jueves, 29 de julio de 2010

Robert L. Forward. El mundo de Roche y Camelot 30K

Teoría de la Literatura de Ciencia Ficción, de Fernando Ángel Moreno
Fernando Ángel Moreno, autor de la recientemente publicada y ya imprescindible Teoría de la Literatura de Ciencia Ficción, me comentaba hace unos días, en una cena tras la presentación de su libro en la Semana Negra gijonesa, que echaba de menos esa idea sensacional, ese sentido de la maravilla que antes preñaba las novelas del género y que ahora escasea tanto. Aun dándole la razón, quise puntualizar que, en mi opinión, tal falta quizás no se debiera en tanta medida al momento actual de esa literatura como al vital en nosotros mismos, al efecto que el paso de los años, la vida y las incontables lecturas le producen a uno en su imaginación y en la propia percepción del mundo. En resumen, a esa perdida irremediable que lleva marcada la moneda de la experiencia en su reverso.
Fue una conversación realmente agradable. Rememoramos fragmentos de lecturas y finalmente tuvimos que reconocer que, si bien es cierto que esas ideas sensacionales nos habían concedido pequeños pero intensos momentos de felicidad, también habían sido la principal causa de descuido literario en una gran mayoría de ese tipo de ciencia ficción que denominamos hard. Mucho del corpus de aquellas obras no era otra cosa que el relleno de esas ideas, un conglomerado de mala literatura puesta al servicio de un concepto que debía iluminar toda la novela. En definitiva, lo que tan mala fama ha aportado en ocasiones a la llamada literatura de ideas.
Ambos de acuerdo, comenzamos a cruzar ejemplos en la conversación, hasta que no tuve más remedio, ante una apuesta fuerte de mi interlocutor, que echar mano de mi as en la manga: Robert L. Forward. Todo lo que podría decir de él está incluido en las dos reseñas que vienen a continuación, publicadas en su día en otros territorios ahora desolados.

Orgía cósmica

Hay obras que desde el principio exigen una cierta complicidad al lector, novelas que proponen una irrealidad en todo punto inaceptable, pero que una vez desarrollada sirve como vehículo a ideas algunas veces sorprendentes. Si se acepta el juego, siempre contando con que el desarrollo logre huir de la monotonía, el resultado final puede ser altamente positivo. Camelot 30K es una novela que se queda a medio camino entre las anteriores premisas: propone un extraño divertimento que resulta aburrido en algunos tramos, y que si por un lado es propio de la fantasía heroica, por otro viene envuelto en ideas netamente científicas.
Continuando con su costumbre de dar vida a exóticas especies alienígenas en situaciones extremas, Robert L. Forward imagina aquí una civilización -los keracks- cuyo origen se encuentra en un "cometoide" situado en los límites del sistema solar, conocido por sus habitantes como Hielo, cuya temperatura en superficie ronda los 30 grados sobre el cero absoluto. Forward, fiel a su vocación de escritor de cienciaCamelot 30K, de Robert L. Forward ficción dura, se vuelca con solvencia en la descripción fisiológica de unas formas de vida inteligentes totalmente adaptadas al medio, y para demostrar que es esa cuestión la que en realidad acapara su interés, deja los componentes sociológicos de esta original especie en manos de la complicidad del lector, creando un híbrido de fantasía y hard que cuanto menos resulta chocante.
Con un comienzo que recuerda mucho al premiado cuento "Ojos de ambar" de Joan D. Vinge, la narración pronto se torna meramente descriptiva. En un entorno medieval, los habitantes de una de las ciudades keracks, Camalor, dejarán en manos de su "maga" oficial, Merlene, la responsabilidad de actuar como anfitriona ante los visitantes humanos, mientras los demás se dedican a guerrear a las órdenes de sus líderes militares, un tal Morded entre ellos. Nombres de evidentes reminiscencias artúricas cuyo origen en la narración ni se aclara ni sorprende a los terrestres protagonistas cuando se dan cuenta de ello, a eso de mitad de libro. Juntos, Merlene y nuestros representantes irán descubriendo el escondido secreto que amenaza a la ciudad de Camalor y especialmente a sus habitantes.
Los primeros dos tercios de novela contemplan una inacabable sucesión de descripciones de la extraña especie, su constitución y sus modos de vida. Con mayor profusión de tramos aburridos que amenos, la acción es casi inexistente, y lo narrado a lo largo de las páginas es una tediosa y modernizada versión conjunta de Alicia en el País de las Maravillas y Los viajes de Gulliver. Afortunadamente, en esta ocasión el esfuerzo tiene su recompensa, puesto que la conclusión de la novela, una imaginativa idea sobre la que está construida toda la trama del libro -verdadera parafernalia estructural montada para conducir a este sorprendente objetivo final-, es apoteósica. En una inesperada y refrescantemente pornográfica escena final, Forward logra su desaforado objetivo y apabulla al lector con una mezcla en la que el hard asume por vez primera su doble significado erótico-científico.
Si bien es cierto que este Camelot 30K (título que a algunos amantes del cómic les sonará bastante) adolece de dificultades para la ingestión, la digestión posterior se torna satisfactoria gracias a su desaforado final. Un extraño producto que mezcla géneros y que acaba donde algunos autores no osan aventurarse.


Un paseo por Barnard


Incluso aquellos que claman de continuo por la dignificación del género y su inclusión en la corriente general admiten la imposibilidad de exportar la cf hard. Las características intrínsecas del subgénero que mejor conserva la esencia de la cf campbelliana impiden su acercamiento al gran público. Hay, por supuesto, quien continúa intentándolo, aderezando la dificultad cientifista con un estilo más elaborado o con tramas que profundizan en «la respuesta humana a los cambios en el nivel de la ciencia y la tecnología», que decía el Buen Doctor. Y hay también escritores a quienes esto no podría importarles menos, caso de Robert L. Forward.
Cuando se pone más interés en hacer verosímiles las tecnologías inventadas que en la diversión del lector, en el elemento hard que en la trama, se producen somníferos literarios de excesiva pesadez que tienen que ver más con las revistas de divulgación que con el arte. Forward suele coquetear con estos peligros, pero suele solucionarlos con propuestas científicas espectaculares. Entre 1983 y 1984, la revista Analog publicó una serie del autor (muy popular entonces por su primera novela, Huevo del dragón) que fue recogida inmediatamente en un solo volumen titulado The Flight of the Dragonfly. Seis años más tarde, Forward repasó la obra y la publicó con su título definitivo, El mundo de Roche. La novela refiere los pormenores de una misión espacial a Barnard, enana roja situada a 6 años luz de la Tierra. Allí se encuentra con un sistema solar fascinante, repleto de misterios, aventuras y retos, y cuya dinámica planetaria les deparará más de una sorpresa. El entusiasmo de Forward por el escenario El mundo de Roche, de Robert L. Forwarddescrito le empujó a revisitarlo en cuatro ocasiones más, en colaboración con Julie Forward Fuller y Martha Dodson Forward.
El problema de este libro no es su fuerte componente hard, sino la pobre caracterización de los personajes y la acción casi nula. Aunque no llega al abuso plúmbeo de Camelot 30K, el comienzo se mueve por los senderos del aburrimiento, desde la presentación cinematográfica de los demasiado abundantes personajes hasta las exhaustivas explicaciones y descripciones de los componentes del sistema fotónico de propulsión, el velero estelar, las rutinas de los tripulantes o cualquier nimia maniobra. La deficiente caracterización de los personajes desorienta, Forward se revela más puntilloso que detallista y la manía de poner un nombre familiar a todo artilugio presente acaba siendo desquiciante.
No obstante, la narración adquiere fuerza conforme Forward se acerca a lo que mejor domina. Aunque será especialmente recordada por el imaginativo sistema de empuje fotónico por láser, la novela tiene más, muchas más ideas interesantes, como la No-Muerte, sustancia que prolonga la vida a cambio de idiotizar al individuo, o los descubrimientos posteriores a la larga travesía, tras la cual la novela se dispara y ofrece una auténtica recompensa, una sucesión de maravillas: un sistema solar de dinámica sorprendente, listo para ser explorado a fondo en los siguientes volúmenes de la serie; un planeta doble inaudito, Roche, cuyos dos componentes, separados sólo por 80 kilómetros, tienen características distintas pero complementarias; unos alienígenas sorprendentes, auténticos genios matemáticos (resuelven el teorema de Fermat de una sentada) y, como todas las creaciones extraterrestres de Forward, simpáticos y amistosos. Y, por encima de todo, un final que deja sin aliento y convulsiona el sentido de la maravilla del lector. Tal como sucedía en Camelot 30K, la novela no es más que el aperitivo de ese momento final que anteriormente titulara la obra: el vuelo de la libélula. Forward añade, además, un extenso apéndice en el que explica todas las imaginativas creaciones científicas que sustentan al libro.
El mundo de Roche es un hard que disfrutarán exclusivamente los incondicionales del subgénero, una obra que confirma a Forward como un autor de escaso empaque literario e ideas sensacionales.



Ambos textos aparecieron anterior y respectivamente en Bibliópolis, crítica en la Red y en el número 36 de la revista Gigamesh.

2 comentarios:

  1. Gracias por la referencia, George.

    En efecto, parece que ese sentido de la maravila ha quedado muy supeditado al hard, en este momento. No me parece mal, puesto que estos autores disponen de magníficas referencias para desarrollarlo. El problema que comentas respecto a Forward es el grave. No tenemos quizás autores de este tipo que escriban como Clarke, ni siquiera con el sentido de la narración de Asimov.
    A la lista podemos añadir a Egan o a Bear, cuyo dominio de la narración es en general escaso, al menois en las novelas que he leído.
    ¡Qué lástima que ni a Le Guin ni a Ballard ni a McCarthy les interesaran las batallas espaciales! ¡Qué fascinantes momentos nos hemos perdido!

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  2. Bueno, los tres tienen magníficos momentos que incluyen "maravilla", cada uno a su manera. Las descripciones de la naturaleza salvaje en el McCarthy anterior al cambio de estilo te dejan con la boca abierta, algunos fragmentos (escasos, es cierto) de LeGuin rozan la atmósfera de lo maravilloso, como los que glosan el periplo de los protagonias por las tierras heladas del planeta Gueden. Y la narrativa de Ballard cuenta sin duda con numerosos momentos de maravilla, aunque también hay que remontarse al Ballard primordial, el de las catástrofes. Ese mundo sumergido, esas construcciones de cristal, esa América desierta.
    En todo caso, entiendo lo que quieres decir. Ninguno se ha dedicado a lo cósmico, que es donde mejor rinde la maravilla.

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