelas de Pinedo han aportado una dignidad literaria al género escrito en castellano que pocas veces antes había alcanzado. Plop y Frío han sido publicadas en una editorial "de fuera", y quizás por eso no han gozado del predicamento que merecerían tener entre los aficionados. Ojalá eso cambie algún día.
El subgénero post-apocalíptico presenta dos focos principales de atención, dos atractores dependientes que suscitan poderosamente el interés del lector. Uno es el escenario, la posibilidad que éste nos ofrece de contemplar las ruinas de nuestro mundo bajo un hálito que suele pendular entre el lirismo y la devastación. El otro es el relato de los supervivientes, es decir, el factor humano, asunto que, como es sabido, nutre y da sentido a la literatura en su casi totalidad. La fascinación implícita en el primero de estos dos aspectos nos permite sobrellevar las penurias que dan vida al segundo. En sus dos novelas publicadas, Rafael Pinedo ha prescindido sin embargo de uno de ellos, el escenario, renunciando así a rebajar la extenuante sordidez que esencia el drama humano. Toda una declaración de intenciones.
A primera vista, el aspecto más llamativo en la obra de Pinedo es, precisamente, su crudeza. No sólo por las realidades sórdidas que plantea, sino, más aún, por las acciones que realizan sus personajes. Se trata de una narrativa de la supervivencia en la cual el ser humano es despojado casi por entero de cualquier atisbo de lo que nosotros entendemos como civilización. Es precisamente ese extremo el que permite al autor hurgar en los entresijos de nuestras normas sociales, de los métodos de convivencia que hemos creado como motor del progreso y que nos definen como seres humanos. Pinedo expone esas convenciones grupales a la desnudez de un mundo desposeído de adornos, vaciado hasta el hueso, y se pregunta por su utilidad bajo esas condiciones.
Sus libros inciden, precisamente, en la relatividad de las normas culturales, en la imposible separación entre las reglas de convivencia consensuadas y su propio contexto social. Eso los sitúa en la órbita de novelas como Desgracia, en la que su autor, J. M. Coetzee, aludía a la imposibilidad de entendimiento entre bases culturales distintas. En Plop, su primera novela, el escritor argentino señala que cada entorno exige su propia base cultural. Cuanto más se acerca el hombre a la animalización, más básicas se tornan las reglas de conducta. En Frío, la utilidad de la rutina religiosa como guía de comportamiento se demuestra no sólo inútil, sino contraproducente en un mundo vacío. En un mundo post-apocalíptico, las reglas tanto sociales como individuales, al igual que el propio hombre, han de adaptarse o morir. Esa regresión moral consecuente a la caída de la civilización es destilada magistralmente por Pinedo desde el novum de ambas obras.
De hecho, Plop y Frío forman parte, junto con la aún inédita Subte, de una trilogía temática que tiene, en palabras del propio autor, la destrucción de la cultura como fondo. En su primera y extraordinaria novela, las leyes y los ritos tribales marcaban el devenir de un grupo humano llevado casi hasta la animalización. El protagonista de Plop se valía de ellas para medrar y ascender hasta la cima jerárquica de su tribu. Al final, no es su tiranía o su crueldad lo que acaba con su posición (y su vida), sino su intento postrero de vulnerar las normas, algo que el resto se ve incapaz de tolerar. En Frío aparece el mismo tema, el respeto por la norma cultural incluso en las situaciones más extremas, aunque el conflicto en este caso no es grupal, sino individual, y la convención social es aquí sustituida por la religiosa.
La protagonista sobrevive en un convento a una ola de frío extremo que devasta el mundo. Sus compañeras se unieron al éxodo general y ella decidió quedarse. Ahora es su única moradora, junto con las ratas y el omnipresente frío. La novela recoge la crónica de su supervivencia, en la que se entromete de forma crítica su devoción religiosa y algún visitante ocasional no muy bien recibido. Su actividad diaria es un informe de penurias. Sus fatigosas abluciones semanales, la colocación de trampas de caza, el despellejamiento de las presas…, toda actividad que realiza está sujeta a la tiranía del frío y a otra aún más despótica: el cumplimiento estricto de sus rituales religiosos.
La obsesión por su creencia, en la que cobran una gran importancia los tabúes sexuales, da lugar a situaciones que muchos lectores encontrarán perturbadoras; más, incluso, que la propia protagonista, cuya ignorancia sobre su propia sexualidad afecta a la narración misma cubriéndola con un velo que el lector ha de destapar. Frío ofrece momentos buñuelescos de morbosa brillantez. La fornicación con la imagen de Cristo, la eucaristía con las ratas o el proceso de limpieza de la niña encontrada en la nieve constituyen imágenes desasosegantes, de una potencia devastadora, que dejan su impronta indeleble en la mente del lector. No es éste un libro fácil para sensibilidades extremas.
Al igual que Plop, esta novela se divide en capítulos breves, de tres o cuatro páginas. El estilo narrativo continúa siendo conciso, aunque la exposición descriptiva goza de una mayor presencia y la linealidad argumental es más contundente. Pinedo posee un gran dominio del tiempo, y presenta una serie de flashbacks en el momento justo, sin que afecten al ritmo del discurso. En ellos se representa un episodio crucial en la formación del personaje y su futura personalidad, un pequeño drama personal que explica su posterior forma de pensar. El resto de la narración supone una escalada de sucesos que culmina con una imagen final tan terrible en apariencia como brillante en su significado.
Hay un aspecto que sobresale incluso por encima de los demás en el buen hacer de Pinedo: su pericia como narrador. Con Frío refrenda lo que ya había apuntado en su primera obra, que es un escritor con voz propia, quizás la virtud más difícil de conseguir en su oficio. La economía de medios, el uso de una tercera persona casi infantil, desprovista de adornos y de cualquier signo de enjuiciamiento moral, que se entremezcla con algunos pensamientos de la protagonista, crea una voz singular que es indivisible del contenido. Sin ese tono la narración no sería la misma, no provocaría el mismo efecto en el lector.
Es este aspecto, más que la pura similitud de los futuros descarnados que ambos describen, lo que le acerca a la prosa de Cormac McCarthy. Su gusto por la concreción y la economía formal lo acercan a la segunda etapa del norteamericano, pero incluso desde una mayor parquedad. Su narrativa conceptual parte, como la de aquél, de una fuente de creación interior, propia, personal. Son los miedos y obsesiones del propio autor los que le empujan a la creación literaria, no con un afán simbólico o metafórico, sino utilizándola como herramienta de acusación directa, para denunciar lo que todos escondemos. En opinión de ambos, si se desnuda al ser humano de sus ropajes civilizados emergerá a la vista el animal superviviente. Es difícil saber de dónde parte el pesimismo de Pinedo. Tal vez de aquel oscuro diciembre argentino de revueltas y brutalidad en las calles. Tal vez de algún drama propio. Seguramente, de alguna oscura región interior. Lo cierto es que su visión literaria es desoladora.
En mi opinión, y por todas las razones expuestas, estamos ante una novela extraordinaria. Rafael Pinedo falleció a finales de 2006. Una auténtica desgracia, no sólo personal, sino también literaria. Su legado, representado de momento por estas dos magníficas obras, es impresionante. El díptico formado por Plop y Frío se encuentra, a mi entender, entre lo mejor que haya dado la ciencia ficción post-apocalíptica en castellano hasta la fecha. Es una auténtica tragedia que obras como estas permanezcan en el anonimato mientras que otros tipos de literatura muy inferior inundan la mayoría de las páginas personales en la Red. La ciencia ficción sigue su camino ascendente ante la mirada ajena de sus aficionados.
Reseña publicada originalmente en Prospectiva.
El subgénero post-apocalíptico presenta dos focos principales de atención, dos atractores dependientes que suscitan poderosamente el interés del lector. Uno es el escenario, la posibilidad que éste nos ofrece de contemplar las ruinas de nuestro mundo bajo un hálito que suele pendular entre el lirismo y la devastación. El otro es el relato de los supervivientes, es decir, el factor humano, asunto que, como es sabido, nutre y da sentido a la literatura en su casi totalidad. La fascinación implícita en el primero de estos dos aspectos nos permite sobrellevar las penurias que dan vida al segundo. En sus dos novelas publicadas, Rafael Pinedo ha prescindido sin embargo de uno de ellos, el escenario, renunciando así a rebajar la extenuante sordidez que esencia el drama humano. Toda una declaración de intenciones.
A primera vista, el aspecto más llamativo en la obra de Pinedo es, precisamente, su crudeza. No sólo por las realidades sórdidas que plantea, sino, más aún, por las acciones que realizan sus personajes. Se trata de una narrativa de la supervivencia en la cual el ser humano es despojado casi por entero de cualquier atisbo de lo que nosotros entendemos como civilización. Es precisamente ese extremo el que permite al autor hurgar en los entresijos de nuestras normas sociales, de los métodos de convivencia que hemos creado como motor del progreso y que nos definen como seres humanos. Pinedo expone esas convenciones grupales a la desnudez de un mundo desposeído de adornos, vaciado hasta el hueso, y se pregunta por su utilidad bajo esas condiciones.
Sus libros inciden, precisamente, en la relatividad de las normas culturales, en la imposible separación entre las reglas de convivencia consensuadas y su propio contexto social. Eso los sitúa en la órbita de novelas como Desgracia, en la que su autor, J. M. Coetzee, aludía a la imposibilidad de entendimiento entre bases culturales distintas. En Plop, su primera novela, el escritor argentino señala que cada entorno exige su propia base cultural. Cuanto más se acerca el hombre a la animalización, más básicas se tornan las reglas de conducta. En Frío, la utilidad de la rutina religiosa como guía de comportamiento se demuestra no sólo inútil, sino contraproducente en un mundo vacío. En un mundo post-apocalíptico, las reglas tanto sociales como individuales, al igual que el propio hombre, han de adaptarse o morir. Esa regresión moral consecuente a la caída de la civilización es destilada magistralmente por Pinedo desde el novum de ambas obras.
De hecho, Plop y Frío forman parte, junto con la aún inédita Subte, de una trilogía temática que tiene, en palabras del propio autor, la destrucción de la cultura como fondo. En su primera y extraordinaria novela, las leyes y los ritos tribales marcaban el devenir de un grupo humano llevado casi hasta la animalización. El protagonista de Plop se valía de ellas para medrar y ascender hasta la cima jerárquica de su tribu. Al final, no es su tiranía o su crueldad lo que acaba con su posición (y su vida), sino su intento postrero de vulnerar las normas, algo que el resto se ve incapaz de tolerar. En Frío aparece el mismo tema, el respeto por la norma cultural incluso en las situaciones más extremas, aunque el conflicto en este caso no es grupal, sino individual, y la convención social es aquí sustituida por la religiosa.
La protagonista sobrevive en un convento a una ola de frío extremo que devasta el mundo. Sus compañeras se unieron al éxodo general y ella decidió quedarse. Ahora es su única moradora, junto con las ratas y el omnipresente frío. La novela recoge la crónica de su supervivencia, en la que se entromete de forma crítica su devoción religiosa y algún visitante ocasional no muy bien recibido. Su actividad diaria es un informe de penurias. Sus fatigosas abluciones semanales, la colocación de trampas de caza, el despellejamiento de las presas…, toda actividad que realiza está sujeta a la tiranía del frío y a otra aún más despótica: el cumplimiento estricto de sus rituales religiosos.
La obsesión por su creencia, en la que cobran una gran importancia los tabúes sexuales, da lugar a situaciones que muchos lectores encontrarán perturbadoras; más, incluso, que la propia protagonista, cuya ignorancia sobre su propia sexualidad afecta a la narración misma cubriéndola con un velo que el lector ha de destapar. Frío ofrece momentos buñuelescos de morbosa brillantez. La fornicación con la imagen de Cristo, la eucaristía con las ratas o el proceso de limpieza de la niña encontrada en la nieve constituyen imágenes desasosegantes, de una potencia devastadora, que dejan su impronta indeleble en la mente del lector. No es éste un libro fácil para sensibilidades extremas.
Al igual que Plop, esta novela se divide en capítulos breves, de tres o cuatro páginas. El estilo narrativo continúa siendo conciso, aunque la exposición descriptiva goza de una mayor presencia y la linealidad argumental es más contundente. Pinedo posee un gran dominio del tiempo, y presenta una serie de flashbacks en el momento justo, sin que afecten al ritmo del discurso. En ellos se representa un episodio crucial en la formación del personaje y su futura personalidad, un pequeño drama personal que explica su posterior forma de pensar. El resto de la narración supone una escalada de sucesos que culmina con una imagen final tan terrible en apariencia como brillante en su significado.
Hay un aspecto que sobresale incluso por encima de los demás en el buen hacer de Pinedo: su pericia como narrador. Con Frío refrenda lo que ya había apuntado en su primera obra, que es un escritor con voz propia, quizás la virtud más difícil de conseguir en su oficio. La economía de medios, el uso de una tercera persona casi infantil, desprovista de adornos y de cualquier signo de enjuiciamiento moral, que se entremezcla con algunos pensamientos de la protagonista, crea una voz singular que es indivisible del contenido. Sin ese tono la narración no sería la misma, no provocaría el mismo efecto en el lector.
Es este aspecto, más que la pura similitud de los futuros descarnados que ambos describen, lo que le acerca a la prosa de Cormac McCarthy. Su gusto por la concreción y la economía formal lo acercan a la segunda etapa del norteamericano, pero incluso desde una mayor parquedad. Su narrativa conceptual parte, como la de aquél, de una fuente de creación interior, propia, personal. Son los miedos y obsesiones del propio autor los que le empujan a la creación literaria, no con un afán simbólico o metafórico, sino utilizándola como herramienta de acusación directa, para denunciar lo que todos escondemos. En opinión de ambos, si se desnuda al ser humano de sus ropajes civilizados emergerá a la vista el animal superviviente. Es difícil saber de dónde parte el pesimismo de Pinedo. Tal vez de aquel oscuro diciembre argentino de revueltas y brutalidad en las calles. Tal vez de algún drama propio. Seguramente, de alguna oscura región interior. Lo cierto es que su visión literaria es desoladora.
En mi opinión, y por todas las razones expuestas, estamos ante una novela extraordinaria. Rafael Pinedo falleció a finales de 2006. Una auténtica desgracia, no sólo personal, sino también literaria. Su legado, representado de momento por estas dos magníficas obras, es impresionante. El díptico formado por Plop y Frío se encuentra, a mi entender, entre lo mejor que haya dado la ciencia ficción post-apocalíptica en castellano hasta la fecha. Es una auténtica tragedia que obras como estas permanezcan en el anonimato mientras que otros tipos de literatura muy inferior inundan la mayoría de las páginas personales en la Red. La ciencia ficción sigue su camino ascendente ante la mirada ajena de sus aficionados.
Reseña publicada originalmente en Prospectiva.
La verdad es que tengo muchas ganas de leer a Pinedo. A ver si mi economía se recupera y hago un hueco.
ResponderEliminarUn saludo
Son dos lecturas que además no te llevan mucho tiempo. Una tarde por libro.
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