Un año más, 23 de abril. Siempre, desde que tengo memoria de ello, he celebrado el Día del Libro una jornada antes. No, no se trata de otro de esos síntomas de ansiedad que acucian a los que padecemos el virus de la lectura. La explicación es más simple: el 22 de abril cumplo años, así que, sin esperar a esa efeméride festiva anual que conmemora la muerte de los dos escritores universales más ilustres, emulo a Woody Allen y tomo el dinero y corro. Hacia mis librerías habituales o, si cae en fin de semana, hacia la Cuesta de Moyano.
Ubicado en esa popular rúe desde 1925, este mercado de libros fue durante el pasado siglo y es, todavía, uno de los lugares de encuentro preferidos por los aficionados. En él se pueden encontrar aún libros a precios realmente económicos entre los que, ocasionalmente, aparecen algunas raras piezas largo tiempo buscadas. Ir a primera hora de la mañana y gastar el tiempo en hurgar entre las numerosas mesas y estanterías constituye una delicia para cualquier bibliófilo.
Hace tres años, los puestos de la Cuesta fueron trasladados no muy lejos, a Recoletos, y allí han permanecido durante el período que han durado las obras de peatonalización*. Esta semana, precisamente, se ha efectuado por fin el retorno. Lo cierto es que casi ha merecido la pena, pues la calle ha quedado franca al paso de peatones, sin vehículos ni obstáculos, con lo que ya se puede pasear arriba y abajo, en paralelo a la línea de los puestos. También se ha traído desde el Retiro la estatua de Pío Baroja, un detalle que da, si cabe, más personalidad al entorno. Los alcorques, aunque vacíos y llenos de tierra roja, siguen presentes, supongo que para una futura plantación de árboles que ofrezcan sombra, tal como antes.
Quizás echen de menos el fresquito del Jardín Botánico, pero no creo que los libreros se quejen mucho por la vuelta al antiguo emplazamiento. Lo cierto es que entre el lavado de cara y los viejos atributos, disfruté mucho del paseo, y finalmente, aunque no encontré ningún tesoro anhelado, sí me hice con un par de novedades, que era otro de los objetivos. Así pasé mi Día del Libro.
Ahora, si me disculpan, les dejo, que he quedado para celebrar la Noche de los Libros.
* Quien quiera comprobar que el castellano es una lengua viva en constante evolución, que busque el capítulo titulado "Peatonal" en El dardo en la palabra, la divertida antología de artículos escritos por Fernando Lázaro Carreter. El autor carga sin piedad contra el uso de un vocablo que, sin embargo, se ha convertido en pocos años en insustituible.
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