Pude haber incluido esta antología en la entrada que dediqué al estado del cuento de ciencia ficción nacional, para engrosar más aún el ejemplo de la cantidad de medios en los que era posible publicar un relato corto allá por el año 2000. Si no lo hice fue porque prefería presentarla en algo que tuviera que ver con la AEFCFT, para poder poner a disposición de todos ustedes una serie de enlaces a través de los cuales informarse de qué es lo que amparan tan extrañas y disonantes siglas. Entre las actividades que origina y promueve esta suerte de asociación española del fantástico (AEF quedaría bastante más fácil y apañado que la polvoronada actual, no lo nieguen) sobresalen los Premios Ignotus, que se conceden, presuntamente, para premiar lo mejor del año en distintas categorías. Lo cierto es que, a pesar de contar con algún ejemplo de calidad, estos premios se constituyen como galardones a la popularidad dentro del fandom. A pesar de la apertura que supuso la medida de hace un par de años, lo cierto es que se suelen recibir veinte o treinta papeletas, no más, y que si se profundiza con objetividad en los resultados, estos suelen constituir un resumen perfecto del estado del propio fandom en los diferentes puntos temporales de cada edición.
Históricamente, debido al antiguo sistema de voto presencial, los Ignotus han premiado, entre otros, a mucho residente en la ciudad organizadora de la HispaCon (la convención anual donde se entregan los premios), a obras publicadas por la editorial de moda en aquel momento, a textos escritos por personajes en boga, y, en los últimos años, a los participantes mejor publicitados dentro de los foros y blogs del fandom. Lo bueno es que hay pocas limitaciones en cuanto a los candidatos y obras a presentar, y cualquiera puede postular cualquier escrito, sea cual sea su calidad; lo malo, exactamente lo mismo (la prueba de ello es que ahí van los míos para esta edición que cierra el 4 de julio y que serán entregados en la MIRcon 2014. Son El nombre de la cosa, artículo que dio el pistoletazo de salida a la polémica distópica, y Gloria, un cuento de fantasía oscura).
Aunque los Ignotus dan un cierto prestigio dentro del mundillo, su incidencia en el exterior es anecdótica. Aun así, han servido a lo largo de los años como incentivo, si bien no de mejora debido al laxo enjuiciamiento bajo el que se conceden, sí para el aumento en la cantidad de escritos de literatura fantástica. Es una herramienta con la que la AEFCFT, cuyo número de miembros es ya exigüo y cuyo fin se anuncia año tras año, promociona el género. Y no la única, pues a lo largo de su existencia ha ido editando para sus socios dos antologías de relevancia, una titulada Fabricantes de sueños, selección de los mejores cuentos publicados a lo largo del año, y otra denominada Visiones, abierta a la presentación de relatos originales. Es a ésta última a la que pertenece el libro que se reseña a continuación. Es interesante comprobar qué nombres, de entre todos aquellos, siguen sonando tres lustros después. La letra T, por cierto, aún no había enmarañado el acrónimo.
Históricamente, debido al antiguo sistema de voto presencial, los Ignotus han premiado, entre otros, a mucho residente en la ciudad organizadora de la HispaCon (la convención anual donde se entregan los premios), a obras publicadas por la editorial de moda en aquel momento, a textos escritos por personajes en boga, y, en los últimos años, a los participantes mejor publicitados dentro de los foros y blogs del fandom. Lo bueno es que hay pocas limitaciones en cuanto a los candidatos y obras a presentar, y cualquiera puede postular cualquier escrito, sea cual sea su calidad; lo malo, exactamente lo mismo (la prueba de ello es que ahí van los míos para esta edición que cierra el 4 de julio y que serán entregados en la MIRcon 2014. Son El nombre de la cosa, artículo que dio el pistoletazo de salida a la polémica distópica, y Gloria, un cuento de fantasía oscura).
Aunque los Ignotus dan un cierto prestigio dentro del mundillo, su incidencia en el exterior es anecdótica. Aun así, han servido a lo largo de los años como incentivo, si bien no de mejora debido al laxo enjuiciamiento bajo el que se conceden, sí para el aumento en la cantidad de escritos de literatura fantástica. Es una herramienta con la que la AEFCFT, cuyo número de miembros es ya exigüo y cuyo fin se anuncia año tras año, promociona el género. Y no la única, pues a lo largo de su existencia ha ido editando para sus socios dos antologías de relevancia, una titulada Fabricantes de sueños, selección de los mejores cuentos publicados a lo largo del año, y otra denominada Visiones, abierta a la presentación de relatos originales. Es a ésta última a la que pertenece el libro que se reseña a continuación. Es interesante comprobar qué nombres, de entre todos aquellos, siguen sonando tres lustros después. La letra T, por cierto, aún no había enmarañado el acrónimo.
La Asociación Española de Fantasía y Ciencia Ficción ha logrado institucionalizar dos colecciones anuales de cuentos de carácter muy diferente. Si Fabricantes de Sueños se puede considerar una selección de los mejores relatos aparecidos en nuestro país el año anterior, Visiones se sitúa en las antípodas, ya que bajo la total subjetividad del antologista, diferente cada año, sirve como primera oportunidad de publicación a talentos hasta ese volumen inéditos. El encargado de la selección de este año ha sido Juan Miguel Aguilera, santo y seña de la ciencia ficción española, cuyo gusto por la hard sf hacía presagiar (¡por fin!) una colección de relatos de temática menos cercana al género de fantasía y más encaminada hacia la cienciaficción, excesivamente abandonada los últimos años. Así es, y ése es sin duda el mayor mérito de este Visiones 2000, aunque desgraciadamente la calidad de los relatos arroje como resultado final una impresión general de irregularidad.
Podría achacarse exclusivamente a los nuevos autores el peso negativo de la recopilación, pero si bien es cierto que algunos de sus cuentos parecen impropios de una antología de calidad como se pretende que sea ésta, también lo es que aportaciones de autores cada vez más consagrados, como el desangelado cyberpunk "Diez segundos", de Eduardo Vaquerizo, o el frío "Proteo en el escenario", de Ramón Muñoz, se cuentan entre lo más flojo publicado por ambos escritores a lo largo del año 2000.
En el lado positivo, se pueden encontrar claros apuntes de futuro, promesas de variado contenido y construcción. Cristóbal Pérez-Castejón Carpena aplica en "Llanto de piedra" los conocimientos científicos con los que siembra habitualmente sus magníficos artículos, realizando un hard bastante digno; en "Osiris", Luna relata la enésima inseminación alienígena, pero lo hace con un estilo francamente atractivo; Carme Abella hace gala de un humor fresco en ese chiste en forma de cuento que es "Melas, el zafiro de poniente". Y en otro orden de cosas, Luis Astolfi se desmarca con un evocador relato, titulado "Club Gricel", que se adivina de vivencias propias y recorre los caminos del maestro Bioy Casares.
Los principales valedores de Visiones 2000 se encuentran en la imaginación y el buen hacer de Javier Redal, quien en "Los mundos múltiples" adelanta el entretenimiento del futuro haciendo uso de una cómplice e irónica comparación; de Daniel Mares, que en el magnífico "El último viaje del Holandés Errante" logra una atmósfera de terror espacial deudora del cineasta Paul Anderson, estropeando el resultado final por un último cruce de frases bastante confuso; y del sorprendente Alejo Cuervo, con un entretenidísimo "Ostras con salsa picante", alegoría de la actualidad editorial del género fantástico, llevada al extremo en forma de extraña adicción y maquetaciones definitivas, una curiosa ironía en este volumen.
La antología posee además una pequeña perla escondida, que para mayor contraste no tiene nada que ver con la ciencia ficción. "Plenilunio", de Pablo Herranz, es un humilde cuento narrado con sencillez y perfección argumental. Un nostálgico recuerdo de primera adolescencia y cobardía que acaba de manera terrorífica, sin decoraciones ni estorbos, y despierta el miedo a lo desconocido.
Todo esto, junto a otras aportaciones de dudosa calidad, configura esta nueva entrega de Visiones, que a pesar de fracasar en el cometido propuesto por el recopilador -presentar nuevos valores femeninos solventes-, no se ganará por su contenido el infierno. Por su contenido, digo. El continente es otra cosa, y debería servir para realizar una seria reflexión de carácter general.
Mucho se está discutiendo últimamente en el fandom acerca de cánones y raseros, sobre culteranismo y conceptismo, sobre lo verdaderamente bueno y lo verdaderamente malo en las obras de ciencia ficción: sobre el arte, en suma. Me parece una discusión precipitada. De qué sirve afinar valoraciones sobre estilos y maneras de escribir o subir el listón de la calidad si el envoltorio impide acercarse al producto. La edición de Visiones 2000 es, por decirlo simple y llanamente, pésima: mala maquetación, errores ortográficos, tipo y tamaño de fuente insufrible... La lectura se convierte en una auténtica tortura, por desgracia semejante a la que se podía sufrir recientemente con algunas obras de distintas editoriales. La, por otra parte, maravillosa antología Besos de alacrán, las primeras novelas publicadas por la colección Solaris Ficción y alguna que otra novela reciente constituyen dolorosos ejemplos de libros interesantes (el primero incluso imprescindible) por su contenido, pero mancillados por una factura deficiente para cualquier género que se considere serio. Mientras las cosas se sigan produciendo de esta manera, preocuparse de fondo o forma se convierte en una cuestión baladí. Cuidemos otras cosas antes de pretender hacer arte en latas de sardinas.
* La versión original de esta reseña fue publicada en Bibliópolis, crítica en la red.
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