La publicación el pasado año de la "Teoría de la literatura de ciencia ficción", escrita por Fernando Ángel Moreno, me empujó a rebuscar en la zona de mis estanterias dedicada al ensayo, ya saben, por aquello de comparar. Encontré alguna cosa interesante, pero como casi siempre que hurgo en mi biblioteca en busca de algo determinado, mi atención acabó desviándose justo hacia el extremo contrario. No sé aún por qué, agarré entre mis manos la "Historia de la ciencia ficción moderna", del francés Jacques Sadoul, leída hacía muchos años y ya casi olvidada, y me puse a ojear por encima las primeras páginas. Cuando me quise dar cuenta, estaba inmerso en la relectura de otro libro.
Al decir que me desvié hacia el lado opuesto me refiero a que, mientras que el ensayo de Moreno plantea un estudio de la ciencia ficción desde la teoría literaria, acercándolo así al contexto de obras como las de Darko Suvin o Tzvetan Todorov, el ensayo escrito por Sadoul se centra más en el simple testimonio histórico, resumiendo todo componente crítico en la socorrida teoría del gusto. El libro del francés carece de rigor analítico, y sus sentencias parten siempre de un "me parece", un "se me antoja" o, envalentonado en algunos momentos, un "no es, sin duda, tan buena como". Podría decirse que, casi 40 años después de su publicación, esta obra se presta a ser leída bajo un gesto continuo de condescendencia debido a que el paso del tiempo ha convertido algunos de sus juicios de valor en, digámoslo fínamente, poco profesionales.
Cierto es que, visto cuatro décadas después, Sadoul parece haber acertado al señalar muchas de las obras que luego pasarían a la posteridad, pero en la mayoría de casos se trata de novelas que ya llevaban años de recorrido y sobre las cuales los lustros pasados entre su publicación y el momento de la escritura de este ensayo ya habían comenzado a generar consenso. Cuanto más se acerca el libro a los 70, época en la que está escrito, es decir, cuanto más depende Sadoul de su propio criterio, menos lúcidos se tornan sus juicios de valor. Por poner un mero ejemplo, léanse los párrafos dedicados a Thomas M. Disch, por cuya obra confiesa "apenas sentir interés".
Pero si bien esta "Historia de la ciencia ficción moderna" no es una obra de enjundia en el sentido epistemológico, sí lo es en el historiográfico y, especialmente, en el sentimental. Tanto para quien quiera conocer los fundamentos y la evolución de la ciencia ficción norteamericana e inglesa escritas en los dos primeros tercios del pasado siglo, como para todo aquel conocedor que se quiera dar un baño de nostalgia asistiendo al nacimiento de las grandes historias que configuraron su juventud como lector, este libro supone uno de esos inconfesables placeres culpables.
Desde las dime novels y las Munsey Magazines al pulp, pasando por la Edad de Oro y la Edad Clásica hasta llegar a la new wave, Sadoul va haciendo un recorrido cronológico por la historia del género a partir de los relatos aparecidos en las diversas revistas publicadas en distintas décadas, dejando un espacio bastante menor para las novelas. Aunque prepondera la narrativa norteamericana, sobre todo (y lógicamente) en los comienzos del género, también hay sitio para la británica y, en las páginas finales, para la ciencia ficción realizada en Francia, en cuyas publicaciones se da un breve testimonio de autores europeos fundamentales como Stanislaw Lem, Karel Capek o los hermanos Strugatski.
La historia de la ciencia ficción, contada por Sadoul, no pertenece sólo a sus autores, sino también, y muy especialmente, a los editores de aquellas revistas. En su opinión, estos son los auténticos ideólogos del género, y las revistas el sagrado receptáculo en el que se generó y medró la auténtica esencia de la ciencia ficción. Entre ellos, el francés reconoce la importancia de John W. Campbell Jr. (para mí capital), pero concede tanta o más importancia en el devenir del género a figuras fundamentales como F. Orlin Tremaine, precursor de Campbell en Astounding Stories; al legendario Hugo Gernsback, padre putativo del género en su Amazing Stories; a los responsables de la diversificación de los años 50, como Horace L. Gold, que en su función de director de la revista Galaxy disparó la calidad literaria del género, y, finalmente, a Michael Moorcock y su labor en la británica New Worlds, donde contribuyó a generar el movimiento conocido como new wave.
Los primeros capítulos del libro, que Sadoul dedica a glosar la génesis de la ciencia ficción norteamericana a traves de sus revistas, merecen el calificativo de entrañables. Los argumentos, que van desde lo naïf a lo directamente absurdo, contienen suficientes dosis de ingenuidad como para despertar la misma simpatía nostálgica que nos produce el asombro de un niño. Una plétora de autores recordados hoy casi exclusivamente por los incondicionales del pulp despliegan sus invenciones en el primer tercio del libro. Autores menos conocidos como Ray Cummings, o como Nat Schachner, por quien Sadoul muestra verdadera devoción, comparten espacio con nombres más populares, como el de Abraham Merritt, y con auténticas leyendas del subgénero, como Edgard Rice Burroughs, H. P. Lovecraft o Robert E. Howard. E incluso con escritores de la magnitud de Jules Verne o H. G. Wells, cuyos relatos alimentaron las páginas de la mayoría de estas revistas durante años.
Si la parte dedicada al pulp fascina por la ingenuidad y pureza de sus historias, la referencia a los relatos que inauguran la Edad de Oro en las revistas viene a ser, para todo lector bregado en el género, un maremoto de nostalgia difícil de contener. Número tras número, los autores importantes que construyeron la ciencia ficción tal como la conocemos comienzan a dar señales de vida a través de sus relatos, llegando a configurar en algunas entregas auténticas antologías irrepetibles tanto por su calidad como por la mera acumulación de grandes nombres. Imagínense la presencia de Isaac Asimov, Frederik Pohl, A. E. Van Vogt o Clifford D. Simak, por mencionar ejemplos evidentes, número tras número, todos ellos presentando sus nuevos relatos, aquellos que posteriormente, transformados por el método del fix-up, se convertirían en libros de prestigio. Fundación, Mercaderes del espacio, El mundo de los no-A, Ciudad... decenas de grandes series se gestaron en aquellos días, en aquellas revistas, capítulo a capítulo. Leyendo esta crónica y conociendo cada una de las obras que aparecieron en aquella década, uno comprende perfectamente la pertinencia del apelativo dorado con el que más tarde sería bautizado aquel periodo de tiempo.
El recorrido por los siguientes decenios incluye, además de los consabidos relatos aparecidos en las revistas (muchas de ellas de nuevo cuño, como la fundamental Galaxy), una importante novedad: la publicación de novelas de ciencia ficción, algunas creadas como reelaboración y recopilación de cuentos anteriores, otras a partir de textos inéditos. Entre los 50 y los 60, los grandes nombres del género dan a conocer sus principales obras, y nuevos autores van sumándose, gracias principalmente a sus novelas, al panteón del género. Hay sitio también para la descripción de otra suerte de acontecimientos, como el nacimiento de los premios Hugo en 1953, o como aquel que en 1968 enfrentó a gran parte de los escritores de ciencia ficción, unos contra otros, por su apoyo o rechazo a la participación de EE.UU. en el conflicto de Vietnam. El cruce de las decenas de firmas reclutadas por cada uno de los bandos fue publicado en algunas de las principales revistas, como Galaxy o The Magazine of Fantasy and Science Fiction.
La última parte del libro es, para mi gusto, la menos interesante. En primer lugar, porque a Sadoul se le nota bastante perdido en sus valoraciones de la new wave y sus autores (tómese esto, si lo anteriormente expuesto más las fotos de su presencia en pasadas convenciones, en las que alterna con los popes del género, no bastaran, como una nueva demostración de su preferencia por lo clásico), pero también porque el repaso a la ciencia ficción francesa que puede leerse al final de este ensayo carece, debido al desconocimiento que de ella tiene el lector español, del atractivo con el que sí cuenta la anglosajona. Un capítulo aunque interesante, bastante menos reconocible.
Por todo lo dicho, "Historia de la ciencia ficción moderna" es una obra que puede calificarse de apetecible, siempre que el lector tenga claro que lo que tiene entre las manos es un recorrido nostálgico por la mejor cf que pudo leerse en los dos primeros tercios del siglo pasado, y no un ejercicio de crítica literaria.
Al decir que me desvié hacia el lado opuesto me refiero a que, mientras que el ensayo de Moreno plantea un estudio de la ciencia ficción desde la teoría literaria, acercándolo así al contexto de obras como las de Darko Suvin o Tzvetan Todorov, el ensayo escrito por Sadoul se centra más en el simple testimonio histórico, resumiendo todo componente crítico en la socorrida teoría del gusto. El libro del francés carece de rigor analítico, y sus sentencias parten siempre de un "me parece", un "se me antoja" o, envalentonado en algunos momentos, un "no es, sin duda, tan buena como". Podría decirse que, casi 40 años después de su publicación, esta obra se presta a ser leída bajo un gesto continuo de condescendencia debido a que el paso del tiempo ha convertido algunos de sus juicios de valor en, digámoslo fínamente, poco profesionales.
Cierto es que, visto cuatro décadas después, Sadoul parece haber acertado al señalar muchas de las obras que luego pasarían a la posteridad, pero en la mayoría de casos se trata de novelas que ya llevaban años de recorrido y sobre las cuales los lustros pasados entre su publicación y el momento de la escritura de este ensayo ya habían comenzado a generar consenso. Cuanto más se acerca el libro a los 70, época en la que está escrito, es decir, cuanto más depende Sadoul de su propio criterio, menos lúcidos se tornan sus juicios de valor. Por poner un mero ejemplo, léanse los párrafos dedicados a Thomas M. Disch, por cuya obra confiesa "apenas sentir interés".
Pero si bien esta "Historia de la ciencia ficción moderna" no es una obra de enjundia en el sentido epistemológico, sí lo es en el historiográfico y, especialmente, en el sentimental. Tanto para quien quiera conocer los fundamentos y la evolución de la ciencia ficción norteamericana e inglesa escritas en los dos primeros tercios del pasado siglo, como para todo aquel conocedor que se quiera dar un baño de nostalgia asistiendo al nacimiento de las grandes historias que configuraron su juventud como lector, este libro supone uno de esos inconfesables placeres culpables.
Desde las dime novels y las Munsey Magazines al pulp, pasando por la Edad de Oro y la Edad Clásica hasta llegar a la new wave, Sadoul va haciendo un recorrido cronológico por la historia del género a partir de los relatos aparecidos en las diversas revistas publicadas en distintas décadas, dejando un espacio bastante menor para las novelas. Aunque prepondera la narrativa norteamericana, sobre todo (y lógicamente) en los comienzos del género, también hay sitio para la británica y, en las páginas finales, para la ciencia ficción realizada en Francia, en cuyas publicaciones se da un breve testimonio de autores europeos fundamentales como Stanislaw Lem, Karel Capek o los hermanos Strugatski.
La historia de la ciencia ficción, contada por Sadoul, no pertenece sólo a sus autores, sino también, y muy especialmente, a los editores de aquellas revistas. En su opinión, estos son los auténticos ideólogos del género, y las revistas el sagrado receptáculo en el que se generó y medró la auténtica esencia de la ciencia ficción. Entre ellos, el francés reconoce la importancia de John W. Campbell Jr. (para mí capital), pero concede tanta o más importancia en el devenir del género a figuras fundamentales como F. Orlin Tremaine, precursor de Campbell en Astounding Stories; al legendario Hugo Gernsback, padre putativo del género en su Amazing Stories; a los responsables de la diversificación de los años 50, como Horace L. Gold, que en su función de director de la revista Galaxy disparó la calidad literaria del género, y, finalmente, a Michael Moorcock y su labor en la británica New Worlds, donde contribuyó a generar el movimiento conocido como new wave.
Los primeros capítulos del libro, que Sadoul dedica a glosar la génesis de la ciencia ficción norteamericana a traves de sus revistas, merecen el calificativo de entrañables. Los argumentos, que van desde lo naïf a lo directamente absurdo, contienen suficientes dosis de ingenuidad como para despertar la misma simpatía nostálgica que nos produce el asombro de un niño. Una plétora de autores recordados hoy casi exclusivamente por los incondicionales del pulp despliegan sus invenciones en el primer tercio del libro. Autores menos conocidos como Ray Cummings, o como Nat Schachner, por quien Sadoul muestra verdadera devoción, comparten espacio con nombres más populares, como el de Abraham Merritt, y con auténticas leyendas del subgénero, como Edgard Rice Burroughs, H. P. Lovecraft o Robert E. Howard. E incluso con escritores de la magnitud de Jules Verne o H. G. Wells, cuyos relatos alimentaron las páginas de la mayoría de estas revistas durante años.
Si la parte dedicada al pulp fascina por la ingenuidad y pureza de sus historias, la referencia a los relatos que inauguran la Edad de Oro en las revistas viene a ser, para todo lector bregado en el género, un maremoto de nostalgia difícil de contener. Número tras número, los autores importantes que construyeron la ciencia ficción tal como la conocemos comienzan a dar señales de vida a través de sus relatos, llegando a configurar en algunas entregas auténticas antologías irrepetibles tanto por su calidad como por la mera acumulación de grandes nombres. Imagínense la presencia de Isaac Asimov, Frederik Pohl, A. E. Van Vogt o Clifford D. Simak, por mencionar ejemplos evidentes, número tras número, todos ellos presentando sus nuevos relatos, aquellos que posteriormente, transformados por el método del fix-up, se convertirían en libros de prestigio. Fundación, Mercaderes del espacio, El mundo de los no-A, Ciudad... decenas de grandes series se gestaron en aquellos días, en aquellas revistas, capítulo a capítulo. Leyendo esta crónica y conociendo cada una de las obras que aparecieron en aquella década, uno comprende perfectamente la pertinencia del apelativo dorado con el que más tarde sería bautizado aquel periodo de tiempo.
El recorrido por los siguientes decenios incluye, además de los consabidos relatos aparecidos en las revistas (muchas de ellas de nuevo cuño, como la fundamental Galaxy), una importante novedad: la publicación de novelas de ciencia ficción, algunas creadas como reelaboración y recopilación de cuentos anteriores, otras a partir de textos inéditos. Entre los 50 y los 60, los grandes nombres del género dan a conocer sus principales obras, y nuevos autores van sumándose, gracias principalmente a sus novelas, al panteón del género. Hay sitio también para la descripción de otra suerte de acontecimientos, como el nacimiento de los premios Hugo en 1953, o como aquel que en 1968 enfrentó a gran parte de los escritores de ciencia ficción, unos contra otros, por su apoyo o rechazo a la participación de EE.UU. en el conflicto de Vietnam. El cruce de las decenas de firmas reclutadas por cada uno de los bandos fue publicado en algunas de las principales revistas, como Galaxy o The Magazine of Fantasy and Science Fiction.
La última parte del libro es, para mi gusto, la menos interesante. En primer lugar, porque a Sadoul se le nota bastante perdido en sus valoraciones de la new wave y sus autores (tómese esto, si lo anteriormente expuesto más las fotos de su presencia en pasadas convenciones, en las que alterna con los popes del género, no bastaran, como una nueva demostración de su preferencia por lo clásico), pero también porque el repaso a la ciencia ficción francesa que puede leerse al final de este ensayo carece, debido al desconocimiento que de ella tiene el lector español, del atractivo con el que sí cuenta la anglosajona. Un capítulo aunque interesante, bastante menos reconocible.
Por todo lo dicho, "Historia de la ciencia ficción moderna" es una obra que puede calificarse de apetecible, siempre que el lector tenga claro que lo que tiene entre las manos es un recorrido nostálgico por la mejor cf que pudo leerse en los dos primeros tercios del siglo pasado, y no un ejercicio de crítica literaria.
La ciencia ficción siempre me ha apasionado. Justo ahora acabo de leer el cómic El Eternauta, ciencia ficción al mejor estilo de la década del 50.
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