jueves, 29 de enero de 2015

Imágenes de cf. XXIII


"A modo de respuesta, oyó un gemido. En la penumbra, trastabilló y resbaló, luchó contra una náusea creciente y se obligó a caminar por entre un laberinto de obstáculos que no veía. Llegó al sitio del que provenía el sonido estrepitoso y chorreante. Algo de color rojo intenso, en forma de cesta y del tamaño del pecho de un hombre se había adherido en lo alto de la pared, perpendicularmente al suelo. A través de las grandes esporas de su superficie esponjosa manaba un líquido espeso y negro, que caía en un permanente chapoteo grasoso. Cuando la luz de la antorcha lo iluminó, la exudación aumentó y prácticamente se convirtió en una cascada de líquido sebáceo. Al apartar la luz de la antorcha, el manantial se tornó menos copioso, aunque seguía siendo fuerte.
Allí el suelo caía en pendiente, de modo que lo que chorreaba de la cesta esponjosa fluía rápidamente y se acumulaba en el otro extremo de la habitación, en el ángulo formado por el suelo y la pared. Gundersen encontró allí a los terráqueos. Estaban juntos en un colchón; el líquido de la cosa chorreante había formado un charco oscuro alrededor de ellos, cubriendo por completo el colchón y fluyendo sobre sus cuerpos. Uno de los terráqueos, con la cabeza caída hacia un costado, tenía la cara totalmente sumergida en ese fluido. Del otro terráqueo surgían los sonidos.
Los dos estaban desnudos. Uno era un hombre y el otro una mujer, aunque al principio a Gundersen le costó trabajo darse cuenta de ello; ambos estaban tan encogidos y delgados que sus características sexuales quedaban ocultas. No tenían cabellos, ni siquiera cejas. Los huesos sobresalían sobre la piel semejante a un pergamino. Los ojos de los dos estaban abiertos pero fijos en una mirada rígida y aparentemente ciega, una mirada vidriosa, sin parpadeo. Tenían los labios apartados de los dientes. Las algas grisáceas brotaban en los pliegues de su piel y los fungoides móviles andaban errantes, alimentándose de esas acrecencias. Con un gesto de asco rápido y mecánico, Gundersen arrancó dos animales parecidos a babosas de los pechos vacíos de la mujer. Esta se movió y volvió a gemir."

3 comentarios:

  1. Hola Santiago,
    me gustaría contactar contigo para proponerte una colaboración.

    ¿Podrías indicarme una dirección de correo electrónico donde escribirte?
    Saludos cordiales,

    ResponderEliminar
  2. Disculpa, no te dejé el mío:
    comunicacion@valenarts.es

    Saludos,

    ResponderEliminar
  3. La tienes al final de la sidebar, a la derecha, en la foto del buzón.

    ResponderEliminar